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– ¿Dónde está?

– Ha ido a buscar unos analgésicos. Tengo resaca. Mira, me ha surgido algo urgente en el trabajo y Graham me dijo que no tenía ningún problema en que…

– Bueno, pues no es así. Los huéspedes no pueden utilizar este ordenador.

– ¿Adónde has llevado a mi hermana? -preguntó Charlie-. ¿A un hotel?

– Me pidió que no te lo dijera. -Steph se tocó los dientes con una larguísima uña en cuyo centro había lo que parecía ser un pequeño diamante-. Y Graham, ¿ya te ha follado? -preguntó-. En el bar no parabais de meteros mano.

Charlie se quedó demasiado asombrada como para contestar.

– No te habría dejado entrar aquí a menos que ya te haya follado o tenga intención de hacerlo. Sólo es un aviso: si ya lo ha hecho o lo va a hacer, me lo contará. Todo. Siempre lo hace. No eres la primera huésped a la que se ha follado, ni por asomo. Ha habido montones de ellas. Suele imitar los ruidos que hacen en la cama. ¡Es muy divertido!

Steph soltó una risita, tapándose la boca con la mano. Si Graham no hubiera regresado en aquel momento, Charlie habría cruzado la habitación y le habría dado un puñetazo.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Graham a Charlie. Llevaba una caja de Nurofen en la mano-. ¿Qué te ha dicho?

– Sólo le he dicho que no puede utilizar el ordenador. -Steph contestó antes de que Charlie pudiera hacerlo.

– Sí puede. Lárgate y vete a dormir -dijo Graham amablemente-. Mañana te espera un día de perros. Empezarás por llevarnos el desayuno a la cama a la inspectora y a mí. Desayuno inglés completo. En su cama, claro. Ahí es donde estaremos. ¿No es así, inspectora?

Charlie se quedó mirando fijamente la pantalla del ordenador, muerta de vergüenza.

Steph empujó a Graham cuando pasó junto a él.

– Me voy -dijo.

Mientras se dirigía hacia la puerta, él empezó a cantar en voz alta.

– «Rayas blancas penetrando en mi mente…».

Era evidente que Graham quería que Steph le oyera. Charlie identificó la canción, que había estado en las listas de éxitos de los años ochenta. Pensó que era de Grandmaster Flash.

La puerta del despacho se cerró de golpe.

– Lo siento. -Graham parecía avergonzado-. No te imaginas hasta qué punto me vuelve loco.

– Oh, creo que sí -repuso Charlie, que aún seguía conmocionada por lo que había dicho Steph.

– ¿Acaso no se da cuenta de lo vulgar que es? La típica criada mala, como la señora Danvers de Rebeca… ¿La has visto?

– La he leído.

– ¡Oh, qué culta, jefa! -Graham besó a Charlie en el pelo.

– ¿Steph se mete coca?

– No. ¿Por qué? ¿Tiene aspecto de hacerlo?

– Te pusiste a cantar esa canción… sobre el abuso de las drogas.

Graham se echó a reír.

– Es una broma privada -repuso-. No te preocupes; ya verás cómo nos servirá el desayuno. Es un viejo chucho obediente.

– Graham…

– Y ahora, un vaso de agua para que puedas tomarte las pastillas. -Se volvió hacia el dispensador de agua-. No hay vasos, genial. Iré a buscar unos cuantos a la despensa. No tardaré nada. Si vuelve la burra de carga, ya sabes lo que tienes que cantar.

Graham le guiñó un ojo y luego desapareció, dejando la puerta abierta.

Charlie lanzó un suspiro. Tenía muy claro que no iba a acostarse con Graham; no se iba a arriesgar a que él compartiera los detalles con el personal. Volvió a centrar su atención en la página web. Decidió que leería de nuevo la carta de Naomi Jenkins y luego volvería al chalet y se dejaría caer en la cama. Sola.

Bostezando ruidosamente, cogió el ratón. Se le fue la mano y en vez de clicar en la historia número setenta y dos lo hizo por error sobre la treinta y uno.

– ¡Maldita sea! -murmuró.

