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—Dígale que estoy en acuerdo —dice Belaunzarán—, que me espere.

El ujier se retira haciendo reverencias. Las risotadas bajan de punto. Sardanápalo le dice a Belaunzarán:

—¿Ya oíste el chiste de la mona que no quería pan con queso?

Belaunzarán le da una chupada al habano mientras los lambiscones se callan, esperando su respuesta.

—No, oí otro mejor. El del señorito que no sabia si ser vicealmirante, o presidente.

— ¡Cuéntalo! —le pide Borunda. Ansioso de oír un chiste de boca de Belaunzarán, para después repetirlo, diciendo: “Este me lo contó Manuel”.

—Es un secreto —dice Belaunzarán, y le da otra chupada al puro.

Los otros lo miran en silencio, sin saber si metieron la pata.

Las diez y las once le dan a Cussirat sentado en la antesala, mirando como el ujier cabecea y dormita. Las diez y las once le dan a Garatuza, sentado en el coche, angustiado. A las once y media, se oye desde el pasillo el ajigolón de la partida que se va, de los hombres que bajan las escaleras riéndose, a fuerzas, de lo que dice el patrón, de las puertas que se abren y cierran y de los coches que arrancan en el traspatio.

La impaciencia de Cussirat ha desaparecido, o mejor dicho, se ha transformado en una rabia contenida que va a tener consecuencias. Oye a los hombres irse con indiferencia, sin protestar. Ve como el ujier despierta, se sobresalta, se tranquiliza, bosteza, se levanta, sale del Salón desperezándose, y regresa, al poco rato, con cara de circunstancias y un mensaje:

—El señor Presidente tuvo que salir a un asunto urgente. Dejo dicho que venga usted mañana, a las doce del día.

Cussirat se pone de pie, arroja el cigarrillo que esta fumando en una escupidera, le echa una mirada al ujier, toma su sombrero, y se larga.

XIII. EL DÍA EN QUE DINAMITARON PALACIO

Lo primero que hace Cussirat al llegar a su casa, es llamar a Ángela por teléfono. Por temor a que la telefonista escuche, la conversación es breve:

—Falle —dice el.

—Me alegro —dice ella.

Cussirat cuelga.

Pasa gran parte de la noche en vela. Con ayuda de Garatuza arma la bomba. Saca los explosivos del estuche de golf, las cápsulas detonantes del botiquín, el magnesio de la sombrerera, una de las cabezas del interior de una cámara fotográfica, y otra, de un despertador.

Con pericia de cirujano, sobre la mesa del comedor, con los elementos que va pasándole Garatuza, arma la bomba en el interior de un termo.

Es una bomba sencilla, que puede funcionar de dos maneras, según las necesidades del caso. Tiene una cabeza de relojería y otra de presión. En el primer caso, la cabeza es un reloj despertador, cuyo martillo golpea, a la hora indicada, sobre la cápsula detonante, y la rompe. La sustancia que contiene la cápsula reacciona con el magnesio que la rodea, y produce una pequeña explosión, que sirve de fulminante a la dinamita que esta en el fondo del termo. En el segundo caso, la cabeza es un resorte de espiral, que termina en una aguja; al presionar la cabeza, el resorte se comprime, la aguja rompe la cápsula y se produce el efecto descrito.

A las cuatro de la mañana, la bomba armada y probada, Cussirat la pone, junto con las dos cabezas, en un portafolio; lo cierra, bosteza, y, dejando a Garatuza levantar el campo, se va a su alcoba, en donde lo espera una pijama de seda, llena de alamares, extendida sobre la cama.

La viuda del Coronel Epigmenio Pantoja, que viene a cobrar pensiones atrasadas, un ministro protestante, un vendedor de aceituna española, y un acreedor rejego, esperan, junto con Cussirat, audiencia, en la sala de espera.

Cussirat, elegante y nervioso, con una pistola en el sobaco, y el portafolio lleno de dinamita, fuma English ovals uno tras otro. El ujier caravanea, va y viene, promete, y nadie pasa.

