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«Cómo, ¿todo el condado?», estuvo a punto de decir Simón. A Muñeco de Nieve le daba miedo todo lo que constituyera «el norte». Le gustaba ser impreciso y general.

– No sé lo que recordaréis de vuestros últimos momentos de sobriedad -dijo Proust-, pero en sus laboratorios han estado comparando el perfil de ADN de Prue Kelvey con el de Robert Haworth ¿Os suena de algo?

– Sí, señor -repuso Simón. A veces, pensó, los pesimistas resultaban agradablemente sorprendentes-. ¿Y?

Proust cogió otra patata frita del plato de Sellers.

– Coinciden -dijo, con voz áspera-. Me temo que no hay margen para la ambigüedad o las interpretaciones. Robert Haworth violó a Prue Kelvey.

– ¿Volverás a llamar a Steph si ella no te devuelve la llamada? -preguntó Charlie.

Eran las diez de la noche y ya estaba en la cama. Necesitaba acostarse temprano. Con Graham y una botella de vino tinto que él había traído desde Escocia.

– ¿Sabes?, en Inglaterra también tenemos vino -le dijo ella, en broma-. Incluso en un sitio tan pueblerino como Spilling.

Había sido un día largo, duro y confuso en el trabajo, y a Charlie le había encantado llegar a casa y encontrarse a Graham frente a su puerta. Estaba mucho más que encantada. A la mayoría de los hombres -a Simón, por ejemplo-nunca se les habría ocurrido hacer algo así.

– ¿Cómo encontraste mi dirección? -le interrogó Charlie.

– Alquilaste uno de mis chalets, ¿recuerdas? -Graham sonrió con nerviosismo, como si le preocupara que su gesto, su viaje, pudiera ser interpretado como algo excesivo-. Ese día me la apuntaste. Lo siento. Sé que parece algo propio de un acosador presentarse sin avisar, pero, en primer lugar, siempre he admirado la diligencia de los acosadores, y en segundo lugar… -Graham inclinó la cabeza hacia delante, ocultando sus ojos tras una cortina de pelo. Charlie sospechó que lo hizo deliberadamente-. Yo…,en fin…, bueno, quería volver a verte y pensé que…

Charlie no le dejó seguir hablando cuando, unas horas antes, posó sus labios sobre los suyos y lo arrastró hacia dentro. Eso había sido hacía horas.

Se sentía cómoda teniendo a Graham en su cama. Le gustaba cómo olía; le recordaba al olor de la leña recién cortada y al de la hierba y el aire. Había sacado matrícula en Lenguas Clásicas en Oxford, pero olía a campo. Charlie podía imaginarse yendo con él a un parque de atracciones, a una función de Edipo o a una hoguera. Un hombre polifacético. Qué -quién-podía ser mejor, se preguntó retóricamente, sin dejar espacio en su mente para una respuesta.

– Espero que no vuelva a darme de lado, señora -dijo Graham, mientras estaban tumbados sobre sus ropas en el suelo del salón de Charlie-. Me he sentido como una versión masculina de madame Butterfly desde que te fuiste en plena noche. Quiero que sepas que tenía miedo de presentarme aquí sin haber sido invitado. Pensaba que estarías ocupada con tu trabajo y que acabaría como una de esas viudas de Hollywood con ojos de cordero degollado, esas cuyos maridos lo dieron todo por salvar al planeta de acabar destruido por un asteroide, un meteorito o algún virus mortal.

– Sí, he visto la película. -Charlie sonrió-. En cinco versiones distintas.

– La mujer, como habrás comprobado, siempre está interpretada por Sissy Spacek. ¿Por qué nunca entiende lo que pasa? -preguntó Graham, enrollando un mechón de pelo de Charlie con el dedo y mirándolo fijamente como si fuera la cosa más fascinante del mundo-. Siempre intenta que el héroe pase del meteorito que amenaza a la humanidad para asistir a un picnic familiar o a un partido. Y, a medida que avanza la acción, se vuelve cada vez más miope; no entiende en absoluto la idea del placer aplazado…, mientras que yo sí. -Graham inclinó la cabeza para besarle un Pecho a Charlie-. ¿Y de qué es ese partido, por cierto?

