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– Pero no me gusta en absoluto -gimió Emily en voz baja.

Para sorpresa de la joven, Carolyn se rio. Y, a pesar de su desgracia, Emily agradeció profundamente lo que fuera que hubiera hecho reír a su amiga. Casi parecía la Carolyn de siempre.

– Cariño, es evidente que eso de «en absoluto» ya no es cierto. -Pero lo es. Lo encuentro irritante e insufrible. Es inexplicable que bese tan bien.

– Sin duda habrá practicado mucho.

Sin duda. Y Emily se negó a examinar más de cerca el nudo que se le había puesto en el estómago.

Carolyn miró por encima del hombro de Emily.

– Bien, si es verdad que crees que es tan grosero…

– Oh, claro que sí…

– En ese caso no te importará que él parezca estar interesado en lady Hombly.

Emily parpadeó. Luego frunció el ceño. Se giró para ver lo que Carolyn estaba mirando y se quedó helada. La hermosa lady Hombly miraba al señor Jennsen como si éste fuera el hombre más fascinante de la Tierra. Y él, a su vez, escuchaba lo que fuera que le estuviera diciendo la hermosa viuda con la misma atención arrobada de un ladrón ante un cofre de joyas. Él se acercó más a lady Hombly, que susurró algo que le hizo sonreír y pareció dejarlo encandilado; un hecho que retorció las entrañas de Emily con una sensación tan desagradable que sintió el repentino deseo de abofetear la bella cara de lady Hombly.

– Por supuesto que no me importa -dijo ella, volviendo a prestar atención a Carolyn, orgullosa de lo firme que había sonado su voz. -Son tal para cual.

Lo eran. Emily tenía cosas más importantes por las que preocuparse que por a quién podía andar besando el señor Jennsen. Después de todo, tenía que conseguir una capa nueva y otro frasquito con sangre, y planear la próxima aparición del vampiro… y todo antes de la siguiente función, que sería al cabo de dos noches. Porque en su siguiente aventura como mujer vampiro nada podía salir mal.

No volvería a encontrarse con el grosero, irritante e inconstante señor Jennsen.

CAPÍTULO 07

Sólo podía estar con él por la noche.

A mi pesar, tenía que dejarlo antes del amanecer,

odiando estar separada de él hasta que finalizara el día.

Odiando a cualquier mujer mortal que pudiera

tocarle bajo la luz del sol, que pudiera pasear

con él por el parque, que formara parte de

su existencia todos los días… una vida

que no compartía conmigo y

en la que nunca podría incluirme.

El beso de lady Vampiro,

Anónimo

Logan recorrió el sinuoso camino de grava en Hyde Park, preguntándose -como ya se había preguntado media docena de veces durante la última hora -qué diablos le pasaba. Tenía todas las razones del mundo para ser feliz. Hacía buen tiempo, el sol de primera hora de la tarde brillaba en el cielo azul profundo, el aire invernal era vigorizante y no tan cortante como otros días. En ese paseo por el parque le acompañaba una hermosa mujer, lady Hombly, que enlazaba su brazo con el suyo. Dada la manera en la que Celeste rozaba su generoso busto contra su bíceps, y las ardientes miradas que le había lanzado esa tarde, no quedaba ninguna duda de que la mujer quería compartir algo más que un paseo. Era coqueta, halagadora, atenta y, evidentemente, experimentada en asuntos amorosos. De hecho, Logan no dudaba de que llegaría a un acuerdo privado con ella, que podría seducirla en menos que canta un gallo. Sí, tenía todas las razones para ser feliz.

¿Por qué demonios no lo era?

La sensación de amenaza, de sentirse observado que lo acosaba recientemente, estaba ausente en ese momento, aunque sus instintos le advertían que permaneciera alerta, que eso sólo era la calma que precedía a la tempestad. Pero por ahora no debía preocuparse de eso. Entonces, ¿por qué en lugar de pasar un buen rato en compañía de Celeste -como haría cualquier hombre con sangre en las venas, en especial uno que llevara meses sin disfrutar de una mujer -pensaba en lo poco interesante que era? ¿Por qué no le resultaba atractiva? ¿Por qué se sentía tan descontento?

