– Es evidente que ha mantenido una interesante conversación con Arthur.
– Muy interesante, de hecho.
– Obviamente tendré que recordarle a mi hermano de qué temas es correcto o no hablar.
– Por favor, no lo haga por mí. Ha sido una de las conversaciones más refrescantes y sinceras que he tenido en años. Y mucho más divertida que la típica conversación del tiempo. -Sacudió la cabeza. -Jamás oí hablar tanto del clima antes de llegar a este país. Personalmente, me resulta mucho más fascinante hablar de cosas como cazar ranas, nadar en el lago, enganchar anzuelos, hacer tartas de barro y lanzar chorritos de leche con la teta de una vaca.
Se rio entre dientes y ella se giró hacia él lanzándole una mirada fulminante. Pero en vez de parecer molesto, el hombre tuvo el descaro de sonreír ampliamente.
– He oído que su puntería es impecable.
Emily le brindó una falsa sonrisa.
– Lo es. Ojalá tuviera una vaca a mano para demostrárselo.
La sonrisa de Logan se hizo más amplia. Enorme. Aquel hombre tenía una sonrisa realmente atractiva con aquellos dientes blancos y esos hoyuelos en las mejillas que enmarcaban sus hermosos labios.
– En ese caso le devolvería el favor. Al igual que usted, tengo una puntería excelente.
Ella arqueó las cejas y le miró por encima del hombro, o al menos lo intentó, pues era bastante más alto que ella.
– ¿Le lanzaría leche a una dama?
– Sólo si ella lo hiciese primero. Mi vida se rige por un lema muy simple: «Si me lanzan un chorrito de leche, yo respondo con otro.»
Logan parecía hablar en serio, pero era imposible ignorar la risa que asomaba en sus ojos, y Emily tuvo que apretar los labios para no echarse a reír.
– Lo cual equivale a «ojo por ojo», ¿no?
Algo que ella no pudo descifrar atravesó los rasgos masculinos, disolviendo parte de la diversión.
– Sí, supongo que sí. Esas palabras lo describen a la perfección.
– Bueno, ciertamente son mejor que «si me lanzan un chorrito de leche, yo respondo con otro». Jamás había escuchado un lema más absurdo.
– Ah, ¿sí? ¿Y cuál es el suyo?
Emily lo consideró y pensando en sus planes sobre el vampiro respondió con una cita:
– Actuar con resolución conduce al éxito…
– … la desconfianza en uno mismo es el preludio del desastre -dijo él, terminando la cita al mismo tiempo que ella. Arqueó las cejas. -¿Conoce el Catón de Addison?
– Evidentemente. Parece sorprendido.
– Supongo que sí-dijo él, y murmuró algo que sonó como: «Y no por primera vez en lo que va de tarde.» Luego continuó: -Es evidente que es una mujer muy culta.
– Y de nuevo parece sorprendido.
– Sí, pero sólo porque pensaba que los miembros de la Sociedad Literaria de Damas únicamente leían libros un tanto escandalosos.
Emily trastabilló por la sorpresa y no cabía duda de que hubiera aterrizado sobre la grava con un vergonzoso plaf si él no la hubiera tomado por el brazo para sujetarla. Que Logan hubiera mencionado su club literario hizo que permaneciera en un aturdido silencio durante varios segundos, sobre todo, al pensar que había pronunciado la palabra «escandalosos» para describir lo que leían. No era posible que él pudiera saberlo… ¿o sí? Un intenso rubor la cubrió de los pies a la cabeza.
Pero no sólo fue aquel inesperado comentario lo que la dejó paralizada y provocó que le hormigueara la piel. Fue su contacto. La calidez de esa mano masculina traspasó la tela del vestido y de la capa haciéndola estremecer hasta la punta de los pies; una sensación que se intensificó aún más por el roce de esos dedos contra la curva exterior de su pecho.
– ¿Se encuentra bien? -preguntó él, examinándola con detenimiento de arriba abajo.
– Estoy… bien.
O lo estaría en cuanto él la soltase. La mirada de Logan buscó la de Emily. Aquellos ojos oscuros eran ilegibles y la joven deseó saber qué se ocultaba tras ellos. ¿Estaría pensando lo mismo que ella? ¿Era tan consciente de su presencia como ella lo era de la de él? ¿Sentiría la tensión que había entre ellos? ¿Querría volver a tocarla tanto como ella quería tocarle a él?
