– ¿Lo estás citando? -preguntó Charlie.
– Sólo estoy diciendo que no lo comprendes, pero yo sí. Después de que su padre los abandonó, su madre tuvo que espabilarse y empezó a trabajar…
– Sí, en una línea de teléfono erótico -repuso Charlie-. Vaya espíritu empresarial.
– Según Graham, pasó de ser una puta aficionada a ser una profesional. Se avergonzaba de ella, pero en cierto modo no le disgustaba aquel negocio, porque por fin empezó a entrar dinero en casa y así podría irse. Pudo estudiar y convertirse en alguien.
– Sí, en un secuestrador y un violador, en eso se convirtió -dijo Gibbs.
– Es un empresario de éxito -dijo Steph con orgullo-. El año pasado me compró una matrícula personalizada para el coche; le costó cinco mil libras -añadió, lanzando un suspiro-. Hay un montón de negocios que ocultan cosas; si la gente lo supiera…
– ¿Cómo se hacía la publicidad? -Gibbs interrumpió sus patéticas excusas-. ¿Cómo atraían a los clientes?
– Básicamente en los chats de Internet. Y mucho boca en boca. -Steph hablaba arrastrando las palabras, aburrida-. Graham se ocupa de ello. Lo llama el «reclutamiento».
– Los espectadores…, ¿hacían reservas por grupos?
Charlie le dedicó un gesto a Gibbs por su pregunta. Era una cuestión importante. Lo dejaría llevar la iniciativa durante un rato. Para ella, todo aquello era algo personal, mientras que Gibbs sólo pensaba en la mecánica de la operación.
– Sólo ocasionalmente. Una vez vino un grupo en el que también había algunas mujeres, pero fue algo muy inusual. Normalmente las reservas eran individuales, y Graham no permitía que asistieran mujeres… A los hombres del público no les habría gustado.
– ¿Y cómo funciona exactamente? -preguntó Gibbs-. Un hombre que está a punto de casarse se pone en contacto con Graham para que le organice una de sus particulares despedidas de soltero, ¿y luego qué?
– Graham contacta con otros hombres para organizar un grupo de entre diez y quince personas.
– ¿Y dónde los encuentra?
– Ya se lo dije. Sobre todo chateando en Internet. Está metido en todos esos foros virtuales porno. Tiene un montón de contactos.
– Amigos en las altas instancias -murmuró Charlie.
– Entonces, ¿esos hombres celebran su despedida de soltero con gente que nunca habían visto antes? -preguntó Gibbs.
– Así es -respondió Steph, como si eso fuera algo obvio-. La mayoría de esos hombres no podría invitar a sus amigos habituales, ¿no? Los amigos habituales de nuestros clientes no querrían participar en algo así, de modo que ellos no quieren que asistan. ¿Me comprende?
Charlie asintió con la cabeza. Sintió que el asco, como un lento e inexorable veneno, recorría todo su cuerpo.
– Los hombres normales quieren celebrar sus despedidas de soltero con sus amigos -dijo Gibbs con voz tranquila-. Ésa es la cuestión. No querrían presenciar una violación en compañía de desconocidos. Eso no es una despedida de soltero.
– Entonces, Graham reúne entre diez y quince pervertidos para cada violación, ¿y después qué? -preguntó Charlie-. ¿Qué hacen esos hombres? ¿Se reúnen antes, para conocerse?
– No, por supuesto que no. No quieren conocerse. Sólo quieren pasar una noche con gente que piensa igual que ellos y a la que nunca volverán a ver. Ni siquiera usan sus verdaderos nombres. En cuanto hacen la reserva, Graham les asigna un nombre que es el que utilizarán durante toda la noche. Oigan, espero disfrutar de un trato de favor por todo lo que les estoy ayudando. Ahora no pueden decir que no esté cooperando.
Un desagradable recuerdo cruzó la mente de Charlie.
– Pero, ¿acaso Graham no era el que siempre estaba en las nubes, el que siempre se equivocaba con las reservas de los chalets?
