Una sonrisa de felicidad iluminó la cara de la joven.
– Logan, son preciosas.
Él le devolvió la sonrisa.
– Me alegro de que te gusten. -Maldición, hacía unos días él ni siquiera sabía lo que era una peonía, y ahora las había en cada rincón de su casa, perfumando el aire con su sutil fragancia, algo que encontraba profundamente satisfactorio. Las había comprado anticipándose a la llegada de Emily, una tarea bastante complicada ya que esa especie de flores no era originaria de Inglaterra y sólo se cultivaba en invernaderos. De hecho, le sorprendería saber que aún quedara alguna peonía en el país.
Logan presentó a Emily a Eversham, que a su vez la presentó al resto del personal. Se sintió muy orgulloso al observar cómo su hermosa esposa dejaba encandilado hasta al último lacayo y doncella. Se fijó en que Adam no estaba presente y, cuando acabaron las presentaciones, le preguntó a Eversham por el paradero de su hombre de confianza.
– Envió una nota diciendo que estaba enfermo, señor -le informó el mayordomo con su habitual impasibilidad. -Al parecer le era imposible venir hoy. Escribió que lo sentía mucho y que haría todo lo posible para venir a trabajar mañana.
– ¿Dijo qué le ocurría?
– Mencionó una dolencia estomacal, señor, de esas que curan en un par de días.
El propio estómago de Logan se encogió de simpatía. Él había sufrido de ese mal en algunas ocasiones y sabía que Adam estaba a punto de pasar un día horrible.
– Confío en que se haya llevado a cabo todo lo que dispuse -dijo en voz baja.
– Todo se ha hecho exactamente como pidió, señor.
– Excelente. ¿Hay un detective de guardia ahí fuera?
– Sí, señor. Estará ahí hasta que el señor Atwater le releve por la tarde.
Satisfecho de que todo estuviera bien, Logan asintió con la cabeza y estaba a punto de darse la vuelta cuando el mayordomo se aclaró la garganta.
– ¿Algo más, Eversham?
La mirada de Eversham cayó sobre Emily que charlaba con el ama de llaves.
– Felicidades, señor. Le deseo a usted y a su esposa toda la felicidad del mundo.
Logan arqueó las cejas y esbozó una sonrisa.
– ¿Por qué tengo la impresión, Eversham, de que estás perdiendo un poco de rigidez?
– No se acostumbre a ello, señor.
Logan se rio entre dientes, luego se reunió con Emily al pie de la escalinata curva para subir juntos los escalones y recorrer el pasillo del primer piso.
– Ya hemos llegado -dijo él, deteniéndose en la última puerta. Giró el pomo y, antes de que ella pudiera moverse, se inclinó y la alzó en brazos para cruzar el umbral con ella.
– Al final vas a resultar ser más romántico de lo que había pensado -dijo ella con voz burlona.
– Eso es porque tú me inspiras.
Logan cerró la puerta con el pie y la dejó en el suelo. Parado detrás de ella, la observó girar lentamente mientras estudiaba las paredes de seda verde pálido, los paisajes con marcos dorados, el delicado escritorio antiguo, el armario de madera de cerezo, el biombo esmaltado con motivos florales, la chaise de cretona, la enorme cama con una colcha de terciopelo verde y el florero de porcelana con peonías en la mesilla de noche.
– Puedes redecorarlo como quieras -dijo él cuando ella continuó mirando a su alrededor sin decir nada. -Ayer llegaron tu ropa y tus artículos personales y ya han sido colocados en su sitio. Creo que lo encontrarás todo en orden.
– Es perfecto, Logan. -Ella se volvió y lo miró con ojos brillantes. -Es una habitación preciosa.
El se sintió aliviado.
– Me alegro de que te guste.
– ¿Dónde está tu dormitorio?
– Por allí -dijo él, señalando con la cabeza hacia la puerta que había en la pared más alejada.
– ¿Puedo verlo?