—El señor Presidente, recibirá a la señora, que es la que llego primero, dentro de un momento.

Es la una y media.

A esa hora, como tres buitres, vestidos de negro, solemnes, llenos de esperanzas injustificadas, entran en el Salón los moderados: Bonilla, Paletón, y el señor de la Cadena. Al ver a Cussirat tienen un sobresalto. Después se reponen. Cruzan mirando al frente, con las narices en alto, como navegando en aire fétido, llegan hasta el ujier y le dicen:

—Somos del Partido Moderado. Queremos ver al señor Presidente de la República.

El ujier brinca, se sonroja, sonríe, suda y dice:

—Pasen ustedes.

Y salen juntos, los cuatro, en dirección del despacho particular, sin hacer caso de la viuda, que dice: “¿No que me iba a recibir a mi?”; ni de la imprecación que lanza el acreedor, ni del sonrojo del ministro protestante, ni de la paciencia del vendedor de aceitunas, ni de que Cussirat se ha levantado, y portafolio en mano, va tras de ellos.

En el pasillo, frente a la puerta del despacho particular, el señor de la Cadena le dice a Bonilla:

—Pase usted, Licenciado.

—De ninguna manera —contesta el Licenciado—, que pase nuestro amigo Paletón, que tiene mas facilidad de palabra.

Paletón da un respingo:

— ¿Pero que dice usted, Licenciado? ¡Si usted es un Crisóstomo! Después de usted, toda la vida.

—La mayoría esta de acuerdo, Licenciado —dice el señor de la Cadena, jugando al parlamento—, pase usted.

A Bonilla no le queda mas remedio que irse por delante. Abulta el pecho, y dice:

—Bueno, señores, pues así sea.

Cierra la boca carnosa, que quisiera ser mas chica, con gesto amargo; y, mas fúnebre que nunca, entra en el despacho de Belaunzarán, como en un campo de batalla.

Sin levantarse, antes de saludarlos, desde su escritorio, Belaunzarán le indica al ujier donde debe de poner las sillas en que se van a sentar los recién llegados.

Tras de breve vacilación, el señor de la Cadena y Paletón deciden quien ha de pasar primero, entran, y cierran la puerta.

En el pasillo desierto, Cussirat, como paseando, con una mano en la bolsa y sombrero y portafolio en la otra, pasa frente a la puerta del Despacho Particular, a través de la cual se filtran voces confusas: llega hasta la siguiente, se detiene, pone la mano sobre el picaporte, mira a derecha e izquierda discretamente. Nadie lo ve. Mueve la mano. El picaporte gira y la puerta cede. La entreabre, ve que no hay nadie adentro, ve que no hay nadie afuera, da un paso, y esta en el Salón Verde.

Estudia los gobelinos y los muebles estilo Imperio, en busca del lugar apropiado para ocultar la bomba. Se decide por una consola con plancha de mármol. Pone el portafolio encima, lo abre y saca de él el termo y la cabeza de reloj. Consulta el suyo, que trae en el chaleco: es la una y media; pone el despertador a las dos de la tarde, le da cuerda y esta atornillando la cabeza, cuando se da cuenta de que al fondo del Salón hay otra puerta. Deja termo y cabeza sobre la consola, va hasta la puerta recién descubierta, pega el oído, no se oye nada, la abre y se queda gratamente sorprendido. Entre los mármoles, los azulejos blancos, las toallas presidenciales, esta el excusado ingles del Mariscal Belaunzarán.

La euforia del hallazgo dura un segundo. Después se pone a trabajar. De un brinco llega a la consola, toma el termo, cambia la cabeza, quitando la del reloj y poniendo la de presión. Guarda la primera en el portafolio, entra en el baño, cierra la tapa del excusado, se para en ella, hunde el termo en el deposito del agua, y lo coloca exactamente debajo de la palanca que conecta con la cadena, baja del excusado, sale del baño, y cierra la puerta. En el Salón Verde, recoge sombrero y portafolio, va a la puerta que da al pasillo, la entreabre, ve que el pasillo esta desierto, y tiene un suspiro de alivio.