El segundo asteroide de silicatos, llamado Solettaville, había sido estacionado cerca del punto Lagrange. Allí, las fábricas de vela solar hilaron las laminas de espejo en una compleja red de tablillas superpuestas, conectadas entre sí y dispuestas en ángulo, de modo que parecía una lente hecha de persianas venecianas circulares que giraban alrededor de un cono plateado cuya boca ancha daba a Marte. Llamaron soletta a este objeto inmenso y delicado, de diez mil kilómetros de diámetro, que giraba brillante y majestuoso entre Marte y el sol.
La luz solar que incidía directamente en la soletta rebotaba a través de las persianas, golpeando la cara solar de una, luego la cara marciana de la siguiente hacia el exterior y luego hacia Marte en un juego de reflexiones. La luz que incidía en el espejo anular en órbita polar era reflejada hacia el exterior, hacia el cono interior de la soletta, y luego reflejada de nuevo, sobre Marte. De ese modo, la luz incidía en las dos caras de la soletta, y esas presiones contrapuestas la mantenían en movimiento y en posición, a unos cien mil kilómetros de Marte, más cercana en el perihelio, más alejada del afelio. Los ángulos de los espejos eran constantemente ajustados por la IA de la soletta, para que mantuviesen la órbita y el enfoque.
Durante toda esa década, mientras proseguía la construcción de las dos girándulas a partir de los asteroides, como telas silíceas tejidas por arañas de roca, los observadores en Marte casi no vieron nada. De cuando en cuando alguien veía en el cielo una línea blanca arqueada, o fugaces centelleos de día o de noche, como si el fulgor de un universo mucho más vasto brillase a través de alguna costura abierta en el tejido de nuestra esfera.
Cuando los dos espejos se hubieron completado, la luz reflejada por el espejo anular fue dirigida al cono de la soletta. Las tablillas circulares se ajustaron y la soletta se trasladó a una órbita ligeramente distinta.
Y un día, aquellos que vivían en el lado de Tharsis levantaron la vista, porque el cielo se había oscurecido, y contemplaron un eclipse solar nunca visto en Marte: el sol fue engullido, como si allá arriba hubiese un satélite del tamaño de la Luna que bloqueaba sus rayos. El eclipse se desarrolló como en la Tierra: la medialuna de oscuridad fue devorando el resplandor circular a medida que la soletta se interponía entre Marte y el sol, aunque los espejos aún no estaban en la posición adecuada para recibir la luz. El sol se tornó violeta oscuro, la oscuridad se adueñó de la mayor parte del disco y dejó sólo una medialuna creciente que al fin desapareció también, y el sol fue un círculo negro en el cielo, orlado por el fantasma de una corona… Y entonces desapareció por completo. Eclipse total de sol.
Un tenue encaje de muaré luminoso apareció en el disco oscuro, algo insólito en un eclipse natural de sol. Todos los que estaban en la cara iluminada de Marte se quedaron sin aliento y miraron al cielo con ojos entrecerrados. Y de repente, como cuando uno abre de golpe unas ventanas venecianas, el sol reapareció.
¡Una luz cegadora!
Y más cegadora que nunca, pues el sol era mucho más brillante que antes de aquel extraño eclipse. Ahora caminaban bajo un sol aumentado: el disco tenía casi el mismo tamaño que visto desde la Tierra, la luz había aumentado en un veinte por ciento —y era más intensa, se notaba el calor en la nuca— y la roja extensión de las llanuras resplandecía. Como si hubiesen encendido unos focos de repente y todos anduvieran sobre un escenario inmenso.
Pocos meses más tarde, un tercer espejo, mucho más pequeño que la soletta, se estacionó y empezó a rotar en las capas altas de la atmósfera marciana. Era otra lupa compuesta de tablillas miradores, y parecía un ovni de plata. Atrapaba parte de la luz que la soletta reflejaba hacia el planeta y la concentraba aún más, sobre puntos de la superficie que no alcanzaban el kilómetro de ancho. Y se deslizaba como un planeador sobre el mundo, manteniendo ese rayo de luz concentrado, hasta que unos diminutos soles parecían brotar de la tierra, y la roca se fundía, convirtiéndose en líquido. Y después, en fuego.
