Выбрать главу

Pero a pesar de la distracción temporal que le proporcionaría la velada, resultaba evidente que había sido un error acudir allí, pues si bien estaba rodeado de docenas de personas, todavía seguía sintiéndose solo.

A través de la frondosa palma tras la que estaba oculto divisó a Celeste. Logan no había vuelto a pensar en la hermosa lady Hombly desde que el día anterior había desaparecido a toda prisa para intentar arreglar el desaguisado que Diminuta había causado en su capa. Con un vestido de color verde pálido muy escotado y atrevido, que resaltaba su generoso busto, el pelo rubio recogido, el cuello delgado y una sonrisa en sus rasgos perfectos, conversaba con un hombre de cabello oscuro que parecía absorber cada palabra que ella decía y cuya mirada apreciativa dejaba muy claro que le gustaba lo que veía. Logan no podía culparle. Era una mujer increíblemente bella. Pero a él le dejaba frío como un témpano. Sin embargo, las atenciones de ese hombre tan claramente enamorado, fuera quien fuese, eran bien recibidas por Celeste.

Consideró por un momento irse a casa, pero prefirió no hacerlo. Al menos allí había ruido. Risas. Conversaciones. Música. En su casa no había nada más que silencio, una resonante quietud que lo dejaría a solas con sus perturbadores pensamientos. Pensamientos que sólo se referían a «ella», justo lo que él trataba de evitar. Soltó un suspiro y se llevó la copa a los labios para tomarse de un trago el resto del champán. Y se quedó paralizado.

Emily estaba al otro lado de la abarrotada estancia, flanqueada por su madre y su tía Agatha. Logan se la quedó mirando con incredulidad, luego parpadeó para asegurarse de que no era un espejismo. Pero no, allí estaba, bebiendo ponche, como si no hubieran intentado estrangularla hacía sólo unas horas. La recorrió con la mirada, tomando nota de las perlas entretejidas en su oscuro y brillante cabello y los seductores rizos que enmarcaban su rostro. El vestido color agua resaltaba su tez cremosa, igual que el collar de perlas de tres vueltas que llevaba al cuello y que ocultaba de una manera muy ingeniosa las marcas rojas que él sabía que estropeaban su pálida piel.

Una mezcla de ardiente deseo y absoluta irritación lo atravesó. Maldición, ¿qué demonios estaba haciendo allí? Se suponía que debía estar en casa descansando como le había prometido. Era evidente que las promesas no significaban nada para ella. Bien, era bueno saberlo… y lo cierto es que era un alivio. Así no tendría que volver a preguntarse a sí mismo: «¿Es posible que esté enamorado de ella?», pues, sin duda, no podía amar a una mujer que no cumpliera su palabra. Y tenía intención de hacerle saber a Emily que la había pillado con las manos en la masa.

Estaba a punto de cruzar la estancia cuando observó que un hombre alto y rubio se acercaba a ella. Logan apretó los dientes. Era el mismo petimetre que prácticamente había babeado a los pies de la joven en la fiesta de lord Teller. ¿Cómo demonios se llamaba? Ah, sí, lord Kaster. Un joven vizconde o conde o algo por el estilo. Uno de esos condenados nobles con demasiado tiempo y dinero en sus manos, y que parecía tener ocho pares de ojos. Y ahora mismo todos y cada uno de esos ojos estaban clavados en Emily como si fuera un dulce al que quisiera comerse de un mordisco.

Kaster se inclinó, sin duda para oír lo que Emily le estaba diciendo, pero Logan percibió que los hiperactivos ojos de aquel bastardo no se apartaban del corpiño de la joven. Apretó la copa de champán y la dejó con rapidez en el borde de la maceta de palma antes de que se rompiera. Entonces, aquel bastardo mirón se acercó más a Emily y le susurró algo al oído. Para disgusto de Logan, ella le sonrió -una sonrisa amplia y radiante -y asintió con la cabeza. Él le tendió la mano y se encaminaron a la pista de baile.

