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– Por supuesto. Además de batirnos en duelo, nosotros los británicos disfrutamos haciendo apuestas. Supongo que recordarás la apuesta que hicimos hace ya unos meses, ¿no?

Una sonrisa curvó los labios de Logan.

– Oh, sí. Disfruté mucho cobrándome las cincuenta libras que perdiste cuando te enamoraste de una joven aristócrata.

Daniel asintió con la cabeza.

– Es cierto. No obstante, me refería a otra apuesta. La que vamos a hacer ahora mismo. Sobre si tú también acabarás enamorado de una joven aristócrata. -Daniel sonrió con arrogancia, y se frotó las manos. -Por la manera en que mirabas a Emily antes, creo que no tardaré en recuperar mis cincuenta libras.

Logan negó con la cabeza.

– Estás, como decís los británicos, chiflado. No, más bien estas como una verdadera cabra. ¿Enamorarme yo? ¿De esa florecilla altiva? Por Dios, me va a dar un ataque de risa.

– Eso es lo que te gustaría creer. ¿Significa eso que estarías dispuesto a subir nuestra apuesta a cien libras?

– Por supuesto. -Logan meneó la cabeza. -No entiendo cómo puedes estar aquí disfrutando de la fiesta en vez de estar encerrado en la celda en un manicomio.

– Me dejan salir por las noches -dijo Daniel con ligereza.

Logan notó que la sonrisa no le llegaba a los ojos.

– Que sean doscientas libras.

– Hecho. Será un placer para mí desplumarte.

– El placer será mío.

Daniel negó con la cabeza.

– Ni hablar. He visto cómo la mirabas. Y cómo te miraba ella. -Se rio entre dientes. -Oh, esto va a ser muy divertido. Buena suerte, amigo mío. Ahora te dejo tranquilo. Por mi parte, haré una lista de las cosas que pienso comprar con esas doscientas libras.

Después de darle a Logan una fuerte palmada en la espalda, Daniel se marchó.

Malditos e irritantes británicos. ¿De veras había pensado que ese hombre le caía bien? ¿Y qué había querido decir Daniel con eso de que había visto cómo lady Emily lo miraba? Incluso mientras se decía a sí mismo que no lo hiciera, Logan se volvió hacia las ventanas de la terraza, buscando a la dama en cuestión con la vista, sólo para observar que ella ya no estaba en ese grupo. Escudriñó la estancia con rapidez y la vio cruzar el pasaje abovedado que daba al pasillo. La observó detenerse y mirar a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que no la veía nadie. Luego, Emily continuó su camino, con un aire tan inocente que Logan casi pudo ver un halo de santidad rodeándole la cabeza.

Pero lo que sin duda había visto era ese pícaro brillo en sus ojos.

Logan entrecerró los ojos mientras ella se escabullía por el pasillo. Y la misma pregunta que se hacía con frecuencia apareció en su mente.

«¿Qué demonios estaba tramando Emily?»

No lo sabía, pero tenía intención de averiguarlo.

Vestida con la capa, la máscara y los colmillos, y los falsos tirabuzones rubios colgándole sobre los hombros, Emily permanecía en las sombras tras la ventana de la terraza, inspirando profundamente para intentar tranquilizarse. Una ráfaga de viento helado agitó los voluminosos pliegues de la capa negra y removió algunos copos de nieve. Emily no estuvo segura de si el escalofrío que la atravesó era de frío, de anticipación o de aprensión. A pesar de ser una mujer de espíritu intrépido, en ese momento estaba muerta de preocupación. No podía fallar. Había demasiadas cosas en juego: la reputación de su familia y su futuro financiero, así como su propia felicidad. Aunque sabía que corría demasiados riesgos, eso era lo que debía hacer. Lo único que podía hacer.

Una vez más repasó mentalmente su plan y luego asintió con determinación. Funcionaría. No podía ser de otra manera. No podía fallar. Y como mucho a la semana siguiente, todos sus problemas se habrían solucionado.

Emily metió la mano en el bolsillo de la capa y sacó un frasquito lleno de sangre de pollo que había sustraído de la cocina de su casa esa misma tarde. Sin embargo, cuando intentó quitar el tapón de corcho, se le rompió. ¡Maldita sea! No podía perder el tiempo.

