Выбрать главу

No obstante, la llamada de Daniel del día anterior la había llevado de nuevo hasta allí. «Hasta aquí.» Hasta Dutton. «Hasta la casa.» Se había visto obligada a afrontar lo que había hecho. Y, más importante aún, lo que no había hecho.

Hacía una hora que había atravesado el porche de la entrada por primera vez en años. Había tenido que hacer acopio de todo su valor para cruzar la puerta, subir la escalera y entrar en la antigua habitación de su hermano Simon. Susannah no creía en los fantasmas, pero sí en el mal.

El mal residía en aquella casa, en aquella habitación, aun mucho después de la muerte de Simon. «De las dos muertes.»

El mal la había acechado en cuanto puso un pie en la habitación de Simon, y un pánico desgarrador había ascendido por su garganta junto con el grito que había conseguido silenciar. Había echado mano de sus últimos recursos para mantener intacta la apariencia de serenidad y autocontrol mientras se obligaba a entrar en el vestidor, acobardada por lo que sospechaba que iba a encontrar tras sus paredes.

Su peor pesadilla. Su mayor vergüenza. Durante trece años había permanecido encerrada en una caja, dentro de un escondrijo oculto tras la pared de la habitación de Simon que nadie conocía. «Ni yo. Ni siquiera yo.» Trece años después la caja había salido a la luz. ¡Tachán!

Ahora la caja se encontraba en el maletero del coche del agente especial Luke Papadopoulos, del GBI; el compañero y amigo de Daniel. Papadopoulos iba a llevarla a las oficinas del GBI, en Atlanta, donde la requisarían como prueba. Donde el equipo de la policía científica, los detectives y el departamento jurídico examinarían el contenido. Cientos de fotografías, repugnantes, obscenas y muy, muy reales. «Lo verán. Y lo sabrán.»

El coche dobló una esquina y la casa desapareció. Roto el maleficio, Susannah se recostó en el asiento y dio un quedo suspiro. Por fin todo había terminado.

No; para Susannah eso no era más que el principio, y nada más lejos del final para Daniel y su compañero. Daniel y Luke perseguían a un asesino, a un hombre que había matado a cinco mujeres de Dutton durante la última semana. A un hombre que había convertido a sus víctimas de asesinato en pistas para guiar a las autoridades hasta lo que quedaba de la banda de bestias ricachonas que a su vez habían causado mucho daño a unas cuantas adolescentes trece años antes. A un hombre que debía de tener sus motivos para desear que los crímenes de los ricachones salieran a la luz. A un hombre que odiaba a los putos ricachones casi tanto como Susannah. Casi. Nadie los odiaba más que Susannah. A menos que se tratara de una de las otras doce víctimas con vida.

«Pronto sabrán quiénes son las otras víctimas. Pronto todo el mundo lo sabrá», pensó.

Incluido el compañero y amigo de Daniel. La seguía observando, con la mirada sombría y penetrante. Tenía la impresión de que Luke Papadopoulos veía más cosas de las que deseaba que nadie viera.

Sin duda ese mismo día las vería. Pronto todo el mundo las vería. Pronto… Sintió una arcada y se concentró en tratar de no vomitar. Pronto su mayor vergüenza sería pasto de la murmuración en las cafeterías de todo el país.

Ya había oído bastantes conversaciones de café para saber cómo iría la cosa exactamente. «¿Te has enterado? -susurrarían con cara de escándalo-. ¿Has oído lo de esos ricachos de Dutton, en Georgia? Los que drogaron y violaron a tantas chicas hace trece años. A una hasta la mataron. Les hicieron fotos. ¿Te imaginas?»

Y todos sacudirían la cabeza al imaginarlo mientras deseaban en secreto que las fotos se filtraran y fueran a parar a una página de internet en la que, navegando, entrarían por casualidad.

«Dutton -musitaría otra persona, para no ser menos-. ¿No fue allí donde asesinaron y dejaron tiradas en la cuneta a todas aquellas mujeres? Justo la semana pasada.»

«Sí -afirmaría otra-. Y el tal Simon Vartanian también era de allí. Fue uno de los que violaron a las chicas hace trece años; el que hizo las fotos. También fue él quien asesinó a todas esas personas de Filadelfia. Un detective de allí lo mató.»

