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Carolyn vaciló durante unos segundos, luego asintió rápidamente con la cabeza.

– Sí, me temo que así es. -Apretó las manos de Emily. -No sabes cuánto me alegro de que hayas vuelto. Jamás había necesitado tanto hablar con alguien.

– ¿Y para que están Sarah y Julianne? ¿Y Daniel?

Carolyn negó con la cabeza.

– No quiero contarle a Sarah nada que pueda disgustarla en las últimas semanas de embarazo. Y Julianne parece tan feliz… que no he tenido valor para decírselo. En lo que respecta a Daniel… -Sacudió la cabeza. -No soy capaz de contárselo todavía.

– ¿Decirle qué? -Emily apretó la mano de Carolyn. -¿Qué diablos te pasa? Me estás asustando.

Para consternación de Carolyn, se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Me temo que estoy… enferma.

A Emily se le cayó el alma a los pies. No sabía qué esperaba… quizás una mala noticia con respecto a algún familiar de Daniel, o de un amigo, o tal vez una discusión de pareja que hubiera disgustado profundamente a su amiga. Pero desde luego no había esperado eso.

– ¿Enferma? -repitió, aunque la palabra le sonó distante, como si la hubiera pronunciado otra persona, muy lejos de allí. Recorrió a Carolyn rápidamente con la mirada. Era evidente que su amiga había perdido peso. -¿Has ido a ver a un médico?

Carolyn asintió con la cabeza.

– Visité a uno hace seis semanas…

– ¿Seis semanas? Pero ¿cuánto tiempo hace que te sientes así?

– Cerca de dos meses.

Dos meses. La culpa y el miedo inundaron a Emily. Mientras ella perdía el tiempo en el campo, escribiendo su relato, Carolyn había sufrido. Sola.

– ¿Por qué no me escribiste? Habría regresado a Londres de inmediato.

– No podías hacer nada.

– Habría estado contigo -dijo Emily con voz queda y cargada de emoción. -Lamento tanto no haber estado aquí… Pero ahora sí estoy. Cuéntamelo todo. ¿Qué te pasa?

– N-no estoy segura de cuál es el problema, ni tampoco el médico. Pero me temo que el resultado es desolador.

El tono triste de Carolyn rompió el corazón de Emily.

– ¿Por qué? ¿Qué síntomas tienes? Lo más probable es que sólo sea una dispepsia o…

Carolyn negó con la cabeza.

– Es mucho más que un malestar de estómago. Tengo dolores de cabeza. Terribles dolores de cabeza. Y no logro deshacerme de esta tos. Algunas veces tengo escalofríos y fiebre y me he desmayado al menos media docena de veces durante el último mes.

A Emily volvió a caérsele el alma a los pies. Aquello pintaba… mal.

– ¿Y el médico no te dijo a qué podía ser debido?

– No. Me dijo que jamás había visto todos estos síntomas juntos. Me prescribió un tónico y láudano para los dolores de cabeza, pero los dos me provocaron unas náuseas horribles y dejé de tomarlos.

– Has dicho que no se lo has contado a Daniel pero, evidentemente, sabe que te pasa algo. Puede que hayas podido ocultarle los dolores de cabeza, pero ¿los desmayos? Estás mucho más delgada. Y no me cabe duda de que está muy preocupado por ti.

– Sabe que he estado enferma y está muy preocupado por ello. Sin embargo, desconoce casi todos mis síntomas. Sólo tiene constancia de que me haya desmayado una vez. -Carolyn respiró hondo, luego dijo: -Emily… puede que el médico nunca haya visto antes todos estos síntomas juntos, pero yo sí.

– Ante la mirada inquisitiva de Emily, Carolyn susurró: -Edward.

El nombre del primer marido de Carolyn flotó entre ellas como un toque de difuntos. Antes de que Emily pudiera decir algo, Carolyn continuó:

– Varias semanas antes de morir, Edward sufrió terribles dolores de cabeza acompañados de una tos molesta. También tuvo náuseas, perdió peso y se desmayó un montón de veces. Al cabo de unas semanas estaba muerto.

Santo Dios, Emily recordaba muy bien la rapidez con la que el joven, antaño robusto, se debilitó. Cómo aquel rápido deterioro había desconcertado a su médico. Lo trágica que fue su muerte con tan sólo veintiocho años. Y qué terriblemente afligida se quedó Carolyn.

