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Y entonces, como si sus pensamientos la hubieran conjurado de alguna manera, al doblar un recodo del camino junto a su acompañante, la vio. Logan se detuvo y parpadeó para asegurarse de que ella no era sólo un producto de su desbocada imaginación. Pero no, definitivamente era lady Emily, que estaba a seis metros de él junto a un grupo de gente. Y sus labios estaban curvados en esa seductora y picara sonrisa. Una sonrisa que, por supuesto, no estaba dirigida a él. No, se la brindaba al joven alto que estaba a su lado. Un hombre joven, al que Logan no conocía, que se reía de algo que ella decía y que, en ese momento, alargaba la mano para acariciarle la barbilla.

Logan apretó los dientes ante la familiaridad del gesto. Resultaba evidente que lady Emily y su acompañante se conocían bien, un hecho que quedó todavía más claro cuando ella extendió la mano y en un gesto travieso le tiró del ala del sombrero, tapándole los ojos. El joven protestó e intentó atraparla juguetonamente, pero con una risita alegre ella se escabulló a un lado, fuera de su alcance.

– Oh, lord y lady Fenstraw con su prole -murmuró Celeste, deteniéndose a su vez y señalando al grupo con la cabeza. -Los conoce, ¿no?

¿Prole? Logan observó a la familia durante varios segundos y sintió que desaparecía la tensión que un instante antes se había apoderado de él. Basándose en el parecido, no cabía duda de que el joven con el que había estado bromeando lady Emily era uno de sus hermanos. Había también otros cuatro niños de diversas edades -evidentemente, los demás hermanos de lady Emily, -así como sus padres y una mujer entrada en años a la que Logan reconoció como tía Agatha, con la que había coincidido en varias ocasiones y que a menudo ejercía de chaperona de Emily. El grupo estaba rodeado por un perro enorme y tres perritos cuyas correas parecían estar irremediablemente enredadas.

Logan sabía que lady Emily era la mayor de sus hermanos, pero nunca había conocido a los miembros más jóvenes de la familia. Hizo un rápido recuento mental y negó mentalmente con la cabeza. Seis hijos. Y cuatro perros. Santo Dios, ¿cómo lograrían controlarlos a todos?

– Por supuesto conozco a lady Emily, a sus padres y a su tía -repuso él, -pero no al resto de los hijos.

– Pues dado que no será posible evitarlos, está a punto de hacerlo.

El tono de la mujer hizo que volviera la mirada hacia ella.

– Parece como si prefiriera evitarlos.

Ella se encogió de hombros.

– La verdad es que si pudiera, lo haría.

– ¿No le gustan?

– No es eso. Es sólo que he oído rumores de que la familia está atravesando graves problemas económicos.

– ¿Cree que van a robarnos? -sugirió él por lo bajo con una expresión perfectamente seria.

Celeste soltó una risita y apretó el seno contra el brazo de Logan, un gesto provocador que debería haber encendido una chispa de pasión en él pero que, por el contrario y, muy a pesar suyo, le dejó frío.

– Por supuesto que no. Es sólo que… -Se le desvaneció la voz y una vez más se encogió de hombros. -Bueno, ya sabe a qué me refiero.

Logan apretó los dientes. Sí. Lo sabía. Perfectamente. Sabía que a los miembros de la aristocracia sólo les gustaba alternar con los de su clase y lo fácilmente que dejaban de lado a alguien que no alcanzaba tan altas expectativas, ya fuera financiera o socialmente. O las dos cosas a la vez. Sabía de sobra que si no fuera por el hecho de que él era un hombre acaudalado, esa mujer con título de nobleza que lo cogía del brazo no se habría acercado a él ni para arrojarle agua en caso de que estuviera ardiendo.

– Por supuesto, no sé si los rumores son ciertos o no -continuó Celeste en un susurro -pero de ser así, lady Emily los rescatará casándose convenientemente con un hombre rico que rellene las arcas de la familia. En cualquier caso es hora de que se case. He oído rumores de que el conde tiene un montón de propuestas matrimoniales para ella.

