– Excelente -dijo Emily, dirigiéndole a su amiga una sonrisa de agradecimiento. -Es probable que la historia aparezca en el Times. Después de varias apariciones…
– ¿Varias apariciones? -preguntó Carolyn, con los ojos muy abiertos. -¿Es que piensas hacerlo más veces?
Emily asintió con la cabeza.
– Creo que tendré que hacerlo por lo menos dos veces más. Quizá tres. Probablemente, dos sean más que suficientes. Estoy segura de que después de la segunda aparición surgirá un gran interés por las mujeres vampiro y por mi relato. Sin duda se venderá y ganaré mucho dinero; salvaré a mi familia de la ruina económica y no tendré que casarme con un hombre rico del que no esté enamorada.
– Se reclinó y sonrió. -¿A que soy un genio?
Carolyn negó con la cabeza.
– Es evidente que no se te ha ocurrido pensar en lo peligroso que es que una mujer se pasee sola en la oscuridad. De verdad, no importa lo rápido que corras, te atraparán.
– Es peligroso para una mujer -convino Emily, -pero no para una mujer vampiro. ¿Quién en su sano juicio perseguiría a un vampiro? La gente huye de ellos. No quieren que les muerda y les succione la sangre.
– Puede que tengas razón -dijo Julianne.
Carolyn clavó los ojos en Julianne.
– No puedo creer que le sigas la corriente.
– Admito que es arriesgado -dijo Julianne con suavidad, -pero todos hemos oído la expresión «quien no arriesga, no gana». Y tal y como se ha desarrollado mi vida, es cierto. Si el plan de Emily tiene éxito, no cabe duda de que se resolverán sus problemas. Se salvará de un matrimonio sin amor.
– Se enfrentó a la mirada de Sarah y Carolyn. -Dado que nosotras tres nos hemos casado con el hombre que amamos y que a su vez nos ama, no podemos querer menos para Emily, ¿verdad?
– Bueno, no, pero… -comenzó Carolyn, pero Julianne la interrumpió.
– Nada de peros. Nuestra amiga se encuentra en una situación desesperada, y eso exige medidas desesperadas.
– Cogió las manos de Emily. -En vista de mi situación y de que no asistiré a ninguna velada, no sé qué podría hacer para ayudarte, pero tienes todo mi apoyo. Como mínimo puedo rezar por tu seguridad y por que tengas éxito. Y te sugiero que lleves un frasquito con sangre de pollo para derramar en el suelo. Aunque no lo descubran hasta la mañana siguiente, fomentará la creencia de que hay un vampiro suelto por los alrededores.
Emily se llevó la mano de Julianne a los labios y dio un pequeño beso en los dedos de su leal amiga.
– Es una idea excelente. Gracias.
– No es que no quiera verte feliz -dijo Carolyn con aire inquieto, -pero estoy preocupada. Hay tantas cosas que podrían salir mal…
– Pero también podrían salir bien -señaló Emily. -Y así será. No tengo intención de fallar.
– ¿Y si lo haces? -replicó Carolyn. Emily alzó la barbilla.
– Entonces no tendré más remedio que hacer lo que es mi deber, casarme con alguien para salvar a mi familia de la ruina. -Y lo haría si no tenía otra alternativa. Con veintiún años era la única de su familia que estaba en edad casadera. Kenneth, William y Percy tenían dieciséis, catorce y trece años respectivamente; Mary, sólo once; y el pequeño Arthur (que fue una auténtica sorpresa), siete. Pensar en que su amada familia, incluida ella, se viera apartada de la sociedad, que sus hermanos no pudieran recibir la educación adecuada y se vieran obligados a vivir en sólo Dios sabe qué tipo de condiciones deplorables, resultaba simplemente insoportable. -Sin embargo, rezaré para que eso no ocurra.
El silencio se extendió entre ellas durante varios segundos.
– Haré lo que esté en mi mano para ayudarte -dijo finalmente Carolyn. -Pero tienes que prometerme que serás muy cuidadosa.
– Y que correrás muy rápido -añadió Sarah.
