– Y por eso le propusiste a Graham que cambiara su plan: en vez de desconocidas, le sugeriste que escogiera a una mujer en particular, dándoles a entender que sabíais quiénes eran y a qué se dedicaban. Que supieran que habían sido elegidas. A Graham le gustó la idea, aunque él es más fácil de contentar que tú. Tú no estabas satisfecho del todo. Lo que tú querías era que supieran quién eras; los demás no importaban. Pero lo que no podías hacer era proponerle a Graham que ambos os presentarais a las mujeres que pensabais violar, empezar a salir con ellas y luego violarlas, ¿verdad? Graham no quería que lo pillaran.
Pero lo han pillado, y en parte ha sido gracias a mí. Trato de recordar que no soy tan sólo tu víctima y la de tu hermano, sino que también soy, o también podría ser yo quien saliera ganando. Todo dependerá de lo que haga ahora.
Sigo hablándoles a tus ojos cerrados.
– A ti no te importaba que pudieran pillarte, ¿verdad? Estabas tan seguro de ser capaz de destruir a tus víctimas que no suponían ninguna amenaza. Pensabas que tu táctica era infalible. ¿Quieres que te hable de tu táctica? -Me echo a reír; es una risa dura y oxidada que emerge del fondo de mi garganta-. Primero te acercabas a nosotras, lo bastante como para poder hacernos daño. Nos obligabas a amarte y a no poder estar sin ti, hasta el punto de que todo nuestro mundo se reducía a Robert, Robert y Robert. ¡Dios, qué bueno eras en eso! Romántico y encantador. El marido o el amante perfecto… Daba igual el papel que interpretaras, porque ponías en él todas tus energías y todo tu entusiasmo. Si no hubiéramos creído que eras la encarnación de nuestra alma gemela, descubrir la verdad no nos hubiera hecho tanto daño, ¿verdad?
Cojo tu almohada por un extremo, la saco de debajo de tu cabeza, y la sostengo con las dos manos.
– Esa es la parte a la que más deseabas llegar: el dolor y el shock que causabas cuando revelabas tu verdadera forma de ser. Tú mismo me lo dijiste.
Guardo silencio mientras recuerdo tus palabras exactas: «Hace mucho tiempo que estoy pensando dejarla. Planeándolo, deseando hacerlo. Se ha convertido en algo… casi irreal en mi imaginación. La apoteosis.»
– Yvon se equivocaba al pensar que nunca ibas a dejar a Juliet por mí. Al final lo habrías hecho. Eso siempre formó parte de tu plan. Sin embargo, querías prolongar la emoción, alargarla todo lo posible antes de pasar a tu siguiente víctima. Primero fuimos víctimas de Graham, y luego tuyas. Apuesto a que considerabas a Graham como una especie de punto de apoyo… Sabías que eras tú quien iba a destruirnos de verdad: a Juliet, a Sandy Freeguard. Sin embargo, te diste cuenta de que Sandy Freeguard sería muy difícil de destruir, y por eso pasaste al siguiente nombre de la lista: el mío.
Aprieto la almohada con las manos, clavando las uñas en ella. Sin embargo, la tela recupera su forma; por mucho que aprieto, no soy capaz de dejar ninguna marca. No puedo transmitir mi angustia a este objeto inanimado.
– Presumías de tener unos nervios de acero, pero en el fondo eres un cobarde y un hipócrita. Por mucho que desprecies a tu hermano, no has sido capaz de cortar todos los vínculos con él, ¿verdad? Aún sigues prestándole tu camión para sus violaciones. Incluso violaste a Prue Kelvey para contentarle, para que no se enfadara. Porque Graham tenía algo que tú necesitabas desesperadamente: la lista con los nombres de sus víctimas. Así podías convertirlas también en las tuyas.
«Durante todo el tiempo que estuviste casado con Juliet sabías que un día ibas a soltarle la verdad. Y fue hace dos miércoles…, ése fue el día que elegiste para hacerlo. Se suponía que al día siguiente íbamos a encontrarnos en el Traveltel. Era el 30 de marzo, el aniversario del día en que tu hermano me violó. El día perfecto, bajo tu punto de vista. Sabías que si me decías que habías dejado a Juliet para empezar una nueva vida conmigo yo pensaría en esa fecha como un día feliz, limpio de malos recuerdos. Aún me habría convencido más de que estábamos destinados a estar juntos, de que tú eras mi salvador. Porque no hay nada mejor que las coincidencias, ¿verdad?
