Además, no soy la única que miente en esta sala.
– Eso son historias sobre violaciones que ha sacado de una página web -digo-. No tiene ninguna prueba; no puede conseguirlas.
La inspectora Zailer sonríe y saca más papeles de su bolso.
– Eche un vistazo a esto -dice.
Siento una opresión en el pecho y empiezo a sudar. No quiero coger las hojas que sostiene, pero me las tiende. Están justo bajo mi barbilla. Tengo que cogerlas.
Mientras las examino, siento un mareo. Son declaraciones a la policía, como la que le firmé el martes al subinspector Waterhouse. Declaraciones sobre violaciones, parecidas a la mía en forma y contenido, casi con los mismos sórdidos detalles. Hay dos. Ambas fueron tomadas por el subinspector Sam Kombothekra, del Departamento de Investigación Criminal de West Yorkshire. Una es de 2003 y la otra de 2004. Si no fuera tan cobarde, si hubiera denunciado lo que me ocurrió, puede que hubiera evitado las agresiones contra Prudence Kelvey y Sandra Freeguard. No puedo evitar mirar los nombres y convertirlo algo personal.
Dos mujeres con nombres y apellidos, otra que decidió permanecer en el anonimato y una camarera de Cardiff que sólo dio su nombre…, cuatro víctimas más. Como mínimo.
No soy la única.
Para la inspectora Zailer sólo es trabajo rutinario.
– ¿Cómo sabe Juliet Haworth lo que le ocurrió a usted? Lo sabe todo…, todos los detalles que usted afirma haberse inventado. ¿Se lo contó Robert? ¿Se lo contó a él?
No puedo responder. Estoy llorando como un patético bebé, no puedo evitarlo. El suelo se viene abajo y yo estoy flotando en la oscuridad.
– A mí no me ocurrió nada -consigo decir-. Nada.
– Juliet quiere hablar con usted. No nos contará si fue ella quien atacó a Robert o si quería matarle. No nos contará nada. Usted es la única persona con la que hablará. ¿Qué opina?
Reconozco las palabras, como si fueran objetos, pero para mí carecen de sentido.
– ¿Lo hará? Puede preguntarle cómo sabe que la violaron.
– ¡Me está mintiendo! Si lo sabe es porque usted se lo ha contado. -Tengo los muslos empapados en sudor. Estoy mareada, como si fuera a vomitar-. Quiero ver a Robert. Tengo que ir al hospital.
La inspectora Zailer deja una fotografía tuya encima de la mesa, frente a mí. Siento una sacudida en el corazón, tan violenta que me parece un latigazo. Quiero acariciar la foto. Tu piel es de color gris. No puedo ver tu cara porque no miras a la cámara. La mayor parte de la foto está llena de sangre, roja en los bordes, y negra y coagulada en el centro.
Me alegra que me la haya mostrado. Sea lo que sea lo que te haya ocurrido, no quiero dejar de verlo. Quiero estar tan cerca de ti como me sea posible.
– Robert -susurro. Las lágrimas resbalan por mis mejillas. Tengo que ir al hospital-. ¿Esto lo hizo Juliet?
– Dígamelo usted.
Miro fijamente a la inspectora Zailer, preguntándome si estamos manteniendo dos conversaciones distintas, si vivirnos dos realidades distintas. No sé quién hizo esto. No tengo ni idea. Si lo supiera, mataría a quien lo hizo. No puedo imaginarme a nadie atacándote, salvo a tu mujer.
– Quizá fue usted quien hirió a Robert. ¿Le dijo que todo había terminado? ¿Acaso se atrevió a dejar de amarla?
Esta idea absurda me despierta.
– ¿Todos los policías que hay por aquí son tan duros de mollera como usted? -le espeto-. ¿Acaso no hay que hacer ningún examen para ingresar en la policía? Estoy segura de que leí algo acerca de eso. ¿Hay alguna posibilidad de hablar con algún policía que lo haya aprobado?
– Está hablando con alguien que tiene un doctorado.
– ¿En qué? ¿En estupidez?
– Necesitaremos una muestra de su ADN para compararla con las pruebas que encontraron los forenses en el lugar donde el señor Haworth fue atacado. Si fue usted, lo probaremos.
– Estupendo. En ese caso, pronto descubrirá que yo no lo hice. Me alegra saber que podemos confiar en algo más que en su intuición, porque parece ser tan precisa como un…
– ¿Un reloj de sol en la oscuridad? -sugiere la inspectora Zailer. Se está burlando de mí-. ¿Hablará con Juliet Haworth? Yo estaría presente. No tiene nada que temer.
