Los rasgos de Adam se tensaron aún más.
– Han muerto dos marineros de cubierta, señor. Y cinco más, incluido el capitán, están heridos, aunque, por fortuna, no de gravedad.
Logan sintió como si se hubiera convertido en piedra. El Marinero estaba cargado de mercancías y se esperaba que zarpara con la marea esa misma tarde. La pérdida del barco y del cargamento le suponía un fuerte revés financiero, aunque podía sobreponerse a ello. Pero la pérdida de vidas humanas… Maldita sea.
– ¿Cómo se originó el fuego?
– Los miembros de la tripulación que lograron escapar de las llamas dijeron que éstas aparecieron por todas partes en cuestión de segundos, extendiéndose con rapidez por todo el barco.
Logan entrecerró los ojos.
– ¿Llamas por todas partes? Cualquier fuego tiene un origen… por lo menos al principio. A menos que algo inflamable, como queroseno, se haya usado para acelerar el proceso.
– Sí, señor.
– El incendio ha sido provocado.
– Fue una declaración, no una pregunta.
– Eso parece, señor.
– ¿Hay más barcos afectados?
– No, señor. Sólo El Marinero.
Logan caviló sobre eso durante varios segundos. Sus instintos le gritaban que aquello estaba relacionado con aquella sensación de peligro que había estado experimentando desde hacía días. Aquello no era un accidente. Y él era el objetivo.
– Los hombres que murieron… ¿cómo se llamaban?
Adam sacó del bolsillo del chaleco el pequeño cuaderno de notas que siempre llevaba encima. Después de hojear varias páginas le respondió:
– Billy Palmer y Christian Whitaker.
– ¿Tienen familia?
Adam consultó de nuevo su libreta.
– Palmer no tenía familia. Whitaker deja esposa y una hija pequeña.
A Logan se le retorcieron las entrañas al pensar en que esa niña crecería sin su padre. Sabía demasiado bien lo que era criarse sin un padre. Y una mujer sola… Sin nadie que cuidara de ella. También sabía muy bien lo que era aquello. No sabía qué demonios estaba sucediendo, pero se iba a asegurar de que nadie más resultase herido o muriese mientras trataba de averiguarlo.
Se sentó y cogió papel y pluma.
– Organiza un entierro adecuado para esos dos hombres -le ordenó a Adam mientras escribía. -Quiero que los heridos reciban los mejores cuidados médicos y que sean compensados por los sueldos que no percibirán mientras están convalecientes. Necesitaré sus direcciones en cuanto sea posible y también la del señor Whitaker.
Adam arrancó una página de su libreta y se la tendió a Logan.
– Aquí tiene, señor. Pensé que las necesitaría.
Logan se lo agradeció con un gesto de cabeza, impresionado como siempre por la eficiencia de Adam. Casi siempre le resultaba desconcertante la manera en que aquel hombre se anticipaba a él. Parecía como si lo conociera desde hacía años y no sólo unos meses.
– Puedo enviar las cartas correspondientes o hacer las visitas pertinentes en su lugar, señor -dijo Adam.
– Gracias, pero no.
– Ya me he puesto en contacto con Lloyd's -continuó Adam. -No debería haber ningún problema con el seguro.
Logan asintió con aire ausente. Aún no había ordenado sus pensamientos lo suficiente para considerar eso.
Terminó de escribir la nota con rapidez, luego la selló y se la entregó a Adam.
– Quiero que se la entregues personalmente a Gideon Mayne en Bow Street. Tiene que estar informado de esto.
– Sí, señor. -Adam guardó la carta y el cuaderno de notas en el bolsillo del chaleco y se fue. Logan cruzó la estancia y se sirvió tres dedos de brandy, que se tomó de un solo trago. El licor bajó como fuego líquido por su garganta hasta el nudo que tenía en el estómago. Primero le seguía alguien, luego un intruso trataba de abordar uno de sus barcos, y ahora este desastre. Las cosas iban de mal en peor a un ritmo alarmante.
Y tenían que parar.
Ya.
Con aire sombrío dejó la copa vacía en la licorera y luego se encaminó hacia la puerta para hacer las visitas. La señora Whitaker y su hija eran las primeras de la lista.
