– Disculpe, maestro… yo soy el amigo de su amigo Rangel.
Joven, es fabulosa esa historia del travestí muerto con el traje de Electra Garrigó. Y también medio demoniaca, ¿no?, como casi todo lo que tiene que ver con Alberto Marqués, que es más terrible que el mismo Max Breebohm… Mire, joven, él y yo nos conocemos y somos amigos desde los años cuarenta, cuando nos reuníamos para hacer los números de la revista, muchas veces en la casa del Gordo, y siempre he pensado que por suerte había allí un tipo como él, que se burlaba de todo y destruía la atmósfera de solemnidad poética que imponía el Gordo. Para nosotros la poesía era algo perfectamente serio, trascendente, telúrico, como se dice ahora, y para él siempre fue un medio para exhibir ingenio, brillantez, talento. Porque Alberto es uno de los hombres más inteligentes que he conocido, aunque siempre le he reprochado que fuera capaz de sacrificarlo todo por un buen chiste, por una cacería erótica, como él le dice, o por una de sus maldades, demoniacas, claro. Su ruptura en los cincuenta con el Gordo y todo el grupo de la revista fue una de sus maldades más estrepitosas, pero también entonces yo lo entendí: él necesitaba ser él mismo y brillar en solitario. Siempre fue así, un francotirador y un buscador sin descanso, y por eso lamenté el exceso que se cometió con él, cuando lo apartaron de todo, precisamente porque querían castigar su irreverencia y su rebeldía artística. Fue algo intensamente triste, joven, y los diez años que demoraron en tratar de enmendar ese error fue demasiado tiempo para él. Pero lo más extraordinario del carácter dramático de Alberto afloró en esos años difíciles: exhibió una dignidad sencillamente envidiable, y dejó de escribir y de pensar en el teatro, lo que fue todavía más asombroso en alguien como él, que vivía sobre el escenario del mundo… ¿No le ha dicho todavía que él es un exhibicionista?… Así que tenga cuidado con él. Alberto es un actor nato, uno de los mejores actores que jamás he visto y le gusta inventar sus comedias y sus tragedias particulares. Exagera lo que es o da a entender lo que no es, para que en realidad nunca se sepa lo que es… Dice que es su modo de defenderse. Quizás ese mismo carácter suyo es la razón de que nuestra amistad crezca mejor a distancia: preferimos respetarnos antes que envolvernos. Creo que puede entenderme. No, no. Lo mío, no, lo mío fue diferente: es que siempre he sido católico, aunque no soy un místico como su travestí y mucho menos un beato, nada de eso: como ve, tomo ron en cantidades considerables, fumo mis pipas, y nunca he podido negarme a la contemplación a veces desesperada de la belleza de una muchacha en flor, porque estoy convencido de que no hay otra belleza terrena que supere ese calor que brota de la juventud. Total, somos hijos del tiempo y del polvo, y ni la poesía nos va a salvar de eso. De otras cosas tal vez, pero del tiempo que nos toca a cada uno, de ése no. Por eso creo que la vida debe disfrutarse en los términos de la propia vida, siempre y cuando ese disfrute no entrañe perjuicios al prójimo, ¿verdad? Pero en una época se estimó que no era apropiada la visión del mundo y de la vida que teníamos los escritores católicos, que nuestra fidelidad estaba empañada por fidelidades espirituales irrenunciables y por tanto no éramos confiables, además de ser retrógrados y filosóficamente idealistas, ¿no?, y nos apartaron discretamente. No, nada como los casos de Alberto y otra gente. Es que se confundió el compromiso social con la individualidad mental y entonces el extremismo nos puso en su lista de méritos a alcanzar: éramos ideológicamente impuros y, para algunos, perjudiciales y hasta reaccionarios, cuando ya parecía demostrada la preponderancia de la materia, como por ahí se dice. Alguien con mentalidad moscovita pensó que la uniformidad era posible en este país tan caliente y heterodoxo donde nunca ha habido nada puro, y se desató entonces una histeria contra la literatura que dejó varios cadáveres en el camino y varios heridos que andan por ahí llenos de cicatrices… Pero mi salida de escena fue voluntaria: yo no podía renunciar a algo en lo que siempre había creído (una querida costumbre, diría Alberto) y tampoco confundir lo circunstancial con lo esencial. En cualquier caso me hubiera traicionado a mí mismo si me hubiera dejado vencer por lo pasajero o, más aún, si hubiera aparentado un cambio, como hizo mucha gente… Por eso acaté el silencio pero no dejé de escribir. El Marqués es distinto, como ya sabrá si ha hablado un par de veces con éclass="underline" su sacrificio extremo tiene algo, o diría que mucho, de tragedia teatral. Pero, le repito, no se deje confundir por lo que dice, y trate de ver la verdad en lo que ha hecho: resistió todas las injurias, pero se quedó aquí, aunque sólo sea, como dice él, para ver la suerte final de los infames que lo hostilizaron… Es que él pide, al menos, la reivindicación de la venganza, aunque es incapaz de transformarla en actos físicos u ofensas públicas. Mire, joven, también le aconsejaría que de ser posible no se deje confundir por todas estas aventuras desagradables y por las historias que ha escuchado sobre cualquiera de nosotros: los escritores y artistas no son tan diabólicos como a veces se cree o se hace creer. ¿Nunca le han hablado de las infamias y trapacerías que ocurren entre los empleados de un banco, o entre los obreros de una fábrica de inocentes compotas o entre los sosegados miembros de una misión diplomática? ¿Entre ustedes, los policías, no pasan cosas así? Lo que quiero decirle es que no tenemos la exclusiva del chismorreo, el oportunismo y la ambición. Como en todos los sitios, el Bien y el Mal están mezclados entre los hombres y aun dentro de cada hombre. Joven: ¿qué más le puedo decir, además de agradecerle este añejo que nadie catalogaría de demoniaco con el que hemos calentado nuestra conversación en este sitio en que tan bien se está?… Tal vez usted, por algún defecto profesional, se haya confundido de persona y buscara en mí otra opinión, pero yo profeso dos fidelidades inalterables en mi vida: la amistad y la poesía. Mientras viva escribiré poesía, no importa si se publica o no, si vence en juegos florales o no, si me reconocen por ella o no. Y la amistad es un compromiso voluntario que uno hace y, si lo hace, debe cumplirlo: aunque no pensemos igual de muchas cosas, Alberto Marqués es mi amigo y cuando alguien, como usted o como cualquiera, me pregunta por él, lo primero que le advierto es que es mi amigo, y pienso que con eso lo he dicho todo. ¿No le parece, joven?