Miró por el camarote como si buscara un buen lugar para colocar la lechuza. La dejó en un estante situado encima del buró, miró hacia McCaleb una vez y ajustó la posición de la estatuilla de plástico para que observara directamente a su víctima.
– Perfecto -dijo.
McCaleb cerró los ojos. Sentía los músculos temblando por la tensión. En su mente se forjó una imagen de su hija. La niña estaba en sus brazos, lo miraba por encima del biberón y le decía que no se preocupara ni tuviera miedo. Eso lo calmó. Se concentró en el rostro de la niña y, de algún modo, pensó que incluso podía oler su cabello. Sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas y sus piernas empezaron a ceder. Oyó el clic de las bridas y…
Tafero le agarró las piernas y las sostuvo.
– Todavía no.
Algo duro golpeó la cabeza de McCaleb y sonó en el colchón junto a él. Volvió la cara y al abrir los ojos vio que se trataba de la cinta de vídeo que le había pedido a
Lucas, el guardia de seguridad. Miró el membrete del servicio de correos en el adhesivo que Lucas había puesto en la cinta.
– Espero que no te importe, pero mientras estabas sin sentido he estado chafardeando esto. No he visto nada. Está en blanco. ¿Por qué?
McCaleb sintió una punzada de esperanza. Se dio cuenta de que el único motivo por el que todavía no estaba muerto era la cinta de vídeo. Tafero la había encontrado y eso había planteado demasiadas preguntas. Era una oportunidad. McCaleb trató de pensar en una forma de sacar partido de ella. No era más que una cinta virgen. Habían planeado utilizarla como cebo en la trampa contra Tafero. Formaba parte del escenario. Pensaban enseñársela y decirle que lo tenían en vídeo enviando el giro postal. Pero no le mostrarían las imágenes. McCaleb pensó que todavía podría usarla, pero al revés.
Tafero presionó con fuerza en sus tobillos, tanto que casi le tocaron las nalgas. McCaleb gimió por la tensión en sus músculos y Tafero alivió la presión.
– Te he hecho una pregunta, hijo de puta. ¡Responde!
– No hay nada. Es virgen.
– Claro. La etiqueta dice «Veintidós de diciembre. Vigilancia de Wilcox», ¿por qué está en blanco?
Volvió a incrementar la presión sobre los muslos de McCaleb, pero no hasta el punto de unos momentos antes.
– Vale, te diré la verdad. Te lo diré.
McCaleb inspiró hondo y trató de relajarse. En el momento en que su cuerpo quedó en calma, cuando el aire llenó sus pulmones, pensó que había detectado un movimiento del barco que no se correspondía con el ritmo del suave sube y baja de las olas del puerto. Alguien había entrado en el barco. Sólo podía pensar en Buddy
Lockridge. Y si era él lo más probable era que estuviera caminando hacia su perdición. McCaleb empezó a hablar rápidamente y en voz alta, con la esperanza de que su voz alertara a Lockridge.
– Es sólo un cebo, nada más. Íbamos a tenderte una trampa, a decirte que te teníamos en vídeo pagando el giro postal por la compra de la lechuza. El plan era que delataras a Storey. Sabemos que lo planeó desde la celda. Tú sólo seguías órdenes. Quieren a Storey mucho más que a ti. Yo iba a…
– Basta, cállate.
McCaleb estaba en silencio. Se preguntó si Tafero se habría dado cuenta del movimiento inusual del barco o si había oído algo, pero entonces vio que levantaba la cinta de la cama. Comprendió que Tafero estaba pensando. Después de un largo silencio, Tafero habló por fin.
– Creo que es una puta mentira, McCaleb. Creo que esta cinta es de uno de esos sistemas de vigilancia multiplex y que no se ve en un vídeo VHS normal.
De no haber sido porque le dolían todos los músculos de su cuerpo, McCaleb habría sonreído. Tenía a Tafero. Se hallaba en una posición desesperada, atado de pies y manos en la cama, pero estaba jugando con su captor. Tafero se estaba replanteando su propio plan.
– ¿Quién más tiene copias? -preguntó Tafero.
McCaleb no respondió. Empezó a pensar que se había equivocado con el movimiento del barco. Había pasado demasiado tiempo. No había nadie más a bordo.
Tafero golpeó con fuerza a McCaleb en la nuca con la cinta.
– He dicho que quién más tiene copias.