– Ni idea -contestó Charlie, cerrando los ojos-. ¿De béisbol?

Graham hablaba de una forma en que Simón no solía hacer] Simón decía cosas que fueran importantes o no decía nada.

Teniendo en cuenta lo que Graham había dicho sobre sentirse mal porque ella se había ido para ocuparse de su trabajo, Charlie se habría sentido mal preguntándole lo que debía preguntarle. No le había dicho que había pensado llamarle únicamente por ese motivo en vez de para concertar una cita. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no deseaba volver a verlo? Graham era sexy, divertido e inteligente. Era bueno en la cama, aunque demasiado ansioso por complacerla.

Cuando al final se armó del valor suficiente para preguntarle, Graham dio a entender que no le importaba. Llamó a Steph de inmediato. Y ahora estaban esperando que ella le devolviera la llamada.

– No le has dicho que era yo quien quería la información, ¿verdad? -le preguntó Charlie -. De ser así, nunca te llamaría.

– Sabes que no se lo he dicho. Estabas aquí cuando la he llamado.

– Ya, pero…, ¿no sabe ella que has venido a verme? Graham se echó a reír.

– Por supuesto que no. Nunca le digo adónde voy a la burra de carga.

– Me dijo que le contabas con qué mujeres te acostabas, y todos los detalles. También me dijo que muchas de ellas eran tus clientas.

– La segunda parte no es verdad. Se refería a ti, eso es todo. Quería hacerte rabiar. La mayoría de mis clientes son pescadores de mediana edad que se llaman Derek. Imagíname susurrando el nombre de Derek en la oscuridad… ¿A qué no cuela?

Charlie se echó a reír.

– ¿Y la primera parte?

¿Acaso Graham creía que a ella le gustaría saber que lo contaba todo?

Él dejó escapar un suspiro.

– Fue una vez… y sólo porque la historia era increíble… Le conté a Steph con quién me había acostado. Sue, la estatua.

– ¿Sue, la estatua?

– Hablo en serio. Esa mujer no movía ni un músculo; sólo se tumbaba en la cama y se quedaba completamente rígida. Mi increíble actuación no surtió ningún efecto. Tuve que parar y comprobar su pulso, para ver si seguía con vida.

– Apuesto a que no lo hiciste.

– No. Habría sido demasiado embarazoso, ¿verdad? Lo más divertido fue que, en cuanto nos separamos, ella volvió a moverse normalmente. Se levantó como si no hubiera pasado nada, me sonrió y me preguntó si me apetecía una taza de té. ¡Te juro que después de aquella noche me preocupé por mi técnica!

Charlie sonrió.

– ¡Deja de intentar que te halague! Entonces…, ¿por qué se metió conmigo Steph? ¿Fue sólo porque estaba usando el ordenador o…?

Graham le dirigió una irónica mirada.

– ¿Quieres saber lo que hay entre Steph y yo, jefa?

– No me importaría -repuso Charlie.

– Y a mí no me importaría saber qué hay entre Simón Waterhouse y tú.

– ¿Cómo…?

– Tu hermana le mencionó, ¿recuerdas? Olivia. Basta ya de apodos, lo prometo.

– Ah, vale.

Charlie había hecho todo lo posible por olvidar aquel desagradable momento: el literal arrebato de superioridad moral de Olivia en el dormitorio del altillo.

– ¿Ya habéis arreglado las cosas? -preguntó Graham, apoyándose en un codo-. Sabes que ella volvió, ¿no?

– ¿Que ella qué?

Para el gusto de Charlie, lo dijo demasiado a la ligera. Estaba furiosa. Si se refería a lo que ella creía…

– Al chalet. Al día siguiente, después de que te marchaste. Pareció disgustada al no encontrarte. Le dije que te había surgido algo importante en tu trabajo… ¿Por qué me miras así?

– ¡Deberías habérmelo contado en seguida!

– Eso no es justo, jefa. Sólo tenías que haberme dejado hablar. Hemos estado ocupados, ¿recuerdas? No sería lo mismo si me hubiera quedado de brazos cruzados. Y, de haber sido así, habría sido con la mejor intención…

– Graham, hablo en serio.

Él le lanzó una mirada de complicidad.

– No os habéis dado un beso y hecho las paces, ¿verdad? Pensaste que tu hermana seguía enfadada y te olvidaste de ella. Y ahora te sientes culpable y tratas de colgarme a mí el mochuelo. ¡A un testigo inocente!

Graham sacó hacia fuera el labio inferior, torciéndolo en una mueca de tristeza. Charlie no estaba dispuesta a admitir que él tenía toda la razón.

– Deberías haberme llamado inmediatamente. Tenías mi teléfono. Se lo di a Steph cuando me registré.

Graham soltó un gruñido y se cubrió los ojos con las manos.

– Mira, a la mayoría de la gente no le gusta que el propietario de la casa donde pasan sus vacaciones se interese por sus disputas familiares. Sé que tú y yo casi…

– Exacto.

– …pero no lo hicimos, ¿verdad? De modo que me hice el interesante. Por poco tiempo, es verdad…, lo admito, agente…, pero, cuando menos, tuve una oportunidad. En cualquier caso, pensé que ella te llamaría. Ya no parecía enfadada. Incluso me pidió disculpas.

Charlie entornó los ojos.

– ¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que se trataba de mi hermana y no de alguien que era igual que ella?

– Era la Gordita, como que estoy aquí. -Graham se hizo a un lado para que ella no pudiera golpearle-. En realidad tuvimos una agradable conversación. Parecía haber cambiado de opinión con respecto a mí.

– No des eso por sentado sólo porque no arremetiera contra ti.

– No lo hice. No hubo que decir nada ni hacer conjeturas. Ella misma me lo dijo. Me dijo que yo sería mucho mejor para ti que Simón Waterhouse, lo cual me recuerda que no has contestado a mi pregunta.

Charlie estaba furiosa con su hermana por haberse metido en medio. Se preguntaba si el nuevo punto de vista de Olivia era una forma más sutil de tratar de asegurarse de que ella y Graham no empezaban una relación. ¿Confiaba en que Charlie activara su vena rebelde?

– Entre Simón y yo no hay nada -dijo Charlie-. Absolutamente nada.

Graham parecía preocupado.

– Salvo que estás enamorada de él.

Charlie pensó que podría haberlo negado fácilmente.

– Sí -repuso ella.

Graham se recuperó mucho más deprisa de lo que lo habrían hecho la mayoría de los hombres.

– Con el tiempo acabaré gustándote, ya lo verás -dijo él, nuevamente de buen humor.

Charlie pensó que tal vez tuviera razón. Sin duda alguna, si se lo propusiera podría gustarle. No tenía por qué convertirse en otra Naomi Jenkins y venirse abajo sólo porque un cabrón le había dicho que le dejara en paz. Un tipo mucho más cabrón que Simón Waterhouse. Charlie se las arreglaba mejor que Naomi en todos los frentes. Robert Haworth. Un violador. El hombre que había violado a Prue Kelvey. Charlie aún seguía esforzándose para asimilar las implicaciones.

Desoyendo el consejo de Simón, aquella tarde había puesto al día a Naomi por teléfono. No podría decir exactamente que aquella mujer empezara a caerle bien, y era obvio que no confiaba en ella, pero pensaba que entendía cómo funcionaba su cabeza. Lo sabía demasiado bien. Una mujer inteligente, sólo que desquiciada por la fuerza de sus sentimientos.

Naomi se había tomado la noticia de la coincidencia del ADN mejor de lo que Charlie había esperado. Se quedó en silencio unos instantes, pero cuando habló parecía estar tranquila. Le dijo a Charlie que la única forma de poder enfrentarse a todo aquello era descubriendo la verdad, toda la verdad. Naomi Jenkins ya no mentiría más… Charlie estaba convencida de ello.

Al día siguiente, Naomi tenía que hablar de nuevo con Juliet Haworth. Si Juliet estaba metida en cualquier negocio sucio con el hombre que violó a Naomi y a Sandy Freeguard, es posible que ella fuera la única persona capaz de provocarla para que contara algo. Por algún motivo que Charlie no alcanzaba a entender, Naomi era importante para Juliet. No le importaba nadie más, y mucho menos su marido… Juliet lo había dejado muy claro. «Conseguiré que ella me lo cuente», le había dicho Naomi por teléfono con voz trémula. Charlie admiraba su determinación, pero le advirtió que no subestimara a Juliet.