Sintiendo como si estuviera clavado en el sitio, Logan observó cómo Kaster tomaba la mano de la joven y le colocaba la palma en el hueco de la espalda antes de hacerla girar por el suelo de madera al compás de la música. Vio cómo ella le sonría y cómo él la desnudaba prácticamente con aquellos ocho pares de ojos. Una neblina roja pareció cubrir la vista de Logan. Se sorprendió ante los profundos celos que sintió. Era una emoción que no sentía desde hacía años. ¿Por qué habían vuelto a aparecer ahora? Eran una pérdida de tiempo y esfuerzo y, además, él tenía todo lo que quería. ¿Por qué había de estar celoso? Por nada.

Hasta que vio a la mujer que le tentaba de una forma inexplicable hablando, sonriendo y bailando con otro hombre. Y no cualquier baile. No, era un vals, el mismo baile que Logan le había pedido. Pero en lugar de bailar con él, lo hacía con aquel petimetre rubio que la miraba de la misma manera que un roedor miraría un trozo de queso. Y no le gustó. En lo más mínimo.

– Ése es mi maldito trozo de queso, bastardo -masculló.

Kaster deslizó la mano por el hueco de su espalda para acercarla más a su cuerpo, y Logan apretó los dientes con tanta fuerza que fue un milagro que no se le rompieran.

– Hasta aquí hemos llegado -dijo a la palma tras la que se ocultaba. Se abrió paso por la pista de baile sin apartar la mirada de la pareja. Cuando volvieron a girar, él se interpuso en su camino. Kaster se detuvo en seco para evitar una colisión y miró a Logan con el ceño fruncido.

– Y bien, Benson, ¿qué cree que está haciendo? -le preguntó el conde o vizconde, o lo que diablos fuera, en tono irritado.

– Jennsen -le corrigió él con una voz suave pero gélida. -Lamento interrumpir, pero lady Emily me había prometido este baile. ¿Verdad que sí, lady Emily? -Miró a la joven que no parecía más contenta de verle que Kaster. Un hecho que le molestó e hirió a la vez.

Emily se humedeció los labios. El gesto provocó unos indeseados pensamientos eróticos en Logan, lo cual sólo agravó su mal humor. Le pareció que ella no iba a responder, pues tardó varios segundos en brindarle a Kaster una sonrisa de disculpa.

– Lo siento, milord. Le prometí este baile al señor Jennsen, pero como no lo vi, pensé que se había olvidado.

– Pues se equivocó. -Sin decir ni una palabra más se interpuso entre Kaster y ella, y la hizo girar entre la multitud de parejas que daban vueltas alrededor de ellos.

– ¿Qué demonios estás haciendo? -preguntó Emily con un siseo mientras la guiaba por la pista. Si las miradas pudieran matar, Logan estaría muerto.

– Me parece que es evidente. Reclamo mi baile. Sin embargo, creo que la pregunta más pertinente es: ¿qué demonios haces aquí? -«¿Y qué demonios haces con ese petimetre arrogante que no te quita sus ocho pares de ojos de encima?»

Ella alzó la barbilla.

– Me parece que es evidente. Bailo contigo. Y por si te interesa saberlo, acabas de pisarme.

– Supongo que lord Kaster no te ha pisado.

– De hecho, no. Ni tampoco me miró con el ceño fruncido como si hubiera cometido un crimen atroz. ¿Te importaría decirme por qué estás así de…?

– ¿Irritado? -sugirió él cuando ella se interrumpió. -¿Molesto? ¿Enfadado?

– Como no tengo ni idea, eso podría valer.

– Como no tienes ni idea -masculló él negando con la cabeza. -Increíble. -Dirigiéndole una gélida mirada, Logan le preguntó: -¿Recuerdas lo que me dijiste esta tarde cuando nos despedimos delante de tu casa?

– Por supuesto, te dije «adiós».

Logan estaba a punto de perder la paciencia.

– Antes de eso -dijo apretando los dientes.

Ella frunció la boca y consideró la pregunta.

– ¿Buen viaje?

– No. Dijiste, y cito textualmente -Logan carraspeó y adoptó un tono con falsete: -«Te prometo que me retiraré a mi habitación y descansaré toda la tarde.» -Entrecerró los ojos. -Pero aquí estás. En un lugar que, evidentemente, no es tu habitación. Bailando, una actividad que la mires como la mires no es sinónimo de descansar. ¿Sabes en que te convierte eso?