Había un tono nuevo en el timbre de su voz. Una parte de la seguridad había sido sustituida por otra equivalente de miedo a que hubiera un fallo en su plan perfecto.
– Jódete -dijo McCaleb-. Haz conmigo lo que tengas que hacer. De todos modos, pronto te enterarás de quién tiene copias.
Tafero empujó las piernas de McCaleb hacia abajo y se inclinó sobre él. McCaleb sentía su aliento cerca de la oreja.
– Escúchame tú, hijo de…
Se produjo un repentino ruido detrás de McCaleb.
– Ni se te ocurra moverte -gritó una voz.
En el mismo instante, Tafero se levantó y soltó las piernas de McCaleb. La repentina liberación de la presión junto con el sonido discordante hicieron que McCaleb se sobresaltara y flexionara los músculos involuntariamente. Oyó el sonido de las bridas en distintas partes de su ligadura. En una reacción en cadena, la brida que tenía en el cuello se tensó y se cerró. Trató de levantar las piernas, pero era demasiado tarde, la brida le estrangulaba. No tenía aire. Abrió la boca, pero no pudo emitir ningún sonido.
43
Harry Bosch estaba de pie en el umbral del camarote de la cubierta inferior y apuntaba con su pistola a Rudy Tafero. Sus ojos se abrieron como platos cuando vio toda la estancia. Terry McCaleb estaba desnudo sobre la cama, con los brazos y las piernas atados tras él. Bosch vio que varias bridas habían sido unidas y usadas para atar muñecas y tobillos, mientras que otra ristra iba desde los tobillos y por debajo de las muñecas para rodear el cuello. El rostro de McCaleb quedaba fuera de su campo visual, pero vio que el plástico se le estaba clavando en el cuello y que tenía la piel amoratada. Se estaba estrangulando.
– Date la vuelta -le gritó a Tafero-. Contra la pared.
– Necesita ayuda, Bosch. Tú…
– He dicho contra la pared. Ahora.
Alzó el arma hasta el pecho de Tafero para que cumpliera la orden. Tafero levantó las manos y empezó a volverse hacia la pared.
– Vale, vale.
En cuanto Tafero se hubo dado la vuelta, Bosch avanzó con rapidez y empujó al hombretón contra la pared. Miró a McCaleb. Ya le veía la cara. Se estaba poniendo cada vez más rojo. Tenía los ojos saliéndose de sus órbitas. Su boca estaba abierta en una desesperada pero inútil búsqueda de aire.
Bosch apretó el cañón de su pistola contra la espalda de Tafero y lo cacheó en busca de un arma. Sacó una pistola del cinturón de Tafero y retrocedió. Volvió a mirar a McCaleb y supo que no tenía tiempo. El problema era controlar a Tafero y llegar a McCaleb para liberarlo. De repente supo lo que tenía que hacer. Retrocedió y agarró las dos pistolas juntas por el cañón. Las levantó por encima de su cabeza y golpeó violentamente la nuca de Tafero con las culatas de las dos armas. El hombretón se desplomó hacia adelante, cayendo de cara contra los paneles de madera de la pared y luego deslizándose hasta quedar inmóvil en el suelo.
Bosch se volvió, dejó las dos pistolas en la cama y rápidamente sacó sus llaves.
– Aguanta, aguanta.
Buscó desesperadamente con los dedos hasta sacar la hoja del cortaplumas que llevaba unido al llavero. Alcanzó la brida de plástico que estrangulaba el cuello de McCaleb, pero no consiguió colocar los dedos por debajo. Empujó a McCaleb de lado y rápidamente pasó los dedos bajo la brida de la parte anterior del cuello. Deslizó la hoja del cortaplumas y logró cortar la brida, aunque desgarrando la piel de McCaleb con la punta de la navaja.
De la garganta de McCaleb brotó un horrible sonido cuando entró aire en sus pulmones y trató de hablar al mismo tiempo. Las palabras eran ininteligibles, perdidas en la instintiva urgencia por captar oxígeno.
– Cállate y respira -gritó Bosch-. Sólo respira.
Con cada inspiración de McCaleb se oía un sensacional sonido interior. Bosch vio una vibrante línea roja que recorría la circunferencia del cuello del ex agente. Tocó suavemente el cuello de McCaleb, tratando de percibir un posible daño en la tráquea, la laringe o las arterias. McCaleb volvió la cabeza bruscamente en el colchón y trató de moverse.