«No acudiste a la cita, pero si lo hubieras hecho, si tu plan hubiese funcionado, te habrías presentado con una maleta. Me habrías dicho que habías dejado a Juliet y me habrías preguntado si podías venirte conmigo. ¿Te imaginas lo que te hubiese contestado?»
Me río con amargura. Las lágrimas caen sobre mi mano y sobre la almohada. Estoy llorando de verdad, pero no estoy preocupada. Estoy enfadada, tan enfadada que la presión que siento en mi cabeza me humedece los ojos.
– ¿Qué le dijiste a Juliet? ¿Cómo se lo contaste? Si no me equivoco, y estoy segura de no equivocarme, seguramente esperaste hasta que los dos estabais en la cama. ¿Te pusiste encima de ella, ignorando sus protestas de que estaba cansada? Debió de sentirse confundida. Siempre eras muy amable con ella… ¿Qué estaba ocurriendo? De repente ya no eras amable. Ella ya no te veía como el Robert al que conocía y amaba, el hombre con el que se había casado. La violaste, como siempre habías sabido que lo harías, como siempre habías planeado hacer. Salvo que en esa ocasión fue mucho mejor que con Prue Kelvey, porque el grado de intimidad te permitía hacerle daño. Viste que eras tú quien causaba todo el dolor que había en los ojos de Juliet.
«Y, sin embargo, la violación en sí misma no te bastaba…, no cuando podías hacerle mucho más daño. Querías que relacionara esa horrible experiencia con otra, la de aquella noche en el chalet de Graham. -Muevo la almohada ante tu rostro inerte-. ¿Te das cuenta de todo lo que sé? ¿No estás impresionado? Para ti era muy importante que Juliet fuera consciente del horror de todo lo que le habías hecho, de hasta qué punto la habías engañado y traicionado. ¿Y cómo lo conseguiste? Apuesto a que dijiste lo mismo que Graham, ¿verdad? «¿Quieres entrar en calor antes de que empiece el espectáculo?». O algo así. Ésa debió de ser la apoteosis para ti, ver la conmoción en su mirada, el desconcierto en su rostro. ¿Y luego qué, aparte de la violación? ¿Le dijiste que ibas a dejarla por mí, por otra víctima de tu hermano? ¿Se lo contaste todo, incluso que pensabas dedicar los próximos años de tu vida a destrozar la mía exactamente como habías hecho con la suya? ¿Primero casándote conmigo y haciéndome completamente feliz, para luego destrozarlo todo una vez que hubiera otra víctima de Graham en lista de espera?»
Me tiembla todo el cuerpo; estoy empapada en sudor. Acerco mi rostro al tuyo.
– No lo creo -digo, respondiendo a mi pregunta-. Seguro que creías que pensaría que ella era la única a la que le habías hecho eso. Y tú no querías que se consolara pensando que no era la única víctima. No, sólo le dijiste que ibas a dejarla por otra mujer. Eso era todo lo que le dijiste sobre mí, aunque sí le contaste todo lo demás: que el hombre que la había violado era tu hermano y los detalles del negocio familiar. El mínimo detalle haría que tú te sintieras mucho mejor y ella mucho peor.
«Sin embargo, cometiste un error, ¿verdad? Un gran error, a juzgar por lo ocurrido. Si no, mírate ahora. Pensaste que Juliet se desmoronaría al descubrir la verdad. Pensaste que podrías salir de aquella horrible casa, dejando atrás una esposa hundida, demasiado frágil para acudir a la policía o para hacer algo con todo lo que le habías contado. Ella no denunció la primera violación, ¿verdad? No lo hizo porque se sentía demasiado avergonzada. Y pensaste que le ocurriría lo mismo con la segunda. De todas formas, ¿quién le habría creído? De repente resultaba que había sido violada no una sino dos veces, la segunda por su propio marido. Si se lo contaba a alguien, tú habrías fingido quedarte perplejo y te habrías mostrado preocupado por su salud mental».
Paseo por la habitación, sin dejar de apretar la almohada.
– Sé lo que significa hacer planes y luego comprobar que no funcionan, Robert. De verdad que lo entiendo. Yo también hago planes. Y tú habías sido muy escrupuloso, lo habías calculado todo, hasta el mínimo detalle. Debió de ser duro ver que lo que le dijiste a Juliet la cambió de una forma en que no podías prever. No se volvió frágil, sino que se hizo más fuerte. No se hundió en la miseria, sino que cogió la piedra que utilizabais como tope para la puerta y te machacó la cabeza con ella. Después ni siquiera llamó a una ambulancia, sino que te dejó allí tumbado, sangrando. Muriéndote. No la culpo por ello.