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– ¡Al diablo con Robert! -La ansiedad de Yvon se está convirtiendo en rabia-. ¿Sabes una cosa? Creo que él está bien, estupendamente. ¡Los hombres como él siempre lo están!

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Podrías ir a la cárcel, Naomi. Perjurio, ¿no se llama así lo que has hecho?

– Probablemente.

– ¿Probablemente? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loca? Esto es demencial, es…

Yvon se echa a llorar.

– Hay cosas peores que ir a la cárcel por un tiempo -le digo, tranquila-. No van a encerrarme de por vida, ¿verdad? Y podré decir, sinceramente, que mentí porque estaba desesperada. Hasta ahora no me he metido en ningún lío. He sido una ciudadana modelo…

– Ni siquiera eres capaz de ver lo que está pasando, ¿verdad?

Pienso en lo que acaba de decir.

– En cierto modo, sí. Pero en otro no -digo, con franqueza-Pero, de los dos, el que más me importa es el que me da la razón. -Rebusco en mi cabeza algo que decir y que pueda ayudar. ¿Cómo puede alguien como yo hacerle comprender las cosas a alguien como Yvon? Su tolerancia se esfuma en cuanto aparece un problema, y se cierra en banda. Como un país que ha puesto en marcha un estricto plan de emergencia después de un ataque-. Mira, cuando dices que lo que he hecho está mal, ¿estás segura de no querer decir que es simplemente inusual? -sugiero.

– ¿De qué coño estás hablando?

– Bueno…, la mayoría de la gente no haría lo que yo estoy haciendo, lo sé. La mayoría de la gente aguardaría pacientemente, lo dejaría todo en manos de la autoridad competente y esperaría lo mejor. La mayoría de la gente no exageraría la situación diciendo que su amante es un criminal peligroso, esperando que la policía lo buscara con más empeño.

– ¡Exacto! ¡La mayoría de la gente no lo haría! -La preocupación que siente por mí se ha convertido en pura rabia-. En realidad, nadie lo haría, ¡salvo tú!

– Eso es lo que me echas en cara, ¿verdad? Puesto que el noventa y nueve por ciento de mujeres no lo harían, ¡en tu opinión tengo que estar equivocada!

– ¿No ves lo retorcido que es? ¡Es justo al revés! Puesto que es un error, ¡el noventa y nueve por ciento de mujeres no lo harían!

– ¡No! A veces hay que tener valor y hacer algo que no encaje en el modelo que se sigue, aunque sólo sea para mover un poco las cosas, para conseguir que pase algo. ¡Si todo el mundo pensara como tú, las mujeres aún no podrían votar!

Nos miramos fijamente, jadeando.

– Voy a contárselo -Yvon da un paso atrás, como si estuviera a punto de echar a correr hacia la casa-. Le contaré a la policía todo lo que acabas de decirme.

Me encojo de hombros.

– Les diré que estás mintiendo. -Su rostro se contrae y rectifica su amenaza.

– Si tú no se lo cuentas, lo haré yo. Hablo en serio, Naomi. ¿Qué coño te pasa? ¿Se te ha ido la olla?

La última vez que me insultaron así estaba atada con unas cuerdas -primero a una cama y luego a una silla-y no pude hacer nada. Y ahora no pienso aguantarlo viniendo de mi supuesta mejor amiga.

– He hecho todo lo posible para explicártelo -digo, fríamente-. Si aún sigues sin entenderlo, te fastidias. Y si le cuentas a la policía lo que acabo de decirte, ya puedes ir buscándote otro sitio donde vivir. De hecho, puedes irte ahora mismo.

Acabo de cruzar otro límite. Últimamente parece que es algo que hago a todas horas. Ojalá pudiera borrar mis duras palabras, tragármelas y conseguir que nunca se hubieran pronunciado, pero no puedo. Tengo que mantener esa expresión impertérrita y desafiante. No quiero parecer pusilánime.

Yvon se da la vuelta para irse. -Que Dios te ayude -dice, con voz temblorosa.

Tengo ganas de gritarle que sólo alguien tremendamente convencional habría pronunciado esa última frase antes de irse.

