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– Estás preciosa -le dijo cuando ella se detuvo ante él.

– Gracias. Tú también. De una manera muy masculina, por supuesto.

– Gracias -respondió con un atisbo de humor en los ojos. Le ofreció las flores. -Son para ti.

Ella enterró el rostro en los fragantes capullos e inspiró profundamente.

– Me encantan las peonías.

– Lo sé. Por eso te las he traído. Tus padres me están esperando pero antes me gustaría hablar contigo en privado, ¿es posible?

Emily no vio por qué no. El daño ya estaba hecho y la boda ya estaba en marcha.

– ¿En la biblioteca? -le dijo arqueando una ceja.

– Como siempre -respondió él asintiendo con aire solemne.

Ella disimuló la risa con una tosecilla y le tendió el ramo a Rupert, pidiéndole que las pusieran en el vestíbulo. Luego condujo a Logan por el pasillo.

Emily cruzó el umbral la primera. El corazón le dio un vuelco cuando le oyó cerrar la puerta, dejándolos a solas. La joven avanzó hasta el centro de la biblioteca, donde los débiles rayos del sol que entraban por las ventanas caían sobre los diseños azules y dorados de la alfombra Axminster. Se dio la vuelta y se sorprendió al verlo a tan sólo un metro de ella.

Debió de mostrar su sorpresa, porque él esbozó una sonrisa y le preguntó:

– ¿Te he sorprendido?

– Tienes la mala costumbre de acercarte a mí a hurtadillas.

Él arqueó las cejas pero parecía estar divirtiéndose.

– Quizá tu oído no es tan fino como debería.

– Mi oído está bien. El problema es que te mueves como un fantasma. -Emily clavó la mirada en el lugar donde él llevaba un pañuelo blanco como la nieve. -Creo que tendré que colgarte un cencerro alrededor del cuello.

– Puede que yo también te cuelgue uno a ti, así sabré cuándo te escabulles para ponerte los colmillos y aterrorizar a los buenos ciudadanos de Londres.

Ella entrecerró los ojos.

– ¿Es para esto para lo que querías verme a solas? ¿Para irritarme?

– No, eso es una bonificación extra. Tu piel adquiere un color de lo más fascinante cuando estás enfadada. -Alargó la mano y le rozó la mejilla con un dedo, un gesto que la hizo contener la respiración. -Es como si un pincel invisible mezclara suavemente el rojo del rubor con el tono cremoso de tu piel hasta convertirlo en una tonalidad sonrosada.

Ella quiso responderle pero la tierna caricia de Logan, combinada con aquella intensa mirada suya y el tono íntimo de su voz, la dejó sin palabras. El bajó la mano y Emily tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no agarrarla y volvérsela a poner en la cara.

– A pesar de que las pruebas demuestran lo contrario, mi deseo no es irritarte sino complacerte. Por lo menos ésa era mi intención.

Metió la mano en el bolsillo del chaleco y sacó una pequeña caja de plata. Emily se quedó mirando las palabras «Rundell and Bridge» grabadas en la parte superior. Era una exclusiva joyería muy de moda en la ciudad.

– Recibí una dura reprimenda, por supuesto bien merecida, sobre mi última propuesta matrimonial -continuó él. -Aunque no he practicado desde entonces, espero haber mejorado. -Para sorpresa de Emily, él se arrodilló sobre una pierna delante de ella y abrió la caja. En el interior, sobre un lecho de satén blanco, había un anillo de oro con una brillante esmeralda ovalada rodeada de una docena de aguamarinas centellantes.

Ella soltó un jadeo ante tan magnífico anillo, pero antes de que pudiera recuperar la respiración, él lo sacó de la cajita y, levantando la mano izquierda de Emily, deslizó el aro en su dedo anular.

– Emily, ¿me concederías el honor de ser mi esposa? -dijo.

