Выбрать главу

Doña Chonita Regalado y Conchita Parmesano salen del comedor.

—¿Han visto ustedes a mi hija Secundina? —pregunta doña Chonita.

—No. ¿Han visto ustedes a Pepita? —pregunta Cussirat.

—No —contesta doña Chonita.

—Tintín tampoco aparece por ningún lado —dice la Parmesano a Ángela, con aire de inteligencia.

Ángela se preocupa.

— ¡Quién sabe qué estará tramando ese sinvergüenza! —dice, y se va a buscarlo en el jardín.

Doña Chonita y la Parmesano suben por la escalera. Cussirat, en el Salón, mira a Belaunzarán, que en ese momento está probando el champaña, mete la mano en el pecho, y después en la bolsa del smoking, cambiando la pistola de lugar. Con mano en la bolsa, gesto decidido, y paso de autómata, se va acercando a la espalda de su víctima, que ríe de un chiste que le ha contado don Bartolomé.

No llega a su destino. Conchita Parmesano, demudada, baja la escalera, va hasta Cussirat y lo detiene, con una mano en el brazo, y estas palabras:

—Pepita se ha suicidado.

Cussirat se le queda mirando, estúpidamente.

—Sube, está en la recámara de Ángela —dice Conchita y entra en el comedor, buscando a Malagón.

Cussirat echa una última mirada a la espalda de Belaunzarán, da media vuelta y sube por la escalera.

En el hall del primer piso se encuentra a “doña Chonita abofeteando las orejas de la más tonta de sus hijas, y haciendo preguntas inútiles:

—¿Qué hacías tú aquí arriba, y qué hacían tus calzones en manos de ese mocoso?

Cuando ve a Cussirat se calla la boca, y desaparece empujando a su hija, en la alcoba de don Carlitos.

La alcoba de Ángela está en penumbra, iluminada sólo por una veladora. Tintín, con los calzones de Secundina todavía en la mano, mira fascinado el cuerpo despatarrado de Pepita Jiménez, que yace sobre la cama augusta de la dueña de la casa.

En los lugares que tenían al principio de la fiesta, en el vestíbulo de la casa, Ángela, ocultando su preocupación, y don Carlitos, ignorante de que en el primer piso de su casa hay una poetisa muerta, se despiden de Belaunzarán y sus acompañantes. Belaunzarán besa la mano de Ángela, y le dice:

—Fue una noche muy agradable; por muchas razones, pero usted, doña Ángela, fue la principal de ellas.

Ángela sonríe. Por un momento, la vanidad de anfitriona ahoga en ella la humanidad y el celo patriótico, y olvida, no sólo que arriba hay una muerta, sino que la recepción fue, desde un principio, planeada para quitarle la vida a quien, ileso, está frente a ella, dándole las gracias.

XXII. ENTREACTO

Pepita Jiménez fue enterrada en sagrado, gracias a las mentiras que dijeron todos y al certificado de defunción que extendió Malagón, en el que constaba que la poetisa había muerto a consecuencia de un paro cardíaco.

—Hace mucho que estaba enferma —anduvo contando por todas partes.

El entierro fue solemne y concurrido. Asistió lo mejor de Arepa. Ante la tumba abierta, el Padre Inastrillas dijo primores de la difunta.

—Este discurso estuvo mucho más sentido que el que echó Malagón en la velada de don Casimiro —comentó Conchita Parmesano a doña Crescenciana González.

En realidad, ambos discursos decían casi lo mismo, sólo que el Padre Inastrillas le agregó al suyo unos latinajos sacados del oficio de Difuntos, y él se veía más imponente, con sotana y sobrepelliz lleno de encajes, que Malagón con su ropa vieja.

Pepe Cussirat, de luto riguroso, con la mirada baja y una mano en la frente, hizo el papel de novio inconsolable. Las señoritas de Arepa, mirándolo, con ganas de echarle el guante ahora que estaba libre, cuchichearon:

—¡Ay, se ve tan guapo de negro!

Las casadas comentaron:

—Se ve que la sintió muchísimo.

Conchita Parmesano pensó para sus adentros:

—¡Si supieran éstas que la mató con su indiferencia!

En realidad, no tardaron en saberlo, porque una vez enterrada la muerta, la Parmesano no pudo resistir la tentación y empezó a ponerle peros a la versión del paro cardíaco.