– Por supuesto. -La cogió de la mano y la guió hacia allí.
La atención de Emily cayó de inmediato sobre la cama cubierta por una colcha de rayas azul marino, doradas y granate.
– Porras, creo que nunca había visto una cama tan grande. Debes de perderte ahí.
No, pero, de hecho, había pasado allí más noches solitarias de las que quería recordar.
– Me gusta tener espacio.
Emily paseó la mirada por las librerías, el armario tallado y el enorme sillón situado frente a la chimenea donde ardía un cálido fuego. Señaló con la cabeza la puerta de la esquina.
– ¿Adónde conduce?
– Al cuarto de baño.
– ¿Tienes una habitación aparte para la bañera? -preguntó ella, sorprendida.
– Sí, pero es algo más. Es una innovación que añadí en cuanto compré la casa. Un conde italiano que conocí en mis viajes me describió cómo era el cuarto de baño que tenía en su villa, y en cuanto pude hice que construyeran uno igual en mi casa. Ven, te lo enseñaré.
Una vez más la cogió de la mano, encantado al sentir los delgados dedos de la joven entrelazados con los suyos. Cuando abrió la puerta se vieron envueltos en una nube de vapor. La empujó al interior y cerró la puerta con rapidez para que no escapara nada de aquel húmedo calor.
Emily agrandó los ojos al ver la bañera hundida en el suelo, tan grande que cabían dos personas con facilidad. Las húmedas y cálidas volutas de vapor ascendían lentamente del agua y de una rejilla en la esquina.
– Jamás había visto una bañera tan grande -dijo ella, -ni tampoco había visto una que estuviera hundida en el suelo. Debe de llevar horas llenarla.
Él negó con la cabeza y señaló una puerta en la pared al lado de la bañera.
– Esa puerta conduce directamente a la cocina. Por ahí se suben los cubos de agua caliente con la ayuda de cuerdas y poleas.
– ¡Qué ingenioso!
– Cierto. El conde me confesó que era como tener un baño romano privado en casa.
– Entiendo que quisieras tener uno. ¿Y qué es eso? -preguntó ella señalando la rejilla de la esquina.
– El conde también lo tenía. Ahí dentro se meten piedras porosas después de calentarlas durante horas en una chimenea. En cuanto se vierte agua sobre ellas producen vapor. -Levantó un cubo que había junto a la rejilla y vertió el agua lentamente sobre las piedras. Un siseo resonó en la estancia, y una nube de vapor húmedo inundó el aire. -Es muy relajante y, según me dijo el conde, también es muy bueno para los pulmones y el cutis.
Siguió la mirada de ella hasta la esquina, donde había una chaise tapizada.
– Me gusta sentarme aquí después de bañarme y dejar que me envuelva el vapor.
– Ya veo. -Ella volvió a mirar la bañera de agua humeante. -Es muy tentador.
– Me encanta que pienses así.
– Por lo que veo… mmm… hace mucho calor aquí.
Logan sonrió y se colocó frente a ella.
– Quizá pueda ayudarte a que te refresques. -Se apoyó sobre una rodilla ante ella. Cuando le cogió un pie, Emily se agarró a su hombro. Logan le quitó el escarpín de raso bordado, luego puso el pie sobre su rodilla doblada y deslizó las manos bajo el vestido. Sin dejar de mirarla a los ojos, le desabrochó el liguero y deslizó lentamente la media de seda por la pierna. Después de quitarle el otro zapato y la otra media, se puso en pie.
– ¿Mejor? -le preguntó él, rozándole la exuberante boca con la punta de los dedos.
– La verdad es que no.
– Ah… ya veo que tendré que continuar. -Alargó la mano de nuevo. Esta vez deslizó el vestido por los hombros de la joven, obligándose a hacerlo muy despacio a pesar de que su cuerpo se oponía con fuerza a la espera, y lo bajó hasta la cintura, dejando que luego cayera en un charco a sus pies.