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– ¿Pensó que podía darse por sentado que Kelvey y Freeguard fueran atacadas en el mismo lugar? -le preguntó Proust a Kombothekra.

– Sí. Todo el equipo lo pensó.

– Jenkins fue atacada en un sitio distinto -dijo Simón con certeza.

– Si es que fue atacada -dijo Proust-. Aún tengo mis dudas. Esa mujer es una mentirosa compulsiva. Pudo haber leído las historias de esas otras dos supervivientes en la página web, ambas enviadas antes que la suya, y decidir inventarse una fantasía similar. Luego conoció a Haworth y le incorporó a su fantasía, primero como salvador y luego como violador, cuando él, comprensiblemente, se hartó de ella y la dejó.

– Muy agudo, señor -dijo Charlie sin poder evitarlo.

Simón le sonrió y ella tuvo ganas de echarse a llorar. De vez en cuando compartían una broma que nadie más entendía; entonces, la trágica sensación de que no estaban juntos y probablemente nunca lo estarían abrumaba a Charlie. Pensó en Graham Angilley, a quien había dejado insatisfecho y confuso en Escocia, tras prometerle que lo llamaría. Aún no lo había hecho. Graham era demasiado superficial para hacerla llorar. Pero quizás eso era bueno, quizás lo que le hacía falta era una relación menos intensa.

Kombothekra negó con la cabeza.

– En la declaración de Jenkins hay algunos detalles que coinciden con las de Kelvey y Freeguard, cosas que no podría saber leyendo las historias de Internet. Por ejemplo, Jenkins dice que la obligaron a describir sus fantasías sexuales con todo detallé y a enumerar sus posturas sexuales favoritas. A Kelvey y Freeguard les ordenaron que hicieran lo mismo. Y las obligaron a decir obscenidades y a decir lo mucho que disfrutaban del sexo mientras las estaban forzando.

Colin Proust lanzó un gruñido, indignado.

– Soy consciente de que ninguno de los violadores con los que nos hemos encontrado eran precisamente unos caballeros, pero éste se lleva la palma. -Todos asintieron con la cabeza-. No hace esto porque esté desesperado, ¿verdad? No es un cabrón triste y atormentado. Lo que hace es algo que planifica desde una posición de poder, como si fuera su pasatiempo favorito o algo así.

– En efecto. Aunque esa posición de poder sea imaginaria -dijo Sam Kombothekra.

Simón estaba de acuerdo con él.

– No tiene ni idea de lo enfermo que está. Apostaría algo a que él no se considera un enfermo, sino simplemente un tipo cruel.

– Para él no se trata de una cuestión de sexo -dijo Charlie-. De lo que se trata es de humillar a las mujeres.

– Sí es una cuestión de sexo -la contradijo Gibbs-. Humillarlas es lo que lo pone cachondo. Si no, ¿por qué hacerlo?

– Por el espectáculo -dijo Simón-. Quiere prolongarlo, ¿no es así? Primer acto, segundo acto, tercer acto…, obligando a las mujeres a hablar de sexo mientras las viola, un espectáculo que es tanto verbal como visual. Así consigue un espectáculo más completo. Y el público, ¿pagará o serán amigos a los que invita?

– No lo sabemos -dijo Kombothekra-. Hay muchas cosas que no sabemos. No haber detenido a ese tipo es uno de nuestros mayores y más desalentadores fracasos. Podrán imaginarse cómo se sienten Prue Kelvey y Sandy Freeguard. Si ahora lo detuviéramos…

– Tengo una teoría -dijo Sellers, mostrando de pronto un rostro radiante-. ¿Y si fue Robert Haworth quien violó a Prue Kelvey y Sandy Freeguard y luego les contó a Juliet y Naomi lo que había hecho? Eso explicaría que ambas conocieran el modus operandi.

– Por el motivo que admitió -sugirió Charlie-. Ella creía que no lo buscaríamos con mucho empeño. Una vez lo encontramos, decidió retirar la denuncia y pensó que todo quedaría olvidado. No contó con que nosotros descubriríamos lo de Kelvey y Freeguard.

Simón negó enérgicamente con la cabeza.

– Ni hablar. Naomi Jenkins está enamorada de Haworth…, sobre eso no me cabe ninguna duda. Puede que Juliet Haworth sea capaz de estar con un hombre que viola a otras mujeres, ya sea por diversión o por interés, pero Naomi Jenkins nunca lo haría.

