– Él no me la ha descrito. Nunca me ha contado nada en concreto.
Estoy empezando a enfadarme. Necesito todas mis energías para buscarte, para ser positiva y dejar de volverme loca de miedo y preocupación. Y tener que hacer eso y al mismo tiempo defenderte es demasiado. Y demasiado absurdo, teniendo en cuenta que las críticas vienen de alguien que no te conoce.
– ¿Por qué no puedes conseguir que se comprometa? Si no puede dejar a Juliet ahora, ¿cuándo será capaz de hacerlo? ¿Qué diferencia hay entre ahora y más adelante?
Quiero protegerte contra la hostilidad de Yvon, y por eso no digo nada. Podrías haber mentido sobre por qué no podías dejar a Juliet inmediatamente; muchos hombres lo habrían hecho. Podrías haberte inventado alguna historia que me hubiese mantenido a raya: una madre enferma, algún problema de salud. La verdad resulta mucho más difícil de aceptar, pero me alegra que me la contaras.
– No tiene nada que ver con Juliet -me dijiste. Ella no cambiará. Nunca cambiará.
En tu voz me pareció notar lo que sonaba como determinación, pero puede que fuera una especie de violenta resignación, al tener que llenar un vacío donde antes había esperanza. Al hablar, entornaste los ojos, como si reaccionaras ante un dolor muy agudo.
– Para ella, dejarla ahora sería lo mismo que si lo hiciera dentro de uno o de cinco años.
– Entonces, ¿por qué no la dejas ahora? -te pregunté.
Yvon no es la única que se lo ha preguntado.
– Se trata de mí-admitiste-. Esto no tiene sentido, pero… Hace mucho tiempo que estoy pensando en dejarla. Planeándolo, deseando hacerlo. En cierto modo, es probable que haya pensado demasiado en ello. Se ha convertido en algo… casi irreal en mi imaginación. Estoy paralizado. Se ha convertido en algo demasiado difícil para mí. Me preocupo demasiado por los detalles…, por cómo y cuándo hacerlo. Mentalmente, ya he iniciado el proceso para dejarla. La apoteosis…, lo que he querido hacer desde hace mucho tiempo. -Sonreíste, con tristeza-. El problema es que ese proceso aún no se ha manifestado, salvo en mi cabeza.
Te tomaste tu tiempo para decirme esto, escogiendo con mucho cuidado las palabras exactas, las que mejor describían lo que sentías. Me he dado cuenta de que no te gusta hablar de ti, salvo cuando es para decirme lo mucho que me quieres o que sólo sientes de verdad cuando estás conmigo. Eres lo contrario a un hombre distante y que sólo piensa en sí mismo. Yvon cree que estoy obsesionada contigo, y está en lo cierto, pero ella nunca ha visto cómo te comportas. Nadie salvo yo sabe el deseo con que me miras, como si pensaras que no vas a volver a verme. Nadie ha sentido lo que se siente cuando me besas. Comparada con la tuya, mi obsesión se queda corta.
¿Cómo puedo explicarle todo esto a Yvon? Ni siquiera yo consigo entenderlo del todo.
– ¿Y si dejar a Juliet siempre te parece algo demasiado difícil? -te pregunté-. ¿Y si siempre te sientes paralizado?
No soy tonta del todo. He visto las mismas películas que Yvon sobre mujeres que desperdician toda su vida esperando a que sus amantes casados se divorcien y se comprometan con ellas de verdad. Sin embargo, nunca te he considerado una pérdida de tiempo, da igual lo que pase. Aun cuando nunca dejes a Juliet, aun cuando todo lo que pueda tenerte sean tres horas a la semana, no me importa.
– Siempre me sentiré paralizado -dijiste. No era eso lo que yo quena oír, y volví la cabeza para que no vieras mi decepción-. Siempre me he sentido como me siento ahora: al borde del abismo, sin estar listo para saltar. Pero lo haré. Me obligaré a hacerlo. Hubo un momento en que realmente quería casarme con Juliet. Y lo hice. Y ahora es contigo con quien estoy desesperado por casarme. Es algo que deseo cada minuto.
Cuando recuerdo las cosas que me has dicho y escucho claramente tu voz en mi cabeza, me siento como un animal moribundo. No puede haberse terminado. Tengo que verte de nuevo. Quedan dos días hasta el jueves. Estaré en el Traveltel a las cuatro. Como de costumbre.
Yvon me da un codazo.
