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– Se suicidó. Una sobredosis.

– Mierda. ¿Cuándo?

– El año pasado. ¿Quieres más buenas noticias? «Habla y Sobrevive» fue un fracaso. No tienen nada. Los ordenadores son nuevos y tienen poco material archivado en papel. He conseguido algo, pero dudo que podamos hablar en breve con la superviviente número treinta y uno.

– Mierda.

– Sí, una verdadera mierda. Aun así, no te desanimes. -Gibbs fingió una asquerosa sonrisa-. Tú te irás pronto con Suki, ¿verdad? Sol, juerga y sexo. No querrás volver.

– Dímelo a mí -murmuró Sellers, ignorando el insidioso comentario.

Ya le preocupaba lo que tendría que hacer cuando terminaran sus vacaciones, cuando ya no podría pensar en ellas. A su entender, lo que hacía que el riesgo del adulterio y la infidelidad merecieran la pena era la perspectiva del sexo más que el sexo en sí mismo.

– Si Stacey descubre dónde estás, no tendrás la oportunidad de volver aunque quieras. Quizás podría invitar a Suki a mi boda. Stacey se llevaría una bonita sorpresa, ¿verdad?

Sellers tardó mucho en perder los estribos, pero Gibbs llevaba muchas horas dando la lata.

– ¿Cuál es tu jodido problema? ¿Estás celoso? ¿Es eso? Tu luna de miel está a la vuelta de la esquina. ¿Adónde os vais? ¿A las Seychelles?

– A Túnez. Mi luna de miel. Claro…, una antigua tradición. Si te casaras, te irías de luna de miel.

– ¿Cómo?

Sellers no pilló las implicaciones, en el caso de que las hubiera

– Las tradiciones son importantes, ¿no? No querría perdérmelas -dijo Gibbs.

Las últimas palabras que dijo sonaron abruptas, exageradas. La espuma de la pinta cubrió su labio superior. Al escuchar la canción que había empezado a sonar en la máquina, Sellers fue consciente de que Chris Gibbs le caía cada vez peor.

– ¿Has cambiado de opinión? -preguntó Sellers.

– ¿Cambiado de opinión sobre qué? -intervino una voz detrás de ellos.

– ¡Waterhouse! ¿Qué vas a…? Ah, ya tienes una.

Sellers estaba encantado de verle. Cualquier cosa a fin de evitar una conversación con Gibbs acerca de los sentimientos. ¿Acaso Gibbs era capaz de sentir algo?

– Lo siento, llego tarde -dijo Simón-. Ha habido algunas novedades. Acabo de hablar por teléfono con los forenses.

– ¿Y?

– El quitamanchas en la alfombra de la escalera de casa de los Haworth. Debajo había sangre… de Robert Haworth. -Sellers abrió la boca, pero Simón le contestó antes de que pudiera preguntar-. Las escaleras se ven desde la puerta principal, pero la habitación de matrimonio no. En cualquier caso, había demasiada sangre en el dormitorio. No habría tenido ningún sentido disimularla.

– ¿Cuáles son las otras novedades? -preguntó Sellers.

– El camión de Robert Haworth. Había restos de semen por todo el suelo. Y no era suyo.

– Apuesto a que hay montones de camioneros que se hacen una paja en la parte trasera de su camión cuando se detienen en un área de servicio -dijo Gibbs.

– ¿No era suyo? -preguntó Sellers-. ¿Seguro?

Simón asintió con la cabeza.

– Y eso no es todo. Las llaves del camión estaban en la casa y tenían las huellas dactilares de Juliet Haworth, además de las de su marido. Eso, en sí mismo, puede que no sea importante. Todas las llaves que hay en casa de los Haworth están en un cuenco de cerámica que hay en la mesa de la cocina, de modo que Juliet pudo haber tocado las del camión al dejar las de la casa, pero…

– La habitación larga y estrecha que mencionaron Kelvey y Freeguard… -dijo Sellers, pensando en voz alta-. El camión de Haworth.

– Eso también fue lo que pensé de entrada -dijo Simón-. Pero, ¿dónde está el colchón? En el camión no estaba, y los forenses no hallaron nada en el que encontraron tumbado a Robert Haworth, sólo el ADN de Haworth y Juliet.

– En su declaración, Naomi Jenkins mencionó que su colchón tenía una funda de plástico -le recordó Sellers.

