– Sí, pero sigue intentando arreglar las cosas. Y yo soy su intermediaria; estoy harta de ir de un lado para otro con sus mensajes. Mi marido es demasiado blando. Es Robert quien no quiere reconciliarse. -Steph frunció el ceño, sumida en sus pensamientos-. A pesar de todo, Graham dice que no piensa rendirse. Robert es su hermano pequeño y siempre ha cuidado de él. Más que los inútiles de sus padres, sin duda.
– Entonces, ¿Graham estaba dispuesto a perdonar a Robert a pesar de haber puesto en peligro el negocio? -preguntó Gibbs.
– Sí. Para Graham, la familia es la familia, pase lo que pase. Y le ocurre lo mismo con sus padres. Fue Robert quien cortó con ellos. Cuando se fue de casa no volvió a dirigirles la palabra. Decía que lo habían decepcionado. Y así fue, pero… Y luego dijo lo mismo sobre Graham, después de pelearse con él cuando empezó a salir con esa mujer, Juliet. ¡Como si pudiera compararse!
– Si Graham se preocupa por Robert, eso te da un motivo para mentir con respecto a su implicación en las violaciones -dijo Charlie.
Steph frunció el ceño.
– No estoy diciendo nada sobre Robert.
– Él violó a Prue Kelvey.
– No sé de qué me estás hablando. Nunca he oído ese nombre. Mira, no recuerdo el nombre de la mayoría de esas mujeres. Normalmente tenía trabajo en la cocina.
– Prue Kelvey fue violada en el camión de Robert -dijo Charlie.
– Ah, vale. En ese caso, no puedo saberlo. Cuando no había que preparar la cena, yo me mantenía al margen. Salvo cuando era… la víctima.
– ¿Por qué cambiaron el chalet por el camión? -preguntó Gibbs.
Steph se examinó las uñas.
– ¿Y bien?
Steph suspiró, como si las preguntas le molestaran.
– El negocio del chalet iba cada vez mejor. Llegó un momento en que había gente casi todos los días. Graham pensó que era demasiado arriesgado; alguien podría haber visto u oído algo. Y el camión podía… moverse. Era más práctico. Sobre todo para mí. Estaba harta de cocinar sin parar. Ya tenía bastante trabajo. El único inconveniente era que no podíamos cobrar lo mismo por una reserva que no incluía la cena. Pero aun así seguíamos sirviendo copas. -La voz de Steph era estridente, sonaba a la defensiva-. Champán… Champán de buena calidad. Así no podían decirnos que no les ofrecíamos nada.
Charlie decidió que sería muy feliz si Steph Angilley muriera de repente, a causa de un inesperado pero extremadamente doloroso ataque al corazón. Por su expresión, le pareció que Gibbs pensaba lo mismo que ella.
– Odio a Robert -confesó Steph con lágrimas en los ojos, corno si no pudiera contenerse-. Cambiarse así de nombre… ¡Cabrón! Sólo lo hizo para herir a Graham, y funcionó. Graham se quedó destrozado. Y ahora está muy mal, desde que le contaste que Robert estaba en el hospital.
Le escupió las palabras a Charlie, que trató de no estremecerse al recordar que había hablado por teléfono con Simón delante de Graham. «Entonces, ¿qué le ha pasado a ese tal Haworth?», le preguntó luego, como quien no quiere la cosa. Y Charlie le había contado lo de Robert, y que era difícil que sobreviviera. Graham pareció alterarse; Charlie recordó haber pensado que era todo un detalle que se preocupara.
– A Graham le importa mucho la familia, pero la suya es una mierda -prosiguió Steph-. Incluso su hermano pequeño ha resultado ser un traidor. ¿Quién se cree que es Robert? No era Graham quien estaba equivocado, sino él. ¡Es muy injusto! Todo el mundo sabe que no hay que mezclar el trabajo con el placer, y mucho menos arruinar el negocio de tu propio hermano. Y aun así volvió a hacerlo.
– ¿Qué?
– Esa tal Naomi con la que estabas antes. Robert debía de follársela, porque ella quiso reservar un chalet para los dos. Fingió llamarse Haworth, pero supe que era ella en cuanto me dijo su nombre, Naomi. Graham se subía por las paredes. «Robert ha vuelto a hacerlo», dijo.
Charlie intentó aclarar sus ideas. No había nada como hablar con alguien realmente estúpido para acabar en una especie de claustrofobia mental.