Diecisiete personas habían muerto, incluidos sus padres. Infinidad de vidas habían quedado destruidas. «Yo podría haberlo evitado, pero no lo hice. Dios mío. ¿Qué he hecho?» Susannah mantuvo el semblante circunspecto y el cuerpo inmóvil, pero en su interior se mecía como una niña asustada.

– Ha sido difícil -musitó Papadopoulos.

Su voz ronca hizo que Susannah reaccionara, y pestañeó con fuerza mientras recordaba quién era en la actualidad. Era adulta. Una fiscal respetable. Una buena persona. «Sí. Claro.»

Susannah volvió la cabeza y fijó de nuevo la mirada en el retrovisor. «Difícil» era un término demasiado aséptico para lo que acababa de hacer.

– Sí -respondió-. Ha sido difícil.

– ¿Se siente bien? -volvió a preguntarle.

«No. No me siento bien», quiso espetarle, pero mantuvo la voz serena.

– Estoy bien. -Y en apariencia sí que lo estaba. Susannah era toda una experta en guardar las apariencias, lo cual no era de extrañar. Después de todo, era hija del juez Arthur Vartanian; y lo que no había heredado de su sangre lo había aprendido observando cómo su padre vivía en una falacia permanente todos y cada uno de los días que habían pasado juntos.

– Ha hecho lo correcto, Susannah -dijo Papadopoulos en tono tranquilizador.

«Sí; lo correcto. Solo que trece años tarde.»

– Ya lo sé.

– Gracias a las pruebas que hoy nos ha ayudado a encontrar, podremos meter en la cárcel a tres violadores.

Tendrían que haber sido siete los hombres que fueran a la cárcel. «Siete.» Por desgracia, cuatro ya habían muerto, incluido Simon. «Espero que estéis todos ardiendo en el infierno.»

– Y trece mujeres podrán mirar a la cara a sus agresores y obtener justicia -añadió.

Tendrían que haber sido dieciséis las mujeres que miraran a la cara a sus agresores, pero a dos las habían asesinado y la otra se había quitado la vida. «No, Susannah. Sólo tendría que haber habido una víctima. La cosa debería haber acabado después de ti.»

Pero en aquel momento había optado por no decir nada, y tendría que cargar con ello el resto de su vida.

– El hecho de enfrentarse al agresor es un paso muy importante a la hora de superarlo -respondió Susannah con ecuanimidad. Por lo menos eso era lo que siempre les decía a las víctimas de violación que dudaban acerca de declarar en el juicio. Antes lo creía. Ahora ya no estaba segura.

– Supongo que le ha tocado preparar a más de una víctima de violación para que declare en el juicio. -El tono de Luke era suave en extremo, pero Susannah captó en su voz un temblor apenas perceptible debido a la ira que se esforzaba por mantener a raya-. Imagino que la cosa resulta más difícil cuando quien tiene que declarar es uno mismo.

Otra vez la misma palabra… «Difícil.» El hecho de tener que declarar no se le antojaba precisamente difícil. Le parecía la perspectiva más aterradora de toda su vida.

– Ya les dije a Daniel y a usted que daría mi apoyo a las otras víctimas, agente Papadopoulos -dijo en tono cortante-. Y me atengo a ello.

– Nunca lo he dudado -respondió él, pero Susannah no le creyó.

– Mi avión a Nueva York sale a las seis. Tengo que estar en el aeropuerto de Atlanta a las cuatro. ¿Podría acompañarme de vuelta a la oficina?

Él la miró con ceño.

– ¿Se va esta noche?

– La semana pasada desatendí mucho el trabajo a causa del funeral de mis padres. Tengo que ponerme al día.

– Daniel esperaba pasar un poco de tiempo con usted.

El tono de Susannah se endureció e hizo evidente su enojo.

– Me parece que Daniel estará ocupadísimo tratando de atrapar a los tres… -Vaciló-. A los tres miembros del club de Simon que quedan vivos. -No fue capaz de pronunciar la palabra que utilizaba a diario en el trabajo-. Por no hablar de echarle el guante a quienquiera que asesinara a cinco mujeres en Dutton la semana pasada.