– Pero Kelvey y Freeguard no -repuso Simón-. Llamé a Sam Kombothekra y le pedí que lo comprobara. En ninguno de los dos casos había funda de plástico; sólo un colchón. Un colchón que seguramente conseguirían en algún vertedero. -Simón soltó aire muy despacio-. De todas formas tienes razón. Kelvey y Freeguard fueron violadas en el camión de Haworth. Uno de los lados no es metálico…, sino de una especie de lona. Básicamente es una cubierta, con cuerdas para poder atarla al suelo. Freeguard dijo algo sobre una pared de tela. Tiene que ser la del camión.

– Creo que Juliet Haworth es la impulsora de las violaciones. -Gibbs le soltó su teoría a Simón-. Tiene un cómplice, un hombre, el que se corrió en la parte trasera del camión de Haworth, pero ella es el cerebro que está detrás de todo. Ha estado utilizando el camión de su marido como escenario y vendiendo entradas para presenciar violaciones en vivo. Ha hecho el agosto. Y luego dice que no trabaja.

– Naomi Jenkins la desprecia por ser una mantenida -dijo Simón pensativamente-. Siempre lanza pullas sobre eso.

– Mantenida, ¡y una mierda! -bramó Gibbs-. Seguramente gana más dinero con su pequeño negocio que Haworth conduciendo su camión.

– No estoy seguro -dijo Sellers-. Sólo tenemos noticia de cuatro casos: Jenkins, Kelvey, Freeguard y la superviviente número treinta y uno. Y sólo dos de ellos ocurrieron en esa habitación larga y estrecha. Los otros tuvieron lugar en el teatro, donde sea que esté.

– ¿Y por qué cambiar el teatro por el camión? -preguntó Simón.

– Puede que hubiera otros casos que no se denunciaran -dijo Gibbs-. Jenkins, Kelvey y Freeguard dijeron que el violador amenazó con matarlas. Y, seamos realistas, por si ése no fuera motivo suficiente para guardar silencio, muchas mujeres no querrían hacerlo público y ser consideradas como una mercancía defectuosa, que es como las verían un montón de hombres. O lo que sea.

– De acuerdo -dijo Sellers cansinamente-. Pero, en el caso de que tuvieras razón con respecto a Juliet y su cómplice, ¿lo sabía Robert? ¿Estaba metido en ello?

– Mi instinto me dice que no. Quizás lo descubrió y quizás por eso Juliet le atacó con una piedra -dijo Simón-. Sin embargo, hay algo más: cuando Charlie habló con Yvon Cotchin, dijo que Naomi Jenkins le había contado que Robert ya no trabajaba de noche. Al parecer, a Juliet no le gustaba que no estuviera en casa… En cualquier caso, ésa fue la razón que él le dio a Jenkins…

– Pero piensas que quizás lo que a ella no le gustaba es que el camión no estuviera en casa, porque lo necesitaba para su negocio. -Sellers completó la hipótesis de Simón en su lugar-. Si estás en lo cierto, eso explicaría algunas cosas. Robert Haworth empezó a salir con Sandy Freeguard y Naomi Jenkins después de que ambas fueron violadas…, tres meses después en el caso de Freeguard y dos años en el de Jenkins. Puede que, de algún modo, Juliet le emparejara con ellas.

– Sí, claro -dijo Gibbs en tono sarcástico-. Y, ¿cómo se las arregló exactamente para conseguirlo?

– ¿Cómo y por qué? -Simón se mordió la parte interior del labio, pensativo-. Y, aun cuando lo intentara, ¿estaría Haworth de acuerdo con ello? Ya me lo he preguntado y he decidido que es imposible. O al menos poco probable.

– Puedo deciros por qué -dijo Gibbs-. Ella es una pervertida. Disfruta sexualmente sabiendo que su marido se está follando a esas mujeres que antes ya se ha follado el violador, sea quien sea.

– Pero entonces Haworth tendría que ingeniárselas para conocerlas y empezar una relación con ellas… Es demasiado esfuerzo. ¿Y qué saca él? ¿O también es un pervertido? ¿Y cómo sabía que esas mujeres querrían liarse con él?

– Ésa es la gracia que tiene para ambos -insistió Gibbs-. Ella organiza las violaciones y luego él se folla a las víctimas. Eso da un poco de chispa a su vida sexual. Ésa es la razón por la que Robert Haworth no lleva a cabo personalmente las violaciones. Esas mujeres difícilmente saldrían con él si le identificaran como el hombre que las había violado, ¿no?