Steph frunció el ceño.
– Sí, pero soy yo quien se ocupa de los chalets. A Graham no le entusiasman, no comparados con sus despedidas de soltero. Cuando algo le importa de verdad, cumple al cien por cien.
– Es admirable -dijo Charlie.
Steph no pareció captar su sarcasmo.
– Así es -dijo-. Siempre tiene mucho cuidado para no comprometer a los clientes. Se preocupa de protegerlos, ésa es su regla número uno. Complacerlos siempre y no morder la mano que te da de comer.
– Me muero por decirle que todos sus clientes van a ser acusados de cómplices de violación -dijo Charlie.
Steph negó con la cabeza.
– No puedes hacer eso -dijo Steph, tratando de ocultar un tono de triunfo en su voz, aunque Charlie lo captó-. Lo que he dicho sobre que todas las mujeres eran actrices contratadas… es la versión oficial. Graham les recomienda a todos los clientes que si alguna vez ocurriera algo, todos deben decir que creían que esas mujeres lo hacían voluntariamente, que sólo era un espectáculo y que la violación era una farsa. Ésa es la razón por la que es Graham quien practica el sexo con ellas y el resto de los hombres sólo miran, aunque la mayoría de las veces lo más probable es que quisieran participar. Por eso no puede acusárseles de nada. No pueden probar que nuestros clientes supieran que esas mujeres eran obligadas a mantener relaciones sexuales.
– Pero nos lo acaba de decir. -Gibbs no se dejó impresionar por la lógica de Steph-. Ambos hemos escuchado su explicación, y con mucha claridad. Es cuanto necesitamos.
– Pero… no he firmado ninguna declaración ni nada por el estilo -dijo Steph, empalideciendo.
– ¿De verdad crees que no podemos trincar a esos hombres? ¿Crees que no van a hablar, que no se van a traicionar? -Charlie se inclinó sobre la mesa-. Son demasiados hombres, Steph. Algunos de ellos acabarán por rendirse y soltarán lo que sea porque estarán muertos de miedo. Se tragarán la misma mentira que tú: que hablar los ayudará a no acabar en la cárcel.
A Steph le temblaba el labio inferior.
– Graham me matará -dijo-. ¡Me culpará, y no es justo! Sólo estábamos ofreciendo un servicio, eso es todo. Diversión. Esos hombres no hacían nada malo, ni siquiera tocaban a esas mujeres.
– ¿Era usted quien preparaba la comida? -preguntó Gibbs-. ¿Esas cenas tan elegantes? ¿O era Robert Haworth quien lo hacía? Sabemos que estaba implicado en las violaciones y que había sido chef.
Charlie disimuló su sorpresa. ¿Robert Haworth, chef?
– Sí, era yo quien cocinaba -dijo Steph.
– ¿Se trata de otra mentira?
– Intenta proteger a Robert porque es el hermano de Graham -dijo Charlie-. Si Graham es un sentimental con sus clientes, imagínate lo que debe sentir por su hermano.
– En realidad, en eso te equivocas -dijo Steph, regodeándose-Robert y Graham no se hablan desde hace años.
– ¿Por qué? -preguntó Gibbs.
– Tuvieron una bronca monumental. Robert empezó a salir, con una de esas mujeres. Le dijo a Graham que iba a casarse con ella. Y ese estúpido bastardo lo hizo.
– ¿Juliet? -preguntó Charlie-. ¿Juliet Heslehurst?
Steph asintió con la cabeza.
– Graham se puso furioso ante la idea de que Robert sólo pensara en acercarse a ella después de…, bueno, ya saben. Suponía un gran riesgo para el negocio. Graham habría podido acabar entre rejas, pero a Robert le dio igual; siguió adelante y se casó con ella. -Steph torció los labios, enfurecida-. Graham fue demasiado blando con Robert. Yo no paro de decírselo: si Robert fuera mi hermano, nunca volvería a dirigirle la palabra.
– Pensé que habías dicho que Graham no se hablaba con él -le recordó Charlie.