– ¿Que tú me llevarás? Vaya, muchas gracias, hada madrina.
– Sólo podrás verlo si vienes conmigo -digo, improvisando sobre la marcha-. No dejan que nadie lo visite, pero yo puedo conseguir que entres a verlo. Los empleados me conocen. Fui a visitarlo con Charlie.
– Deja de fanfarronear antes de que te sientas ridícula. Resulta que hoy he visto a Robert. Hace tan sólo un par de horas. -Al ver mi sorpresa, que evidentemente no he sido capaz de disimular, se echa a reír-. Sí, así es. He entrado en la Unidad de Cuidados Intensivos sin problemas, como todo un hombre. Ha sido muy fácil. En la puerta del pabellón hay un teclado con letras y números. Lo único que he tenido que hacer ha sido vigilar a un par de médicos que han entrado y memorizar el código que han tenido la amabilidad de teclear delante de mí. En realidad ha sido de risa. -Suelta las tijeras, saca la otra silla de la mesa y se sienta frente a mí-. Las medidas de vigilancia y seguridad…, códigos, números, alarmas y todo eso, sólo consiguen que la gente esté menos atenta. En los viejos tiempos, las monjas y los médicos seguramente debían mantener los ojos muy abiertos para evitar que se colaran elementos como moi. Pero ahora ya no es necesario, ya no. Ahora que sólo hay un panel digital en la puerta y un código, ¡un triste código!, todo el mundo puede andar por allí con la cabeza en otro sitio, como si fueran ovejas atiborradas de Válium, convencidos de que un absurdo mecanismo se ocupará por ellos de la vigilancia. Lo único que hice fue teclear rápidamente y ya estaba dentro, andando entre un nube de invisibles microbios.
– ¿Cómo está Robert?
Tu hermano se echa a reír.
– ¿Lo amas? ¿Se trata de amor? Es así, ¿verdad?
– ¿Cómo está? Dímelo.
– Bueno…, podría ser diplomático y decir que se le da bien escuchar.
– Pero, ¿sigue vivo?
– Oh, sí. En realidad está un poco mejor. Me lo dijo la enfermera con la que estuve flirteando. Ya no está…, ¿cómo lo dijo?…, intubado. Puedo explicártelo, por si estudiaste en una mala escuela: ya respira por sí mismo, nada de tubos. Y su corazón traquetea como un tren: lo he visto en el monitor. La línea verde subía y bajaba, subía y bajaba… ¿Sabes una cosa? Los hospitales de verdad no son como los de las series de televisión. Sufrí una gran decepción. Estuve en la habitación de Robert unos diez minutos y no apareció una enfermera o un médico que quisiera meterse en nuestros asuntos. Y tampoco había ninguna monja que me dijera cómo enfrentarme a los temas pendientes. Me sentí un poco abandonado.
Hasta ahora parece haberse olvidado de las tijeras. Decido coger el toro por los cuernos.
– Graham, quiero ir a ver a Robert. Necesito verlo. Es tu hermano y sé que te preocupas por él, por mucho que te extrañe. Por favor, ¿puedes desatarme para que pueda ir al hospital?
– Estoy más preocupado por mí que por Robert o por ti -dice, sonriendo, como si quisiera disculparse-. ¿Qué va a ser de mí? Seguramente me detendrán y tú le dirás a la policía que te hice un montón de cosas horribles. ¿No es así?
– No -miento-. Escucha, sé con seguridad que la policía no tiene ninguna prueba forense contra ti. Nada de ADN. Me lo dijo Charlie.
– Estupendo.
Angilley se frota las manos. Hay algo que me hace pensar que espera que yo comparta su satisfacción.
– Si me dejas ir, te juro por mi vida que le diré a la policía que tú no eres el hombre que me atacó. No tendrán forma de condenarte.
– Hum… -Se frota la barbilla, pensativo-. ¿Y qué me dices de la inspectora Charlie? ¿Qué es lo que le has dicho? Conozco a las mujeres y lo bocazas que sois. En la intimidad, ¿recuerdas?
Me zumba la cabeza al tratar de pensar más deprisa de lo que soy capaz. No puede haber hablado con Steph o sabría que Charlie sabe mucho más sobre su implicación en las violaciones de lo que yo podría haberle contado a ella.
– Charlie confía en ti -digo-. Ella te considera su novio.
