– Desátame.
Las palabras le hicieron toser violentamente y todo su cuerpo se agitó por el trauma.
Bosch utilizó el cuchillo para soltarle las manos y luego los tobillos. Vio las marcas rojas de la ligadura en las cuatro extremidades. Cortó todas las bridas y las lanzó al suelo. Miró en torno a sí y vio el pantalón del chándal y la camiseta en el suelo. Los recogió y los tiró a la cama. McCaleb se estaba volviendo lentamente para mirarlo, con el rostro todavía colorado.
– Me has… me has salvado…
– No hables.
Se oyó un gemido en el suelo y Bosch vio que Tafero empezaba a moverse, al tiempo que comenzaba a recuperar la conciencia. Se acercó y colocó una pierna a cada lado del cuerpo de Tafero. Se sacó las esposas del cinturón, se inclinó y tiró violentamente de los brazos del ex policía para esposarlo a la espalda. Mientras trabajaba hablaba con McCaleb.
– Si quieres deshacerte de este cabrón, átalo a un ancla y tíralo por la borda, por mí está bien. Ni siquiera pestañearé.
McCaleb no respondió. Estaba tratando de sentarse. Después de esposarlo, Bosch se irguió y miró a Tafero, quien había abierto los ojos.
– Quédate quieto, capullo. Y acostúmbrate a las esposas. Estás detenido por asesinato, intento de asesinato y conspiración general para ser un capullo. Creo que conoces tus derechos, pero hazte un favor a ti mismo y no digas nada hasta que saque la tarjeta y te la lea.
En cuanto terminó de hablar, Bosch oyó un sonido procedente del pasillo. En ese instante se dio cuenta de que alguien había utilizado sus palabras como cobertura para acercarse a la puerta.
Todo pareció caer en una claridad en cámara lenta. Bosch se llevó instintivamente la mano a la cadera, pero se dio cuenta de que su pistola no estaba allí. La había dejado en la cama. Cuando empezó a volverse vio a McCaleb incorporándose, todavía desnudo, y apuntando ya una de las pistolas hacia el umbral.
Los ojos de Bosch siguieron el cañón del arma hacia la puerta. Un hombre se estaba impulsando hacia allí, agachado, sosteniendo una pistola con las dos manos. Estaba apuntando a Bosch. Hubo un disparo y la madera saltó de la jamba de la puerta. El hombre se estremeció y entrecerró los ojos. Se recuperó e intentó alzar de nuevo el cañón de su arma. Se produjo otro disparo, y otro más. El sonido fue ensordecedor en los confines de la habitación con paneles de madera. Bosch vio que una bala impactaba en la madera y que otras dos alcanzaban al hombre en el pecho, empujando su cuerpo hasta la pared del pasillo. El hombre se desplomó en el suelo, pero seguía siendo visible desde la habitación.
– No -gritó Tafero desde el suelo-. Jesse, ¡no!
El herido todavía se movía, pero tenía dificultades motoras. Con una mano levantó de nuevo el arma e hizo un lamentable intento de apuntarla hacia Bosch.
Sonó otro disparo y Bosch vio cómo la mejilla del hombre estallaba salpicando sangre. La cabeza retrocedió hasta la pared que tenía detrás y se quedó inmóvil.
– No -volvió a gritar Tafero.
Y luego hubo silencio.
Bosch miró a la cama. McCaleb todavía sostenía la pistola apuntada hacia la puerta. Una nube de pólvora azul se levantaba en el centro del camarote. El aire olía acre y a pólvora quemada.
Bosch cogió su pistola de la cama y salió al pasillo. Se agachó junto al hombre, pero no tuvo necesidad de tocarlo para saber que estaba muerto. Durante el tiroteo había creído reconocerlo como el hermano pequeño de Tafero, que trabajaba con él en la oficina de fianzas. Ahora la mayor parte de su cara había desaparecido.
Bosch se levantó y fue al baño para coger papel higiénico, que luego utilizó para soltar el arma de la mano del cadáver. La llevó hasta el camarote principal y la dejó en la mesilla. La pistola que McCaleb había usado estaba sobre el colchón. McCaleb se levantó en el otro lado de la cama. Se había puesto los pantalones del chándal y se estaba poniendo la camiseta. Cuando pasó la cabeza por el cuello de la prenda, miró a Bosch.
