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Estamos cerca de Rawndesley. No quiero irme a casa sola puedo permitir que la inspectora Zailer me deje aquí. Tengo que seguir hablando con ella. Mientras conduce, ahuyento imágenes muy vividas -como si fueran fotogramas-de lo que me ocurrió cuando me secuestraron: la cama con bellotas en los postes la mesa de madera. Aquel hombre. Tu amor por mí era una capa de seguridad que mantenía a raya todo eso y ahora se ha despegado. Mi alma está hecha añicos y al descubierto.

– ¿Que mintió? -dice la inspectora Zailer.

Tengo la sensación de que podría ahogarme en su indiferencia.

– La historia de mi violación era cierta, por completo. Salvo que no fue Robert. No sé quién fue. Siento haberle mentido.

Yvon tenía razón. Todo es culpa mía; soy responsable de todo lo malo que ha ocurrido. Dije una mentira que mezcló lo mejor que me ha pasado en la vida con lo peor. Un sacrilegio. Vandalismo accidental, así lo llamaste tú. Y ahora me están castigando.

– Podría y debería acusarla de obstrucción a la justicia -dice la inspectora Zailer-. ¿Qué me dice del ataque de pánico que sufrió frente a la ventana de la casa de Robert, el lunes pasado, de aquello tan horrible que afirmaba haber visto pero que no podía recordar? ¿También fue una mentira?

Otra vivida imagen, como si abrieran un postigo, y veo otra vez tu salón. Estoy allí, mirando a través de la ventana. Respiro entrecortadamente y me agarro al asiento y al salpicadero.

– Pare -consigo decir-. ¡Por favor!

Me peleo con la manija que me permitirá abrir la puerta, como si mi vida dependiera de ello, como alguien cuyo coche estuviera bajo el agua. Puedo ver ese salón, la vitrina. Lo enfoco mentalmente, lanzándome hacia él. Tengo que salir,

La inspectora Zailer se detiene junto al bordillo. Abro la puerta del coche y me desabrocho el cinturón de seguridad.

– Ponga la cabeza entre las rodillas -dice.

Me siento mejor sin el cinturón. La presión que noto en el pecho cede poco a poco y aspiro todo el aire que puedo. El sudor me resbala de la frente hasta las manos.

– ¿Dónde lo encontraron? -pregunto, jadeando-. A Robert. ¿En el salón? ¡Dígamelo!

– Estaba en el dormitorio, tumbado en la cama -dice la inspectora Zailer-. No encontramos nada en el salón.

Lo que vi -algo inconcebible-estaba en la vitrina. Ahora lo sé, pero me da miedo contárselo a la inspectora Zailer. Es algo muy concreto que podría animarla a que fuéramos allí, y no puedo. Preferiría tomarme un veneno que volver a mirar de nuevo a través de esa ventana.

– ¿Cuál es su nombre? -pregunto, una vez he conseguido recuperar el aliento.

Frunce el ceño, como si le hubiera irritado que se lo preguntara.

– Charlotte -dice-. ¿Por qué?

– ¿Puedo llamarla Charlotte?

– No. Odio ese nombre, hace que parezca una tía de la época victoriana. Soy Charlie, y no, no puede llamarme así.

– Vuelva a llamar al hospital. Por favor.

– Robert sigue con vida. En caso contrario, me habrían llamado.

Me siento demasiado débil para discutir.

– Sea lo que sea lo que haya dicho y hecho mal, tiene que entenderlo… Estoy luchando por mi vida -digo-. Así es como me siento.

– Naomi, ¿recuerda que salí de la habitación de Robert para hacer una llamada? -me dice amablemente la inspectora Zailer.

Asiento con la cabeza.

– Hoy, el subinspector Kombothekra, del Departamento de Investigación Criminal de West Yorkshire, les ha enseñado una fotografía de Robert a Prue Kelvey y Sandy Freeguard. A eso se debía la llamada.

De entrada no soy capaz de ubicar los nombres. Luego lo recuerdo. Cierro los ojos, aliviada. Ni siquiera me acordaba de que estaba esperando esa información.

– Estupendo -digo-. Así pues, ya no sospecha que Robert sea un violador en serie.

Eso tan estúpido y horrible que he hecho ha quedado aclarado y podemos olvidarnos de que ha pasado.

– Prue Kelvey dijo que no estaba segura.

– ¿Cómo? ¿Qué quiere decir?