El movimiento clandestino era demasiado pequeño para Sax Russell. Quería reincorporarse al trabajo. Podía haberse introducido en el demimonde, tal vez como profesor en la nueva universidad de Sabishii, que funcionaba fuera de la red y encubría a muchos de sus viejos colegas, y proporcionaba educación a los niños de la resistencia. Pero después de reflexionar, decidió que no quería enseñar ni quedarse en la periferia: quería regresar a la terraformación, al corazón mismo del proyecto, o tan cerca como fuese posible. Y eso significaba el mundo de la superficie. Hacía poco que la Autoridad Transitoria había formado un comité para coordinar todo el trabajo de terraformación, y un equipo encabezado por Subarashii se había hecho cargo de la vieja labor de síntesis que una vez había dirigido Sax. Esto era un contratiempo, porque Sax no hablaba japonés. Pero la parte biológica del programa había sido concedida a los suizos, y era dirigida por un colectivo de compañías biotécnicas llamado Biotique, con oficinas centrales en Ginebra y Burroughs, y muy vinculada a la transnacional Praxis. Lo primero que tenía que hacer era introducirse en Biotique bajo un nombre falso y conseguir que lo asignaran a Burroughs. Desmond se hizo cargo de esa operación, y creó una persona informática para Sax similar a la que años antes creara para Spencer cuando éste se trasladó al Mirador de Echus. La identidad de Spencer y mucha cirugía estética le habían permitido trabajar con éxito en los laboratorios de materiales de Echus, y más tarde en Kasei Vallis, el corazón de la seguridad transnacional. Por eso Sax confiaba en el sistema de Desmond. En la nueva identidad de Sax figuraban sus datos de identificación física —genoma, retina, voz y huellas dactilares— con ligeras alteraciones, para que pudieran encajar con Sax al tiempo que escapaban a cualquier búsqueda comparativa en las redes. Esos datos iban con un nuevo nombre con un pasado terrano completo, referencias, registro de inmigración y un subtexto viral que confundiría cualquier intento de identificación comparativa de los datos físicos. El paquete entero fue remitido a la oficina suiza de pasaportes, que había estado expidiendo pasaportes a estos visitantes sin hacer preguntas. Y en el mundo balcanizado de las redes transnacs parecía que la cosa funcionaba.
—Oh, sí, esa parte no presenta ningún problema —dijo Desmond—. Pero ustedes, los Primeros Cien, son como estrellas de cine. Necesitarás una cara nueva también.
Sax accedió. Comprendía que era necesario y su cara nunca había significado nada para él. Y esos días la cara que veía en el espejo no se parecía mucho a lo que él creía recordar. Así que puso a Vlad a trabajar, enfatizando la utilidad potencial de su presencia en Burroughs. Vlad se había convertido en uno de los teóricos principales de la resistencia contra la Autoridad Transitoria, y captó en seguida la idea de Sax.
—A muchos no nos quedará más remedio que vivir en el demimonde —dijo—, pero es una buena idea que haya algunos infiltrados en Burroughs. Así que bien puedo practicar la cirugía estética en un caso como el tuyo, en el que no hay nada que perder.
—¡En el que no hay nada que perder! —exclamó Sax—. Pero los contratos verbales son vinculantes, así que espero salir de todo el asunto más guapo.
Y para su sorpresa así ocurrió, aunque fue imposible decirlo hasta que desaparecieron los espectaculares moretones. Le pusieron funda a los dientes, le inflaron el delgado labio inferior y le dieron a su nariz chata un airoso puente y un poco de curvatura. Redujeron los pómulos y acentuaron la barbilla. Incluso le cortaron algunos músculos para que no parpadeara tanto. Cuando bajó la inflamación, parecía de verdad una estrella de cine, como dijo Desmond. Un ex jockey, dijo Nadia. Un ex profesor de baile, dijo Maya, que llevaba muchos años asistiendo religiosamente a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Sax, que nunca había gustado de los efectos del alcohol, la despidió con un ademán.