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No le conté a nadie lo que me había ocurrido ni informé de mi secuestro y violación a la policía. Luego, el día 24 de marzo de 2005, por casualidad, me encontré de nuevo con el señor Haworth en el área de servicio de Rawndesley East. Lo pude identificar y lo seguí hasta el aparcamiento, donde estaba su camión, que llevaba inscrito su nombre.

Declaración tomada por: subinspector 124 Simón Waterhouse, Departamento de Investigación Criminal de Culver Valley.

Comisaría: Spilling.

Hora y fecha de la declaración: 16.10, 4/4/06, Spilling.

CAPÍTULO 07

5/4/06

– ¿Es poli? -El hombre que les estaba enseñando a Charlie y a Olivia la casa levantó los brazos, alarmado-. No le habría dicho que teníamos chalets libres si llego a saber que era uno de esos chicos de azul. Chicas, mejor dicho. -El hombre guiñó un ojo y se volvió hacia Olivia-. ¿Usted también es poli?

Tenía ese acento refinado que Charlie consideraba de «escuela pública».

– No -contestó Olivia-. ¿Por qué todo el mundo que nos conoce al mismo tiempo siempre piensa eso? -le preguntó a Charlie-. A ti nadie te pregunta si eres periodista. No tiene sentido ¿Acaso piensan que el deseo de hacer respetar la ley es hereditario? -Todos los que conocían a Olivia sabían lo ridículo que resultaba imaginársela persiguiendo a un delincuente por la calle o derribando la puerta de un fumadero de crack. ¿Acaso su hermano tiene también un negocio como éste? -preguntó, inocentemente.

Gracias a Dios, el hombre no se molestó, sino que se echó a reír.

– Puede que le sorprenda, pero, sí, mi hermano y yo hemos hecho negocios juntos durante varios años. ¿De modo que usted es periodista? Igual que…, ¿cómo se llama?, ¡Kate Adié!

Charlie no habría aguantado que aquel hombre cotilleara si no hubiera sido tan guapo y si a ella no le hubiera entusiasmado tanto el chalet. Y habría dicho que a Olivia también le encantaba. En el centro de un inmenso cuarto de baño, con suelo de pizarra negra, había una bañera, sostenida por cuatro pies dorados, que era lo bastante grande para dos personas. Junto al lavabo había una cesta de mimbre repleta de artículos de Molton Brown, y la reluciente alcachofa de la ducha, plana y enorme, parecía capaz de lanzar un tonificante chorro de agua.

Las dos camas eran más anchas que las camas de matrimonio normales. Su armazón tenía forma de trineo y era de madera de cerezo, con el cabezal curvo y el pie de madera. El simpático aunque ligeramente entrometido anfitrión -Charlie supuso que era el señor Angilley, cuyo nombre figuraba en la tarjeta-les dejó un menú de almohadas en cuanto llegaron. «Pluma de oca», dijo Olivia sin dudarlo ni un momento. «No me importaría compartir mis almohadas con usted, señor Angilley», se dijo Charlie, pero se guardó el pensamiento para ella. Aquel hombre tenía esa clase de atractivo inusual, rayano en lo inverosímil, como si le hubiera dibujado un gran artista o algo así. Casi demasiado perfecto.

En la pared del salón había una enorme televisión de plasma y aunque no había mini bar sí disponía de algo llamado «despensa» junto a la puerta de la cocina en la que había una gran variedad de bebidas alcohólicas y tentempiés. «Cuando llegue el fin de semana sólo tienen que decirnos lo que han tomado…, ¡nos fiamos de ustedes!», les había dicho Angilley, guiñándole un ojo a Charlie. Normalmente no le gustaba que le guiñaran el ojo, pero tal vez no había que ser tan estricta con según qué cosas…

La cocina era pequeña, y Charlie sabía que a su hermana eso le había gustado. Olivia detestaba esas enormes cocinas con mesa en las que cabía un montón de gente y que a la mayoría de las mujeres les entusiasmaban. Pensaba que cocinar era una pérdida de tiempo y que nadie debería hacerlo, salvo por obligación profesional.

– No tengo nada que ver con Kate Adié -le dijo a Angilley-. Soy periodista especializada en arte.

– Muy sensato -repuso él-. Es mucho mejor pasarse el día en a arte moderno que en el centro de Bagdad.

– Eso es discutible -murmuro Olivia.

Charlie estudio los enormes ojos castaños de Angilley, en cuyo contorno vio patas de gallo. ¿Qué edad tendría? Supuso que cuarenta y tantos. El pelo, con raya en el medio, le daba un agradable aspecto descuidado. A Charlie le gustaba la chaqueta de tweed de color verde grisáceo que llevaba y el pañuelo que lucía en torno al cuello. Tenía la elegancia de un caballero de campo. Y no llevaba anillo de casado.

«Es mucho más atractivo que el maldito Simón Waterhouse.»

– ¿Cómo se llama?

Charlie decidió contraatacar con un poco más de cotilleo.

– Oh, disculpe. Soy Graham Angilley, el dueño.

– ¿Graham? -Charlie miró a Olivia y sonrió. Su hermana la fulminó con la mirada-. Vaya coincidencia. -Charlie cambió automáticamente su actitud por la del flirteo. Inclinando la cabeza, le dirigió a Angilley una picara mirada-. Mi novio inventado también se llama Graham.

Él parecía exageradamente complacido. Sus mejillas se sonrosaron.

– ¿Inventado? ¿Y por qué iba a inventarse un novio? Pensé que tendría un montón de novios de verdad. -Se mordió el labio y frunció el ceño-. No quería decir un montón, quería… Bueno, usted debe de tener muchos admiradores.

Charlie se echó a reír ante su bochorno.

– Es una larga historia -dijo.

– Disculpe. Normalmente suelo ser mucho más elegante y discreto.

Se metió las manos en los bolsillos y sonrió tímidamente. El también sabía cómo flirtear, pensó Charlie; en general, ella nunca atacaba con prudencia o timidez.

– ¿Hay algún buen restaurante cerca de aquí? -dijo Olivia.

– Bueno… Edimburgo no está lejos, si no les importa conducir alrededor de una hora -dijo Graham-, y aquí al lado hay un restaurante excelente. Y Steph cocina para todos los huéspedes q quieran comidas caseras de primera calidad. Siempre con ingredientes orgánicos.

– ¿Quién es Steph? -preguntó Charlie, tratando de sonar tan indiferente como pudo. Se sentía inexplicablemente irritada.

– ¿Steph? -Graham le sonrió, dándole a entender que había entendido las implicaciones de su pregunta-. Pues es todo mi personal en una sola persona: cocinera, asistenta, secretaria, recepcionista…, lo que usted quiera. Mi burra de carga. Aunque no debería meterme con nuestros amigos los equinos. -Se echó a reír-No, para ser justos, Steph es muy atractiva si a uno le gustan las mujeres de campo. Y sin ella estaría perdido; es un encanto. ¿Les traigo un menú un poco más tarde? -Lo dijo mirando sólo a Charlie.

– Eso sería genial -repuso ella, sintiéndose ligeramente mareada.

– Y no se olviden de echarle un vistazo al spa; está en el edificio que antes era el granero. Acabamos de instalar un tepidarium. Es el sitio perfecto para darse un capricho y relajarse.

– Eso es una buena señal -dijo Olivia una vez que se hubo ido-. Me apetece mucho más el tepidarium que una sauna o un baño turco.

Charlie se quedó perpleja, pero decidió no decir nada. Se preguntaba si, en alguna ocasión, su hermana habría trabajado un día entero.