Ambos hombres se sostuvieron la mirada unos segundos. Se habían salvado la vida el uno al otro. Bosch finalmente asintió con la cabeza.
Tafero se sentó, con la espalda apoyada en la pared. Le había manado sangre de la nariz y había bajado por ambos lados de su boca; parecía un grotesco bigote de Fumanchú. Bosch supuso que se había roto la nariz al darse de cara contra la pared. El ex policía se sentó contra la pared, mirando horrorizado a través del umbral al cuerpo del pasillo.
Bosch utilizó el papel higiénico para levantar la pistola de la cama y la dejó en la otra mesilla de noche. Entonces sacó un móvil del bolsillo y marcó un número.
Mientras esperaba que se estableciera la conexión miró a Tafero.
– Has conseguido que mataran a tu hermano, Rudy -dijo-. Eso está muy mal.
Tafero bajó la mirada y rompió a llorar.
La llamada de Bosch fue contestada desde la central. Dio el teléfono del puerto y dijo que iba a necesitar un equipo de homicidios. También pidió un equipo del forense y técnicos de la División de Investigaciones Científicas, y advirtió al oficial al teléfono que hiciera todas las comunicaciones sin utilizar la radio. No quería que la prensa se enterara gracias a un escáner de la policía hasta que fuera el momento adecuado.
Cerró el teléfono y lo levantó para que McCaleb lo viera.
– ¿Quieres una ambulancia? Tendría que verte un médico.
– Estoy bien.
– Tu garganta parece…
– He dicho que estoy bien.
Bosch asintió.
– Tú mismo.
Rodeó la cama y se quedó de pie ante Tafero.
– Voy a meterlo en el coche.
Levantó a Tafero y lo empujó por la puerta. Al pasar junto al cadáver de su hermano en el pasillo, Tafero dejó escapar un lamento animalesco. A Bosch le sorprendió que un sonido semejante pudiera salir de un hombre tan grande.
– Sí, es una pena -dijo Bosch con una nota de compasión en su voz-. El chico tenía un gran futuro ayudándote a matar gente y a sacar gente de la cárcel. -Empujó a Tafero hacia la escalera que conducía al salón.
Al subir por la pasarela hasta el aparcamiento, Bosch vio a un hombre de pie en la cubierta de un velero lleno de balsas, tablas de surf y otros trastos. El hombre miró a Bosch y luego a Tafero y de nuevo a Bosch. Tenía los ojos muy abiertos y estaba claro que lo había reconocido, probablemente por haber visto el juicio por televisión.
– Eh, he oído los disparos. ¿Está bien Terry?
– Va a estar bien.
– ¿Puedo ir a hablar con él?
– Mejor no. La policía está en camino. Deje que se ocupen ellos.
– Eh, usted es Bosch, ¿no? ¿Del juicio?
– Sí, soy Bosch.
El hombre no dijo nada más. Bosch continuó caminando con Tafero.
Cuando Bosch regresó al barco unos minutos más tarde, McCaleb estaba en la cocina, tomándose un vaso de zumo de naranja. Detrás de él, bajo las escaleras, se veían las piernas extendidas del cadáver.
– Un vecino de ahí fuera ha preguntado por ti.
McCaleb asintió.
– Buddy.
Fue todo lo que dijo.
Bosch miró por la ventana hacia el aparcamiento. Le pareció oír las sirenas en la distancia, pero pensó que podía ser el viento gastándole bromas.
– Estarán aquí de un momento a otro -dijo-. ¿Cómo va, la garganta? Espero que puedas hablar, porque vas a tener que dar un montón de explicaciones.
– Estoy bien. ¿Por qué estabas aquí, Harry?
Bosch dejó las llaves en la encimera. Tardó un buen rato en responder.
– Supongo que he intuido que podrías necesitarme.
– ¿Cómo es eso?
– Has irrumpido en la oficina del hermano esta mañana. He supuesto que podría haber leído la matrícula o encontrado una forma de seguirte hasta aquí.
McCaleb lo miró fijamente.
– ¿Y cómo es que has visto a Rudy pero no a su hermano?