Intentó quitar el corcho roto, y cuando fracasó, lo presionó para meterlo dentro del frasquito, pero eso tampoco funcionó. Alzó la vista y vio que Carolyn lanzaba miradas ansiosas hacia la ventana. Dándose cuenta de que no podía perder más tiempo, volvió a guardar el frasquito en el bolsillo.

Había llegado el momento de que comenzara la función. «Todo saldrá bien.»

Con ese mantra resonando en su mente, se acercó a las ventanas de la terraza. Carolyn seguía junto al grupo de mujeres que Emily acababa de abandonar. Observó a lady Redmond, a lady Calven y a la señora Norris, tres de las más célebres cotillas de la sociedad, y se felicitó para sus adentros. Como extra, también lord Kaster estaba en el grupo. Tener a un caballero de testigo sólo podría beneficiarla. Excelente. Todo estaba preparado.

Cuando Carolyn volvió a mirar hacia las ventanas, Emily salió de las sombras y se situó en el charco de luz que arrojaban las velas del salón de baile.

En cuanto su mirada se encontró con la de Carolyn, Emily dejó caer la capucha para revelar los tirabuzones rubios y la cara oculta tras la máscara: luego levantó los brazos y enseñó los colmillos. A través del cristal oyó el grito alarmado de Carolyn y vio cómo abría los ojos como platos por la sorpresa y el temor mientras señalaba hacia la terraza.

El grupo que rodeaba a Carolyn se giró y, al instante, se formó un gran revuelo. Emily oyó el tumulto y el inconfundible grito de «¡Un vampiro!» y vio cómo lady Redmond y lady Calvert clavaban la mirada en sus falsos colmillos, moviendo los labios con tal rapidez que parecían borrosos. La señora Norris tenía la boca abierta y parecía una carpa, igual que lord Kaster. Las dos damas que había cerca del grupo se desplomaron en el suelo, y una multitud de gente corrió hacia las ventanas.

Con el corazón rebosante de alegría por el éxito obtenido, Emily volvió a ponerse la capucha y huyó velozmente hacia las sombras. En cuanto salió del charco de luz, se subió las faldas y echó a correr de vuelta a la biblioteca.

«¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho!» Las palabras retumbaban en su mente mientras corría. ¡¡Lo he…!!

Puff. Algo tiró con fuerza de la espalda de la joven haciéndola caer al suelo. Sorprendida, Emily sacudió la cabeza, se puso en pie dispuesta a echar a correr otra vez, pero no pudo dar ni un solo paso. Miró hacia atrás, y se quedó helada. ¡Maldita sea! La capa se le había quedado enredada en un seto espinoso. Agarró la tela y tiró de ella con fuerza, pero sólo sirvió para que se enredara aún más en las espinas.

Con el corazón latiendo con tanta violencia que podía oírlo retumbar en los oídos, Emily volvió a tironear varias veces más esperando que la tela se rasgara, pero no tuvo esa suerte. Había cogido una capa gruesa que la protegiera del frío, pero en ningún momento se le había ocurrido pensar que eso pudiera ser su perdición. Dio un último y desesperado tirón, pero la prenda se negó a soltarse. La joven podía oír voces de hombres gritando, y fue presa del pánico. Caerían sobre ella en cuestión de minutos.

El miedo desentumeció sus dedos y se desabrochó la capa con rapidez. Tan pronto como consiguió liberarse de ella, oyó cómo las puertas de la terraza se abrían de golpe y que aquellas furiosas voces masculinas llenaban la noche.

– ¿De veras creéis que era un vampiro?

– En todo caso, una mujer vampiro…

– Deberíamos perseguirla…

– Sería mejor que avisáramos a las autoridades…

– No voy a arriesgarme a que me muerda…

– Os digo que era el demonio.

Santo Dios. Emily continuó su loca carrera en dirección a la puertaventana de la biblioteca. Rezando para que nadie la viera, entró en la estancia poco iluminada y cerró los paneles de vidrio a su espalda.

Acababa de correr las pesadas cortinas de terciopelo cuando oyó una voz de hombre que gritaba: