– No os habéis dado un beso y hecho las paces, ¿verdad? Pensaste que tu hermana seguía enfadada y te olvidaste de ella. Y ahora te sientes culpable y tratas de colgarme a mí el mochuelo. ¡A un testigo inocente!
Graham sacó hacia fuera el labio inferior, torciéndolo en una mueca de tristeza. Charlie no estaba dispuesta a admitir que él tenía toda la razón.
– Deberías haberme llamado inmediatamente. Tenías mi teléfono. Se lo di a Steph cuando me registré.
Graham soltó un gruñido y se cubrió los ojos con las manos.
– Mira, a la mayoría de la gente no le gusta que el propietario de la casa donde pasan sus vacaciones se interese por sus disputas familiares. Sé que tú y yo casi…
– Exacto.
– …pero no lo hicimos, ¿verdad? De modo que me hice el interesante. Por poco tiempo, es verdad…, lo admito, agente…, pero, cuando menos, tuve una oportunidad. En cualquier caso, pensé que ella te llamaría. Ya no parecía enfadada. Incluso me pidió disculpas.
Charlie entornó los ojos.
– ¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que se trataba de mi hermana y no de alguien que era igual que ella?
– Era la Gordita, como que estoy aquí. -Graham se hizo a un lado para que ella no pudiera golpearle-. En realidad tuvimos una agradable conversación. Parecía haber cambiado de opinión con respecto a mí.
– No des eso por sentado sólo porque no arremetiera contra ti.
– No lo hice. No hubo que decir nada ni hacer conjeturas. Ella misma me lo dijo. Me dijo que yo sería mucho mejor para ti que Simón Waterhouse, lo cual me recuerda que no has contestado a mi pregunta.
Charlie estaba furiosa con su hermana por haberse metido en medio. Se preguntaba si el nuevo punto de vista de Olivia era una forma más sutil de tratar de asegurarse de que ella y Graham no empezaban una relación. ¿Confiaba en que Charlie activara su vena rebelde?
– Entre Simón y yo no hay nada -dijo Charlie-. Absolutamente nada.
Graham parecía preocupado.
– Salvo que estás enamorada de él.
Charlie pensó que podría haberlo negado fácilmente.
– Sí -repuso ella.
Graham se recuperó mucho más deprisa de lo que lo habrían hecho la mayoría de los hombres.
– Con el tiempo acabaré gustándote, ya lo verás -dijo él, nuevamente de buen humor.
Charlie pensó que tal vez tuviera razón. Sin duda alguna, si se lo propusiera podría gustarle. No tenía por qué convertirse en otra Naomi Jenkins y venirse abajo sólo porque un cabrón le había dicho que le dejara en paz. Un tipo mucho más cabrón que Simón Waterhouse. Charlie se las arreglaba mejor que Naomi en todos los frentes. Robert Haworth. Un violador. El hombre que había violado a Prue Kelvey. Charlie aún seguía esforzándose para asimilar las implicaciones.
Desoyendo el consejo de Simón, aquella tarde había puesto al día a Naomi por teléfono. No podría decir exactamente que aquella mujer empezara a caerle bien, y era obvio que no confiaba en ella, pero pensaba que entendía cómo funcionaba su cabeza. Lo sabía demasiado bien. Una mujer inteligente, sólo que desquiciada por la fuerza de sus sentimientos.
Naomi se había tomado la noticia de la coincidencia del ADN mejor de lo que Charlie había esperado. Se quedó en silencio unos instantes, pero cuando habló parecía estar tranquila. Le dijo a Charlie que la única forma de poder enfrentarse a todo aquello era descubriendo la verdad, toda la verdad. Naomi Jenkins ya no mentiría más… Charlie estaba convencida de ello.
Al día siguiente, Naomi tenía que hablar de nuevo con Juliet Haworth. Si Juliet estaba metida en cualquier negocio sucio con el hombre que violó a Naomi y a Sandy Freeguard, es posible que ella fuera la única persona capaz de provocarla para que contara algo. Por algún motivo que Charlie no alcanzaba a entender, Naomi era importante para Juliet. No le importaba nadie más, y mucho menos su marido… Juliet lo había dejado muy claro. «Conseguiré que ella me lo cuente», le había dicho Naomi por teléfono con voz trémula. Charlie admiraba su determinación, pero le advirtió que no subestimara a Juliet.