Proust lanzó un suspiro.

– Tú no sabes nada sobre mujeres, Waterhouse. No seas absurdo. Mintió desde el principio. ¿O no es así?

– Sí, señor. Pero creo que, en esencia, es una persona decente, que sólo mintió porque estaba desesperada… Mientras que Juliet Haworth…

– ¡Me llevas la contraria a propósito, Waterhouse! No sabes nada sobre esas dos mujeres.

– Veremos qué pasa con el ADN de Robert Haworth, si coincide con alguna otra muestra -intervino Charlie diplomáticamente-. El laboratorio está trabajando en ello en estos momentos, de modo que mañana tendremos los resultados. Ah, y Sam ha conseguido una copia de la foto de Haworth para enseñársela a las dos mujeres de West Yorkshire.

– Otra coincidencia entre el relato de Jenkins y los de Kelvey y Freeguard es que se invitó a unirse a la violación a un miembro del público -dijo Kombothekra-. En el caso de Jenkins, un hombre llamado Paul. Kelvey dijo que su violador invitó a todos los hombres que estaban presentes, aunque tenía muchas ganas de que aceptara alguien llamado Alan. Al parecer no dejaba de decir: «Vamos, Alan, ¿seguro que no te animas?». Los demás hombres también insistían, incitándole a hacerlo. Sandy Freeguard contó a misma historia, sólo que el hombre se llamaba Jimmy.

– ¿Y? ¿Acabaron participando Alan o Jimmy? -preguntó Proust.

– No, ninguno de los dos lo hizo -contestó Kombothekra-Freeguard nos contó que el tal Jimmy dijo: «Creo que prefiero no implicarme.»

– Cuando te enteras de que hay hombres así empiezas a lamentar que no exista la pena de muerte -murmuró Proust.

Charlie hizo una mueca disimuladamente. Lo último que le hacía falta era otra diatriba de Muñeco de Nieve sobre los buenos tiempos de la horca. Aprovechaba cualquier pretexto para lamentar la abolición de la pena de muerte: el robo de algunos CD en una tienda de HMV en la ciudad, un reparto de propaganda durante la noche… La disposición del inspector jefe para aplicar la pena de muerte de forma indiscriminada a la población civil deprimía a Charlie, aunque dio la casualidad de que estuvo de acuerdo con él respecto al hombre que había violado a Naomi Jenkins, Kelvey y Freeguard, fuera quien fuera.

– ¿Y las diferencias? -se preguntó Charlie en voz alta-. Tiene que tratarse del mismo hombre…

– Puede que perfeccione su método con cada nueva violación -sugirió Sellers-. Le gusta mantener la rutina, pero quizás los pequeños cambios hacen que le resulte más excitante.

– Y por eso ordenó a Freeguard y Kelvey que se desnudaran en el coche -dijo Gibbs-. Para que conducir fuera más entretenido.

– ¿Y por qué el cambio de sitio, en lo que respecta a Freeguard y Kelvey? ¿Y por qué eliminar la elaborada cena? -espetó Muñeco de Nieve con impaciencia.

Charlie había estado esperando que el humor de Proust empeorara. Cuando había demasiadas dudas, solía irritarse. Charlie se dio cuenta de que, de pronto, Sam Kombothekra se había quedado callado. Hasta entonces no conocía a Proust y nunca había experimentado una de sus invisibles instalaciones frigoríficas, sin duda alguna, se debía estar preguntando por qué no era capaz de moverse o hablar.

– Quizás había empezado la temporada y necesitaban el escenario para Jack y las habichuelas mágicas. -Charlie habló de forma deliberadamente relajada, tratando de derretir el ambiente. Sabía por experiencia que era la única del equipo capaz de conseguirlo. Simón, Sellers y Gibbs parecían aceptar como algo inevitable el hecho de quedarse petrificados por el desdén de Muñeco de Nieve durante horas, a veces incluso días-. En su declaración, Jenkins afirma que su agresor también sirvió la cena aprovechando un descanso entre las diversas agresiones. Y la superviviente número treinta y uno también dice lo mismo.

– ¿Estás insinuando que lo que hizo fue racionalizar su operación? -preguntó Simón.