Maldita sea, era perfecta, era exactamente lo que él necesitaba: una mujer afectuosa y hermosa, dispuesta a entablar una corta relación con la que saciar sus deseos. A diferencia de otras mujeres de su clase, ésa era incluso capaz de hablar de otra cosa que no fuera el tiempo o la moda. Y allí estaba, mirándole con una expresión que sugería que él era un helado de fresa y que ella tenía antojo de uno.

Sin lugar a dudas podría haberse acostado con ella la noche anterior, pero algo le había detenido. Algo que no podía explicarse. Su cuerpo ansiaba ardientemente una liberación, pero en vez de buscarla con la mujer que tenía a su lado, se había ido solo a casa. Desesperado por aclararse la mente y relajarse, ordenó que le prepararan un baño caliente, pero en cuanto se hundió en el agua y cerró los ojos, las imágenes que intentaba mantener a raya lo inundaron.

Imágenes de lady Emily. De la mujer que quería olvidar con todas sus fuerzas y que estaba resuelto a olvidar.

La febril imaginación de Logan, encendida todavía más por el apasionado beso que compartieron en la biblioteca de lord Teller, conjuró aquellos extraordinarios ojos que brillaban de picardía y deseo y esos labios seductores que tan deliciosos sabían.

Y en un instante, más que sosegarle, estar sumergido en el agua caliente sólo le inspiró fantasías. Se la imaginó con él en la bañera. Tocándole. Excitándole. Llenándose las palmas de las manos con sus senos, lamiéndole los pezones con la lengua. Su cuerpo húmedo sobre el de él… acogiéndole en su cálida y tensa suavidad…

Con un deseo que casi rayaba el dolor, fue incapaz de no acariciarse su rígido miembro, imaginando que eran las jabonosas manos de ella las que le daban placer, que eran sus dedos los que se deslizaban sobre él. El clímax lo atravesó mientras gemía el nombre de Emily en un ronco grito.

Aquella liberación le satisfizo físicamente durante un breve momento, pero al final le hizo sentirse vacío. Insatisfecho. Y más solo que nunca. Salió de la bañera y se metió en la cama, incapaz de borrar de su mente las fantasías eróticas que aquella mujer le inspiraba, angustiado porque a pesar de todos sus esfuerzos por pensar en alguien -cualquiera -que no fuera ella, Emily ocupaba cada recoveco de su mente.

Maldita fuera.

Respiró hondo y hubiera jurado que incluso ahora podía oler su embriagador perfume. Sólo Dios sabía el tiempo que el sabor de ella permaneció en su lengua.

– ¿Es por algo que he dicho?

Aquella gutural voz femenina lo arrancó de sus inquietantes pensamientos y se volvió hacia Celeste. Ella lo miraba con una mezcla de diversión, exasperación y curiosidad. Estaba claro que esperaba una respuesta de él. Maldita sea, Logan comenzó a sentir que se ruborizaba. Se aclaró la garganta.

– ¿Perdón? -dijo.

– Le preguntaba si frunce el ceño por algo que yo haya dicho.

Maldiciéndose para sus adentros, Logan relajó el semblante al momento. Había ido a recogerla una hora antes, decidido a aceptar la invitación que insinuaran sus ojos y su conducta la noche anterior. No obstante, una vez en su casa, Logan fue incapaz de obligarse a seducirla. No. En vez de eso le sugirió que dieran un paseo por el parque. Y allí estaba, pensando otra vez en lady Emily. Y, al parecer, frunciendo el ceño.

– No es por nada que usted haya dicho -le aseguró. En especial porque no tenía ni idea de qué había dicho. -Perdóneme. Me temo que estaba distraído. ¿Qué me estaba diciendo?

Logan se obligó a centrar su atención en ella y durante los siguientes minutos hablaron de una obra teatral a la que los dos asistieron varias semanas antes. Aun así, a pesar de esa divertida y encantadora conversación y de la cálida admiración que resplandecía en los ojos femeninos, Jennsen se encontró pensando de nuevo en «ella». En sus labios… en aquella boca tan suave y plena que se abrió con tanto ardor bajo la suya. Que se curvaba con facilidad en una seductora y picara sonrisa para todos, salvo para él. Una boca que estaba tan inexplicablemente decidido a conseguir que sonriera para él.