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Y, por último, le presentaron a Arthur quien, después de hacerle a Celeste una reverencia y estrechar la mano que Logan le tendía, señaló con la cabeza su enorme perro.

– Ésta es Diminuta.

Logan no pudo evitar reírse.

– Creo que es más grande que tú.

Arthur esbozó una sonrisa traviesa, revelando un hueco donde había perdido un diente.

– Ahora sí lo es, pero cuando Emily me la regaló era muy pequeña. Le he enseñado a darme la pata. Se lo mostraré. -Se volvió hacia la perra y le dijo: -Dame la pata, Diminuta.

Y Diminuta levantó al instante una enorme garra del tamaño de un plato que tropezó contra la parte delantera de la capa gris de Celeste. La mujer gritó sorprendida y dio un paso atrás. Diminuta deslizó la pata por la prenda, dejando una larga mancha oscura.

– Lo siento mucho -dijo Arthur, sonrojándose hasta la raíz del cabello. -Supongo que aún no le sale bien. ¿Quiere mi pañuelo? -Sacó del bolsillo un trozo de tela que parecía haber sido usado para que se limpiara las huellas de la perra.

Diminuta soltó un profundo ladrido antes de tumbarse en el suelo y relamerse.

– Eso quiere decir que lo siente mucho -dijo Arthur, tendiéndole todavía el pañuelo.

La mirada horrorizada de Celeste se desplazó desde la tela manchada a la perra. Miró a Diminuta con rabia, como si quisiera que pasara a mejor vida. Luego lanzó una mirada fría a Arthur y al pañuelo que éste le tendía. Logan no creía haber visto nunca a ninguna mujer tan disgustada como Celeste. Ni a un niño tan consternado. Emily se acercó a su hermano y le puso la mano en el hombro. Logan notó que le daba al niño un apretón tranquilizador.

– Oh, querida -dijo lady Fenstraw, acercándose a Celeste. Frunció el ceño en dirección a su hijo menor. -Está claro que tienes que enseñar mejor a Diminuta, Arthur.

Arthur miró al suelo y arrastró la punta de la bota contra la grava. Incluso Diminuta parecía triste.

– Sí, mamá.

Lady Fenstraw se volvió hacia Celeste, que parecía rechinar los dientes.

– Su preciosa capa ha quedado hecha un desastre. Habrá que limpiarla de inmediato antes de que sea imposible quitar la mancha. Y por supuesto, no puede pasearse por ahí con esa prenda en tal estado. ¡Qué pena! ¿Dónde está su carruaje?

– Hemos venido en el mío -dijo Logan. -Está al otro lado del parque. -Se volvió hacia Celeste. -La acompañaré…

– Tonterías -le interrumpió lady Fenstraw. -Nuestra casa está mucho más cerca, apenas a cinco minutos. -Agarró a Celeste del brazo. -Mi doncella, Liza, es muy buena quitando manchas. Tomaremos una taza de té mientras esperamos, luego podrá volver a casa en nuestro carruaje.

– Puedo acompañar a lady Hombly… -comenzó Logan, pues se sentía obligado a llevarla a casa, pero su ofrecimiento fue interrumpido por lady Fenstraw.

– Al contrario, estoy segura de que lady Hombly no querrá privarle del paseo y de este tiempo tan estupendo -insistió lady Fenstraw. -Sufriremos muchos meses de lluvias y frío antes de ver otro día como éste.

Celeste se volvió hacia él.

– Lady Fenstraw tiene razón -dijo. -No hay razón para que no disfrute del paseo. -Le dirigió a Arthur y a Diminuta una mirada aniquiladora. -Aunque odio tener que interrumpir nuestro paseo, no puedo dejar que la capa se eche a perder. ¿Le importa mucho si me marcho?

– Claro que no -dijo él. Sabía que debería haberse sentido decepcionado, pero en vez de eso se sentía aliviado.

– Estaré en casa esta tarde -le dijo en un susurro que sólo él pudo escuchar mientras le brindaba una sonrisa.

