Proust también quería saberlo. En cuanto Simón colgó el teléfono, él levantó una ceja
– ¿Un hombre peligroso y violento?
Simón asintió con la cabeza y notó un calor que recorría todo su cuerpo.
– Graham Angilley
Había empezado a caminar hacia la puerta, palpando la chaqueta en busca de las llaves del coche. Proust lo siguió. A Simón le sorprendió que el inspector jefe -que solía ser un hombre lento y pausado-fuera capaz de correr más que él.
Ambos pensaban lo mismo: Naomi Jenkins tenía el bolso de Charlie y las llaves de su casa. Si Olivia estaba en lo cierto y efectivamente había visto a dos personas, puede que Naomi estuviera en la casa con Angilley. Debían llegar allí cuanto antes. Muñeco de Nieve esperó a que estuvieran en el coche, doblando la velocidad permitida, para preguntar:
– Sólo una cosilla, un detalle sin importancia, pero, ¿por qué está Graham Angilley en casa de la inspectora Zailer? ¿Cómo sabe dónde vive?
Simón mantenía los ojos fijos en la calle y no le respondió. Cuando Proust habló de nuevo, lo hizo con voz tranquila y amistosa:
– Me pregunto cuántas cabezas van a rodar una vez que todo esto haya terminado -dijo, reflexionando en voz alta.
Simón se agarró con fuerza al volante como si fuera lo único que le quedase en el mundo.
CAPÍTULO 30
Domingo, 9 de abril.
Graham Angilley está de pie frente mí, sosteniendo las tijeras que me he traído de casa y cortando el aire, delante de mi cara. Las hojas producen un sonido metálico. En la otra mano tiene el mazo.
– Has venido muy bien equipada. Muy considerado de tu parte -dice.
Un solo pensamiento cruza por mi cabeza: no puede ganar. Así no es como debe acabar esta historia, conmigo siendo tan estúpida como para venir aquí, consciente de que tenía muchas posibilidades de encontrármelo y cargada con todo lo que él necesita para vencerme. Intento no pensar en mi temeridad. Debía de estar loca al creer que podría con él. Pero no puedo obsesionarme con eso. Hace tres años me dejé llevar y me sentí impotente en su presencia, y así es como estaba: totalmente indefensa. Pero esta vez tiene que ser completamente distinto.
Lo primero que debo hacer es no demostrar que estoy asustada. No me encogeré de miedo ni suplicaré. Hasta ahora no lo he hecho; no lo he hecho cuando me ha puesto el filo de las tijeras en la garganta y tampoco cuando me ha atado a una de las sillas de madera que hay en la cocina de Charlie. He permanecido en silencio, tratando de mantener el rostro impasible, carente de cualquier expresión.
– Es como en los viejos tiempos, ¿eh? -dice-. Sólo que ahora llevas puesta la ropa. De momento.
Tengo las manos atadas detrás de la silla y los pies sujetos en las patas traseras. La tensión de los muslos empieza a molestarme. Angilley cierra las tijeras y las deja sobre la mesa de la cocina. Luego, con las dos manos, hace rotar el mazo.
– Bueno, bueno -dice-. ¿Qué tenemos aquí? Un objeto largo y cilíndrico con una punta roma y redondeada. Me rindo. ¿Se trata de algún juguete erótico? ¿Un enorme vibrador de bronce?
– ¿Por qué no te sientas encima y lo averiguas? -digo, esperando que piense que no tengo miedo.
Él sonríe.
– Esta vez estás guerrera, ¿eh? Haces bien, como solemos decir a veces los de Yorkshire. Me gusta que haya un poco de variedad.
– ¿Es por eso por lo que siempre haces lo mismo, una y otra vez? ¿Atar mujeres y luego violarlas? Incluso dices lo mismo: «¿Quieres entrar en calor antes de que empiece el espectáculo?» ¡Qué frase más ridícula! -Me obligo a soltar una carcajada. Diga lo que diga, tanto si me muestro tímida como desafiante, no cambiará nada de lo que vaya a hacerme. Él sabe cómo quiere que acabe todo esto. Nada de lo que yo pueda decir le afectará, porque le da igual. Al darme cuenta de ello, me siento libre para hablar-. Puede que te creas muy intrépido, pero sin tu absurda rutina estás perdido. Siempre es la misma, sea quien sea la mujer; da igual que sea Juliet, Sandy Freeguard o yo…
Unas pequeñas arrugas aparecen en torno a sus ojos cuando a su rostro asoma una torva sonrisa.
