– No se preocupe -dice la inspectora Zailer-. No tiene nada que temer si nos cuenta la verdad.
Nunca podría temer a la policía. Ellos siguen unas reglas que conozco y, salvo raras excepciones, estoy de acuerdo con ellas.
– Sé que no le haría ni le ha hecho nada a Robert.
Me invade una sensación de alivio que penetra hasta mis agotados huesos. Gracias a Dios. Quiero preguntar si ha sido Juliet quien te ha hecho daño, pero debe de haber un cortocircuito en la zona del cerebro que controla el habla y no soy capaz de abrir la boca.
La sala de interrogatorios tiene las paredes de un color coral pálido y un fuerte olor a anís.
– ¿Le apetece beber algo antes de empezar? -pregunta la inspectora Zailer.
– Cualquier cosa que tenga alcohol.
– Té, café o agua -dice, con voz más tranquila.
– Entonces sólo agua.
No hablaba en broma. Sé que a la policía le está permitido dejar fumar a la gente. Lo he visto en televisión, y en la mesa que tengo delante hay un cenicero. Si el tabaco y la nicotina están permitidos, ¿por qué no el alcohol? En el mundo hay un montón de contradicciones sin sentido y la mayoría de ellas son fruto de la estupidez.
– ¿Con o sin gas? -murmura la inspectora Zailer cuando se dispone a salir de la sala. No sabría decir si está enfadada o bromeando.
Una vez sola, dejo la mente en blanco. Debería estar anticipándome y preparándome, pero lo único que hago es quedarme sentada, totalmente quieta, mientras el fino velo de mi conciencia se extiende para cubrir el abismo que hay entre este momento y el siguiente. Estás vivo.
La inspectora Zailer vuelve con el agua. Se pone a juguetear c0n el aparato que hay encima de la mesa y que parece más sofisticado que una grabadora, aunque evidentemente ésa es su función. Una vez que lo pone en marcha, dice su nombre y el mío y luego la fecha y la hora. Me pide que declare que no deseo la presencia de un abogado. Tras haberlo hecho, ella se recuesta en su silla y dice:
– Voy a ahorrarnos un montón de tiempo a ambas saltándome todo el rollo de preguntas y respuestas. Voy a describir la situación tal y como yo la veo, y usted puede decirme si es correcta, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza.
– Robert Haworth no la violó. Usted mintió con respecto a eso, aunque tenía buenos motivos para hacerlo. Usted lo ama y creía que le había ocurrido algo que le impidió reunirse con usted en el Traveltel el pasado jueves, algo grave. Nos contó su preocupación al subinspector Waterhouse y a mí, pero se dio cuenta de que no estábamos tan convencidos como usted de que a Robert le hubiera ocurrido algo. Pensó que encontrarle no era una prioridad para nosotros, de modo que intentó otra táctica…, trató de hacernos creer que Robert era un hombre violento y peligroso y que había que encontrarle de inmediato antes de que le hiciera daño a alguien. Desde un principio pensaba contarnos la verdad en cuanto le encontráramos. Sólo iba a ser una mentira provisional… Usted sabía que acabaría redimiéndose con la verdad. -La inspectora Zailer hace una pausa para recuperar el aliento-. ¿Qué tal lo he hecho hasta ahora?
– Todo es verdad; todo lo que ha dicho es la verdad.
Estoy un poco sorprendida de que haya conseguido resolverlo. ¿Habrá hablado con Yvon?
– Naomi, usted mintió para salvarle la vida a Robert. Un día más y con toda seguridad habría muerto. La compresión cerebral provocada por las heridas le habría matado.
– Sabía que era lo que debía hacer.
– Naomi, será mejor que nunca vuelva a mentirme. El hecho de que estuviera en lo cierto con respecto a Robert no significa que pueda introducir nuevas normas cuando a usted le apetezca ¿Queda claro?
– Ahora que han encontrado a Robert y que está a salvo no tengo ninguna razón para mentir. ¿Juliet…? ¿Juliet intentó matarle? ¿Qué le hizo?
