Выбрать главу

Luke pisó el acelerador.

– El mismo sheriff Loomis que ha puesto impedimentos a todos nuestros intentos de encontrar a Bailey. Sí; es a él a quien me refiero.

– Por el amor de Dios. Y ¿le cree?

– No, pero no podemos despreciar la información. Es muy posible que la vida de Bailey dependa de ello. Daniel tiene que encontrarse con Loomis en el molino. Dice que usted sabe dónde está.

– ¿El molino de los O'Brien? Menuda ironía.

– Lo es. De todos modos, hay varios equipos que llevan todo el día peinando la zona en busca de Mack O'Brien. Daniel ha dicho que nos encontraríamos detrás del viejo molino. ¿Sabe dónde es?

Ella se mordió el labio.

– Sí, pero no he vuelto desde una excursión que hicimos en cuarto curso del instituto. Ya nadie va por allí. No hay más que escombros y es un sitio peligrosísimo. Además, cerca hay un manantial de azufre y toda la zona huele a huevo podrido. Hoy en día ni siquiera los jóvenes deben de esconderse allí para fumar o follar.

– Pero ¿recordará el camino?

– Sí.

– Eso es todo lo que necesito saber. Sujétese bien. Es posible que haya muchos baches.

Dutton,

viernes, 2 de febrero, 15:30 horas

Había pasado demasiado tiempo. Rocky comprobó las ataduras de las cinco chicas, con cuidado de no mirarlas a los ojos. Ellas sí que la miraban, algunas con gesto desafiante pero la mayoría con abatimiento y desesperación. Sin embargo, Rocky no volvió la vista atrás. En vez de eso, subió a la cubierta y miró con ceño a Jersey Jameson, el anciano dueño del barco. Llevaba toda la vida pescando en ese río, y ejercía un discreto contrabando con lo que tocaba en cada momento. La patrulla nunca le prestaba demasiada atención, así que el hombre era una buena tapadera.

– ¿Por qué estamos todavía aquí? -susurró.

Jersey señaló a Mansfield alejándose.

– Ha dicho que le esperemos, que iba a buscar al doctor. Le he dado cinco minutos antes de marcharme con el cargamento. -Entornó los ojos ante Rocky con indignación-. Te he sacado muchas veces la mierda de encima, Rocky, pero nada se parecía a esto. Dile a tu superior que no volveré a hacerlo.

– Díselo tú mismo. -Jersey apretó la mandíbula y ella se echó a reír-. Ya me parecía que no querrías decírselo. -Bobby no se tomaba muy bien que nadie le llevara la contraria-. ¿Dónde están esos tíos? Estoy tentada de entrar a buscarlos. Se supone que deberían sacar de ahí la mercancía que no nos cabe.

– No quiero saber nada más -soltó Jersey.

Aguardaron dos minutos pero Mansfield seguía sin dar señales de vida.

– Voy a buscarlos. -Acababa de pisar el muelle cuando un disparo restalló en el aire.

– Ha sido ahí enfrente, en la carretera -afirmó Jersey.

Rocky volvió a la cubierta.

– Vámonos. Vámonos ya.

Jersey ya estaba poniendo en marcha el motor.

– ¿Qué pasa con el doctor y el ayudante del sheriff?

– Tendrán que apañárselas solos. -A Bobby no iba a gustarle nada que hubiera dejado cadáveres a la vista, y a Rocky la mera idea de tener que enfrentarse a su ira le producía náuseas-. Me voy abajo.

Dutton,

viernes, 2 de febrero, 15:35 horas

Susannah observó cómo ascendía el indicador de velocidad del coche de Luke. La búsqueda era inútil, pensó con desaliento mientras descendían momentáneamente sin tocar el suelo a causa de un bache. Entonces recordó la mirada de pánico y angustia de Alex Fallon. Su hermanastra llevaba desaparecida una semana, y ello guardaba relación con todo aquel lío en el que Daniel y su compañero se habían visto implicados. Tenían que seguir todas las pistas; se lo debían a Bailey.

«Tomaré un vuelo a primera hora de la mañana.» Solo tenía que llamar a la tienda de animales y pedir que cuidaran de su perro un día más. Nadie más estaba pendiente de su regreso. Nadie la estaba esperando. Por muy triste que fuera, esa era la verdad.