La joven apartó la mirada hipnotizada del anillo para mirarle a él. Un rayo de sol arrancaba destellos del pelo oscuro de Logan. Sus ojos color ébano estaban alerta, mirándola como si ella tuviera alguna posibilidad de decirle que no. Era completamente innecesario y superfluo que él se lo pidiera, que le hiciera aquella romántica propuesta matrimonial, arrodillado a sus pies, ofreciéndole el anillo más increíble que ella hubiera visto nunca.

Emily tragó saliva para deshacerse del nudo de emoción que le atascaba la garganta y levantó la mano haciendo que los rayos de sol arrancaran destellos de las facetas de la joya.

– Es el anillo más bonito que he visto nunca.

– Me alegro de que te guste. Pensé en ti en cuanto lo vi. Las gemas me recordaron a tus ojos.

Ella buscó su mirada.

– Eso es muy amable por tu parte.

– ¿Eso es un sí?

– ¿Y si te dijera que no? -le obligó a preguntar el diablillo que tenía en su interior, aunque los dos sabían que ella sólo podía darle una respuesta afirmativa.

Algo titiló en los ojos oscuros de Logan.

– Entonces tendría que conseguir que cambiaras de idea.

– ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harías?

Ella contuvo el aliento ante el fuego que ardió en los ojos masculinos. Le sostuvo la mirada mientras él se incorporaba lentamente. Le rodeó la cintura con un firme brazo y le ahuecó la mejilla con una de sus grandes manos al tiempo que se inclinaba hacia delante.

Los labios de Logan rozaron ligeramente los suyos en un beso suave que, al instante, la hizo desear más. Emily le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas, pero en lugar de besarla más profundamente, como ella exigía, él continuó jugueteando con sus labios, rozándole la boca con la suya, acariciándole el labio inferior con la lengua antes de trazar un sendero de besos desde la barbilla hasta la oreja. Luego le mordisqueó el sensible lóbulo provocándole un escalofrío de placer que la recorrió de arriba abajo.

– Logan… -susurró ella, arqueando el cuello para darle un mejor acceso.

Él deslizó la lengua por el cuello de la joven y luego regresó a sus labios. Impaciente, Emily enterró los dedos en el pelo de su prometido para obligarle a bajar más la cabeza. Luego le pasó la punta de la lengua por el labio superior y, con un gemido, él finalmente le cubrió la boca con la suya en un lento y profundo beso que la hizo sentir como si estuviera drogada. El deseo la inundó, concentrándose en la unión de sus muslos, y se apretó contra la dura protuberancia que se erguía entre ellos.

Si bien sabía que no era prudente, Emily quería excitarlo, acabar con el rígido y frustrante control de Logan. Convertirlo en el hombre cuyas manos recorrían con impaciencia su cuerpo dejando a su paso un rastro ardiente. Pero él puso fin al beso con la misma lentitud con que lo había empezado, y ella tuvo que agarrarse a las solapas de su chaqueta para no derretirse en un charco a sus pies.

– Si dices «sí» en vez de «no» -susurró Logan contra su boca, -podremos hacer esto tantas veces como quieras.

– Sí. -La palabra salió de los labios de Emily con una rapidez vergonzosa pero, sencillamente, no pudo contenerla.

Le sintió sonreír contra su boca. Después de darle un rápido beso en la frente, Logan dio un paso atrás y la soltó. Emily le soltó la chaqueta a regañadientes mientras afianzaba sus temblorosas rodillas. Se sintió decepcionada ante la conducta perfectamente compuesta de él. Porras, ni siquiera se le había alterado la respiración. De hecho, si no fuera por la evidente prueba de deseo que se perfilaba contra la bragueta, Emily hubiera pensado que el beso no le había afectado en absoluto. Un beso que a ella la había dejado tambaleante.

– Ya me he encargado de conseguir la licencia especial -dijo él.

Ella asintió con la cabeza, sintiéndose como si acabara de salir de un trance.

– Sarah me ofreció su casa para celebrar la boda. Espero que no te importe; de no ser allí, ella no podrá asistir.

– Entonces, por supuesto que la celebraremos allí. Ha sido muy amable por su parte ofrecernos su casa.

– Me sugirió la salita, pero le dije que preferíamos la biblioteca.

El sonrió.