– Creo que Romeo, Julieta y Ofelia han sido la mejor elección.
– Por supuesto. En especial cuando ellos no pueden evitar ladrar, gemir y hacer pis. Se suponen que eso es lo que hacen los perritos. -Soltó un sonido de júbilo. -Por fin he conseguido desenredarlas. -Cogió un cachorro en cada brazo y se levantó. Logan, con Romeo bajo el brazo, hizo lo mismo.
Sois muy traviesos -les regañó Mary. -Tenéis mucha suerte de ser tan bonitos. -Señaló a Diminuta con la cabeza. -Ella es su madre, ¿sabe?
Logan rascó a Romeo detrás de las orejas y sonrió cuando el perro lo miró jadeante con ojos llenos de adoración.
– Ya veo el parecido.
– Mi madre dice que dentro de poco tendremos que enviarlos al campo. Dice que no podemos tener cuatro perros del tamaño de Diminuta en Londres, aunque Kenneth insiste en que los perritos no serán tan grandes como su madre porque su padre es un perro más pequeño. -Miró a Logan con desconcierto. -No creo que eso importe, ¿verdad?
El instinto de Logan le advirtió que ése era un tema espinoso y que debería evitarlo como la peste.
– Bueno… no sabría decirte. Supongo que el tiempo lo dirá.
– ¿Ya están desenredadas? -preguntó Emily detrás de ellos.
Aliviado por la interrupción, Logan se dio la vuelta. Lady Emily y Arthur se acercaban precedidos por Diminuta. Una mirada a la cara del niño dejó claro que al final había roto a llorar. Algo pareció enternecerse en el pecho de Logan por aquel niño que había intentado tan valientemente contener las lágrimas, y le brindó una sonrisa.
– Ten, Emily -dijo Mary dándole un cachorro. -Eres la única que no lleva un perro.
Emily se acercó la pelota de pelusa a la cara y se rio cuando la perrita le dio un lametazo en la nariz.
– Tus besos resultan demasiado húmedos, Ofelia… -murmuró.
– Ésa es Julieta -dijo Mary. Dejó a Ofelia en el suelo, y la perrita echó a correr por el sendero. Mary la siguió corriendo, alcanzando con rapidez a su tía que iba un poco más adelante con sus hermanos.
Logan estiró el brazo libre y palmeó la enorme cabeza de Diminuta.
– Acabo de conocer a tus cachorros -le dijo a la perra. -Tienes unos niños muy animosos y muy guapos, señora.
Diminuta estaba claramente de acuerdo. Agitando la cola, olfateó cariñosamente a Romeo y luego le dio a Logan un par de lametazos en el guante. Jennsen miró de reojo a Arthur. Notando que el niño todavía parecía algo afectado, miró directamente a los entrañables ojos castaños de Diminuta y le dijo:
– Dame la pata, Diminuta.
Al instante, la perra le ofreció su enorme pata, que Logan atrapó con facilidad y levantó un par de veces. Después de soltarla, la rascó detrás de las orejas, cosa que Diminuta agradeció con evidente deleite.
– Buena chica -murmuró. -Está claro que lady Hombly no sabe estrechar la pata a un perro. -Se volvió hacia Arthur y le guiñó un ojo con aire conspirador. Sintió el peso de una mirada y se volvió hacia lady Emily. Ella le observaba con una extraña expresión en el rostro que él no pudo descifrar.
Arthur sorbió por la nariz, reclamando la atención de Logan. El niño mostró su acuerdo.
– Hay que estirar la mano para cogerle la pata, como ha hecho usted -le dijo a Logan. -Todo el mundo lo sabe. Logan asintió con la cabeza.
– Sí, pero… -El hombre se inclinó para hablarle al oído: -Ya sabes cómo son las chicas algunas veces. -Se enderezó y le guiñó un ojo.
Arthur volvió a sorber por la nariz y luego se rio. Después de poner los ojos en blanco le respondió:
– Oh, sí, señor. Créame, lo sé.
– Lo he oído -dijo lady Emily en tono seco.
– Oh, no me refería a ti -dijo Arthur, dándole una palmadita fraternal en el brazo. -No eres como las demás chicas.