– Si me lleva a ver a Robert, hablaré con Juliet. Si no lo hace, olvídelo.
Tomo un sorbo de agua.
– Es usted increíble… -masculla, entre dientes.
Pero no dice que no.
CAPÍTULO 14
– Prue Kelvey y Sandy Freeguard.
El subinspector Sam Kombothekra, del Departamento de Investigación Criminal de West Yorkshire, trajo consigo fotografías de las dos mujeres, y ahora estaban colgadas con un alfiler en el tablero de Charlie, junto a otras de Robert Haworth, Juliet Haworth y Naomi Jenkins. Charlie le pidió a Kombothekra que le contara al resto de su equipo lo que ya le había dicho por teléfono.
– Prue Kelvey fue violada el 16 de noviembre de 2003 y Sandy Freeguard unes meses después, el 20 de agosto de 2004. Le tomamos muestras completas a Kelvey, pero no conseguimos nada de Freeguard, o sea, que no hay ADN. Esperó una semana hasta presentar la denuncia, pero su agresión fue idéntica a la de Kelvey, de modo que estábamos bastante seguros de que se trataba del mismo hombre.
Kombothekra hizo una pausa para aclararse la garganta. Era alto y flaco, tenía el pelo negro y brillante, la piel aceitunada y una prominente nuez que Charlie no podía dejar de mirar. Cuando hablaba, se movía arriba y abajo.
– Ambas mujeres fueron a obligadas a subir a un coche a punta de cuchillo por un hombre que sabía sus nombres y que se comporto como si las conociera hasta que estuvo lo bastante cerca para sacar el arma. Prue Kelvey sólo dijo que era un coche negro, pero Sandy Freeguard fue más concreta: un coche con cinco puertas cuya matrícula empezaba por «Y». Freeguard describió una chaqueta de pana que se parece a la que mencionó Naomi Jenkins. En los tres casos se trataba de un hombre alto, blanco, con el pelo corto de color castaño. Kelvey y Freeguard fueron obligadas a sentarse en el asiento del acompañante y no en el de atrás y ésa es la primera diferencia entre nuestros dos casos y la declaración de Naomi Jenkins.
– Los dos primeros de otros muchos -terció Charlie.
– Correcto -dijo Kombothekra-. Una vez en el coche, a ambas mujeres se les vendaron los ojos con un antifaz, otro punto de coincidencia, pero, a diferencia de Naomi Jenkins, en ese momento les ordenaron que se quitaran la ropa de cintura para abajo. Temían por sus vidas y ambas hicieron lo que les decían.
Proust sacudió la cabeza.
– De modo que tenemos tres casos…, tres de los que tengamos noticia…, de mujeres obligadas a subir a un coche a plena luz del día para recorrer, por lo que sabemos, una larga distancia con un antifaz en los ojos. ¿Nadie vio el coche y le pareció sospechoso? Creo que alguien que pasara por la calle habría visto a una pasajera con antifaz.
– Quien viera eso pensaría que quería echar una siesta -dijo Simón.
Sellers asintió con la cabeza para demostrar que estaba de acuerdo.
– Ninguna de ellas acudió a nosotros de inmediato -dijo Kombothekra-. Tras los llamamientos que emitimos por televisión, tres testigos se pusieron en contacto con nosotros, aunque ninguno de ellos fue capaz de decirnos mucho más que lo que ya sabíamos: un coche negro con cinco puertas, una pasajera con algo que le tapaba los ojos y nada sobre el conductor.
– Así pues, el asiento delantero en vez del trasero y orden de que se quitaran la ropa de cintura para abajo durante el trayecto y no al llegar -resumió Proust.
– Kelvey y Freeguard fueron agredidas sexualmente sin parar durante todo el trayecto. Ambas dijeron que el violador conducía con una mano y empleaba la otra para acariciar sus partes íntimas Ambas declararon que no fue brusco ni violento. Sandy Freeguard dijo que le pareció que hacía eso para demostrar que tenía poder para hacerlo; se trataba más de ejercer ese poder que de infligir dolor. Las obligó a sentarse con las piernas abiertas. En los dos casos, les dijo algo parecido a lo que Naomi Jenkins afirma que dijo su agresor: «¿No quieres entrar en calor antes de que empiece el espectáculo?». -Kombothekra consultó sus notas-. La versión de Kelvey fue: «Siempre me gusta calentar antes de que empiece el espectáculo, ¿a ti no?». Evidentemente, en ese momento ella no sabía a qué espectáculo se refería. A Freeguard le dijo: «Esto es sólo un pequeño calentamiento antes del espectáculo.»