– Sí. He encontrado al menos cincuenta cuadernos en la estantería oculta tras el armario de Grant, ordenados alfabéticamente. Hay tres en la letra «V», uno para Simon y Arthur, otro para Daniel y su madre. Susannah tiene uno para ella sola, y está casi lleno. Escucha.
Luke escuchó y los nudillos se le blanquearon de tan fuerte como aferraba el volante. La bilis se revolvía en su interior y sentía una furia tan intensa que le hacía temblar. Era increíble. Imperdonable. Inhumano. A Susannah le habían arruinado la vida porque tanto Charles Grant como Arthur Vartanian querían ser los amos de una puta ciudad que no valía una mierda. Susannah no era más que la ficha sobre la que recaían las apuestas, y nunca lo había comprendido.
– Dios mío -musitó.
– ¿Podemos utilizar los cuadernos como prueba? -preguntó Pete-. No dicen nada de la nave, pero…
– Tendremos que preguntárselo a Chloe -respondió Luke. La ira lo abrasaba por dentro. Cada vez que respiraba sentía auténtico dolor-. Claro que si mientras tanto Charles Grant muere, los cuadernos dejarán de tener importancia.
Pete se quedó callado un momento, pensativo.
– Es verdad. Yo te cubriré las espaldas.
Luke tragó saliva, conmovido.
– Algún día encontraré la manera de compensarte.
Pete ahogó una risita triste.
– No te quedan suficientes días en la vida, tío. Acelera.
Dutton,
lunes, 5 de febrero, 13:45 horas
– Ninguna de las fechas de cumpleaños que recuerdo abre esta caja -dijo Susannah, y se estremeció cuando Bobby le golpeó la coronilla con la culata de la pistola.
– Calla y sigue intentándolo, hermanita.
Susannah apretó la mandíbula. Había conseguido abrir tres de las seis cajas fuertes de la planta superior. Una estaba vacía, otra contenía documentos legales y la tercera guardaba una imitación buenísima de los diamantes de Carol Vartanian. Bobby creía que las joyas eran auténticas y se vanagloriaba de su buena suerte. Susannah no pensaba desilusionarla.
Bobby iba acumulando el botín en la gran tetera de plata de la abuela Vartanian, que al parecer consideraba una pieza de vital importancia. De nuevo, Susannah no pensaba hacer el esfuerzo de intentar comprenderlo.
Sin embargo, mientras se encontraba arrodillada en el suelo del dormitorio de sus padres tratando en vano de abrir otra caja fuerte, pensó que valía la pena ganar tiempo.
– Yo no soy tu hermana -dijo, apretando los dientes-. Y te digo que esta caja está vacía. Daniel la abrió hace tres semanas cuando buscaba a mis padres.
– Eso quiere decir que Daniel conocía la clave, y tú también debes de saberla. Bien que recuerdas todas las fechas de cumpleaños. -Bobby volvió a golpearle la cabeza con la culata de la pistola-. Y sí que soy tu hermana, te guste o no.
Susannah se puso en cuclillas y pestañeó varias veces para resistirse al dolor del golpe. «¿Dónde estás, Luke?» Tenía que haber comprendido su mensaje. En toda su vida jamás se había referido a Arthur como «papá» hablando con otra persona, y la mera idea de conservar un sólo recuerdo de su madre le revolvía las tripas. Pensó en Talia, herida, encerrada bajo la escalera, y rezó para que Luke llegara antes de que muriera desangrada o de que Bobby les reventara los sesos a las dos.
«Entretenla. Dale tiempo a Luke.»
– No eres mi hermana. Ni siquiera somos hermanastras ni parientas de ningún tipo. -Y la cabeza se le disparó hacia un lado cuando Bobby le clavó una fuerte bofetada.
– ¿Tanto te cuesta admitirlo? -preguntó Bobby, con la mirada encendida de rabia.
Susannah esperaba que el hecho de explicarle a Bobby los detalles sobre su ascendencia calmara su ira. Movió la mandíbula hacia uno y otro lado; tenía los ojos llorosos.
– Sí, porque no es cierto. Tu padre era Arthur Vartanian, pero mi madre hizo lo mismo que tu madre, se acostó con otro hombre. Arthur Vartanian no era mi padre.
Bobby la miró atónita.
– Estás mintiendo.