– Qué tierno. Pero, como todas las grandes historias de amor la nuestra tampoco puede durar. Sólo es cuestión de tiempo que Charlie descubra el verdadero apellido de Robert y se dé cuenta de que soy su hermano. Y entonces se preguntará por qué no se lo he dicho. En realidad pensé que el juego había terminado en cuanto entraste aquí. Pensé que eras Charlie y me escondí detrás de la puerta del salón. Sólo cuando empezaste a arrastrarte por el suelo y me asomé un poco me di cuenta de que eras tú. Si la pechugona llega a encontrarme en su casa cuando se suponía que yo no debía estar aquí, creo que habríamos tenido una buena bronca.
– ¿Qué estabas haciendo aquí? ¿Por qué estabas aquí si Charlie no había llegado?
– Quería ver si se había llevado trabajo a casa, algo relacionado con el intento de asesinato de mi hermanito. Quiero saber a quién debo culpar.
Ya no me siento los pies y no puedo seguir ignorando el dolor en las piernas y la espalda.
– Mira, si digo que tú no fuiste el hombre que me violó, la policía no podrá tocarte.
Angilley frunce el ceño.
– ¿Que te violó? ¿No estás exagerando un poco?
– ¿Me desatas, por favor?
– ¿Y qué me dices de Sandy Freeguard?
– Ella no sabe quién eres y yo no voy a decírselo. Desátame.
– Podría hacerlo si me dices por qué Juliet intentó matar a Robert.
Dudo un momento y, al final, digo:
– Él le dijo que iba a dejarla por mí. -No tengo que entrar en detalles sobre qué le dijiste a Juliet ni pronunciar las palabras exactas. Debiste tomarte mucho tiempo para explicárselo todo. A tu hermano le conviene más la versión resumida-. Y ahora háblame de Prue Kelvey.
– ¿Qué pasa con ella? Era una de mis chicas, como tú. -Vuelve a coger las tijeras y corta los dos últimos botones de mi blusa, que se abre del todo-. No puedes ir así al hospital, con las tetas colgando. Sería demasiado indecente. -Su voz se endurece-. ¿Cómo te has enterado de lo de Prue Kelvey?
Lentamente, cierra las tijeras en torno a uno de los tirantes de mi sujetador y lo corta.
– Tú no tuviste relaciones sexuales con ella, pero Robert sí. ¿Por qué? ¿Le obligaste a hacerlo?
– «Obligar» es una palabra demasiado fuerte. Digamos que lo animé. O, mejor dicho, le pedí a mi mujer que le transmitiera mi mensaje de ánimo. No me hablaba con Robert y yo quería arreglar las cosas. Prue Kelvey fue mi oferta de paz. Robert aceptó y yo me puse muy contento. Pensé que se divertiría. Lamentablemente, no fue así y al final me arrepentí de mi generosidad. Y, en vez de mejorar, las cosas empeoraron. -Angilley lanza un suspiro-. Robert es mi hermano pequeño. Quería que participara en todo eso, implicarlo a fondo. Estaba allí cuando empezó todo, en mi despedida de soltero, cuando se me ocurrió la idea para el negocio. Fuimos a Gales, a Cardiff, a pasar un fin de semana, solos. Acabamos borrachos en un restaurante hindú muy cutre, lo cual no resultó demasiado excitante. Hasta que tuve la brillante idea de regalarle a la tímida camarera una noche que no iba a olvidar. Sólo estábamos nosotros dos y ella; yo estaba ebrio…, y hacer eso parecía lo más obvio. Me aseguré de que Robert también disfrutara con ella. Aquello fue como una bellota de la que surgió la idea para un negocio muy lucrativo. Sin ayuda de nadie, he revolucionado las despedidas de soltero de este país.
– Despedidas de soltero… -repito distraídamente, sintiendo frío y los miembros entumecidos.
La palabra «bellota» despierta un recuerdo en mí. Cierro los ojos y veo los postes de una cama en cuya punta hay una bellota tallada. Me siento mareada, como si fuera a desmayarme.
– Sabía que lo entenderías -dice-. Tienes cabeza para los negocios, igual que yo, igual que la tenía mi querida madre. Hizo una fortuna siendo simplemente ella… Era una mujer muy brillante. Admiro a las mujeres de éxito. -Empieza a cortarme los pantalones, haciéndome hacer un agujero en la rodilla-. ¡Tachan! -dice, sonriéndome-. ¡Hola, rodilla!