Lady Fenstraw se ajustó el sombrerito y se volvió a su marido.

– Fenstraw, por favor, acompáñanos a casa. Agatha, quédate con Emily y con los niños, y con el señor Jennsen. -Le dirigió a Logan una sonrisa y luego, con suma habilidad, empujó a Celeste por el camino con el conde siguiéndoles los pasos.

Hubo unos segundos de silencio tras su partida, y Logan no pudo menos que pensar que de alguna manera todos eran peones en un juego de ajedrez donde lady Fenstraw manejaba las piezas a su antojo. A pesar de ello, no lamentaba que Celeste se hubiera ido, pero tampoco le gustaba quedarse en compañía de lady Emily. Maldita sea, ¿cómo iba a poder olvidarse de ella cuando no hacía más que encontrársela? Y por el ceño fruncido de la joven, a ella tampoco le hacía ninguna gracia el tener que pasar más tiempo juntos.

Kenneth rompió el silencio ofreciéndole el brazo a tía Agatha y sugiriendo que reanudaran el paseo. William y Percy echaron a correr y se empujaron juguetonamente el uno al otro mientras seguían a su hermano y a su tía. Logan observó a Emily, quien sin importarle la dura grava, se arrodilló delante de Arthur y le cogió la cara, cubierta por unas gafas, entre las manos. Era innegable el amor y la compasión que brillaban en los ojos de la joven. Logan vio que el niño parpadeaba para contener las lágrimas y sintió pena por él. Recordaba muy bien lo que era tener esa edad y controlar las ganas de llorar. Apartó la mirada con rapidez, sabiendo que el niño se sentiría más avergonzado todavía si sospechaba que él había notado su aflicción.

Miró entonces a Mary, que todavía trataba de desenredar las correas de aquellos juguetones perritos. Sintiendo que debía hacer algo, se dirigió hacia ella.

– ¿Puedo ayudarte?

Mary le miró y sonrió, y Logan se encontró encandilado por aquel duendecillo que parecía una versión infantil de su hermana.

– La verdad es que sí -dijo ella. -Si puede sujetar a Romeo, intentaré liberar a Julieta y a Ofelia.

Logan parpadeó y miró al escurridizo cachorro que meneaba la cola totalmente decidido a lamer algo. Cualquier cosa. Intentando ignorar la opresión que sintió en el pecho, se puso en cuclillas esperando poder ayudar en algo, pero en su lugar fue abordado inmediatamente por los otros dos cachorros que estaban aún más resueltos que Romeo a pasar la lengua por lo que fuera.

– Perfecto -dijo Mary, poniéndose en cuclillas a su lado mientras Romeo intentaba lamer la barbilla de Logan y los otros dos perros forcejeaban por subirse a sus rodillas. -Si los mantiene ocupados un momento, señor Jennsen, podré desenredar las correas.

Logan se reclinó y miró a Romeo, que volvió a lamerle la barbilla con su lengua rosada.

– «Romeo, ¿eres tú?» -Logan se aclaró la garganta y continuó con la cita: -«¿Qué luz es la que asoma por esa ventana?»

Mary levantó la mirada de su tarea.

– ¿Le gusta Shakespeare, señor Jennsen?

– Sí. Y, por los nombres de tus perritos, imagino que a ti también.

– Mucho. -Se acercó a él y le dijo en un susurro conspirador: -Por supuesto, no les he contado los trágicos finales que sufrieron los dueños de sus nombres.

– Buena idea -repuso Logan con otro susurro. -Será mejor decirles que sólo se tratan de personajes literarios.

Como su hermana, Mary sonreía con facilidad. A diferencia de ésta, sin embargo, le sonreía a él.

– Y es lo que he hecho. Si bien esos personajes tuvieron trágicas muertes, al menos sus nombres son mejores que los que sugirió mi madre.

– ¿De veras? ¿Qué nombres sugirió?

– Charlatán, Llorona y… -se inclinó más cerca -Meona.

Logan tuvo que hacer un esfuerzo considerable para no echarse a reír.