CAPÍTULO 09

5/4/06

Juliet Haworth llevaba una bata de satén de color lila. Cuando abrió la puerta, una parte de su rostro mostraba las arrugas de quien ha estado durmiendo. Eran las tres y media de la tarde. No parecía estar enferma; tampoco se disculpó por su aspecto ni pareció sentirse avergonzada de que la hubieran pillado con un salto de cama en pleno día, como le habría ocurrido a Simón.

– ¿Señora Haworth? Soy el subinspector Waterhouse, otra vez -dijo.

Ella sonrió mientras bostezaba.

– Aún no ha acabado conmigo, ¿verdad? -dijo ella. El día antes había sido violenta y abrupta. Al parecer, hoy Simón le parecía divertido.

– La dirección de Kent que me dio… Mintió. Su marido no está allí.

– Mi marido está arriba -repuso ella, volviendo la cabeza y balanceándose ligeramente, agarrando con una mano el pomo dorado de la puerta. Miró a Simón provocativamente a través de la rendija. ¿Trataba de dar a entender que ella y Robert Haworth estaban en plena relación sexual y que Simón los había interrumpido?

– Si eso es verdad, me gustaría hablar con él. En cuanto me haya explicado por qué me mintió con respecto a lo de Kent.

Juliet ensanchó su sonrisa. ¿Estaba decidida a demostrar que nada de lo que Simón le dijera podía preocuparla? Él se preguntaba por qué su humor había mejorado desde ayer. ¿Sería porque Robert había vuelto? Volviéndose, ella gritó:

– ¡Robert! Vístete. Aquí hay un policía que quiere verte.

– Su marido nunca estuvo en el número 22 de Dunnisher Road de Sissinghurst; en esa dirección no lo conocen.

– Yo me crié en esa casa; fue el hogar de mi niñez.

Juliet Haworth parecía satisfecha de sí misma.

– ¿Por qué mintió? -volvió a preguntarle Simón.

– Si se lo digo, no me creerá.

– Inténtelo y veremos.

Juliet asintió con la cabeza.

– Sentí la imperiosa necesidad de mentir. Sin razón alguna… Simplemente me apetecía hacerlo. ¿Lo ve? Le he dicho que no me creería, y así es. Pero es la verdad. -Se desató el cinturón, se ciñó la bata y volvió a atárselo-. Ahora, en cuanto lo he visto, he pensado que seguramente volvería a mentirle. No tenía por qué decirle que Robert está arriba, pero luego he cambiado de opinión y me he dicho: ¿por qué no?

– ¿Es consciente de que la obstrucción a la justicia es un delito?

Juliet soltó una risita tonta.

– Totalmente. Si no fuera así no tendría gracia, ¿verdad?

Simón se quedó tieso y se sintió cohibido. Aquella mujer tenía algo que bloqueaba su capacidad para razonar con claridad. Le hacía sentirse como si ella supiera más que él mismo acerca de lo que hacía y pensaba. ¿Esperaba que entrara a su habitación para ir en busca de su marido o que siguiera desafiándola respecto a sus flagrantes mentiras? Naomi Jenkins también había reconocido tranquilamente haber mentido cuando Simón habló con ella el día antes. ¿Acaso Robert Haworth se sentía atraído por mujeres que mentían?

Simón no creía que Haworth estuviera arriba. No había respondido al grito de su esposa diciéndole que se vistiera. Juliet seguía mintiendo. Simón era reacio a entrar en la casa y dejar que ella cerrara la puerta detrás de él. Algo le decía que no saldría indemne. No es que pensara que Juliet Haworth fuera a agredirle físicamente: no obstante, le estaba costando entrar en la casa, como sabía que debía hacer. Ayer ella se había mostrado igualmente decidida a conseguir que se quedara fuera.

Simón deseó que Charlie hubiera estado con él. Calar a otras mujeres era su especialidad. Y también habría dado lo que fuera por poder hablar con ella sobre Naomi Jenkins y la forma en que cambió su historia. Pero Charlie estaba de vacaciones y además estaba enfadada con él, aunque tratara de ocultarlo a toda costa. Simón se acordó repentinamente de eso con una especie de desconcertante irritación. Todo lo que había dicho era que quizá llamara a Alice Fancourt, sólo para ver cómo estaba. Seguro que, después de todo ese tiempo, a Charlie no le importaría. En cualquier caso, no tenía derecho a que le importara. Ella no era su novia, nunca lo había sido. Y lo mismo ocurría con Alice, pensó Simón con una leve punzada de arrepentimiento.