Emily frunció los labios, tamborileó los dedos en la barbilla y miró a su hermano con los ojos entrecerrados.
– Mmm… No estoy segura de si eso ha sido un cumplido o un insulto.
– Oh, ha sido un cumplido, Emmie. Ya lo sabes.
La brillante sonrisa de la joven rivalizó con el sol.
– Excelente. -Puso a Julieta en el suelo. -Sugiero que nos movamos antes de que perdamos de vista a los demás.
Logan dejó a Romeo en el suelo y los tres echaron a andar por el camino de grava con Arthur en el medio, cada uno sujetando la correa de su perro.
– ¿Tiene hermanas, señor Jennsen? -preguntó Arthur.
– No. Y tampoco tengo hermanos. -Le sonrió al niño. -Soy hijo único.
Emily masculló algo que sonó muy parecido a «Demos gracias a Dios por ello».
Romeo se detuvo a olisquear una mata de hierba, y Diminuta lo siguió. Julieta, sin embargo, prefirió correr y arrastrar a Emily tras ella. Después de que Logan considerara que estaba lo suficientemente lejos para oírle, la curiosidad lo impulsó a preguntarle a Arthur:
– ¿Por qué dices que tu hermana no es como las otras chicas?
Arthur frunció la nariz durante varios segundos, como si meditara profundamente la pregunta.
– Bueno, a las damas como lady Hombly, mi madre o tía Agatha no les gusta la suciedad. Siempre se quejan de eso, incluso Mary si lleva su vestido favorito. Pero a Emmie no le molesta. Le gusta hacer tartas de barro y gatear por el ático polvoriento de la hacienda y también le gusta pintar con los dedos. -Siguió cavilando durante dos segundos más antes de añadir: -Y no le asustan los insectos. Siempre me ayuda a atrapar luciérnagas en verano. Sabe enganchar un anzuelo incluso mejor que Percy, y caza más ranas que Will, incluso pesca más peces que Kenneth, y caza más mariposas que Mary. Emmie lo hace todo bien.
Echaron a andar de nuevo mientras Logan digería aquella sorprendente información. ¿Tartas de barro? ¿Cazar ranas? ¿Luciérnagas? ¿Enganchar un anzuelo? Eso no era lo que solía gustarle a una delicada y altiva flor de invernadero. Quizá lo había entendido mal.
– ¿Tu hermana hace todas esas cosas?
– Sí.
– ¿Tu hermana Emily?
– Sí. Parece sorprendido, señor.
– Supongo que lo estoy. -«Muy sorprendido en realidad.» Arthur asintió con la cabeza.
– Eso es porque es guapa. Mi madre dice que las mujeres hermosas no deberían ensuciarse nunca. Supongo que es por eso por lo que a Emmie le gusta pasear bajo la lluvia y nadar en el lago, para quitarse toda esa suciedad que coge cuando hace esas cosas.
Una imagen de lady Emily saliendo del lago después de nadar con el agua deslizándose por su cuerpo, irrumpió inesperadamente en la mente de Logan que se obligó ahuyentar aquel pensamiento con rapidez. Maldita sea, lo último que deseaba era pensar en ella mojada por completo.
– Emmie es la más divertida -continuó Arthur. -Y no se enfada como otras chicas. Ni siquiera cuando la mojé con el chorrito de la teta.
Logan parpadeó y luego frunció el ceño.
– ¿Perdón?
– Con el chorrito de la teta. Ya sabe, la teta de la vaca. Tenemos cuatro en la hacienda. La semana pasada le lancé un chorro de leche en el ojo. -Arthur soltó una carcajada y se palmeó la rodilla. -¡Debería haberle visto la cara! La leche le manchaba las pestañas y le chorreaba por la nariz.
Logan clavó los ojos en la espalda de lady Emily que caminaba delante de ellos e intentó reconciliar a la mujer perfectamente vestida y siempre erguida con aquella picaruela que Arthur describía.
– ¿Cómo respondió cuando le diste con el chorrito de la… eh… teta?
Arthur sonrió ampliamente, exhibiendo el hueco en el que pronto le saldría otro diente.