– Su identificación no fue positiva, pero dijo que se parecía, que podría haber sido él.

– Eso es ridículo. No puede acordarse. Probablemente pensó que era Robert porque fue un policía quien le enseñó la foto, ¡no quería arruinarlo todo diciendo que no era él!

– Estoy segura de que así es -dice la inspectora Zailer-. No es su repuesta lo que me interesa. En su caso, tenemos un perfil de ADN para compararlo con el de Robert, así que, si él no lo hizo, eso lo probará de inmediato…

– ¿Qué quiere decir con si no lo hizo? Usted sabe que me inventé esa historia, ¿verdad? Lo de que fue Robert.

Asiente con la cabeza.

– Eso creo. Pero cuando alguien miente con tanta facilidad como usted lo hace es difícil saber qué hay que creer. Después de todo este tiempo, ¿cree que reconocería usted la cara de su agresor?

– Sí.

– Está más segura de sí misma que Prue Kelvey. La respuesta que dio al ver la fotografía no fue demasiado útil. Me interesa más la respuesta de Sandy Freeguard. Dijo, sin duda alguna, que Robert Haworth no era el hombre que la había violado…

– ¡Gracias a Dios que una de ellas tiene memoria!

– …pero también dijo que lo conocía. «Éste es Robert Haworth», dijo.

Me da vueltas la cabeza. Una vez más, todo lo que me resulta familiar empieza a girar y a amoldarse a un nuevo y alea torio patrón. Nada está donde yo creo que está ni es lo que creo que es.

– Explíquese -digo.

– Tres meses después de que fue violada conoció a Robert y empezaron a salir juntos.

– ¿Dónde se conocieron? Eso es una estupidez. Ninguna mujer que hubiera pasado por lo que yo pasé habría encontrado un novio tan pronto.

– Pues Sandy Freeguard lo hizo. Se conocieron en el centro de Huddersfield. Ella chocó contra su coche.

– ¿Se refiere a su camión?

Estoy decidida a contrarrestar cualquier hecho de inmediato. Debe de haber algún error. No conozco a ese subinspector Kombothekra, de modo que, ¿por qué tendría que fiarme de lo que dice?

– No, Robert conducía su coche, un Volvo. El accidente fue culpa de Freeguard, según dice ella, y estaba muy afectada. Al parecer, Robert fue muy comprensivo y acabaron tomándose un café. Así fue como empezó su relación.

– Pero… ¡no! ¡Son demasiadas coincidencias!

– Ni que lo diga -dice la inspectora Zailer sarcásticamente-Yo tampoco lo entiendo. Usted y Sandy Freeguard fueron atacadas de la misma forma, probablemente por el mismo hombre, y ambas empezaron una relación con Robert Haworth. ¿Cómo es posible?

Su confusión me asusta más que la mía.

– ¿Cuándo? -pregunto-. ¿Cuándo empezó a salir con Robert esa tal Sandy?

– En noviembre de 2004. Ella fue violada en agosto de ese mismo año.

He oído la palabra «violación» en muchas ocasiones a lo largo de la semana pasada. Ya no me asusta oírla. Ha perdido su poder.

– Yo conocí a Robert en marzo de 2005. ¿Cuándo rompieron?

Tengo un horrible presentimiento acerca de lo que va a decir la inspectora Zailer.

– ¡Oh, Dios! No rompieron, ¿verdad?

– Sí, rompieron. Justo antes de la Navidad de 2004. ¿Pensaba que Robert se veía con usted y con ella al mismo tiempo?

– No. Sólo que…

– ¿Le importaría? Se veía con usted y con su mujer al mismo tiempo, ¿verdad? No creo que pensara que él le estaba siendo fiel.

– Es completamente distinto. Yo sabía de la existencia de Juliet. Claro que me habría importado saber que Robert me había estado mintiendo durante todo el tiempo que estuvimos juntos, ocultándome una novia secreta. -Respiro profundamente varias veces-. ¿Y por qué rompieron Robert y esa tal Sandy Freeguard? ¿Ella lo dijo?

– El subinspector Kombothekra le pidió que le contara detalles sobre la relación, incluida la ruptura. Al parecer, Robert era un novio modélico, muy atento y cariñoso, hasta que un día, cuando ella menos se lo esperaba, él le soltó que todo había terminado. Ella dijo que simplemente lo dejó. Se puso en plan sumiso y esposo fiel, le dijo que sentía que no estaba siendo justo con su mujer y eso fue todo. De modo que…