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– Oh, querida, me temo que has vuelto a pisar la nieve con Ernest Shackleton y Robert Falcón Scott. Puede que estés fuera algún tiempo. -Juliet observa al subinspector Waterhouse-. ¿Lo he dicho correctamente?

– ¿Qué pasa? ¿No te apetecía trabajar? -Yo me mantengo en mis trece, pensando que finalmente puedo llegar a alguna parte-. ¿Era más fácil quedarse en casa y explotar a Robert?

– Antes de que dejara de hacerlo me gustaba trabajar -dice Juliet, volviendo ligeramente el rostro.

– ¿En qué trabajabas?

– Me dedicaba a la alfarería; hacía casitas de cerámica.

Zailer y Waterhouse apuntan lo que ha dicho.

– Las vi -digo-. Están por todo el salón. Son un auténtico horror.

Noto un enorme zumbido en mis oídos mientras intento no pensar en el salón de Juliet. Tu salón.

– No pensarías eso si hiciera una miniatura de tu casa -dice Juliet-. Eso es lo que hacía la gente: me encargaban que hiciera miniaturas de sus casas. Me gustaba hacerlo…, reproducir todos los detalles. Puedo hacerte una si quieres. Estoy segura de que en la cárcel me dejarán trabajar. Lo harán, ¿verdad, inspectora Zailer? En realidad tengo ganas de volver a trabajar. Miren lo que les digo: si me traen fotografías de sus casas, desde todos los ángulos, de la fachada, de la parte de atrás y de los laterales, les haré una miniatura.

– ¿Por qué dejaste tu trabajo si te gustaba tanto? -pregunto.

– Bienvenido a casa, señor Shackleton. -Juliet sonríe-. Has perdido algunos dedos por congelación, pero al menos no estás muerta. Acerca una silla a la hoguera, ¿vale?

– ¿De qué coño estás hablando?

Juliet suelta una risotada al ver mi enfado.

– Esto es muy divertido. Es como ser invisible. Puedes provocar el caos y nadie puede hacer nada para evitarlo.

– Excepto dejar que te pudras en la cárcel -digo.

– Estaré bien en la cárcel, muchas gracias. -Juliet se vuelva hacia la inspectora Zailer-. ¿Podré trabajar en la biblioteca de la prisión? ¿Podré ser la que empuja el carrito con los libros por delante de las celdas? En las películas, ese puesto siempre lleva implícito cierto prestigio.

– ¿Por qué haces esto? -le pregunto-. Si realmente te da igual que te encierren durante el resto de tu vida, ¿por qué no le cuentas a la policía lo que quieren saber, si intentaste matar a Robert y por qué?

Juliet levanta sus excesivamente depiladas cejas.

– Bueno, hay una pregunta a la que puedo responder fácilmente: por ti. Ésa es la razón por la que no lo cuento todo como una buena chica. No tienes ni idea de lo mucho que tu existencia, el lugar que ocupas en la vida de Robert, lo cambia todo.

CAPÍTULO 16

7/4/06

– Me siento fatal -dijo Yvon Cotchin-. De haber sabido que Naomi estaba en la cárcel me habría plantado allí de inmediato. ¿Por qué no me llamó?

Yvon estaba sentada con las rodillas apoyadas en la barbilla en un sofá de color azul desteñido, en medio del desordenado salón de la casa de su ex marido, en Great Shelford, Cambridge. Por todo el suelo había tazas medio vacías, calcetines raídos, mandos a distancia, periódicos viejos y un montón de propaganda sin abrir.

La casa apestaba a marihuana; sobre el alféizar de la ventana había trocitos de papel de aluminio quemados y botellas de plástico vacías con agujeros en los extremos. Cotchin, que olía a champú y a un intenso y penetrante perfume, parecía estar fuera de lugar con su ajustado jersey rojo y sus elegantes pantalones negros; con una mano agarraba un paquete de Consulate sin abrir y un encendedor amarillo de plástico con la otra. Más que fuera de lugar, parecía abandonada.

– Naomi no estaba en la cárcel -dijo Gibbs-. Vino para contestar a unas preguntas.

