¿Y qué le diría ella a cambio? ¿Se sentiría obligada a decirle que también lo amaba sin importar si era cierto o no? O peor aún, ¿y si no decía nada? Se le encogió el corazón ante tales posibilidades, y el instinto de conservación hizo que apretara todavía más los labios.
Maldición, ¿por qué tenía que ser tan complicado enamorarse? ¿Por qué lo dejaba tan desconcertado?
– Logan, ¿te encuentras bien?
Aquella pregunta lo arrancó bruscamente de sus pensamientos.
– Sí -contestó él, aunque no estaba seguro de que fuera verdad.
– Bien. Porque… bueno… esperaba que quizá pudiéramos, eh… -La voz de Emily se desvaneció y un profundo rubor le cubrió las mejillas.
– ¿Pudiéramos qué?
– Bueno… hacerlo otra vez. -Emily bajó la vista al punto donde sus cuerpos todavía estaban unidos, mirándolo luego con una expresión tímida. -Si no te supone demasiado esfuerzo, claro.
Logan soltó un suspiro.
– No, supongo que no me supondrá demasiado esfuerzo. -Le lanzó una mirada aguda. -Empiezo a darme cuenta de que vas a ser una esposa muy exigente.
Ella arqueó las cejas.
– Recuerda lo que hablamos sobre los gruñones.
– Oh, si no me quejo. De hecho, exigente, mojada y desnuda son las tres cualidades más importantes en una esposa.
Ella le lanzó una sonrisa descarada.
– Eres un hombre afortunado, porque yo tengo las tres.
Logan los hizo rodar hasta que ella acabó sentada a horcajadas sobre él.
– Sí, sin duda alguna soy un hombre muy afortunado -le respondió sonriendo ampliamente.
Y en cuanto pillaran al bastardo que estaba tratando de hacerles daño, todo sería perfecto.
CAPÍTULO 22
Ser inmortal significaba que, finalmente,
con el transcurrir del tiempo, el pasado acabaría por desvanecerse.
Pero, para mi horror, descubrí que a veces el pasado
puede atraparte sin importar lo lejos que parezca estar.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
Emily se levantó de la enorme cama de Logan y metió los brazos en la bata de seda, ajustándose el cinturón en torno a la cintura. Cruzó la habitación hasta la jarra de agua, hundiendo los pies en la gruesa alfombra, y se sirvió un vaso que se tomó con rapidez. Curvó los labios en una sonrisa mientras se servía otro. Desde luego, hacer el amor todo el día provocaba mucha sed. Apretó los muslos y su sonrisa se hizo más amplia. Y también provocaba ternura… una ternura deliciosa.
Mientas se tomaba el segundo vaso de agua, clavó la mirada en el hombre con el que se había casado esa misma mañana. El hombre que durante las pasadas… -miró al reloj de la repisa de la chimenea y se dio cuenta de que apenas era medianoche -catorce horas, la había hecho sentir cosas que jamás hubiera creído posibles. Que la había hecho reírse y la había tratado como si fuera la cosa más preciosa del mundo para él. Que le había hecho el amor de una manera exquisita hasta tres veces seguidas, explorando cada centímetro de su cuerpo con las manos, los labios y la lengua, y luego la había alentado a que se tomara las mismas libertades con él.
Ahora estaba tumbado sobre la espalda, con los fuertes brazos estirados por encima de la cabeza que apoyaba en una enorme almohada, y con los dedos entrelazados flojamente. Lo recorrió con la mirada, empezando por el magnífico pero imperfecto rostro masculino, por culpa de la nariz que debió de romperse en algún momento. Respiraba profundamente, con los rasgos completamente relajados.
Emily continuó bajando la mirada, memorizando la poderosa anchura de su pecho que, aunque parecía duro, era una confortable almohada para su cabeza, una que le permitía escuchar el constante latido de su corazón. Su mirada siguió descendiendo por el abdomen tenso, dividido por aquella fascinante flecha de vello oscuro que ahora sabía que se extendía como un rastro sedoso hasta acunar su impresionante virilidad, oculta de su vista por culpa de la sábana que le cubría las caderas.
Lo miró con el corazón desbordando amor. En ese momento le parecía imposible creer que hubiera habido un tiempo en el que él le disgustara. ¿Cómo había podido juzgarlo tan mal? Parte de su animosidad provenía de la lealtad que le debía a su padre y del hecho de que Logan fuera uno de sus muchos acreedores. Pero después de considerarlo detenidamente, había llegado a la conclusión de que el resto de aquel sentimiento de rencor se debía a que ella, a pesar de desear lo contrario, se había sentido muy atraída por él. De una manera que la había confundido e irritado a la vez. No había reconocido aquella atracción como tal porque él no era el tipo de hombre por el que había imaginado sentirse atraída. Siempre había pensado que se enamoraría de un británico, no de un grosero americano.
Pero él no era grosero. De eso nada. Era… descarado. De una manera apasionante. Excitante. Y tierno. Y maravilloso. Ocurrente, inteligente y divertido. Y cada segundo que pasaba lo quería más.
Aun así, había más cosas en él que ella desconocía, pero que se moría por saber. De hecho, quería saberlo todo de su esposo. Incapaz de permanecer más tiempo alejada de él, se terminó el vaso de agua con rapidez y regresó a su lado, sentándose en el borde de la cama para poder continuar observándole dormir.
– Te he echado de menos.
La suave voz de Logan la sobresaltó.
– ¿Cómo es posible que seas capaz de pillarme desprevenida incluso cuando duermes? -le preguntó ella.
El se puso de costado y apoyó la cabeza en una mano. El resplandor del fuego provocaba sombras intrigantes en su rostro, resaltadas por la barba de un día que le cubría y oscurecía la mandíbula.
– No te he pillado desprevenida. Pero te he echado de menos. -Sólo me he levantado un momento. -Dos minutos y catorce segundos. Los he contado. -Te habría traído un vaso de agua, pero pensaba que estabas dormido.
– No tengo sed. -Logan alargó la mano y enroscó un mechón del pelo de Emily en el dedo. -Has estado observándome durante un buen rato.
Un intenso rubor subió lentamente por el cuello de Emily.
– Sí. Parece que no puedo evitarlo. Espero que no te importe.
– No, para nada. -Le pasó la yema del pulgar por la mejilla sonrojada. -¿En qué pensabas?
– ¿Por qué crees que pensaba en algo? Quizá sólo te estaba admirando.
Logan curvó la boca.
– Gracias, pero casi podía oír tus pensamientos.
– Me preguntaba acerca de ti. Por tu vida. -Emitió un profundo suspiro. -Me muero de curiosidad por conocer hasta el más mínimo detalle de ti.
Cualquier rastro de diversión desapareció de los ojos de Logan, que adquirieron una expresión cautelosa.
– ¿Qué quieres saber?
– Bueno, para empezar, ¿de dónde eres?
– De Nueva York.
Como él no le dio más explicaciones, ella vaciló, pero le venció la curiosidad.
– Me preguntaba por qué abandonaste América.
La mirada de Logan se clavó en donde sus dedos seguían jugueteando con los rizos oscuros de Emily. El silencio llenó el aire hasta que por fin levantó la vista hacia ella. La expresión de los ojos oscuros de Logan hizo que a Emily se le pusiera un nudo en el estómago.
– No tienes que contarme nada, Logan -dijo ella quedamente.
Él frunció el ceño y negó con la cabeza.
– No, quiero contártelo. Te prometí que no habría más secretos entre nosotros y no quiero mentirte. -Logan soltó un largo suspiro. -Pero puede que tal vez lamentes habérmelo preguntado.