O, por el contrario, ¿estaría juzgándola a tenor de las lecturas escandalosas de la Sociedad Literaria de Damas? La mera idea de que él estuviera haciendo eso la hizo erguirse y alzar la barbilla. No tenía por qué sentirse avergonzada y menos delante de él. No importaba lo que pensara de ella. En absoluto.
Finalmente la soltó, y Emily tuvo que luchar contra el deseo de poner la mano en el lugar donde él la había sujetado para absorber la deliciosa calidez de su contacto. Los perritos tiraron bruscamente de las correas apartando la atención de la joven de Logan y de su misteriosa y penetrante mirada.
– Es una pena que tenga que ocultar lo que leen -dijo él cuando reanudaron el camino.
– ¿Qué quiere decir? ¿Qué sabe de la Sociedad Literaria de Damas? -inquirió Emily.
– Sólo sé que el nombre de ese club de lectura es engañoso. Pero aplaudo su ingenio. ¿Por qué exponerse a la censura de todas esas personas que creen que las mujeres sólo deberían leer a Shakespeare y otros libros por el estilo?
Ella ni siquiera intentó disimular su sorpresa.
– ¿Cree que las mujeres sólo deberían dedicarse a leer ese tipo de lectura?
– No. Creo que cada uno debería leer aquello que le apetece. -La miró de reojo. -Aunque debo admitir que haber elegido Memorias de una amante y, más recientemente, La amante del caballero vampiro, me ha cogido por sorpresa.
Emily parpadeó.
– ¿Cómo sabe usted qué libros leemos?
– Me lo dijo Gideon Mayne.
– Y luego dicen que las mujeres cotilleamos -murmuró ella, meneando la cabeza.
– No cotilleábamos. Sólo hablábamos.
– Sobre temas que no son de su incumbencia. No sé cómo llamarán a eso en América, pero aquí en Inglaterra se conoce por cotillear. -A pesar de la inquietante certeza de que él sabía demasiado sobre su club de lectura, Emily curvó los labios. -Eso le otorga un título interesante, señor Jennsen: el campeón de los cotillas.
– Ciertamente es mejor que ser la campeona de lanzamiento de chorritos de leche.
Ella no pudo evitar reírse ante su tono seco.
– Touché.
Logan se detuvo en seco como si se hubiera tropezado contra una pared. Emily se paró y se volvió hacia él sólo para descubrir que la miraba.
– ¿Sucede algo? -preguntó.
– Yo… creo que acaba de sonreírme. -Logan se inclinó hacia delante y clavó los ojos en la boca de Emily. -Sí, por Dios, lo ha hecho. Todavía tiene los labios curvados.
De inmediato, ella apretó los labios en una línea tensa.
– Está equivocado. Sólo ha sido un tic facial.
Logan volvió a mirarla a los ojos.
– Entonces, ¿cómo es posible que sus ojos brillen de diversión?
– Es sólo un juego de luz. -Entornó los ojos para demostrárselo.
– Mi querida lady Emily, aunque desconozco todas las rarezas y complejidades del lenguaje británico, sé perfectamente cuándo alguien me miente. Y, definitivamente, usted me está mintiendo. -Curvó los labios lentamente hasta esbozar una sonrisa de oreja a oreja. -Me ha sonreído. Admítalo.
Porras, ¿por qué se sentía tan hechizada? ¿Por qué no se sentía molesta? ¿Y por qué demonios tenía que esforzarse para no sonreír de nuevo?
Alzó la barbilla y echó a andar.
– No sé de qué me habla.
Él ajustó su paso al de ella y se rio entre dientes.
– Bien, como usted quiera. Pero sé lo que he visto. Y le repito lo mismo que le dije anoche: «Si no es sincera conmigo, al menos no se mienta a sí misma.»
Una cálida sensación inundó a Emily. Recordaba muy bien que le había hecho esa inquietante declaración justo después de que ella le hubiera dicho que aquel beso apasionado que compartieron era una debacle. También recordaba las palabras que él dijo a continuación: «No estaba pensando que nuestro beso fuera una debacle cuando estrechaba su cuerpo contra el mío, ni cuando me metía la lengua en la boca.»