– En algunas ocasiones sí, pero la mayor parte de las veces me divierte. Tanto como ver cómo los estimados pares, esos que quieren mandarme a freír espárragos y meterme en el primer barco de regreso a América, buscan ansiosos mi consejo en asuntos financieros y de inversión. -Curvó los labios en una sonrisa sombría. -Dado que hay muchas oportunidades de inversión en mis negocios, muestran por mí un involuntario interés… lo que ha resultado ser muy beneficioso para ambas partes.
»Pero esta extraña sensación que siento últimamente… es diferente -continuó, frunciendo el ceño. -Me siento amenazado. -De hecho, no podía evitar que se le erizara el pelo de la nuca y que un extraño escalofrío de temor le bajara por la espalda incluso en ese cálido y radiante día.
Gideon se giró hacia él.
– ¿Alguna vez te has sentido amenazado en el pasado?
Demasiadas veces.
– Sí, pero hace ya mucho tiempo.
– ¿Sabes qué o quién te amenazó?
Logan apretó los dientes. Jamás lo olvidaría.
– Sí.
– Quizás esté relacionado. Negó con la cabeza.
– Es imposible. Gideon entrecerró los ojos.
– Sólo sería imposible si quien te amenazara estuviera… muerto.
Logan sostuvo la mirada del detective.
– Como he dicho… es imposible.
Gideon le estudió durante varios segundos con una expresión inescrutable, luego asintió con rapidez y volvió a prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. Logan agradeció mentalmente que Gideon aceptara su palabra y no le presionara para que le diera más detalles. Sobre todo porque eso lo había salvado de tener que mentir. Aunque sabía que las mismas mentiras que había contado infinidad veces saldrían de sus labios sin un titubeo, no podía negar que le aliviaba no tener que recurrir a ellas de nuevo, y menos ante ese hombre al que respetaba y que había llegado a considerar un amigo. Sabía muy bien que las mentiras acababan por destrozar una buena amistad. En consecuencia, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido un amigo.
El camino se dividía en dos unos metros más adelante.
– ¿Tienes algún destino particular en mente o sólo estamos dando un paseo por el parque? -le preguntó Gideon, cuando Logan enfiló hacia la derecha sin titubear.
– Voy a Park Lañe -dijo Logan. -Tengo una cita. Con William Stapleford, el conde de Fenstraw.
Sintió el peso de la mirada de Gideon.
– No parece que te haga mucha gracia.
Maldita sea. ¿Tan obvia era su incomodidad que cualquiera podía notarla? ¿O quizá Gideon era un hombre demasiado perceptivo? Esperaba que fuera eso último.
– Así es -admitió. -Pero debo reunirme con el conde por un asunto de negocios y sospecho que no será nada agradable.
En realidad sabía que esa condenada reunión con el conde sería de lo más desagradable. Aun así, le intranquilizaba tanto, si no más, la posibilidad de ver a la hija de Fenstraw, lady Emily.
Logan tensó la mandíbula. ¿Sería posible que su desasosiego estuviera relacionado de alguna manera con su inminente visita a la casa del conde, ya fuera por encontrarse con el propio conde o con su hija? No había visto a lady Emily durante los últimos tres meses, pues la familia Stapleford se había retirado a su hacienda. Pero habían regresado a Londres el día anterior, y Logan sabía que sólo era cuestión de tiempo que lady Emily y él se encontraran en un lugar u otro.
Una imagen de la mujer con la que había intentado relacionarse durante meses sin éxito alguno pasó como un relámpago por su mente y contuvo un gruñido de disgusto. Maldita sea, ¿por qué no podía olvidarse de ella? Era guapa, cierto, pero la belleza no solía llamar su atención más que por un fugaz momento. Logan siempre había preferido lo inusual antes que una absoluta perfección. Y el hermoso rostro de lady Emily y su cuerpo eran, sin lugar a dudas, de una absoluta perfección.
