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– ¿Así que tú eresun heterosexual? -le preguntó, examinándolo como a un bicho raro y en peligro de extinción.

– Nadie es perfecto -citó el Conde, y devoró un trago largo que sintió circular de su boca al estómago y del estómago a la sangre, como una necesaria transfusión desinhibidora.

– Yo soy Poly, la sobrina de Alquimio -dijo ella, peinándose con los dedos el flequillo que le caía en la frente.

– Y yo el Conde, aunque no de Montecristo.

Poly sonrió. Tendría algo más de veinte años y vestía unbaby-doll violeta, robado de alguna película de los sesenta. En el cuello llevaba un camafeo atado con una cinta también violeta (¿de qué película sería?) y, aunque no era linda ni poblada de encantos carnales visibles, caía en la categoría de objeto singable de primer grado, según la devaluada exigencia erótica del Conde.

– ¿Qué tú escribes?

– ¿Yo? Pues cuentos.

– Qué interesante. ¿Y eres posmoderno?

El Conde miró a la muchacha, sorprendido por aquella disyuntiva estética imprevista: ¿debía ser posmoderno?

– Más o menos -dijo, confiando en la posmodernidad y en que ella no le preguntara cuánto más y cuánto menos.

– A mí me gusta pintar, ¿sabes?, y yo sí soy loca a lo posmoderno.

– Anjá -dijo el Conde y terminó con el ron.

– Dios, qué horror, cómo tragas… Dame, voy a traerte más.

Desde su rincón el Marqués le hizo un saludo con la mano. Seguía allí, junto a su pescado en tarima, y parecía feliz de la vida, bajo la sombra de la melena rubia que había devuelto a su testa mal poblada.

– Toma -dijo Poly, y ahora la copa estaba llena hasta los bordes.

– Gracias. Y tú, ¿eres una heterosexual?

Ella volvió a sonreír. También tenía dientes de gorrión, pequeñitos y afilados.

– Casi siempre -admitió, y el Conde tragó en seco. ¿Será un travestí, con ese culito?-. Es que si una persona quiere conocer todas sus posibilidades, todas las capacidades de su cuerpo debe tener alguna relación homosexual. ¿El Marqués no te ha dicho eso?

– No. El sabe que soy de la línea machista-estalinista.

– Tú sabrás… Pero te falta algo muy importante en la vida.

– Hasta ahora me voy arreglando así, no te preocupes. Oye, ¿tú conocías a Alexis?

Ella acarició su camafeo y suspiró:

– Fue un horror lo que hicieron con él. Pobre muchacho. Si él no se metía con nadie, ¿verdad?… Porque hay otros que son más agresivos, que se propasan con los hombres, de esos que van a los baños a mirar y esas cosas. Pero él no. Yo soy medio pintora, ya te lo dije, ¿no?, y por eso me gustaba hablar mucho con él, cuando venía a ver a mi tío. Sabía cantidad de pintura, sobre todo de pintura italiana… Y hablando con él me decía que su problema era que él se enamoraba de verdad y que no resistía cambiar de pareja a cada rato.

– Porque ellos cambian mucho, ¿verdad?

– Sí, casi ninguno tiene una relación así, de mucho tiempo, y eso era lo que él quería tener. Para mí que él era más mujer que hombre, mujer de la cabeza, ¿me entiendes?

– No, creo que no.

– Mira, a él lo que le hubiera gustado es vivir en una casa con un hombre, que fuera su marido, de él y de más nadie, y entonces ser como la mujer de ese hombre. ¿Ahora sí entiendes?

– Más o menos. Lo que no entiendo es que anduviera por la calle vestido de mujer, como si hubiera salido a buscar a un hombre.

– Sí, eso es rarísimo, porque él era de lo más penoso. Y déjame decirte que los travestís de verdad están asustados porque dicen que a lo mejor es que empezó un linchamiento en cadena. Pero debe de ser histeria de ellos.

– Así que son histéricos.

– ¿Los travestís? Muchísimo. Como que quieren ser mujeres y no hay mujer que no sea histérica. Pero Alexis no, yo no creo que fuera histérico, aunque era un depresivo de campeonato…

– Poly -se atrevió entonces el Conde-, sabes, es que quisiera escribir sobre este ambiente. Habíame un poco de la gente que está hoy aquí.