– Y ahora está en libertad bajo fianza y ha vuelto a su casa -dijo Charlie, que había acompañado a Gibbs para asegurarse de que sometía a un concienzudo interrogatorio a la ex inquilina de Naomi Jenkins. Gibbs había dejado muy claro que no creía que sacaran nada útil a Yvon Cotchin, y Charlie no quería que aquello fuera una profecía que acabara cumpliéndose.

– ¿Bajo fianza? Eso suena horrible. Naomi no ha hecho nada malo, ¿verdad?

– ¿Acaso ha hecho algo?

Cotchin desvió la mirada, jugueteando con el celofán de su paquete de cigarrillos.

– ¿Yvon? -insistió Charlie.

«Abre el paquete y enciende un pitillo, por el amor de Dios» Charlie odiaba a la gente que perdía el tiempo sin hacer nada.

– Le dije a Naomi que iba a contárselo todo a ustedes. Yo nunca le dije que estuviera de acuerdo con ello, de modo que no estoy traicionándola si se lo cuento.

– ¿Estar de acuerdo con qué? -pregunté Gibbs.

– Es mejor que sepan la verdad antes de que Robert… Él se pondrá bien, ¿verdad? Bueno, si hasta ahora ha seguido con vida…

– Usted nos dijo que no conocía a Robert Haworth -le recordó Charlie.

– Es verdad.

– ¿Y con qué no estaba de acuerdo con Naomi? -insistió Gibbs.

– Naomi mintió. Fingió que Robert la había violado. No podía creer que hiciera algo así, pero… ella creía que era la única manera de que ustedes se ocuparan de encontrarle.

– ¿Está segura de que no la violó? -preguntó Charlie.

– Totalmente. Naomi besa el suelo que pisa ese hombre.

– No sería la primera vez que una mujer se enamora de su violador.

– Naomi no haría eso.

– ¿Cómo puede estar tan segura?

Cotchin consideró la pregunta.

– Por su forma de ver el mundo. Para Naomi, todo es blanco o negro, todo es cuestión de justicia. Tendría que conocerla para entenderla. Si alguien le quita un sitio para aparcar ya empieza a hablar de venganza. -Yvon suspiró-. Mire, nunca he sido muy fan de Robert Haworth; no le conozco, pero por lo que Naomi me ha contado…, que él no la violó. Ahora que ya han encontrado a Robert, ¿ha reconocido que mintió? Dijo que lo haría.

– Es un poco más complicado que eso. -Charlie abrió el expediente que tenía en las manos. En el sofá, junto a Yvon Cotchin, dejó unas fotocopias de las historias de las tres supervivientes: la de la página web de SVISA (Tanya, la camarera de Cardiff) y las número treinta y uno y setenta y dos, de «Habla y Sobrevive». Charlie señaló la número setenta y dos, la de «N. J.»-Como puede ver, ésta tiene las iniciales de Naomi al final y está fechada el 18 de mayo de 2003. Cuando Naomi vino a vernos y nos mintió acerca de Robert Haworth, le dijo a uno de mis agentes que echara un vistazo a la página web «Habla y Sobrevive» y que leyera su carta.

– Pero…, no lo entiendo. -Cotchin se había puesto pálida-. En 2003, Naomi ni siquiera conocía a Robert.

– Lea las otras dos -dijo Gibbs.

No tenía la suficiente confianza ni una buena razón para negarse. Se rodeó una rodilla con un brazo y empezó a leer, entornando los ojos, como si quisiera bloquear alguna de aquellas palabras o minimizar su impacto.

– ¿Qué es esto? ¿Qué tiene que ver con Naomi?

– La declaración que Naomi Jenkins firmó el martes, el ataque ficticio que sufrió a manos de Robert Haworth, coincide en muchos detalles con estos dos relatos -dijo Gibbs.

– ¿Cómo es posible? -Cotchin parecía muy nerviosa-. Soy demasiado estúpida para comprender todo esto por mí misma; tendrán que explicarme qué está pasando.

– En West Yorkshire hay otros dos casos que siguen las mismas pautas -le dijo Charlie-. Usted no es la única qué quiere saber qué está pasando, Yvon. Tenemos que averiguar si Robert Haworth violó a Naomi Jenkins y a esas otras mujeres, o si fue otro quien lo hizo. Esperamos que usted pueda ayudarnos.

Cotchin estrujó el paquete de cigarrillos por la mitad, aplastando su contenido.