– Bueno, te alegrará saber que yo no estoy enamorado de la burra de carga -dijo Graham, bostezando-. Aunque digamos que he echado algún polvo con ella de vez en cuando. Pero no tiene ni punto de comparación contigo, inspectora, por muy cursi que suene. Es a ti a quien quiero, con tu tiránico encanto y tus expectativas exageradamente altas.
– ¡No lo son!
Graham resopló y se echó a reír, colocando los brazos detrás de la cabeza.
– Inspectora, ni siquiera soy capaz de intuir lo que quieres de mí, por no hablar de dártelo.
– Bueno, vale. No te rindas con tanta facilidad.
Charlie fingió un mohín. Graham se había acostado con Steph. «Habían echado un polvo». No tenía derecho a quejarse, teniendo en cuenta lo que ella acababa de decirle.
– ¡Aja! Puedo demostrar que Steph no significa nada para mí. Espera a oír esto.
A Graham le brillaban los ojos.
– ¡Eres un cotilla despiadado, Graham Angilley!
– ¿Te acuerdas de la canción? ¿La de Grandmaster Flash? -Empezó a cantar-. «Rayas blancas penetrando en mi mente…».
– Oh, claro.
– Steph, la burra de carga, tiene una raya blanca que divide su trasero en dos. La próxima vez que vengas le diré que te la enseñe.
– No, gracias.
– Es tan ridículo como parece. Ahora ya sabes que nunca podría ir en serio con una mujer así.
– ¿Una raya blanca?
– Sí. Se pasa horas en las camas solares y de ahí que tenga el culo de color naranja brillante. -Graham sonrió-. Pero si…, ¿cómo podría decirlo?…, le separas las nalgas…
– ¡Vale, lo he pillado!
– …verás claramente una línea blanca. A veces se le ve cuando se pasea por ahí.
– ¿Suele pasearse desnuda a menudo?
– En realidad, sí -repuso Graham-. Está coladita por mí.
– Y eso es algo que tú no has alentado, evidentemente.
– ¡Por supuesto que no! -dijo Graham, fingiendo haberse ofendido.
Su móvil empezó a sonar y él lo cogió.
– Sí.
Moviendo los labios sin hablar, le dijo a Charlie: «Raya blanca», de modo que ella no tuvo que preguntarse con quién estaba hablando.
– Sí. De acuerdo, de acuerdo. Estupendo. Buen trabajo, colega. Te has ganado unas rayas, como suelen decir.
Graham le dio un codazo a Charlie. Ella no pudo evitarlo y se echó a reír.
– ¿Y bien?
– Naomi Jenkins nunca estuvo en los chalets.
– Vaya.
– Pero ha buscado todas las Naomis, como el meticuloso terrier que es, y ha encontrado una Naomi Haworth: H, a, w, o, r, t, h, que reservó un chalet el pasado mes de septiembre. Naomi y Robert Haworth, pero Steph dice que fue la mujer quien hizo la reserva. ¿Te sirve de algo?
– Sí.
Charlie se sentó y retiró la mano de Graham. Necesitaba concentrarse.
– Antes de que lances las campanas al vuelo…
– ¿Qué?
– Canceló la reserva. Los Haworth nunca se presentaron. Steph se acuerda de la cancelación y dice que ella parecía preocupada. De hecho, casi estaba llorando. Steph se preguntó si el marido la habría dejado plantada o si habría muerto o algo así, y de ahí la cancelación.
– Muy bien. -Charlie asintió con la cabeza-. Es…, estupendo, es una gran ayuda.
– ¿Vas a contarme ahora de qué va todo esto? -la pinchó Graham.
– ¡Para! No, no puedo.
– Apuesto a que a ese tal Simón Waterhouse sí vas a contarle todos los detalles.
– Él ya sabe tanto como yo. -Charlie sonrió al ver la ofendida mirada de Graham-. Es uno de mis agentes.
– O sea, que lo ves todos los días. -Graham lanzó un suspiro y se echó hacia atrás-. Maldita sea mi suerte.
CAPÍTULO 19
Viernes, 7 de abril.
Yvon está sentada en el sofá, frente a mí. Deja un plato de postre con un sándwich entre las dos. No lo mira; no quiere atraer mi atención hacia él, por si eso me incita a rechazarlo,