– No. Pedí una prueba de paternidad. Mi padre era Frank Loomis.
Bobby parecía poco convencida. Entonces echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada.
– ¡Qué hija de puta! Después de todo este tiempo resulta que la dulce Suzie Vartanian también es hija ilegítima. -Se puso seria; su expresión era mezquina-. Introduce la clave, Susannah, o bajo y le arranco la cabeza a tiros a tu amiguita.
Susannah tragó saliva.
– No la sé. No te miento.
Bobby frunció el entrecejo.
– Entonces levántate.
Susannah obedeció aliviada, y contuvo la respiración al oír detenerse un coche. «Luke. Por favor, que sea Luke.» Bobby también lo había oído y, aguzando la vista, se acercó con sigilo a la ventana.
– Mierda -masculló-. Tenemos compañía. ¿Quién es?
Susannah decidió no moverse del sitio, pero gritó cuando Bobby la agarró por el pelo y la arrastró hasta la ventana. Hank Germanio se acercaba en silencio a la casa, con el arma en la mano.
– No lo sé -mintió sin esfuerzo-. No lo he visto nunca.
– Menuda mosquita muerta -susurró Bobby-. Por suerte, Leigh Smithson también me hablo de él. Es Hank Germanio, más bien impulsivo, el típico que actúa en solitario. Ve. -La empujó hasta la parte superior de la escalera-. Pídele ayuda.
– No -se negó Susannah-. No pienso hacer entrar a nadie más. Si quieres, mátame.
– Claro que lo hare, cuando termines de abrir todas las cajas fuertes. De momento me encargaré uno por uno de los tipos del GBI. -Bobby la arrastro hasta situarla frente a ella en el borde del último escalón y le puso la pistola en la sien. Luego gritó a todo pulmón-: ¡Socorro! ¡Tiene una pistola! Dios mío, tiene una pistola y va a matar a Susannah!
A través de la cristalera de la puerta de entrada Susannah vio a Germanio. El hombre levantó la cabeza y la vio de pie en la escalera. Vaciló.
Susannah le gritó:
– ¡No entre! ¡Es una trampa!
Pero era demasiado tarde. Germanio cruzó la puerta de entrada. Con toda su sangre fría, Bobby apretó el gatillo y la cabeza de Germanio… estalló en pedazos. Ya estaba muerto antes de que su cuerpo cayera al suelo.
El horror y la estupefacción dieron paso a la furia.
– ¡Asquerosa! -gritó Susannah-. ¡Vete al carajo! -Lanzó los brazos hacia un lado y, con las esposas, tiró tan fuerte como pudo del brazo herido de Bobby. Ella dio un alarido de dolor y Susannah siguió tirando hasta conseguir desequilibrarla. Cuando cayó al suelo, Susannah se volvió y se arrojó sobre la mujer; y, aunque era menuda, ambas bajaron rodando la escalera.
Forcejearon. Bobby agarró a Susannah por el pelo y la arrastró hacia sí. Ella tenía el pelo demasiado corto para que Susannah pudiera hacer lo mismo. No tenía donde aferrarse, así que empezó a dar patadas y trató de escabullirse escalera arriba, pero Bobby le asió la pierna y tiró de ella.
«¿Dónde está la pistola?» ¿La seguía teniendo Bobby? «No. Si la tuviera, ya me habría disparado.» Susannah le dio una patada con la otra pierna para poder volverse a mirar atrás, por si veía la pistola. Las dos se fijaron en ella a la vez. Estaba en el escalón de abajo del todo. «Es imposible. No conseguiré alcanzarla antes que ella. Me matará.»
Bobby la soltó y se arrastró hasta donde estaba el arma. Mientras Susannah, casi sin respiración, se escabulló hacia arriba. «Escápate. Escápate.»
Dutton,
lunes, 5 de febrero, 13:50 horas
Casi habían llegado. Luke apartó de sí la ira y se centró en Susannah y Talia. Ambas habían caído en manos de Bobby. Primero se encargaría de ella y luego mataría a Charles Grant, lo encontraría se escondiera donde se escondiese. No había regresado a su casa, así que andaba suelto por ahí.
Luke pisó el acelerador y dio un respingo al oír sonar el móvil.
– Papadopoulos.
– Luke, soy Chase. ¿Dónde estás?
– A dos minutos de casa de los Vartanian. ¿Dónde está Paul Houston?