Intentó volver a la página anterior, pero el ordenador de Graham se había quedado bloqueado. Pulsó las teclas control, alt y supr., pero no pasó nada. Había llegado el momento de dejarlo. Graham ya arreglaría el ordenador cuando volviera; lo dejaría así…, bloqueado.

Charlie estaba a punto de levantarse cuando se fijó en algo. En la pantalla había aparecido una palabra: «Teatro». Le costó un poco poner en marcha su machacado cerebro, pero, en cuanto lo consiguió, se irguió de golpe, respirando profundamente. Parpadeó varias veces, para cerciorarse de que no era víctima de una alucinación. No, estaba allí, en la historia de supervivientes numero treinta y uno. Un pequeño teatro. Un escenario. Y unas cuantas líneas más abajo, la palabra «mesa». La palabra saltaba de la pantalla, el contorno negro vibraba ante los ojos de Charlie. El público estaba cenando. Todo estaba allí, todos los detalles de la declaración de la violación de Naomi Jenkins que Simón le había contado por teléfono. Charlie miró la fecha: 3 de julio de 2001. En la parte de abajo decía: «Nombre y dirección de correo electrónico ocultos.»

Llamó al móvil de Simón, pero estaba comunicando. ¡Maldita sea! Entonces llamó al Departamento de Investigación Criminal. «Por favor, por favor, que alguien conteste.»

Después de cuatro tonos -Charlie los contó-respondió Gibbs. Charlie se dejó de formalidades, ya que Gibbs no era muy dado a ellas.

– Ponte en contacto con el Centro Nacional de Investigación Criminal de Bramshill -le dijo-. Mándales un fax con la declaración de la violación de Naomi Jenkins y que comprueben si hay coincidencias en cualquier lugar del Reino Unido.

Gibbs soltó un gruñido.

– ¿Por qué? -dijo finalmente, de malhumor.

– Porque Naomi Jenkins fue violada, y no fue la única. Se trata de un caso de violaciones en serie. -Charlie pronunció las palabras que todo agente de policía temía-. Diles a Simón y a Proust que voy para allá.

SEGUNDA PARTE

Habla y Sobrevive

Historia de supervivientes N° 31 (enviada el 3 de julio de 2001)

Es muy difícil obligarme a mí misma a escribir sobre lo que me ocurrió. Sólo después de leer las historias de esta magnífica página web y comprobar lo valientes que han sido otras mujeres, estoy intentando hacer lo mismo. Hace tres semanas me violaron, y el monstruo que lo hizo me dijo que si alguna vez se lo contaba a alguien o acudía a la policía, daría conmigo de nuevo y me mataría.

En aquel momento le creí, y todavía sigo haciéndolo. Sé que muchos violadores son impotentes o padecen algún trastorno mental, pero ese hombre parecía seguro de sí mismo, no era ningún perdedor. No habría tenido ningún tipo de problema para encontrar novia. No tenía ninguna necesidad de hacerme lo que me hizo, pero quiso hacerlo.

Cuando me abordó, yo estaba en el centro de Bristol. Acababa de salir de una reunión y aquella noche tenía otra, así que decidí buscar algún sitio para comer. No soy de Bristol, de modo que no conozco muy bien los restaurantes de la ciudad. Descubrí un café llamado One Stop Thali Shop que me pareció acogedor. Me quedé fuera, mirando a través del ventanal; estaba a punto de entrar cuando se me acercó ese hombre.

Me llamó por mi nombre mientras se dirigía hacia mí y pensé que debía de conocerle. Se me acercó y se quedó junto a mí, y sólo entonces vi el cuchillo. Me quedé petrificada. Me obligó a caminar hasta su coche a punta de cuchillo, diciéndome que me destriparía si gritaba o avisaba a alguien. Una vez dentro del coche, me puso un antifaz que me impedía ver nada.

No voy a ser capaz de describir todo lo que ocurrió; sigue siendo demasiado crudo y doloroso. Me llevó en coche hasta algún lugar -no sé adónde-y sólo me quitó el antifaz cuando estuvimos en el interior de un edificio. Era un pequeño teatro con un escenario. Entonces me dijo: «¿Quieres entrar en calor antes de que empiece el espectáculo?», aunque no me contó de qué espectáculo se trataba.