Ella volvió a sonreír, siempre podía sonreír, y puso cara de ingenua.

– Tú pareces policía.

El Conde acudió a todo su poder de recuperación:

– Y tú pareces un gorrión posmoderno.

Ahora fue una risa, entrecortada y lenta, que llevó la frente de Poly a descansar sobre una rodilla del Conde. No, claro que no es un travestí, trató de convencerse.

– Dios, qué horror, si aquí hay de todo -dijo ella, mirando los ojos del policía, como si se tratara de una confesión.

Y el Conde supo que en aquella sala de La Habana Vieja había, como primera evidencia, hombres y mujeres, diferenciables además por ser: militantes del sexo libre, de la nostalgia y de partidos rojos, verdes y amarillos; ex dramaturgos sin obra y con obra, y escritores con ex libris nunca estampados; maricones de todas las categorías y filiaciones: locas -de carroza con luces y de la tendencia pervertida-, gansitos sin suerte, cazadores expertos en presas de alto vuelo, bugarrones por cuenta propia de los que dan por culo a domicilio y van al campo si ponen caballo, almas desconsoladas sin consuelo y almas desconsoladas en busca de consuelo, sobadores clase A-l con el hueco cosido por temor al sida, y hasta aprendices recién matriculados en la Escuela Superior Pedagógica del homosexualismo, cuyo jefe docente era el mismísimo tío Alquimio; ganadores de concursos de ballet, nacionales e internacionales; profetas del fin de los tiempos, la historia y la libreta de abastecimiento; nihilistas conversos al marxismo y mar-xistas convertidos en mierda; resentidos de todas las especies: sexuales, políticos, económicos, sicológicos, sociales, culturales, deportivos y electrónicos; practicantes del budismo zen, el catolicismo, la brujería, el vudú, el islamismo, la santería y un mormón y dos judíos; un pelotero del equipo Industriales que batea y tira a las dos manos; admiradores de Pablo Milanés y enemigos de Silvio Rodríguez; expertos como oráculos que lo mismo sabían quién iba a ser el próximo Premio Nobel de Literatura como las intenciones secretas de Gorbachov, el último mancebo adoptado como sobrino por el Personaje Famoso de las Alturas, o el precio de la libra de café en Baracoa; solicitantes de visas temporales y definitivas; soñadores y soñadoras; hiperrealistas, abstractos y ex realistas socialistas que abjuraban de su pasado estético; un latinista; repatriados y patriotas; expulsados de todos los sitios de los que alguien es expulsable; un ciego que veía; desengañados y engañadores, oportunistas y filósofos, feministas y optimistas; lezamianos -en franca mayoría-, virgilianos, carpenterianos, martianos y un fan de Antón Arrufat; cubanos y extranjeros; cantantes de boleros; criadores de perros de pelea; alcohólicos, siquiátricos, reumáticos y dogmáticos; traficantes de dólares; fumadores y no fumadores; y un heterosexual machista-estalinista.

– Ese soy yo… ¿Y travestís? ¿No hay travestís? -preguntó, clavándole en el pecho su mirada de cazador de vampiros.

– Mira, al lado de la puerta del balcón: ésa es Victoria, aunque le gusta que le llamen Viki, pero de verdad se llama Víctor Romillo. Es de lo más bonita, ¿verdad? Y aquélla, la trigueña que se parece a Annia Linares: de día se llama Esteban y de noche Estrella, porque ella es la que canta boleros.

– Dime una cosa: aquí hay como treinta personas… ¿Cómo puede haber tantas cosas como me dijiste? Poly sonrió, inevitablemente.

– Es que practican el multioficio y hacen trabajo voluntario… Ji, ji… Mira, mira, el que está al lado de Estrella se llama Wilfredito ínsula, y es como diez de las cosas que te dije. Dios, qué horror, ¿y tú vas a escribir de esto?

– No sé, a lo mejor sí. Pero lo que más me interesa es eso de los travestís.

– Entonces tienes que ir un día a una fiesta en casa de Ofelia Belén Pacheco, un maricón viejo que vive por la Virgen del Camino, porque allí sí se hacen fiestas de travestís, conshow y todo. Bueno, allí es donde Estrella canta boleros y una que se llama la Zarzamora hace un strip-tease de cagarse de la risa.