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Después de mucho debate, y mediante la creación de malas voluntades, se acuerda hablar con Belaunzaran y pedir que se pospongan las elecciones, con el objeto de tener mas tiempo para decidir que candidato nombrar.

XII. TETE A TETE Y ANTESALA

El pavorreal echa la cabeza atrás, eriza las plumas del buche, alza la cola, dejando a descubierto el ano, la despliega y grita. Dos tordos se ponen en fuga, otro pavorreal contesta, un grajo vuelve la cabeza y lo mira de sesgo, con desconfianza. Una guacamaya, encadenada, se encarama en su aro ayudándose con la lengua. Ángela y Cussirat caminan por la vereda del jardín, tomando el frescor de las cinco.

—Yo quisiera hacer algo —dice Ángela—, pero no se que. Necesito que alguien me aconseje.

—Cuando llegue —dice Cussirat—, tenia esperanzas de que fuera posible ganar las elecciones, y de que Belaunzarán no fuera completamente nocivo. Con la entrevista de antier, y la ceremonia del Pedernal, se esfumaron. Las elecciones están perdidas, y este hombre va a llevar al país al desastre. Hay que acabar con él. Por cualquier medio.

Ángela, alerta, se detiene, y mirando una planta de adelias, pregunta: —¿Cual medio?

Cussirat deja que ella le de la espalda y meta las narices entre las flores, antes de contestar. Mirando las nalgas de su anfitriona, y metiendo las manos en las bolsas de sus pantalones impecables, dice: —Matándolo.

Ángela, alerta, sin volver la cara, con el corazón palpitante, oliendo las flores, pregunta: —¿Quien va a matarlo? Cussirat, tenso, deja pasar un momento antes de contestar:

—Ángela, tengo que hacerle una confesión.

Ángela se da la vuelta, y lo mira, de frente.

—Pero, en nombre de nuestra amistad —dice Cussirat—, le pido que, aunque lo que voy a decirle le parezca una locura, no lo repita a nadie.

Ángela, con voz profunda, impregnada de una sensualidad que no viene a cuento, dice:

— ¡Dime!

—Los caballos que mande traer, los palos de golf, las escopetas, los doce baúles del equipaje, no son mas que una pantalla. En realidad, si todo sale bien, pienso irme de Arepa esta noche.

Ángela tiene un estremecimiento, mitad sincero y mitad ficticio. Toca, con las puntas de los dedos, en un ademan elegante, apasionado y sugerente la manga del saco de Cussirat, al tiempo que dice, con voz entrecortada:

—(Tan pronto?

Cussirat, con rápido movimiento, atrapa la mano de Ángela, y la oprime contra el worsted de su saco.

—Mi misión estará cumplida.

Ángela lo mira sin comprender, o fingiendo no comprender. Cussirat suelta la mano de Ángela, gira cuarenta y cinco grados, y se queda absorto en el vuelo de una abeja. La mano de Ángela se apodera de su brazo, lo estruja ligeramente y, con gran maestría, lo obliga a rozarle un pecho.

—Dime mas —suplica ella.

Cussirat, pomposo, serio, imbuido de la magnificencia de sus intenciones, le dice:

—Desde hace un mes, cuando leí en los periódicos del asesinato del Doctor Saldaña, y recibí la invitación de los moderados, comprendí que todavía tenía un deber con mi Patria: liberarla del tirano. Por cualquier camino. A eso vine. Vengo preparado.

— ¡Que valiente eres! —dice Ángela.

Cussirat baja la mirada en silencio, otorgando la razón a ella, que le pregunta:

—¿Corres peligro?

—El necesario. Esta noche me recibirá. Lo matare a balazos en su despacho, tratare de salir vivo de Palacio. He conseguido un coche. Mi mozo me esperara en el, y me llevara a la Ventosa. El avión esta preparado. Nos iremos los dos.

Ángela lo mira, llena de admiración.

—¿No hay nada que pueda yo hacer?

—Nada, por el momento. Si algo sale mal, yo le diré.

—Cuenta conmigo.

Ambos siguen caminando por el sendero, lentamente, sumergidos en la mutua admiración y su complicidad.