—Yo fui quien la encontró muerta y estaba muy rara —decía.

Con el tiempo, Pepita estaba destinada a pasar a la mitología social de Arepa como la primera suicida.

—No escribas versos —advierten las madres a sus hijas versificadoras—, ya ves lo que le pasó a Pepita Jiménez.

Y cuentan una y otra vez la historia de aquella mujer que pasó treinta y cinco años escribiendo versos, ignorada por los hombres y acabó suicidándose por una decepción amorosa.

A consecuencias del incidente entre Tintín y Secundina, ésta, la más tonta de las hermanitas Regalado, fue sometida a un examen médico que practicó el Doctor Malagón, quien, por más que buscó, no encontró adentro de la primera nada que se pareciera a un virgo y, después de dar dictamen a la madre, se lo fue a contar a todo el mundo.

—Esta muchacha tiene años de ejercer —decía Malagón, de sobremesa, en el Casino.

Doña Chonita habló con Ángela, y le dijo que, puesto que sus hijos habían sido hallados infraganti, justo era que se casaran. Ángela se negó rotundamente.

—¿Después de que seduce a mi hijo, todavía quiere casarse con él? —dijo Ángela—. ¡Qué desfachatez!

Desde ese momento, las hermanitas Regalado no volvieron a poner pie en casa de Ángela, ni los Berriozábal en la de los Regalado; cuando las señoras se encontraban, no se saludaban; cuando don Carlitos entraba en el Casino, salía Coco Regalado, diciendo:

— ¡Ya llegó el vejete violador de mujeres!

Por una extraña mecánica cerebral, había llegado a la conclusión de que era don Carlitos (quien nunca se enteró de nada de lo que pasó en el cuarto de su mujer la noche del baile) el que había violado a Secundina, y no ésta a Tintín, como era la realidad. En un principio, parecía que la sociedad portoalegrense iba a dividirse en dos: los que veían a los Berriozábal y los que veían a los Regalado; pero como los Berriozábal tenían más chiste y más dinero que los Regalado, estos últimos acabaron aislándose, sin visitar ni ser visitados por nadie, al grado que Secundina tuvo que casarse, años después, con el vendedor de aceitunas, quien, según el consenso general de la sociedad arepana, era “un patán”.

En el campo de la política, ni la muerte de Pepita Jiménez ni el incidente Tintín Secundina empañaron la gloria del baile dado en honor de Belaunzarán en casa de los Berriozábal, ni impidieron el raprochement de los dos partidos, ni entorpecieron el desarrollo de los acontecimientos.

El primero de agosto, Belaunzarán nombró, como había prometido, tres nuevos diputados: don Carlitos, don Bartolomé, y Barrientos; el día quince de agosto, puntualmente, el Partido Moderado, en sesión plenaria, nombró al Mariscal Belaunzarán Candidato a la Presidencia de la República; el día veinte, la Cámara aprobó la Ley de Ratificación del Patrimonio, por diez votos contra ninguno, y la Ley de Expropiación pasó del archivo de “proyectos pendientes”, al de “rechazados por improcedentes”; por último, el día primero de septiembre, y a sólo dos meses de las elecciones, don Carlitos pidió en la Cámara la creación de la Presidencia Vitalicia, moción que fue aprobada por unanimidad. Con esto, quedaron cumplidas todas las promesas que Belaunzarán y los moderados se habían hecho mutuamente en la comida que tuvieron en la finca de la Chacota.

Después del fracaso del segundo plan y de la muerte de Pepita Jiménez, Cussirat, que no quería recibir más condolencias, se dedicó a los deportes.

Unas mañanas se levantaba al alba y se iba con Paco Ridruejo a cazar liebres. Regresaban ya noche, cargados de animales silvestres ensangrentados, y cenaban opíparamente mariscos y animales domésticos, traídos del Hotel de Inglaterra. Otras, se levantaba a buena hora, desayunaba pescado, se iba a la Ventosa en el Citroen prestado, y daba una vuelta en el Blériot; a veces, iba él sólo, a veces, con Paco Ridruejo y a veces, con Garatuza. Ángela, a pesar de las invitaciones de Cussirat, nunca quiso subir en avión. Por las tardes, montaba a caballo, o pescaba, o iba a visitar a Ángela. Por las noches, antes de dormirse, leía alguna novela de las que había encontrado en la antigua, y pequeñísima, biblioteca de su abuelo.