– El mes pasado escribí en secreto al antiguo médico de Edward, que ahora vive en Surrey, y se lo conté todo. Recibí su respuesta esta mañana…

La voz de Carolyn se desvaneció, y Emily la instó a continuar:

– ¿Y…? ¿Qué te decía?

Carolyn exhaló brevemente. Intentó sonreír, pero sólo le temblaron los labios.

– Aunque me dio el nombre de otro médico que tiene su consulta en Harley Street para que le hiciera una visita, el tono de la carta era desesperanzador. Convenía conmigo en que mis síntomas eran muy similares a los de Edward, y me aconsejaba que pusiera mis asuntos en orden. Que esperara lo mejor, pero también lo peor.

– No. -Emily negó enérgicamente con la cabeza. -No… -repitió con un susurro furioso. -Eres joven y saludable, y superarás esto, ya lo verás. Me niego a creer otra cosa. Me niego a creer que tienes la misma enfermedad que acabó con la vida de Edward. ¿Te has puesto en contacto con el médico de Harley Street?

– Todavía no.

– Entonces será lo primero que hagas mañana. -Apretó la mano de Carolyn. -Y tienes que decírselo a Daniel.

– Se quedará destrozado. Tan destrozado como yo. -A Carolyn le temblaron los labios. -Apenas acabamos de empezar nuestra vida juntos y ahora…

– Y ahora vamos a concentrarnos en averiguar qué es lo que padeces y cómo curarte -dijo Emily con ferocidad, intentando infundir su pasión y su fuerza a Carolyn por pura fuerza de voluntad. -Sabes que Daniel hará todo lo que esté en su mano para ayudarte. Igual que yo. Así como Sarah y Julianne.

Carolyn sacudió la cabeza.

– Sé que tengo que decírselo a Daniel, que no puedo seguir ocultándoselo por más tiempo, pero me niego a darle tal noticia a Sarah antes de que dé a luz.

– Pero, sin duda, Julianne y ella sospechan que pasa algo.

– Les dije lo mismo que le he dicho a Daniel. Que he pillado un buen resfriado y que sufro de dispepsia, lo que, según el primer médico que me examinó, es cierto.

– Pero crees que es algo más que eso, ¿no?

– Me temo que sí.

– No puedes engañar a la gente que te quiere, Carolyn, no por tiempo indefinido. En cuanto te he visto hoy, he sabido que te pasaba algo, y me he prometido a mí misma que lo descubriría incluso aunque tuviera que sacarte la verdad a la fuerza. Sé que intentas ser noble y ahorrarnos dolor, pero nos necesitas. Igual que nosotros te necesitamos a ti. Queremos ayudarte. Y debes permitirnos que lo hagamos. Juntos podremos vencer cualquier adversidad.

– Si el amor pudiera salvar vidas, curar enfermedades, créeme, Edward estaría vivo.

– No sabes si tienes la misma enfermedad que Edward -insistió Emily. -Por ejemplo, tía Agatha se ha desmayado al menos tres veces a la semana durante las dos últimas décadas, y tiene la salud de un roble.

Carolyn esbozó una trémula sonrisa.

– Pero tu tía Agatha siempre se las arregla para desmayarse sobre sillas y sofás.

– Es una suerte que tengamos tantos, pues no hace otra cosa que desmayarse. Carolyn, no debes perder la esperanza.

– No lo he hecho. Es sólo… que me he sentido muy mal y he preferido no preocupar a nadie.

– Bien, pero tienes que olvidarte de eso -dijo Emily con acritud. -La gente que te ama tiene derecho a preocuparse por ti. -Le dirigió a Carolyn su mirada más severa, la que siempre conseguía que sus hermanos abrieran los ojos como platos al saber que se habían pasado de la raya y que muy pronto iban a pagar las consecuencias. -No me hagas enfadar, señorita.

Carolyn soltó una risita llorosa, luego, Emily le dio un fuerte abrazo. Permanecieron abrazadas durante un minuto antes de soltarse.

– Gracias… lo necesitaba -dijo Carolyn, con los brazos todavía en torno a la cintura de Emily. A Emily se le oprimió el corazón.