– ¡Mierda! -susurró Charlie, revolviendo en la oscuridad, sacando objetos de su bolso al azar. Localizó el teléfono justo cuando dejó de sonar.
La habitación se iluminó. Charlie parpadeó y se volvió hacia Graham. Dio por sentado que él había encendido una lámpara para ayudarla a encontrar el teléfono, pero seguía tumbado, tapado casi por completo con el edredón. Él emitió un gruñido y se cubrió la cabeza. «Estupendo -pensó Charlie. Justo cuando necesito un héroe que corra a rescatarme». Rodeándose con los brazos, se volvió y echó un vistazo.
Olivia había descorrido las cortinas y la observaba con los ojos entrecerrados a través de los barrotes de su cama. Llevaba su pijama japonés con estampado de flores y parecía estar tensa y alerta; no tenía el aspecto de quien se acaba de despertar.
– Sí, lo he oído todo -dijo-. Pero a vosotros os da igual.
– ¿Por qué no has dicho nada? -dijo Charlie, que se puso primero las bragas y luego la blusa.
«Otra vez no», pensó, mientras el lamentable recuerdo de ella y Simón en el cuarenta aniversario de Sellers acudía a su cabeza. Estaba furiosa con Olivia por haber hecho eso, aunque ella no sabía nada acerca del incidente de la fiesta. Era el único hecho significativo que Charlie no le había contado. -¿Por qué fingías estar durmiendo?
– ¿Por qué no has comprobado si estaba durmiendo antes de tener relaciones sexuales en mi habitación?
– ¡Ésta no es tu habitación! Tu habitación está ahí arriba. Ésta es mi habitación.
Charlie sintió que la invadía la ira y que explotaba en su interior como unos fuegos artificiales, bloqueándolo todo. Por un momento se olvidó de que Graham estaba allí hasta que su cabeza emergió de la cama.
– Al parecer, he abusado de vuestra hospitalidad -dijo-. Las dejo solas, señoras.
– Tú no vas a ninguna parte -le dijo Charlie tranquilamente.
– Tú te quedas. -Olivia se puso en pie y empezó a meter la ropa en su maleta-. Charlie quiere estar contigo, no conmigo. Con una noche de esta mierda tengo bastante. Me quedaré hecha polvo si me paso toda una semana siendo la tercera en discordia, mientras os escucho a los dos follando todas las noches hasta la extenuación.
Olivia se puso su largo abrigo beis sobre el pijama; su aspecto era el de alguien que se dirigía a una fiesta de disfraces.
– Es casi medianoche -dijo Graham-. ¿Adónde vas a ir?
– Tomaré un taxi hasta Edimburgo. Me da igual lo que cueste. Tengo el teléfono. Se lo pedí a la camarera mientras a vosotros se os caía mutuamente la baba y pasabais de mí. Estaba planeando mi fuga.
– Esto es culpa mía -dijo Graham-. Soy incorregible enemistando a la gente…
– Déjala que se vaya si es lo que quiere -dijo Charlie.
– Nadie va a dejarme que me vaya ni nadie va a detenerme -dijo Olivia cansinamente-. Me voy y punto.
– Espera un segundo -dijo Graham, cogiendo sus pantalones y sacando el móvil del bolsillo trasero. Charlie y Olivia lo observaron mientras pulsaba las teclas-. Steph, una de las señoras de la número tres necesita ir a Edimburgo. Estará en recepción dentro de un momento, ¿de acuerdo? -Su semblante se ensombreció mientras escuchaba la respuesta-. Muy bien, vístete. Ha surgido un problema.
Charlie había visto fugazmente a Steph por la noche. La burra de carga. Graham le había llamado eso a la cara y le había guiñado el ojo. Como respuesta, ella había esbozado una sonrisa. Charlie dedujo que tras aquella sonrisa había una complicada historia. Supuso que Graham y Steph se habían acostado.
Le había sorprendido su aspecto. Por la mañana, Graham la había descrito como una mujer de campo. Charlie se había imaginado a alguien con la piel tostada por el sol y de pantorrillas y tobillos anchos. Pero, en realidad, Steph era delgada y de piel clara; tenía el pelo castaño, con mechas de color dorado, naranja y rojo.
– ¿Crees que trabaja de tapadillo para Dulux? -había susurrado Olivia.
Charlie no estaba muy segura de querer que Steph acompañara a su hermana.
