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—Qué extraño —dijo Art, sintiéndose hueco e inestable.

Después de la visita a las ruinas, Adrienne los llevó a un café restaurante en el centro de la nueva ciudad, donde comieron. Podían haber estado en el corazón de un barrio de moda en cualquier ciudad: Houston, Tbilisi u Otawa, en un lugar donde el bullicio de la construcción revelaba una prosperidad reciente. Cuando emprendieron el regreso a sus alojamientos, el metro les pareció igualmente familiar, y cuando salieron, el vestíbulo del edificio de Praxis era el de un hotel de lujo. Todo familiar, tanto que volvió a impresionarle entrar en su habitación y ver, al asomarse a la ventana, el sobrecogedor espectáculo de la caldera: la realidad de Marte, inmenso y rocoso, que parecía atraerlo con una fuerza irresistible a través de la ventana. Y de hecho, si el cristal se rompiese, con la diferencia de presión ese espacio lo absorbería de inmediato. Una eventualidad improbable, pero aun así la imagen le provocó un escalofrío. Corrió las cortinas.

Y después de eso las mantuvo siempre corridas, y procuró mantenerse lejos de la ventana. Por la mañana se vestía, dejaba la habitación deprisa y asistía a las sesiones de orientación que dirigía Adrienne, junto a una docena de recién llegados. Después de comer con algún compañero, durante la tarde paseaba por la ciudad, trabajando con aplicación en la mejora de su técnica de marcha. Una noche se decidió a enviar un informe codificado a Fort: En Marte, recibiendo orientación. Sheffield es una ciudad hermosa. Mi habitación tiene una vista magnifica. No hubo respuesta.

La orientación de Adrienne incluía visitar muchos de los edificios de Praxis, tanto en Sheffield como en el borde este, para conocer a la gente que dirigía las operaciones marcianas de la transnacional. Praxis tenía una presencia más importante en Marte que en Norteamérica. Durante sus paseos de la tarde Art trataba de determinar la fuerza relativa de las transnacionales observando las pequeñas placas de los edificios. Todas estaban allí: Armscor, Subarashii, Oroco, Mitsubishi, Shellalco, Gentine, todas. Y todas ocupaban un complejo de edificios o incluso barrios enteros de la ciudad. Era evidente que su presencia se debía al ascensor, que había convertido a Sheffield nuevamente en la ciudad más importante del planeta. Estaban invirtiendo el dinero a manos llenas en la ciudad, construyendo subdivisiones submarcianas, e incluso suburbios enteros con tienda independiente. La verdadera riqueza de las transnacionales se manifestaba en todas las construcciones. Y también, pensó Art, en la manera de moverse de la gente: había muchos que andaban a saltos por las calles, tan torpes como él mismo, ejecutivos o ingenieros de minas o profesionales diversos recién llegados, con el ceño fruncido, concentrados en el simple acto de caminar. No era ninguna hazaña distinguir a los nativos, altos y jóvenes, y con una coordinación felina; pero estaban en franca minoría en Sheffield, y Art se preguntó si ocurriría lo mismo en el resto de Marte.

En cuanto a la arquitectura, el espacio bajo la tienda estaba muy solicitado, y por eso los edificios eran voluminosos, a menudo cúbicos, ocupaban las parcelas hasta la calle y se alzaban hasta casi tocar la tienda. Cuando se hubiesen concluido todas las obras, sólo la red de diez plazas triangulares, los anchos bulevares y el parque curvo a lo largo del borde evitarían que la ciudad fuese una masa continua de rascacielos revestidos de piedra pulida de todas las tonalidades del rojo. Era una ciudad concebida para los negocios.

Y Art tenía la impresión de que Praxis iba a obtener una buena tajada en esos negocios. Subarashii era el contratista general del ascensor, pero Praxis suministraba el software, como había hecho con el primer ascensor, y también algunas cabinas y parte del sistema de seguridad. Se enteró de que todas esas asignaciones las había hecho un comité, la Autoridad Transitoria de las Naciones Unidas, supuestamente parte de las Naciones Unidas, pero controlado en realidad por las transnac. Y Praxis se había mostrado tan agresiva como las demás en ese comité. William Fort podía estar interesado en la bioinfraestructura, pero obviamente las infraestructuras corrientes no estaban excluidas del campo de operaciones de Praxis. Había divisiones de Praxis construyendo sistemas de suministro de agua, pistas de trenes, ciudades en los cañones, generadores de energía eólica y plantas areotermales. Sin embargo, las fuentes de energía locales eran la especialidad de la subsidiaria de Praxis Energía Interior, y eso hacía, trabajar duro en la retaguardia.

La subsidiaria local de recuperación, el equivalente marciano de Dumpmines, se llamaba Oroboro, y al igual que Energía Interior era bastante pequeña. A decir verdad, como los empleados de Oroboro se apresuraron a informarle a Art la mañana que los visitó, no había una gran producción de basura en Marte, casi todo se reciclaba o se utilizaba para crear suelo agrícola, de modo que el vertedero de los asentamientos era más bien un depósito para guardar materiales variados en espera de ser reutilizados. Oroboro, por tanto, se ocupaba de encontrar y recoger la basura y las aguas residuales digamos recalcitrantes —tóxicas, aisladas o simplemente molestas—, y luego buscaba formas de remilgarlas.

El equipo de Oroboro en Sheffield ocupaba una planta en el edificio de Praxis en la parte baja de la ciudad. La compañía había iniciado sus actividades excavando en la vieja ciudad antes de que las ruinas fuesen arrojadas por el borde de la caldera con tan poca ceremonia. Un hombre llamado Zafir dirigía el proyecto de recuperación del cable caído. Él, Adrienne y Art fueron a la estación de trenes y tomaron un suburbano. Un corto trayecto a lo largo del borde oriental los llevó a una línea de tiendas en las afueras. Una de las tiendas era el almacén de Oroboro, y junto a ella, entre otros muchos vehículos, había una gigantesca fábrica móvil, a la que llamaban la Bestia. La Bestia dejaba el SuperRathje a la altura de un utilitario: era un edificio más que un vehículo, y casi enteramente robótico. Otra Bestia ya estaba en el exterior procesando el cable en Tharsis oeste, y le asignaron a Art una inspección sobre el terreno. Zafir y un par de técnicos le enseñaron las entrañas del vehículo de entrenamiento. Terminaron la visita en un amplio compartimiento en el piso de arriba, donde se alojaban los visitantes.

Zafir estaba entusiasmado por lo que la Bestia había encontrado en Tharsis.

—La verdad es que con sólo la recuperación del filamento de carbono y las hélices de gel de diamante ya tenemos una fuente de ingresos básica —dijo—. Y hemos encontrado algunas exóticas rocas metamórficas brechadas en el hemisferio final de la caída. Pero lo que le interesará de veras serán los buckybalh. —Zafir era un experto en esas diminutas esferas geodesicas de carbono llamadas buckminsterfullerenes, y hablaba de ellas con entusiasmo—. Las temperaturas y las presiones en la zona de caída al oeste de Tharsis resultaron ser similares a las que se emplean en los reactores de arco para la síntesis de los fullerenes. Así que tenemos cien kilómetros de cable en los que el carbono de la parte inferior está constituido casi enteramente por buckyballs. Casi todos de sesenta, pero hay algunos de treinta, y distintos superbuckies.

Algunos de los superbuckies contenían átomos de otros elementos atrapados en las redes de carbono. Esos «fullerenes rellenos» eran útiles en la fabricación de compuestos, pero muy costósos de obtener en laboratorio debido a la gran cantidad de energía requerida. Por tanto, era un hallazgo extraordinario.