– Debería cerrar esa bocaza que tengo -dice-. ¿Qué puedo decir yo? Me casé con un alcohólico que era un vago porque me enamoré de la glorieta de su jardín y pensé que sería ideal para trabajar. Tuve lo que me merecía, ¿no es así?
Yvon miente constantemente sobre su historia de amor, haciendo que ella parezca mucho peor de lo que es. Se casó con Ben Cotchin porque lo amaba. Y sospecho que todavía lo ama, a pesar de que es un alcohólico sin oficio ni beneficio. Yvon y su empresa, Summerhouse -Diseño de páginas web, se han instalado en el reconvertido sótano de mi casa, y la glorieta de Ben, si hay que dar crédito a los espías de Yvon, es básicamente un sitio muy espacioso para tomar copas.
Casi hemos llegado. Veo la comisaría de policía, una imagen borrosa de ladrillos rojos a lo lejos que se va acercando. Siento un enorme nudo en la garganta. No puedo tragar saliva.
– ¿Por qué no nos vamos un par de días? -dice Yvon-. Necesitas relajarte, cortar un poco con todo este estrés. Podríamos ir a las chalets de Silver Brae. ¿Te he enseñado la tarjeta? Gracias a mis contactos, nos alquilarían una chalet por casi nada; ya sabes cómo funcionan esas cosas. Después de haber hecho lo que tengas que hacer en la comisaría, podríamos…
– No -le espeto.
¿Por qué todo el mundo me habla de esos malditos chalets de Silver Brae? La inspectora Zailer ya me preguntó por ellos después de haberle dado la tarjeta por error. Me preguntó si tú y yo habíamos estado allí.
No quiero recordar la única ocasión en que te enfadaste conmigo, no cuando has desaparecido. Es curioso, porque hasta ahora no me ha importado. Me olvidé de ello en cuanto ocurrió. Y estoy segura de que tú también. Pero, de pronto, ese mal recuerdo parece haber cobrado significado y mi mente trata de ahuyentarlo.
Lo más probable es que eso no tenga nada que ver con tu desaparición. ¿Por qué tendría eso que empujarte a dejarme ahora, meses después de haber ocurrido? Además, todo ha ido bien desde entonces. Mejor que bien: perfecto.
Yvon tenía un montón de esas tarjetas en su mesa y cogí una. Pensé que necesitabas tomarte un buen descanso, lejos de Juliet y de sus absurdas exigencias, de modo que alquilé un chalet para darte una sorpresa. No por una semana, tan sólo para un fin de semana. Tuve que negociar un precio especial por teléfono con una mujer bastante antipática que parecía empeñada en que yo no aumentara sus ingresos quedándome en uno de esos chalets.
Sé que por norma no te gusta pasar noches fuera de casa, pero pensé que si sólo era una, no pasaría nada. Me miraste como si te hubiera traicionado. Estuviste horas sin hablarme…, ni siquiera una palabra. «No deberías haberlo hecho -me decías constantemente-. Nunca deberías haberlo hecho». Te encerraste en ti mismo, con las rodillas apoyadas en el pecho, y ni siquiera reaccionaste cuando te zarandeé por los hombros, histérica por sentirme tan culpable y arrepentida. Fue la única vez que estuviste a punto de echarte a llorar. ¿Qué estarías pensando? ¿Qué pasaba por tu cabeza que no pudieras o quisieras contarme?
Estuve mal toda la semana, pensando que quizás lo nuestro había terminado y maldiciéndome por mi osadía. Pero el jueves siguiente, para mi sorpresa, volvías a ser el mismo. No mencionaste el asunto. Cuando quise disculparme, te encogiste de hombros y me dijiste: «Sabes que no puedo salir de casa. Lo siento mucho, cariño. Me habría encantado, pero no puedo». No entendí porqué no me dijiste eso en su momento.
Nunca se lo he contado a Yvon, y ahora no puedo hacerlo. ¿Cómo podría esperar que me entendiera?
– Lo siento -digo-. No quería ser desagradable.
– Tienes que tranquilizarte -dice, muy seria-. Sinceramente, creo de verdad que Robert está bien, esté donde esté. Eres tú quien está de los nervios. Y sí, sé que no estoy en posición de echarte un sermón. Tengo el récord del matrimonio más breve de la historia, y era muy jovencita cuando eso vapuleó mi vida. Cuando me divorcié, la mayor parte de mis amigas seguían sacando sobresalientes…