– Daniel ha avisado al sheriff Corchran de Arcadia -dijo Luke en tono lacónico sin apartar los ojos de la carretera-. Arcadia está a treinta y dos kilómetros de distancia, así que el sheriff no tardará. Daniel confía en él, o sea que Alex y usted se marcharán con él a un lugar seguro. ¿Entendido?

Susannah asintió.

– Entendido.

Luke arqueó las cejas.

– ¿No piensa oponerse?

– ¿Para qué? -preguntó ella sin alterarse-. No tengo pistola y no soy policía. Me parece bien dejar que ustedes hagan su trabajo y tomarles el relevo en el juzgado.

– Estupendo. ¿Sabe conducir?

– ¿Cómo dice?

– Qué si sabe conducir -repitió, enfatizando cada una de las palabras-. Vive en Nueva York, y conozco a varias personas de allí que no se han molestado en sacarse el carnet de conducir.

– Yo sí que lo tengo. No utilizo el coche a menudo, pero sé conducir. -De hecho, solo conducía una vez al año, siempre para ir al mismo lugar, al norte de la ciudad. Para esos días en concreto alquilaba un coche.

– Muy bien. Si algo sale mal, suba al coche con Alex y márchense. ¿Lo comprende?

– Lo comprendo. Pero ¿qué…? -Susannah pestañeó. Al principio su mente se negó a aceptar lo que sus ojos habían captado en la carretera, frente a ellos-. Dios mío, Luke, mire…

Su voz se ahogó en el chirrido de neumáticos cuando Luke pisó a fondo el freno. El vehículo coleó y dio un brusco viraje, y se detuvo a pocos centímetros del cuerpo que yacía en la carretera.

– Mierda. -Luke se apeó del coche antes de que ella recobrara el aliento y saliera tras él.

Era una mujer, ovillada y llena de sangre. A Susannah le pareció que era joven, pero tenía el rostro demasiado destrozado para estar segura.

– ¿A quién ha herido? Dios mío. ¿Nosotros hemos hecho esto?

– No la hemos rozado -aclaró él, y se agachó junto a la mujer-. Le han dado una paliza. -Luke se sacó del bolsillo dos pares de guantes de látex-. Tenga, póngaselos. -Él se enfundó los suyos y luego pasó las manos con suavidad por las piernas de la mujer. Cuando llegó al tobillo, se detuvo. Susannah se inclinó y observó la oveja tatuada, apenas visible a causa de la sangre. Luke tomó a la mujer por la barbilla-. ¿Es usted Bailey?

– Sí -respondió ella, con voz ronca y áspera-. ¿Y mi niña, Hope? ¿Está viva?

Luke le apartó con suavidad el pelo enmarañado de la cara.

– Sí, está viva, y está a salvo. -Le, pasó el móvil a Susannah-. Llame al 911 y pida una ambulancia. Luego llame a Chase y dígale que hemos encontrado a Bailey. Después llame a Daniel y dígale que dé marcha atrás.

Luke corrió hasta su coche y sacó un botiquín del maletero mientras Susannah marcaba el número de emergencias y luego el del agente especial al mando, Chase Wharton. Los guantes de Luke le venían grandes y sus dedos tanteaban con torpeza las teclas.

Bailey se aferró al brazo de Luke cuando este empezó a vendarle el profundo corte que tenía en la cabeza, del que la sangre seguía manando abundantemente.

– ¿Alex?

Cuando Luke miró la carretera en la dirección que había tomado Daniel, los ojos de Bailey volvieron a llenarse de pánico.

– ¿Iba en el coche que acaba de pasar?

Él entornó los ojos.

– ¿Por qué?

– La matará; no tiene ningún motivo para no hacerlo. Las ha matado a todas. Las ha matado a todas.

«Las ha matado a todas.» A Susannah el corazón le dio un vuelco en el momento en que encontró el teléfono de Daniel entre los números que Luke tenía grabados en el móvil. Oyó sonar la señal de llamada mientras Luke trataba de que Bailey prosiguiera presionándole la barbilla.

– ¿Quién es? Bailey, escúcheme. ¿Quién le ha hecho esto? -Pero la mujer no dijo nada. Se limitó a mecerse de tal modo que daba verdadero pánico observarla-. Bailey, ¿quién le ha hecho esto?