De pronto, Ángela se detiene, deja el brazo de Cussirat, y se inclina para recoger del suelo a una mariposita que acaba de salir de la pupa, no puede volar y camina torpemente por el sendero. La levanta y le dice:

—Quítate de la vereda, que alguien puede pisarte.

Pone la mariposa sobre la hoja de un acanto, mientras Cussirat la observa, conmovido. Después, ambos siguen su camino.

La mariposa, en el acanto, da unos pasos, resbala, y cae en la vereda.

En el reloj de la Catedral dan las nueve le la noche. El automóvil de Cussirat, un Citroen, con Garatuza al volante, entra en la Plaza Mayor, rueda por los adoquines desiertos, y se detiene frente a la puerta principal de Palacio. Los fanales se apagan, Garatuza se baja y llama con el aldabón a la puerta. Cussirat, mientras tanto, revisa por ultima vez su pistola, y la guarda en la funda que lleva en el sobaco.

— El Ingeniero Cussirat quiere ver al señor Presidente —dice Garatuza al portero que le abre.

El portero transmite el mensaje al jefe de porteros, este, al oficial de guardia, y este, a su vez, al ujier segundo, que viene a la puerta y le dice a Garatuza:

—Que pase.

Garatuza va al coche, abre la puerta, Cussirat desciende, entra en Palacio, y conducido por el ujier segundo, cruza el vestíbulo, el patio principal y, por el corredor de los espejos, llega a la escalera veneciana, la sube, y en el primer piso, a la derecha, entra en la sala de espera, que es alta, larga, estrecha y mal iluminada, cuyas paredes están adornadas con retratos al óleo de héroes de la independencia que pasaron de la gloria a la tumba sin llegar al poder. A todo lo largo de tres de los muros, hay sillas soporíficas y desiertas, y al fondo, dando la espalda al cuarto muro, se sienta el ujier primero frente a su escritorio.

—Tenga la bondad de sentarse —le dice el ujier segundo a Cussirat.

Con ligera impaciencia, Cussirat se sienta. El ujier segundo cruza la sala, llega a donde esta el ujier primero, y habla con el en secreto. El ujier primero hace, al hablar, una serie de gestos que pueden interpretarse de muchas maneras. Por fin, se dirige a Cussirat, que esta en el otro extremo del Salón y le dice:

—¿Que desea?

Cussirat se levanta y cruza el Salón.

—Soy Cussirat —dice, al llegar frente al escritorio.

De nada sirve. El ujier primero lo mira sin comprender; el segundo, reprobatorio.

—¿En que puedo servirle? —pregunta el ujier primero.

Cussirat, impaciente, saca una tarjeta de visita y se la entrega.

—El señor Presidente me esta esperando.

El ujier primero estudia la tarjeta, el segundo se retira. El ujier primero le acerca un bloc a Cussirat, y le dice:

—Apunte aquí su nombre, y el asunto que viene a tratar.

—Mi nombre esta en la tarjeta, y el asunto, el señor Presidente lo sabe; entréguele la tarjeta.

—Lo siento, pero esta es una formalidad que tienen que llenar todas las personas que hablan con el señor Presidente.

—Antier hable con el, y no llene ninguna formalidad.

El ujier no se inmuta.

—Habrá habido ordenes en sentido contrario. Ahora no las hay —le ofrece una pluma—. Si me hace usted el favor. . .

Cussirat, lívido, escribe con rasgos violentos: “Cussirat” “Fuerza Aérea”. Arranca el papel y se lo entrega al ujier. Este se levanta y le dice:

—Siéntese, yo transmitiré su mensaje.

Con esto, sale de la habitación. Cussirat, furioso, en vez de sentarse pasea de un lado a otro de la habitación, después, mas furioso todavía, y sintiéndose ridículo, se sienta.

Entre el humo y la peste de los habanos, las risotadas de sus amigos y el ruido de las fichas del domino, Belaunzarán lee el papelito de Cussirat. El ujier, paralizado por el respeto y la lambisconería, se inclina a su lado, en espera de las palabras que van a salir de su boca. Cardona, Borunda, Jefe de la Mayoría, y Chucho Sardanápalo, Ministro del Bienestar Publico, sentados en los sillones que la Emperatriz de la China envió de regalo al Rey Cristóbal, de Haití, y llegaron por equivocación a Arepa, hacen la sopa, contándose cuentos.