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– ¿A la comisaría de policía? -Yvon empieza a protestar-. Pero…

– Lo sé, debería darles una oportunidad -digo, amargamente-. Pero no se trata de eso. Se trata de algo distinto.

– Salgamos a hablar afuera -dice Yvon-. Este sitio no me gusta nada. Está demasiado cerca del río, y el agua hace mucho ruido.

Incluso aquí dentro el ambiente es húmedo y frío. Me siento como una de las criaturas de Viento en los sauces.

Yvon se levanta y se echa el chal de color púrpura sobre los hombros.

– No quiero hablar. Sólo necesito un empujón. No tienes por qué ir conmigo; puedes dejarme allí y volver a casa. Yo iré más tarde.

Empiezo a andar hacia el aparcamiento.

– ¡Naomi, espera! -Yvon sale corriendo detrás de mí-. ¿Qué ocurre?

Después de todo, callar no resulta tan difícil. No es el primer secreto que no le cuento. He tenido tres años para practicar.

Yvon agita las llaves del coche en el aire, apoyada contra su Fiat Punto rojo.

– Dímelo o no te llevo a ninguna parte.

– No me crees, ¿verdad? No crees que Juliet le haya hecho algo a Robert. Crees que él me ha dejado y que no ha tenido agallas para decírmelo.

El graznido de unos pájaros resuena encima de nuestras cabezas. Es como si quisieran unirse a la conversación. Levanto los ojos hacia el cielo gris; casi espero ver una bandada de gaviotas mirándome. Pero, ajenas a lo que ocurre, van a lo suyo, como de costumbre.

Yvon suelta un gruñido.

– ¿Puedo remitirte a mis cuarenta y siete anteriores respuestas a la misma pregunta? No sé dónde está Robert ni por qué no se ha puesto en contacto contigo. Y tú tampoco. Es muy, muy improbable que Juliet lo haya cortado en trocitos y lo haya enterrado bajo el suelo de madera, ¿vale?

– Ella sabía mi nombre. Sabía lo nuestro.

– Aun así sigue siendo poco probable.

Yvon transige y abre el coche. Me siento decepcionada. Si hubiera insistido un poco, podría haberme convencido para que se lo contara. La mayoría de la gente no es tan insistente como yo.

– Naomi, estoy preocupada por ti.

– Es por Robert por quien deberías estar preocupada. Algo le ha ocurrido. Está en peligro.

Me pregunto por qué soy la única a quien eso le resulta tan evidente.

– ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? -pregunta Yvon una vez dentro del coche-. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste de un tirón?

Cada una de sus preguntas me la planteo pensando en ti. ¿Estarás en algún sitio, hambriento y cansado, cada vez más desesperanzado, preguntándote por qué no pongo más empeño en encontrarte? Yvon cree que soy melodramática, pero yo te conozco. Y sólo algo que te mantenga paralizado o encerrado, o que te haya provocado una pérdida de memoria, te impediría ponerte en contacto conmigo. Hay muchas tragedias que resultan poco probables, pero aun así ocurren. La mayoría de la gente no se cae de un puente ni muere en un incendio, pero algunas sí.

Quiero decirle a Yvon que las estadísticas son irrelevantes e inútiles, pero no puedo malgastar las palabras. Necesito todas mis fuerzas para armarme de valor y dar el siguiente paso. De todos modos, es evidente. Aun cuando las probabilidades sean de una entre un millón, podría tratarse de ti. Siempre le ocurre a alguien, ¿no?

Yvon está de acuerdo con Juliet; ella también cree que estoy mejor sin ti. Piensa que eres un reprimido y un machista y que tu forma de hablar es altisonante y pretenciosa, que dices muchas cosas que suenan profundas y llenas de sentido, pero que en realidad carecen de él y son trilladas. Dice que presentas tópicos como si fueran verdades profundas que acabas de descubrir. En una ocasión me acusó de intentar moldear mi personalidad para que encajara con lo que yo me imagino que deseas, aunque a la mañana siguiente se retractó. Por la expresión de su cara diría que lo había dicho en serio, pero pensó que había ido demasiado lejos.

No me ofendí. El hecho de conocerte me ha cambiado. Eso ha sido lo mejor. Saber que tengo un futuro a tu lado me ha ayudado a enterrar todo lo que odiaba de mi pasado. Y deseo con todas mis fuerzas que siga enterrado.

