Sellers sacó un sobre arrugado de su bolsillo y lo deslizó por encima de la mesa hasta Juliet acompañándolo de un bolígrafo.
Ella se inclinó hacia delante, escribió durante unos segundos y luego, sonriendo, empujó el sobre hasta Simón. Él no hizo nada. Sellers cogió el sobre y lo examinó brevemente antes de tender selo a Simón. Maldita sea. Ahora no tenía elección. Juliet ensanchó su sonrisa. A Simón no le gustaba la manera en que trataba ¿e comunicarse con él en privado, excluyendo a Sellers. Consideró la posibilidad de abandonar la sala, y dejarle todo aquello a Sellers. ¿Cómo reaccionaría ella ante eso?
Juliet había escrito cuatro líneas en el sobre, un poema o una parte de éclass="underline"
La incertidumbre humana es lo único
que hace que la razón sea fuerte.
Hasta que tropezamos, nunca sabemos
que cada palabra que decimos es una falsedad.
– ¿Qué es esto? -preguntó Simón, irritado por no saber de qué se trataba. No podía habérselo inventado, al menos en tan poco tiempo.
– Mi pensamiento del día.
– Hábleme de las relaciones sexuales con su marido -dijo Sellers.
– Creo que no voy a hacerlo. -Juliet soltó una risita-. Hábleme de las suyas con su mujer. Veo que lleva un anillo de casado. Los hombres no suelen llevarlo, ¿verdad? -le preguntó a Simón-. A veces es difícil recordar que las cosas eran diferentes de como son ahora, ¿no cree? El pasado se esfuma y es como si el estado actual de las cosas siempre hubiera sido el mismo; hay que hacer un verdadero esfuerzo para recordar cómo solía ser antes.
– ¿Diría que sus relaciones sexuales eran normales? -insistió Sellers-. ¿Siguen durmiendo juntos?
– De momento Robert está durmiendo en el hospital. Según el subinspector Waterhouse, puede que nunca se despierte.
Su tono de voz daba a entender que tal vez Simón hubiera mentido acerca de eso simplemente por ser malicioso.
– Antes de que fuera atacado, ¿diría que usted y su marido tenían unas relaciones sexuales normales?
Sellers parecía mucho más tranquilo que Simón.
– No pienso decir nada sobre eso; no, creo que no -repuso Juliet.
– Si estuviera en presencia de un abogado, o si dejara que j proporcionáramos uno, le aconsejaría que si no quiere responde a una pregunta dijera «sin comentarios».
– Si hubiera querido decir «sin comentarios», lo habría hecho. Mi comentario es que prefiero no responder a esa pregunta. Como Bartleby.
– ¿Quién?
– Es un personaje de ficción -murmuró Simón-. Bartleby, el escriba. Cuando le pedían que hiciera algo, decía: «Preferiría no hacerlo.»
– Salvo que fuera interrogado por la policía -dijo Juliet-. Él sólo trabajaba en una oficina. O mejor dicho, no trabajaba. Un poco como yo. Supongo que sabrá que no tengo trabajo ni una carrera. Y no tengo hijos. Sólo tengo a Robert. Y ahora puede que ni siquiera le tenga a él.
Juliet mostró el labio inferior, parodiando una expresión de tristeza.
– ¿La ha violado alguna vez su marido?
Juliet pareció sorprendida, puede que incluso un poco enojada. Luego se echó a reír.
– ¿Cómo?
– Ya ha escuchado la pregunta.
– ¿Ha oído hablar de la navaja de Occam? ¿La explicación más sencilla y todo eso? ¡Tendrían que escucharse! ¿Que si Robert me ha violado alguna vez? ¿Que si se ha comportado de forma violenta en alguna ocasión? ¿Que si ha abusado psicológicamente de mí? El pobre está en el hospital, con una herida que podría ser mortal, y ustedes… -De pronto se interrumpió.
– ¿Qué?