– Bueno, te alegrará saber que yo no estoy enamorado de la burra de carga -dijo Graham, bostezando-. Aunque digamos que he echado algún polvo con ella de vez en cuando. Pero no tiene ni punto de comparación contigo, inspectora, por muy cursi que suene. Es a ti a quien quiero, con tu tiránico encanto y tus expectativas exageradamente altas.

– ¡No lo son!

Graham resopló y se echó a reír, colocando los brazos detrás de la cabeza.

– Inspectora, ni siquiera soy capaz de intuir lo que quieres de mí, por no hablar de dártelo.

– Bueno, vale. No te rindas con tanta facilidad.

Charlie fingió un mohín. Graham se había acostado con Steph. «Habían echado un polvo». No tenía derecho a quejarse, teniendo en cuenta lo que ella acababa de decirle.

– ¡Aja! Puedo demostrar que Steph no significa nada para mí. Espera a oír esto.

A Graham le brillaban los ojos.

– ¡Eres un cotilla despiadado, Graham Angilley!

– ¿Te acuerdas de la canción? ¿La de Grandmaster Flash? -Empezó a cantar-. «Rayas blancas penetrando en mi mente…».

– Oh, claro.

– Steph, la burra de carga, tiene una raya blanca que divide su trasero en dos. La próxima vez que vengas le diré que te la enseñe.

– No, gracias.

– Es tan ridículo como parece. Ahora ya sabes que nunca podría ir en serio con una mujer así.

– ¿Una raya blanca?

– Sí. Se pasa horas en las camas solares y de ahí que tenga el culo de color naranja brillante. -Graham sonrió-. Pero si…, ¿cómo podría decirlo?…, le separas las nalgas…

– ¡Vale, lo he pillado!

– …verás claramente una línea blanca. A veces se le ve cuando se pasea por ahí.

– ¿Suele pasearse desnuda a menudo?

– En realidad, sí -repuso Graham-. Está coladita por mí.

– Y eso es algo que tú no has alentado, evidentemente.

– ¡Por supuesto que no! -dijo Graham, fingiendo haberse ofendido.

Su móvil empezó a sonar y él lo cogió.

– Sí.

Moviendo los labios sin hablar, le dijo a Charlie: «Raya blanca», de modo que ella no tuvo que preguntarse con quién estaba hablando.

– Sí. De acuerdo, de acuerdo. Estupendo. Buen trabajo, colega. Te has ganado unas rayas, como suelen decir.

Graham le dio un codazo a Charlie. Ella no pudo evitarlo y se echó a reír.

– ¿Y bien?

– Naomi Jenkins nunca estuvo en los chalets.

– Vaya.

– Pero ha buscado todas las Naomis, como el meticuloso terrier que es, y ha encontrado una Naomi Haworth: H, a, w, o, r, t, h, que reservó un chalet el pasado mes de septiembre. Naomi y Robert Haworth, pero Steph dice que fue la mujer quien hizo la reserva. ¿Te sirve de algo?

– Sí.

Charlie se sentó y retiró la mano de Graham. Necesitaba concentrarse.

– Antes de que lances las campanas al vuelo…

– ¿Qué?

– Canceló la reserva. Los Haworth nunca se presentaron. Steph se acuerda de la cancelación y dice que ella parecía preocupada. De hecho, casi estaba llorando. Steph se preguntó si el marido la habría dejado plantada o si habría muerto o algo así, y de ahí la cancelación.

– Muy bien. -Charlie asintió con la cabeza-. Es…, estupendo, es una gran ayuda.

– ¿Vas a contarme ahora de qué va todo esto? -la pinchó Graham.

– ¡Para! No, no puedo.

– Apuesto a que a ese tal Simón Waterhouse sí vas a contarle todos los detalles.

– Él ya sabe tanto como yo. -Charlie sonrió al ver la ofendida mirada de Graham-. Es uno de mis agentes.

– O sea, que lo ves todos los días. -Graham lanzó un suspiro y se echó hacia atrás-. Maldita sea mi suerte.