– Si Bailey vuelve en sí, pídale que le cuente todo lo que recuerde. Cuántos hombres había, cuántas puertas, qué armas ha visto. Pídale a Larkin que nos avise por radio si quiere decirnos cualquier cosa, por estúpida que le parezca.
Ella no levantó la cabeza.
– Muy bien.
– Entonces, en marcha.
Circularon en silencio, Luke en su coche y Corchran justo detrás. Tomaron un recodo, y entonces a Luke se le heló la sangre en las venas.
– Dios mío -musitó. «Era una emboscada.» Frank Loomis había engañado a Daniel.
Luke miró la nave de hormigón, de unos treinta metros de longitud por lo menos. Por detrás de la nave estaba el río, y enfrente de ella había aparcados tres coches. Dos eran coches de la policía de Dutton. El tercero era el sedán de Daniel. La parte trasera del vehículo estaba empotrada contra uno de los coches patrulla, que, atravesado en la carretera, impedía que Daniel escapara.
Las dos puertas delanteras del coche de Daniel estaban abiertas y Luke observó las manchas de sangre en la ventanilla del conductor. Poco a poco, se acercó con la pistola en la mano y el pulso retumbándole en los oídos. En silencio, indicó a Corchran que se dirigiera al lado del acompañante.
– Hay sangre -musitó, señalando el salpicadero-. No mucha. Y también hay pelo. -Tomó unos mechones del suelo. Eran largos y castaños.
– Son de Alex -reconoció Luke en voz baja, y entonces vio el cadáver de un hombre tendido en el suelo, a unos doce metros de distancia. Echó a correr y se arrodilló sobre una pierna junto al cadáver-. Es Frank Loomis.
– El sheriff de Dutton. -Corchran pareció afectado-. ¿También él estaba implicado en todo esto?
Luke le presionó la garganta con los dedos.
– Lleva toda la semana dificultando la investigación de Daniel. Está muerto. ¿Cuánto tardarán en llegar sus seis hombres?
Corchran se volvió a mirar los tres coches patrulla que aparecían por la curva.
– Nada.
– Sitúelos alrededor del edificio. Que tengan las armas a punto y refuerzos que los cubran. Yo iré a comprobar qué entradas y salidas están libres. -Luke echó a andar. La nave era mayor de lo que parecía mirándola de frente y tenía un ala horizontal orientada hacia el río. En un extremo había una ventana y en el otro, una puerta. La pequeña ventana quedaba demasiado arriba para que nadie pudiera mirar por el cristal, por muy alto que fuera.
Entonces oyó un disparo al otro lado del muro. Oía voces, ahogadas e indistinguibles.
– Corchran -susurró hacia la radio.
– Ya lo he oído -respondió el sheriff-. La segunda ambulancia acaba de llegar; es por si alguien resulta herido. Me acercaré por el otro lado.
Luke oyó otro disparo procedente del interior y echó a correr. Se encontró con Corchran en la puerta.
– Yo me encargo del piso de arriba y usted del de abajo. -Cuando se disponía a moverse, se detuvo en seco-. Viene alguien.
Corchran se escondió en la esquina y aguardó. Luke se alejó sin hacer ruido y sin apartar los ojos de la puerta. Esta se abrió y por ella salió una mujer cubierta de sangre.
Ridgefield, Georgia,
viernes, 2 de febrero, 16:00 horas
– Deprisa. -Rocky sacó a la última chica del barco a empujones-. No tenernos todo el día.
Paseó la mirada por las cinco elegidas, calculando su valor. Dos estaban más bien esqueléticas. Otra era alta, rubia y atlética. Podría ponerle un precio muy alto. Las dos restantes trabajaban bastante bien cuando no estaban enfermas. Ya que tenía que escoger, por lo menos lo había hecho bien. Las cinco chicas estaban arrodilladas en el suelo, pálidas. Una de ellas se había vomitado encima en la bodega, y las otras habían vuelto la cabeza para no verla.