Logan sintió como si se le cuajaran las entrañas mientras su mirada se clavaba en lady Emily. La joven vestía una capa de terciopelo de un profundo tono azul y un sombrerito a juego; prendas que él sospechaba que resaltarían sus extraordinarios ojos color mar. Los oscuros tirabuzones con toques rojizos enmarcaban su cara e, incluso a esa distancia, podía ver que tenía las mejillas sonrojadas por el aire vigorizante. En ese momento, Emily se había arrodillado para quedar a la altura de los ojos del niño con el que conversaba. Logan supuso que era el miembro más joven de la familia. Este sujetaba la correa de un enorme perro color café, un animal que tenía casi el mismo tamaño que el niño. Observó cómo la joven le sonreía al muchacho, le pellizcaba la nariz y le revolvía el pelo que era del mismo color que el suyo. No era extraño que basándose en su apariencia hubiera una fila de hombres a la puerta de la casa del conde para pedir su mano.

Ella se enderezó y, como si sintiera el peso de su mirada, se volvió hacia él. Sus miradas se cruzaron y la joven se quedó paralizada. Durante un instante, Emily continuó sonriendo, y para Logan se desvaneció todo lo que los rodeaba -la gente que no dejaba de hablar, los animales, la mujer que iba cogida de su brazo. -Todo, salvo ella.

Luego, la sonrisa de Emily se desvaneció como la llama de una vela, y sus mejillas se ruborizaron un poco más. La joven desvió la vista hacia Celeste que todavía se aferraba al brazo de Logan de tal manera que éste comenzaba a sentir como si ella fuera una hiedra y él, un muro de ladrillos. Emily abrió más los ojos y luego alzó la barbilla de ese modo arrogante que a Logan tanto le molestaba y divertía a la vez.

– Buenas tardes -dijo Logan, acercándose al grupo.

Saludó a lord Fenstraw tocándose el ala del sombrero, luego hizo una reverencia formal a las damas.

– Lady Fenstraw, lady Agatha, lady Emily.

Logan casi se rio ante las variadas reacciones que su presencia provocó. El semblante de lord Fenstraw palideció visiblemente, como si temiera que Logan pensara exigirle el pago de los fondos que le debía allí mismo, en el parque. Tras unos segundos de consternación, la expresión de lady Fenstraw se volvió especulativa, como si estuviera calculando lo que él valía. Lady Agatha le ofreció una sonrisa con hoyuelos y, como era habitual en ella cada vez que se encontraban, se inclinó hacia él y le habló en voz muy alta.

– Buenas tardes, señor Jennsen -gritó lady Agatha. Logan no sabía si ella le hablaba así porque estaba sorda como una tapia o porque pensaba que lo estaba él. O tal vez creyera que como americano que era, no sabía hablar bien inglés.

Y por último, pero no por ello menos importante, lady Emily lo miraba como si acabara de morder un limón.

– Creo que ya conocen a lady Hombly -dijo él.

Celeste intercambió saludos con lady Emily y su familia, y Logan reparó en que la mirada que lady Fenstraw le dirigía a Celeste indicaba que se moría por saber la clase de relación que la viuda tenía con Logan. Y como prueba de ello, dijo:

– Sí, por supuesto que conocemos a lady Hombly, lo que no sabía era que usted la conociera señor Jennsen. Me ha extrañado verlos juntos mientras disfrutamos en familia de este clima tan inusual pero agradable. Déjeme presentarle a mis hijos menores.

Logan le estrechó la mano a Kenneth, vizconde de Exeter, el joven alto al que Emily había bajado del sombrero. Debía de tener unos dieciséis años y saludó a Logan con una sonrisa cordial. A continuación le presentaron a William y a Percy, dos muchachos larguiruchos que poseían el desgarbado aspecto de los niños a punto de convertirse en hombres. Los dos tenían el mismo color de ojos que Emily y el mismo brillo travieso. Después conoció a Mary, que estaba muy despeinada, sin duda por su infructuoso esfuerzo por desenredar las correas de los tres perritos que ladraban alrededor de ella.