Sus ojos, astutos y cómplices, habían perdido su agudeza. Parecía distraída cuando dijo:
– Hasta hace muy poco tiempo era legal que un hombre violara a su mujer. Imagínense eso ahora; parece algo imposible. Me acuerdo de que una vez, siendo una niña, salí a pasear por la ciudad con mi madre y mi padre y vimos un cartel que decía: «La violación en el matrimonio… Consigamos que sea un delito.» Tuve que preguntarles a mis padres qué significaba eso.
Hablaba de forma automática y no sobre lo que realmente estaba pensando.
– Juliet, si no intentó matar a Robert, ¿por qué no nos dice quién lo hizo? -preguntó Sellers.
Su expresión se aclaró de inmediato. Había recuperado la concentración, pero Simón captó un cambio de humor. La falta de seriedad se había esfumado.
– ¿Le ha contado Naomi que Robert la violó?
Simón abrió la boca para contestar, pero no fue lo bastante rápido. Juliet abrió unos ojos como platos.
– Lo ha hecho, ¿verdad? ¡Esa mujer es increíble!
– ¿Quiere decir que está mintiendo? -dijo Sellers.
– Sí, está mintiendo. -Por primera vez desde que había empezado el interrogatorio, Juliet parecía hablar totalmente en serio-. ¿Qué dijo exactamente que le había hecho?
– Responderé a sus preguntas cuando usted responda a las mías -dijo Sellers-. Me parece lo justo.
– Aquí no hay equidad que valga -dijo Juliet, desdeñosa-. Déjeme adivinar. Les contó que había unos hombres mirando mientras cenaban. ¿La violó Robert en un escenario? ¿La ataron a una cama? ¿Por casualidad los postes de la cama no tendrían unas bellotas esculpidas?
Simón reaccionó y se puso en pie.
– ¿Cómo coño sabe todo eso?
– Quiero hablar con Naomi -dijo Juliet.
Estaba sonriendo de nuevo.
– Usted nos mintió sobre el paradero de su marido. Se pasó seis días en su casa mientras él estaba arriba, con una herida casi mortal tumbado sobre su propia mugre, y no llamó a una ambulancia. Sus huellas digitales están en esa piedra, en la sangre de Robert. Tenemos suficientes pruebas para condenarla. Nos da igual lo que nos cuente o lo que no.
El rostro de Juliet estaba impasible. No habría habido ninguna diferencia si Simón le hubiera leído la lista de la compra.
– Quiero hablar con Naomi -repitió Juliet-. En privado. A solas en plan íntimo.
– Lo veo difícil.
– Debería saber que eso es imposible, de modo que, ¿por qué se molesta en preguntar? -dijo Sellers.
– ¿Quiere saber lo que le pasó a Robert?
– Sé que intentó matarlo, y eso es cuanto necesito saber -dijo Simón-. Vamos a acusarla de intento de asesinato, Juliet. ¿Está segura de que no quiere un abogado?
– ¿Por qué iba a intentar matar a mi marido?
– Aunque no haya un motivo, conseguiremos una condena; eso es lo único que nos importa.
– Puede que eso sea verdad para su amigo -dijo Juliet, señalando a Sellers con la cabeza-, pero no creo que lo sea para usted. Usted quiere saber. Y su superior también. ¿Cómo se llama? La inspectora Zailer. Es una mujer, y a las mujeres les gusta saber toda la verdad. Y, bueno, yo soy la única que la conoce. -Su voz sonó inequívocamente orgullosa-. Dígale a su superior de mi parte que si no me deja hablar con esa zorra de Naomi Jenkins seré la única que sabrá la verdad. De usted depende.
– No podemos permitirlo -le dijo Simón a Sellers mientras volvían a la sala del Departamento de Investigación Criminal-Charlie dirá que no puede ser, y es lógico. ¿Jenkins y Juliet Haworth a solas en una sala de interrogatorio? Tendríamos que enfrentarnos a otro intento de asesinato. Cuando menos, Haworth se burlaría de Jenkins con los detalles de su violación. Imagínate los titulares: «La policía permite que una asesina humille a una víctima de violación.»
Sellers no estaba prestando atención.
– ¿Por qué Juliet Haworth cree que no me importa saber la verdad? ¡Zorra engreída! ¿Por qué debería importarte más a ti que a mí?