– Graham y Robert no se hablan, pero aun así utilizáis su camión para sus despedidas de soltero.
– Así es -repuso Steph-. Graham consiguió una copia de la llave.
– ¿Está diciendo que Robert no sabe que están utilizando su camión para eso? -dijo Gibbs, con incredulidad-. Supongo que debe de haber notado que algunas noches el camión desaparece. ¿O es que Graham finge usarlo para otros propósitos?
A Charlie no le gustaban los derroteros que estaban tomando las preguntas de Gibbs. ¿Por qué intentaba encontrar una manera de que Robert Haworth no fuera culpable de nada? Sabían que Haworth había violado a Prue Kelvey… Aquello era algo sólido que había sido demostrado de forma incontrovertible.
Steph se mordió el labio, desconfiada. Gibbs volvió a intentarlo.
– Si Robert no quiere saber nada de Graham, ¿por qué le dejaría utilizar su camión? ¿Por dinero? ¿Acaso Graham se lo alquila?
– No estoy diciendo nada sobre Robert, ¿de acuerdo? -Steph cruzó los brazos-. Con todo lo que he dicho, Graham ya la tomará conmigo; si además hablo sobre Robert, me matará de verdad. Es muy protector con su hermano menor.
CAPÍTULO 28
Domingo, 9 de abril.
Cuando llego a casa es más de medianoche. Me ha traído un camionero joven y parlanchín, Terry, y aquí estoy, sana y salva. No estaba nerviosa por viajar en el vehículo de un desconocido. Lo peor que podría haberme ocurrido ya ha sucedido. Me siento inmune al peligro.
El coche de Yvon no está. Debe de haber regresado a Cambridge, a casa de Ben. Cuando ayer me fui sin decirle adónde iba, sabía que lo haría. Yvon es de esa clase de personas que no pueden quedarse solas. Necesita una presencia fuerte en su vida, alguien en quien confiar, y a lo largo de estos últimos días mi comportamiento ha sido demasiado imprevisible. Cree que, junto a Ben, su vida será más segura.
Ese tópico de que «el amor es ciego» debería sustituirse por otro más concreto: «El amor es inconsciente.» Como tú, Robert, si me permites la broma de mal gusto. Yvon ve todo cuanto hace Ben, pero es incapaz de sacar las debidas conclusiones. Lo que no funciona bien no son sus ojos, sino su cabeza.
Me dirijo directamente a mi taller, abro la puerta y cojo el mazo más grande que tengo, y lo sopeso con la mano. Acaricio con los dedos la cabeza de metal dorado. Siempre me ha gustado empuñar uno de esos mazos; me gusta la ausencia de líneas rectas. Tienen la misma forma que las manos de mortero que se usan para triturar las especias hasta reducirlas a una pasta, salvo que están hechos de madera y bronce. Con el mazo que sostengo con la mano podría hacerle mucho daño a alguien, y eso es lo que pretendo.
Cojo un trozo de cuerda que hay en el suelo, bajo mi mesa de trabajo, y luego otro más. No tengo ni idea de cuánta voy a necesitar. Suelo utilizarla para atar los relojes de sol, no hombres. Al final, decido llevarme toda la cuerda que tengo y un par de tijeras grandes. Tras cerrar con llave la puerta del taller, me meto en el coche y conduzco hasta la casa de Charlie.
Nadie puede culparme por lo que voy a hacer. Estoy a punto de realizar un servicio útil. No tengo otra alternativa. Graham Angilley nos atacó a todas hace tiempo: a Juliet, a mí, a Sandy Freeguard… El miércoles, Simón Waterhouse me dijo que la condena por violaciones cometidas hace años no es muy dura, y Charlie dijo que en el caso de Sandy Freeguard no había coincidencia en las pruebas de ADN. Sólo en el de Prue Kelvey, y Angilley no la tocó. Sería su palabra contra la mía.
La casa de Charlie está a oscuras, exactamente igual que cuando Terry, tu colega camionero, me dejó aquí hace cuarenta y cinco minutos para recoger mi coche. Entonces no estaba preparada para entrar; iba desarmada.
La vivienda parece vacía; irradia una gélida inmovilidad. Si tu hermano Graham está dentro, debe de estar dormido. Saco las llaves de Charlie y, tratando de hacer el menor ruido posible, las voy probando una por una en la cerradura. La tercera funciona. La giro lentamente y luego, centímetro a centímetro, abro la puerta.