– Liv, no te vayas en plena noche -dijo-. Es tarde. ¿Por qué no hablamos mañana sobre todo esto?
– Porque estás demasiado ocupada halagándote a ti misma con cualquier cosa que tenga pene como para hablar conmigo, por eso.
Cargando con su maleta, Olivia bajó pesadamente las escaleras con sus zapatos de tacón alto de Manolo Blahnik.
– Olivia, la última cosa que deseo es arruinarte las vacaciones -dijo Graham.
Ella le ignoró y miró a Charlie.
– ¿Cuánto tiempo vas a seguir haciendo esto? Follarte a todo lo que se mueva, sólo para demostrarle algo al maldito Simón Waterhouse.
Charlie sintió que una oleada de vergüenza invadía su rostro.
– Tienes un problema, Char. Y ya es hora de que te enfrentes a él. ¿Por qué no… dejas de intentar llenar el vacío equivocado y vas a ver a un psiquiatra o algo así?
Después de que Olivia cerró la puerta de golpe, Charlie se echó a llorar, cubriéndose la cara con las manos. Graham la estrechó entre sus brazos.
– Sólo lloro porque estoy muy enfadada -le dijo.
– No estés enfadada. Pobre Gordita. No debía ser muy divertido para ella oírnos mientras nos besuqueábamos, ¿verdad?
– ¡No llames así a mi hermana!
– ¿Cómo? ¿Después de que ella acaba de llamarte puta y a mí…, sí, voy a decirlo con todas sus letras, sí, «cualquier cosa que tenga pene»?
Graham se arriesgó a esbozar una leve sonrisa. Aunque seguía llorando, Charlie no pudo evitar echarse a reír.
– ¿Es que tienes que ponerle un mote a todo el mundo? Yo soy la «señora», Steph «la burra de carga» y Olivia es «la Gordita»…
– Lo siento. De veras. Sólo trataba de relajar el ambiente, -dijo, acariciándole la espalda a Charlie-. Mira, mañana lo arreglas. Steph nos dirá a qué hotel ha ido. Te llevo a Edimburgo y tú le das un beso y haces las paces con ella como Dios manda, ¿vale?
– Vale. -Charlie sacó el tabaco y el mechero del bolso-. Si me dices que en este chalet no se puede fumar, te parto la cara.
– No te atreverías, señora. Jefa.
– Todo lo que Liv dijo sobre mí…
– Te estaba atacando porque se sentía excluida. Ya me había olvidado de ello.
– Gracias. -Charlie le apretó la mano a Graham. «Gracias a Dios, es un caballero», pensó. Aun así, acostarse con él ya había dejado de ser una posibilidad, no después de que las palabras de Olivia empezaron a zumbarle en la cabeza. «Deja de intentar de llenar el vacío equivocado.» Zorra.
– Charlie, deja de preocuparte -dijo Graham-. La relación que tienes con la Gordita es sólida, eso es evidente; es mucho mejor que la que tienen la mayoría de los hermanos.
– ¿Te estás cachondeando de mí?
– No, lo digo muy en serio. Os gritáis, y eso es una buena señal. Hace años que no hablo con mi hermano como Dios manda.
– Dijiste que tuviste un negocio con él.
De pronto, Graham parecía muy triste.
– Y lo tenemos. A pesar de todo, lo tenemos, pero ha hecho todo lo posible por arruinarlo, ése es el problema. Yo soy el hermano prudente y sensato…
– Me cuesta creerlo -dijo Charlie, tomándole el pelo.
– Es verdad. Yo no corro riesgos absurdos que no podemos permitirnos, porque quiero que el negocio funcione. Así que yo lo levanto y él lo echa a perder. O al menos lo intenta.
– ¿Cómo podéis seguir trabajando juntos si no os habláis? -preguntó Charlie.
Graham trató de sonreír, pero su frente seguía llena de arrugas.
– Es demasiado absurdo -dijo-. Si te lo contara, te reirías.
– Adelante.
– Nos comunicamos a través de la burra de carga. -Graham negó con la cabeza-. En fin… -dijo, inclinándose y tratando de que Charlie volviera a la cama-, no hablemos más de nuestros problemas familiares. Tenemos el chalet sólo para nosotros. Follemos hasta la extenuación, tal y como ha sugerido tu encantadora hermana, y ya nos mostraremos arrepentidos mañana, cuando vayamos a buscarla.