La joven poseía una brillante mata de pelo oscuro con unos profundos reflejos rojizos que captaban y reflejaban toda la luz de la estancia en la que se encontrara. Destacaba entre las jóvenes rubias que tantos caballeros de la sociedad preferían como una lustrosa piedra de ébano en una playa de arenas blancas.
Y sus ojos tenían un inusual matiz verdoso. Como si uno observara una esmeralda a través de un cristal de color verde mar. Cada vez que la miraba directamente a los ojos, sentía como si estuviera mirando un océano insondable cuyo fondo fuera un césped frondoso. Le recordaba a un cuadro que había visto en una ocasión de una ninfa emergiendo del mar. Había observado cómo esos ojos claros y vivaces brillaban con calidez y chispeante travesura cuando estaba en compañía de sus amigas, pero se volvían gélidos cada vez que su mirada se cruzaba con la de ella.
Desde la primera vez que se vieron, poco tiempo después de su llegada a Londres, ella lo había mirado con desdén por encima del hombro, y él la había considerado otro consentido, prepotente y arrogante diamante de la sociedad. El tipo de mujer que no le gustaba. En absoluto. Prefería a una moza de taberna divertida y juguetona antes que a cualquier jovencita de sangre azul que con sus elegantes vestidos de noche, sus brillantes joyas y su aire altivo se creía claramente superior a los meros mortales.
Aun así, como Logan había entablado amistad con los amigos de lady Emily, siempre que la veía se encontraba atraído contra su voluntad por ese pícaro brillo de sus ojos mientras se preguntaba qué tipo de travesura habría ideado en esa ocasión la correcta hija del conde.
Y lo había descubierto.
Hacía tres meses. El día de la boda de Gideon con lady Julianne Bradley, un acontecimiento que había estado en boca de toda la sociedad. Entonces había tenido lugar -por sugerencia de lady Emily -un breve encuentro privado entre Logan y ella. Un encuentro que había desembocado, por iniciativa de ella, en un beso inesperado.
Aquel maldito beso le había estremecido hasta los huesos, dejándole totalmente conmocionado hasta que ella se había apartado de él y le había mirado como si fuera un bicho asqueroso pegado a la suela de su delicado escarpín de raso. Al instante -o más bien cuando Logan había conseguido recuperar el sentido común que ella le había arrebatado tan eficazmente -se mostró desconfiado ante los motivos que ella pudiera haber tenido. Ni por un momento se creyó la afirmación de Emily de que sólo había querido satisfacer su curiosidad. ¿Cómo iba a creer tal cosa cuando hasta ese momento ella había hecho todo lo posible para evitarle, hasta el punto de que él no estaba seguro de si aquellos considerables esfuerzos por eludirlo le divertían o le irritaban?
No, parecía mucho más probable que ella hubiera descubierto que su padre le debía una fortuna y decidiera jugar con él, procurando persuadirlo con sus encantos para que le perdonara la deuda. Como si un simple beso -o cualquier otra cosa que ella pudiera ofrecerle -fuera a lograr ese objetivo. Logan jamás había dejado que el placer o los sentimientos personales interfirieran en sus negocios.
No obstante, el repentino cambio de la joven le había desequilibrado por completo. Si hubiera podido pensar con claridad, demonios, si hubiera podido formar una sola frase coherente, le habría exigido que le dijera la verdad. Pero hablar estuvo más allá de sus posibilidades, y ella abandonó la estancia antes de que él volviera a pensar de manera coherente. Y aquel simple beso, que durante unos segundos lo había dejado fuera de combate, había encendido un fuego en él que Logan no había sido capaz de apagar. Un beso que se volvió frustrantemente inolvidable.
El día después de la boda y de aquel condenado beso, Emily y su familia se fueron al campo, y no la había vuelto a ver desde entonces.
Por desgracia, no pudo quitársela de la cabeza.
– ¿Te parece bien?
La voz de Gideon arrancó a Logan de su ensimismamiento, y se volvió hacia el detective. Se encontró con que Gideon lo miraba fijamente con una expresión inquisitiva.