Eso estaba bien. El compañerismo entre las chicas no era nada conveniente. Algunas habían empezado a hacerse amigas pero Rocky cortó la relación de raíz. Para ello había tenido que sacrificar a uno de sus bienes más valiosos, pero el hecho de apalear hasta la muerte a Becky delante de las demás había dado resultado. Becky había conseguido que algunas chicas hablaran unas con otras, y eso sin duda habría dado pie a que planearan fugarse, algo que Rocky no estaba dispuesta a permitir.
Se acercó una camioneta con un remolque para caballos. No mostraba rótulo alguno y Bobby iba al volante. Rocky se preparó para la explosión de furia que sabía que tendría lugar cuando Bobby hiciera el recuento.
Bobby salió de la cabina con los ojos entornados.
– Pensaba que traerías seis. ¿Dónde están Granville y Mansfield?
Ella levantó la cabeza y miró los fríos ojos azules de Bobby mientras el pulso le retumbaba en los oídos. Las chicas estaban escuchando la conversación, y de cómo respondiera dependía la opinión que de ella tendrían en el futuro. El noventa por ciento de la manipulación de las chicas se basaba en el miedo y la intimidación. Seguían presas porque estaban demasiado asustadas para huir.
Así que Rocky decidió mantenerse firme.
– Vamos a meterlas en el remolque y ya hablaremos luego.
Bobby dio un paso atrás.
– Bien. Hazlo deprisa.
Rápidamente Rocky obligó a las chicas a entrar en el remolque y se encargó de asegurar las esposas a la pared. Les estampó una tira de cinta adhesiva en la boca, por si alguna tenía la brillante idea de gritar para pedir socorro cuando se detuvieran en un semáforo.
Jersey evitó el contacto visual mientras amontonaba las cajas sobre el heno. Cuando hubo terminado, miró a Bobby.
– Te ayudaré a transportar lo que haga falta, pero nada de criaturas.
– Claro, Jersey -respondió Bobby en tono meloso-. No querría incomodarte en ningún sentido. -Rocky sabía que eso significaba que a continuación Bobby le ordenaría a Jersey que transportara todo el cargamento humano, y para ello lo chantajearía con lo que acababa de hacer.
Por la mirada de Jersey se deducía que él también lo sabía.
– Hablo en serio, Bobby. -Tragó saliva-. Tengo nietas de la misma edad.
– Entonces te recomiendo que las mantengas alejadas de los chats -soltó Bobby con sequedad-. Supongo que eres consciente de que el resto de lo que transportas acaba en manos de niños mucho más jóvenes que esas chicas.
– Eso es voluntario. Quien compra droga lo hace porque quiere. Esto no es voluntario -respondió Jersey sacudiendo la cabeza.
La sonrisa de complacencia de Bobby denotaba sorna.
– Tu sentido ético es peculiar y erróneo, Jersey Jameson. Te pagaré de la forma habitual. Ahora, en marcha.
Bobby cerró las puertas de la furgoneta y Rocky se dio cuenta de que le había llegado el turno.
– Granville y Mansfield siguen allí -dijo antes de que Bobby tuviera tiempo de volver a preguntárselo. Cerró los ojos y se preparó para lo peor-. Y también los cadáveres de las chicas a quienes Granville ha matado.
Durante lo que se le antojó una eternidad, Bobby guardó silencio. Al final Rocky abrió los ojos y toda la sangre que corría por sus venas se heló. La mirada de Bobby traslucía severidad y furia.
– Te dije que te aseguraras de no dejar rastro. -Pronunció las palabras en voz baja.
– Ya lo sé, pero…
– No hay peros que valgan -le espetó Bobby. Luego se alejó y se puso a caminar de un lado a otro con impaciencia-. ¿Por qué los has dejado allí?
– Granville no salía de la nave y Mansfield ha vuelto atrás para ayudarle a sacar los cadáveres. Jersey y yo hemos oído disparos en la carretera. Hemos pensado que era mejor que no nos pillaran con la mercancía viva.
Bobby dejó de caminar. De repente se volvió y le lanzó una mirada glacial de arriba abajo.
– Lo que habría sido mejor es que hicieras tu trabajo y que no dejaras rastro. ¿Qué más?
Rocky decidió hacer frente a la mirada de Bobby.