– Llegaremos a eso a su debido tiempo -dice la inspectora Zailer. Saca un paquete de Marlboro light de su bolso y enciende un cigarrillo. Tiene las uñas largas, pintadas de color burdeos; en las puntas, la piel está mordida-. Entonces, si Robert Haworth no la violó, ¿quién lo hizo?
Sus palabras me perforan como si fueran balas.
– Yo… Nadie me violó. Me inventé toda esa historia.
– Una historia muy elaborada. El teatro, la mesa…
– Todo era mentira.
– ¿En serio? -La inspectora Zailer deja el cigarrillo en la punta del cenicero y cruza los brazos, mirándome a través de una espiral de humo-. En cualquier caso, fue una mentira tremendamente imaginativa. ¿Por qué adornarla con tantos detalles extraños…? La cena, las bellotas en los postes de la cama, el antifaz… ¿Por qué no decir tan sólo que Robert Haworth la había violado una noche en el Traveltel? Discutieron, él se enfadó…, etcétera. Habría sido mucho más sencillo.
– Cuantos más detalles tenga una mentira, más fácil le resulta de creer a la gente -le digo-. Una historia inventada precisa de tantos detalles como una verdad si quiere pasar por tal. -Respiro profundamente-. Una discusión en el Traveltel no habría bastado…, es algo demasiado íntimo para Robert y para mí. Necesitaba que creyeran que Robert era una amenaza para cualquier mujer, que era una especie de… monstruo pervertido al que te gustaban los rituales. Por eso me inventé la peor historia de violación que fui capaz de imaginar.
La inspectora Zailer asiente lentamente con la cabeza y luego dice:
– Creo que contó esa historia en particular porque es cierta.
No digo nada.
La inspectora Zailer saca unas hojas de papel de su bolso, las despliega y las coloca frente a mí. Con sólo echar un rápido vistazo sé exactamente qué son. Su significado me asfixia, aunque trato de no mirar lo que está escrito. Tengo un nudo en la garganta.
– Muy lista -digo.
– ¿Cree que estas historias no son reales? Robert no la violó, Naomi, pero ambas sabemos que alguien lo hizo. Y, sea quien sea, se lo ha hecho a otras mujeres. A estas mujeres. ¿Por qué pensó que usted había sido la única?
Armándome de valor, miro las hojas de papel que tengo frente a mí. Podrían ser reales. Una de ellas está muy mal escrita; en todas, los detalles son ligeramente distintos. No creo que la inspectora Zailer haya hecho esto. ¿Por qué iba a hacerlo? Es lo mismo que comentó acerca de mi historia: demasiado elaborada.
– Algunas mujeres acuden a la policía después de haber sido violadas -dice, tranquilamente-. Y se toman muestras. Ahora que hemos encontrado al señor Haworth, podemos tomar una muestra de su ADN. Si él es el responsable de estas violaciones, podremos demostrarlo -dice, observándome atentamente.
– ¿Robert? -Este giro me deja confundida-. Él nunca le haría daño a nadie. Si tiene que hacerlo, tome una muestra de su ADN, pero verá que no coincide con ninguna… otra muestra.
La inspectora Zailer me sonríe compasivamente. Esta vez no estoy dispuesta a transigir.
– Creo que, si quisiera, podría ser una testigo muy importante, Naomi. Si decide empezar a contarnos la verdad nos ayudará a detener al cabrón de mierda que la violó a usted y a estas otras mujeres. ¿No es eso lo que desea?
– Nunca me violaron. Mi declaración es falsa.
¿Acaso cree esta estúpida arpía que estoy diciendo esto para desbaratar su sed de justicia? Si no puedo admitirlo es por mí. Soy yo quien deberá sobrellevar eso durante el resto de mi vida y la única forma de conseguirlo es siendo alguien a quien no le ocurrió.
He visto un montón de películas en las que la gente acaba contando una verdad que quieren ocultar desesperadamente en medio de un interrogatorio ligeramente crispado por parte del policía, un psiquiatra o un abogado. Siempre he pensado que el agente debía de tener muy pocas luces o mucha menos resisten» que yo. Aunque tal vez no se trate de resistencia; tal vez sea el conocimiento de mí misma lo que me permite resistirme a las súplicas de la inspectora Zailer. Sé cómo funciona mi mente y, por lo tanto, cómo protegerla.