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Me quedo mirando la pantalla gris de la televisión. La posibilidad de plantearme comer algo, aunque sea este pedazo de pan, supondría demasiado esfuerzo. Como disponerse a correr un maratón cuando todavía te estás recuperando de una anestesia total.

– No has comido nada en todo el día -dice Yvon.

– No has estado conmigo todo el día.

– ¿Has comido?

– No -admito.

No sé cuánto tiempo ha pasado. Afuera está oscuro, es todo lo que sé. ¿Acaso importa? Si Yvon no hubiese venido, no habría salido de mi habitación. En este momento, en mi cabeza sólo hay sitio para ti, nada más. Para pensar en lo que dijiste y en lo que significa. Para oír la frialdad y la lejanía de tu voz una y otra vez. Dentro de un año, de diez años, aún seré capaz de escucharla dentro de mi cabeza.

– ¿Enciendo la televisión? -pregunta Yvon.

– No.

– Puede que haya algo entretenido, algo…

– No.

No quiero distraerme. Si este enorme dolor es todo lo que me queda de ti, entonces quiero concentrarme en él.

Me preparo para decir algo más sustancial. Me lleva unos segundos y una energía que no creía poseer.

– Mira, me encanta que hayas venido y que volvamos a ser amigas, pero… sería mejor que te fueras.

– Voy a quedarme aquí.

– No me pasará nada -le digo-. Si esperas que esté mejor, olvídalo. Eso no va a ocurrir. No me sentiré mejor ni voy a olvidarme de esto y hablar de otra cosa. No conseguirás que me olvide de ello. Lo que voy a hacer es quedarme aquí sentada, mirando la pared.

Alguien debería pintar una enorme cruz negra en la puerta, como hacían durante la peste.

– Quizás deberíamos hablar de Robert. Puede que si hablas de ello…

– No me sentiré mejor. Mira, sé que sólo quieres ayudar, pero no puedes hacerlo.

Lo que quiero es dejarme abatir por el dolor. Luchar contra él, hacer un esfuerzo por parecer civilizada y cuerda, es demasiado duro. No lo digo, por si suena melodramático. Se supone que sólo hay que hablar de dolor cuando alguien ha muerto.

– Por mí no tienes por qué reprimirte -dice Yvon-. Si quieres, puedes tirarte en el suelo y aullar. Me da igual. Pero no me voy a ir. -Se acurruca en la otra punta del sofá-. ¿Has pensado en lo de mañana?

Niego con la cabeza.

– ¿Cuándo vendrá a recogerte la inspectora Zailer?

– A primera hora.

Yvon maldice entre dientes.

– No eres capaz de hablar ni de comer y apenas tienes fuerzas para andar. ¿Cómo demonios vas a aguantar otra conversación con Juliet Haworth?

Ignoro la respuesta a esa pregunta.

– La aguantaré porque debo hacerlo.

– Deberías llamar a la inspectora Zailer y decirle que has cambiado de opinión. Si quieres lo haré yo por ti.

– No.

– Naomi…

– Tengo que hablar con Juliet para descubrir lo que sabe.

– ¿Y qué hay de lo que tú sabes? -La voz de Yvon suena llena de frustración-. Nunca he sido una fan incondicional de Robert, pero… él te quiere. Y no es un violador.

– Eso cuéntaselo a los expertos en ADN -digo, amargamente.

– Deben haberse equivocado. Los supuestos expertos cometen errores constantemente.

– Déjalo, por favor. -Sus falsos consuelos hacen que me sienta incluso más desgraciada-. La única forma en que puedo manejar esto es enfrentándome a la peor de las posibilidades. No voy a dejarme convencer por alguna improbable teoría para sufrir una nueva decepción.

– De acuerdo. -Yvon me sigue la corriente-. ¿Y cuál es la peor de las posibilidades?

– Que Robert esté implicado en las violaciones -digo, con una voz apagada, sin vida-. Él es el responsable de algunas de ellas, igual que el otro hombre. Juliet está implicada, y puede que incluso al mando. Son un equipo de tres. Robert sabía desde el principio que yo era una de las víctimas de ese otro hombre. Y lo mismo ocurrió con Sandy Freeguard. Y ése fue el motivo de que apareciera para conocernos.

– ¿Por qué? Es de locos.

– No lo sé. Tal vez para asegurarse de que no acudiríamos a la policía. Eso es lo que hacen los espías, ¿no? Se infiltran en territorio enemigo y luego informan.

– Pero tú dijiste que Sandy Freeguard había acudido a la policía antes de empezar a salir con Robert.