– ¿Cómo te has enterado de lo de Sandy Freeguard? Apuesto a que te lo ha contado Charlie.
– O Robert -sugiero.
– Buen intento, pero fue Charlie quien te lo contó. -Angilley olisquea el aire-. Sí, me ha parecido detectar un inconfundible olor a solidaridad femenina y a alianza entre mujeres. ¿No me digas que os reunís para tejer edredones de patchwork en vuestro tiempo libre? Debes de ser una íntima amiga suya si tienes las llaves de su casa. Me parece muy poco profesional por su parte Éste ha sido el paso en falso más serio que ha dado la inspectora hasta la fecha.
Trato de cambiar de posición para estar más cómoda, pero no funciona. Empiezo a notar un hormigueo en los pies; dentro de poco dejaré de sentirlos.
– Estás muy sexy cuando te mueves y te retuerces así. Hazlo otra vez.
– Que te den.
Apoya el mazo en la mesa.
– Luego tendremos mucho tiempo para usar esto -dice.
Se me revuelve el estómago. Tengo que conseguir que siga hablando.
– Háblame de Prue Kelvey.
Coge las tijeras y se acerca lentamente a mí. Siento que voy a gritar y hago todo lo posible por evitarlo. Si demuestro que estoy asustada, luego no seré capaz de fingir. Debo seguir actuando, impertérrita. Levanta el cuello de mi blusa y me dice que incline la cabeza hacia delante. Entonces empieza a cortar la tela en torno al cuello. Noto el frío metal de las tijeras contra mi piel. Cuando ya lo ha cortado, lanza el cuello de la blusa sobre mi regazo.
– ¿Qué tal si respondes primero a mis preguntas? ¿Por qué mi hermano está en el hospital, medio muerto? La buena de la inspectora no me contó demasiado. ¿Fuiste tú quien lo mandaste allí o fue Juliet?
Ahora parece hablar más en serio. Como si le importara.
Lo miro a los ojos, preguntándome si se trata de algún truco. Hacerme saber que eso le importa equivale a darme un arma. Pero tal vez piense que no puedo hacerle nada. Me ha atado a una silla para asegurarse de ello.
– Es una larga historia -digo-. Me duelen las piernas y no me siento los pies. ¿Por qué no me desatas?
– Siempre acabo haciéndolo, ¿no? -dice Angilley, flirteando-. ¿Por qué tanta prisa? Debo decirte que si mi hermanito muere y descubro que fuiste tú quien intentó asesinarlo, te mataré -añade, cortándome el primer botón de la blusa.
– ¿Por qué no pasamos al sexo y terminamos con esto? -propongo, con el corazón en la garganta-. Podemos ahorrarnos los preliminares.
Por un momento, parece irritado. Luego vuelve a asomar a su rostro una leve sonrisa.
– Robert no va a morir -le digo.
Deja las tijeras sobre la mesa.
– ¿Cómo lo sabes?
– Estuve en el hospital.
Después de hacer una pausa, dice:
– ¿Y? No es necesario que seas misteriosa y enigmática conmigo, Naomi. No olvides que te conozco por dentro y por fuera. -Me guiña el ojo-. Estuviste en el hospital y…
– Tú no quieres que Robert muera, y yo tampoco. Estamos en el mismo lado, independientemente de lo que sucediera entre ambos en el pasado. ¿Por qué no me desatas?
– Ni hablar, muñeca. Entonces, ¿quién quiere ver muerto a Robert? -me pregunta-. Al parecer, alguien lo desea.
– Juliet -le digo.
– ¿Por qué? ¿Porque follaba contigo a sus espaldas?
Niego con la cabeza.
– Lo sabe desde hace meses.
Vuelve a coger las tijeras.
– Cuando empezamos esta conversación, mi paciencia era más bien escasa. Y ahora ya se está agotando. De modo que, ¿por qué no eres una buena chica y me cuentas lo que quiero saber? -dice, cortando otro botón.
– Deja en paz mi ropa -le suelto, mientras empiezo a sentirme presa del pánico-. Desátame, y te llevaré a ver a Robert al hospital.