Seguimos la calle arbolada, mientras el ruido del agua se va apagando detrás de nosotras. Los árboles aún no tienen hojas y sus ramas desnudas apuntan al cielo.

Yvon no me pregunta de nuevo por qué quiero ir a la comisaría de Policía. Intenta una nueva táctica.

– ¿Estás segura de que no sería mejor que te llevara a casa de Robert? Si estás tan convencida de que viste algo a través de la ventana…

– No.

El miedo que siento con sólo oír hablar de ello es como una mano que me agarrara el cuello.

– Podríamos llegar fácilmente al fondo de ese misterio -señala Yvon. Comprendo por qué cree que es una idea razonable-. Lo único que tienes que hacer es volver a mirar. Te acompañaré.

– No.

La policía irá en cuanto escuchen lo que tengo que decirles. Si hay algo que descubrir, ellos lo harán.

– Por el amor de Dios, ¿qué fue lo que viste? No creo que vieras a Robert esposado a un radiador, cubierto de magulladuras. Quiero decir que te acordarías de eso, ¿no?

– No te lo tomes a broma.

– ¿Qué recuerdas haber visto en esa habitación? Aún no lo has dicho.

No lo he hecho porque soy incapaz de hacerlo. Ya fue bastan duro describir tu salón a la inspectora Zailer y al sub inspector Waterhouse; en mi cerebro se produce un reflejo que lo mantiene a distancia, ahuyentando la imagen.

Yvon deja escapar un suspiro cuando no consigo responder. Enciende la radio del coche y pulsa una tecla tras otra, sin encontrar nada que le apetezca escuchar. Al final deja una emisora en la que suena una vieja canción de Madonna, pero baja tanto el volumen que apenas se oye.

– Pensabas que Sean y Tony eran los mejores amigos de Robert, ¿verdad? Así es como él se refirió a ambos. Pues te engaño. Sólo son dos camareros que trabajan en ese pub.

– Y así fue como conocieron a Robert. Y es evidente que se hicieron amigos.

– Ni siquiera sabían su verdadero nombre. ¿Y por qué va todas las noches al Star? ¿Por qué está todas las noches en Spilling? Pensé que era camionero.

– Ya no trabaja de noche.

– Y entonces, ¿qué hace? ¿Para quién trabaja?

Yvon aumenta la velocidad, y yo levanto las manos para detenerla.

– Dame una oportunidad -digo-. No hay ningún misterio en eso. Él trabaja por su cuenta, pero básicamente trabaja para supermercados… Asda, Sainsbury's, Tesco…

– He pillado lo de los supermercados -masculla Yvon-. No hace falta que me hagas una lista.

– Dejó de trabajar por las noches porque a Juliet no le gustaba quedarse sola. De modo que casi todos los días él carga en Spilling y va a Tilbury, donde vuelve a cargar otra vez. Y a veces carga en Dartford…

– Escúchate -dice Yvon, lanzándome una mirada de perplejidad-Estás hablando como él. «¡Carga en Dartford!». ¿Acaso sabes qué significa eso?

La situación empieza a resultar irritante. Bruscamente, le digo: -Entiendo que significa que, en Dartford, carga mercancías en su camión que luego transporta hasta Spilling.

Yvon niega con la cabeza.

– No lo entiendes. Sabía que no lo harías. Es como si él se hubiera apoderado de ti, pero, y tú, ¿qué has obtenido a cambio? El no te ofrece más que promesas vacías. ¿Por qué nunca puede pasar toda una noche entera contigo? ¿Por qué Juliet no puede quedarse sola?

Me quedo mirando fijamente la calle.

– No lo sabes, ¿verdad? ¿Le has preguntado alguna vez qué es lo que le ocurre exactamente a su mujer?

– Si quiere decírmelo, lo hará. No quiero someterlo a un interrogatorio. Se siente desleal hablando conmigo de los problemas de su mujer.

– Muy noble de su parte. Es curioso, porque cuando te folla no se siente desleal. -Yvon lanza un suspiro-. Disculpa. -Noto algo su voz: puede que sea desdén o una fatigada amabilidad-. Mira, ayer viste a Juliet. Parecía autosuficiente, una mujer adulta y sana, y no ese ser frágil y desgraciado que te describió Robert…