– Lo haré -prometió Emily, aliviada. -En el fondo sé que esto es lo mejor que puedo hacer y que todo saldrá bien. Además, entre mi cuidadosa planificación y vuestra inestimable ayuda, ¿qué podría salir mal?
Una hora más tarde, después de haberse despedido de sus amigas en la puerta, Emily se volvió hacia Rupert.
– ¿Dónde están mis padres? -le preguntó al mayordomo. Tenía que llevar el disfraz a casa de lord Teller y esconderlo en el jardín, pero antes tenía que saber dónde estaban sus padres para poder evitarlos.
– Lady Fenstraw y los niños salieron hace poco para Gunter's.
Excelente. Al haber salido con sus hermanos, su madre no podría abandonar la heladería más popular de Londres al menos en una hora.
– ¿Y mi padre?
– Su señoría está reunido en el estudio con ese caballero americano.
Emily se quedó helada; una extraña dicotomía teniendo en cuenta el calor que le recorrió el cuerpo.
– ¿El caballero americano?
La larga y afilada nariz de Rupert se alzó un poco. -Sí, ese tal señor Jennsen.
– Oh, ya veo -dijo Emily, sintiéndose orgullosa del tono despectivo de su voz. -¿Lleva aquí mucho tiempo? -Casi media hora, lady Emily.
La joven apretó los dientes. Santo Dios, habían regresado a Londres hacía menos de veinticuatro horas y el señor Jennsen ya estaba molestando a su padre por las deudas que tenían pendientes. La señora Waverly, el ama de llaves, entró en el vestíbulo para consultar un asunto de la casa con Rupert, y Emily aprovechó la ocasión para escapar. Sin embargo, en vez de dirigirse a su dormitorio para recoger el disfraz, recorrió el pasillo hasta la biblioteca. Entró y cerró la puerta sin hacer ruido, moviéndose de puntillas entre las mesitas de caoba, las sillas y los sofás acolchados, cruzando las alfombras Axminster que cubrían el suelo y deteniéndose en la puerta con paneles de madera ubicada en la pared y que conducía a la habitación contigua.
El estudio de su padre.
Se arrodilló y acercó el ojo al hueco de la cerradura. Soltó un suspiro de impaciencia. Su padre tenía situado el escritorio de manera que lo único que podía ver eran las licoreras de cristal junto a la ventana. Se levantó y pegó la oreja a la hoja de la puerta. Le llegó un murmullo de voces masculinas, pero ¡porras!, no lograba entender nada de lo que decían.
Con una habilidad aprendida tras años de jugar a los espías con sus hermanos, giró lentamente el pomo de latón sin hacer ruido y abrió la puerta sólo una rendija.
Y oyó…
Nada.
Pegó aún más la oreja y escuchó durante casi un minuto, pero al ver que no oía nada más que un dilatado silencio, se tragó un suspiro de fastidio. Menuda suerte la suya al haber abierto la puerta justo en una pausa de la conversación. ¿Por qué los hombres no mantenían un diálogo continuo como las mujeres? Cielos, su padre era capaz de quedarse con la mirada perdida durante lo que parecían ser horas mientras reflexionaba entre una frase y otra. Esperaba que el señor Jennsen no le hubiera hecho el tipo de pregunta que requiriera una profunda meditación antes de responder.
O quizá sólo estaban en una pausa para beber una copa. Volvió a arrodillarse y a acercar el ojo al hueco de la cerradura. Pero no vio a nadie de pie cerca de las licoreras. Lo que quería decir que aquélla era una larga pausa en la conversación, o que había concluido la reunión.
– Si hubiera sabido que estaba tan interesada en nuestra conversación, le habría dicho a su padre que la invitara a unirse a nosotros, lady Emily.
La joven soltó un jadeo y se giró con rapidez ante la profunda voz de Logan Jennsen. La sorpresa y la embarazosa posición en la que se encontraba hicieron que perdiera el equilibrio y, antes de que pudiera evitarlo, cayó al suelo. Su trasero aterrizó sobre la madera con un ruido sordo y se golpeó la espalda contra la puerta. El panel de roble se cerró con un fuerte clic que resonó en la estancia.