Asiento con la cabeza.

– El novio de una víctima de violación sabría cómo avanza la investigación, ¿no? La policía mantendría informada a la víctima y esta se lo contaría a su novio. Puede que Juliet, o ese otro hombre, o Robert, o los tres, quisieran estar al corriente de lo que sabía la policía sobre el caso de Sandy Freeguard. ¿Acaso no hemos dicho siempre que Robert es un obseso del control? No puedo evitar echarme a llorar al decir esto. ¿Sabes qué es lo peor de todo? Que todas las cosas amables, dulces y cariñosas que has dicho y hecho se han convertido en algo mucho más concreto y tangible en mi cabeza desde que me rechazaste en el hospital. Estaría bien que fuera capaz de poner en primer plano los malos momentos y avanzar hacia la luz. Entonces podría encontrar un patrón que hasta ahora he pasado por alto y demostrarle a mi corazón lo mucho que me he equivocado contigo. Pero lo único en que puedo pensar es en tus apasionadas palabras. «No tienes ni idea de lo que significas para mí.» En vez de adiós, siempre decías esto al final de cada llamada telefónica.

Mi memoria se ha vuelto contra mí, está intentando abrumarme con el contraste entre tu conducta de esta mañana y la del pasado.

– ¿Por qué Juliet le machacó la cabeza a Robert con una piedra? -pregunta Yvon, cogiendo la mitad del sándwich y dándole un bocado-. ¿Por qué quiere provocarte e insultarte?

No puedo contestar a ninguna de estas preguntas.

– Porque Robert está enamorado de ti. Es la única explicación posible. Al final se atrevió a decirle que la iba a dejar por ti. Está celosa… y por eso te odia.

– Robert no está enamorado de mí. -El peso de estas palabras me aplasta-. Me dijo que me fuera y que lo dejara en paz.

– No pensaba con claridad. Naomi, ella intentó matarlo. Si tu cerebro hubiera sufrido una hemorragia y estuviera inflamado, si hubieras estado inconsciente varios días, tampoco sabrías lo que estás diciendo. -Yvon sacude las migas del sofá y las tira al suelo. Ésa es su idea de lo que significa limpiar-. Robert te ama -insiste-. Y se va a poner bien, ¿de acuerdo?

– Estupendo. Y voy a vivir feliz para siempre con un violador.

Me quedo mirando las migas del suelo. Por algún motivo, me recuerdan el cuento de Hansel y Gretel. La comida es esencial en cualquier misión de rescate. El magret de canard aux poires del Bay Tree. Y también había comida en la mesa del pequeño teatro donde me atacaron, un primer y un segundo plato.

– Deja ese sándwich -le digo a Yvon-. ¿Tienes hambre?

Parece que la haya pillado y se sienta avergonzada de pensar en comer en un momento como éste. Yo estoy pensando lo mismo, aunque no creo que pudiera comer ni un bocado.

– ¿Qué hora es? ¿Crees que la cocina del Bay Tree seguirá abierta a esta hora?

– ¿El Bay Tree? ¿Te refieres al restaurante más caro de todo el condado? -La cara de Yvon cambia de expresión: tía Angustias ha dado paso a la estricta gobernanta-. ¿Ése es el sitio adónde Robert fue a buscar ese plato el día que lo conociste, verdad?

– No es lo que piensas. No quiero volver allí porque sienta nostalgia de los buenos tiempos -digo amargamente, mortificada al pensar en aquello en lo que solía creer: el pasado, el futuro. El presente. Lo que me has hecho es peor que lo que me hizo mi violador. Él me convirtió en víctima por una noche; gracias a ti, se han burlado de mí, he sido degradada y humillada durante más de un año sin ni siquiera saberlo.

Desde el principio, Yvon se dio cuenta de que había algo que no funcionaba en nuestra relación. ¿Por qué no lo vi yo? ¿Por qué aún no soy capaz de verlo? Estoy decidida a pensar lo impensable sobre ti, a creer lo increíble, porque tengo que acabar con esa parte de mí que te quiere a pesar de todo lo que me has dicho. A estas alturas debería ser una parte muy pequeña y renqueante, pero no es así. Es enorme. Endémica. Se ha extendido por todo mi cuerpo como un cáncer y ha conquistado mucho territorio. No sé lo que quedará de mí si logro aniquilarla. Sólo cicatrices, vacío y un enorme agujero. Pero tengo que intentarlo. Debo ser tan despiadada como un asesino a sueldo.