Cuando Emily llegó a la fiesta de lord Teller esa noche, a la primera persona que buscó fue a Carolyn, que estaba parada junto a una palmera con Daniel. Carolyn se había puesto un precioso vestido del mismo tono de azul que sus ojos… ojos que parecían denotar cansancio. De hecho, mientras se acercaba a su amiga, la joven notó que Carolyn estaba más pálida y ojerosa. Y, aun así, estaba sonriendo en respuesta a algo que le había dicho su marido después de tomar un sorbo de ponche.
– Me alegro de que estés de vuelta en Londres -dijo Daniel cuando Emily se unió a ellos. -Mi mujer ha echado de menos tu compañía y las veladas de la Sociedad Literaria de Damas. -Le dirigió a Carolyn una cálida sonrisa y una mirada radiante de amor, pero a Emily no le pasó desapercibida la preocupación que subyacía bajo ese gesto. -Estoy intentando descubrir de qué fue la reunión de hoy, pero Carolyn ha estado muy callada.
– Oh, no creo que te interesara -dijo Emily con un gesto despectivo de la mano. -Cosas de chicas.
– Mmm. Matthew, Gideon y yo estamos pensando en crear nuestra propia Sociedad Literaria.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué leeríais? -preguntó Emily.
– No creo que os interesara -bromeó él con el mismo gesto despectivo que ella había hecho antes. -Cosas de hombres.
Carolyn apoyó la mano en la manga de Daniel.
– Apuesto lo que sea a que lograría persuadirte para que me contaras todos los secretos de vuestra Sociedad Literaria.
El ardor que brilló en los ojos de Daniel y la mirada íntima que le brindó a su esposa hizo que Emily suspirara de pura envidia. Así era como ella quería que la miraran. Todos los días de su vida. Un hombre que la adorara. Y a quien ella también adoraría. Un hecho que sólo servía para reforzar la necesidad de seguir con su plan, sin importar el riesgo que conllevara. Si ella se veía forzada a casarse por razones puramente económicas y no por amor, jamás conocería lo que tanto Carolyn como Julianne y Sarah experimentaban cuando sus maridos las miraban con tal devoción y puro deseo en los ojos.
– No te contaría mis secretos con tanta facilidad, cariño -dijo Daniel. -Te aseguro que te pasarías horas intentando sonsacarme algo.
Carolyn se rio, pero su risa se convirtió en tos. Tras tomar un trago de ponche, le respondió:
– ¿Horas? Creo que más bien te derrumbarías como un castillo de naipes en sólo treinta…
– ¿Minutos? -sugirió Daniel.
– Segundos -le corrigió Carolyn.
Él se llevó la mano de su esposa a los labios.
– Estoy impaciente por descubrir cuál de los dos tiene razón.
Carolyn sonrió, aunque a Emily le pareció una sonrisa forzada.
– Yo también. -La mirada de Carolyn vagó por encima del hombro de Daniel. -Lord Langston acaba de llegar. ¿No me dijiste que querías hablar con él, Daniel?
– ¿Estás intentando deshacerte de mí?
– Por supuesto que no, pero Emily y yo no podemos hablar de cosas de chicas con un hombre presente; lo entiendes, ¿verdad?
Resultó evidente para Emily que Daniel no tenía ningún deseo de abandonar la compañía de su esposa, pero después de una breve vacilación él dijo:
– Supongo que sí. Os dejo con vuestra conversación. -Se inclinó para besar los dedos de Carolyn, le hizo una reverencia a Emily y se encaminó hacia el otro lado de la estancia.
En cuanto él se marchó, Emily se dio cuenta de que Carolyn dejaba caer los hombros, luego exhaló lo que parecía ser un suspiro de alivio. Sin más dilación, Emily cogió la mano de su amiga y la condujo a una esquina desierta, apartada del resto de la estancia por un despliegue de helechos plantados en enormes macetas de cerámica.
– Sé que te ocurre algo -dijo, estudiando la cara de Carolyn, alarmada por la palidez de su amiga y las sombras violetas que tenía bajo los ojos.