Ángela se vuelve al jardinero y le dice:
—Corte tres rosas de Castilla.
El jardinero pone manos a la obra; Ángela lo observa; don Carlitos escupe el hueso y come otro níspero. Deja el tono severo y trata de hacerla entrar en razón.
—Además, el hombre esta en la mejor disposición. Hoy juego domino con el.
—Haz lo que quieras —dice Ángela, oliendo una rosa.
Don Carlitos escupe el hueso del segundo níspero, y dice:
—Bueno, ¿a qué horas se come aquí?
—En este momento. El ramo esta listo. Comeremos y llegaras a tiempo a tu cita con el bandolero.
Don Carlitos se vuelve suplicante:
—Ángela, por favor: sensatez.
—No te preocupes. No volveré a decir lo que pienso.
Precedidos por la criada, ambos emprenden el regreso a la casa. Don Carlitos, de buen talante, come otro níspero.
—No te arrepentirás —dice, entre chupeteos.
—Necesito otro traje para Pereira —dice Ángela—, el Palm Beach que le diste ya esta muy usado.
Don Carlitos levanta las cejas con escándalo falso.
—¿Pero que hace ese hombre con la ropa?
—Se la pone. No tiene otra.
—Dale el traje rayado que nunca me gusto, y dile que si lo visto, no es para que le ponga malas calificaciones a mi hijo.
—Tu hijo es un holgazán.
— Razón de más. El amor, con amor se paga.
Ambos entran en la casa.
V. EL CASINO DE AREPA
En el ultimo tercio del siglo pasado y a principios de este, los ricos de Arepa construyeron sus casas en el Paseo Nuevo. Unos, los hacendados, venían del interior de la isla, huyendo de bandoleros, y otros, los comerciantes, del centro de la ciudad, huyendo de malos olores.
El Paseo Nuevo tiene tres cuadras de largo, vista al mar, y un camellón con tamarindos, jacarandas, laureles y magnolias, entre los arroyos adoquinados. Allí están, entre jardines y verjas, las casas de los Berriozabal, los Redondo, y los Regalado, los capitales mas fuertes de la isla. Unas casas recuerdan al Taj Mahal, otras, la Mezquita de Córdoba, y otras, el palacio barroco de algún noble bohemio.
Con el éxodo hacia el Paseo Nuevo, quedaron libres algunos de los viejos caserones del centro. En uno de ellos, la antigua casa de los Verdegollo, se fundo el Casino de Arepa, del que son socios todos los que se respetan, son respetados, y tienen dinero para pagar las cuotas.
El Casino, que fue fundado con el objeto de que los señores de la isla tuvieran donde pasar el tiempo jugando tute y leyendo periódicos atrasados, se convirtió, gracias a las presiones ejercidas por el progresismo rampante, en el centro de reunión y la base de operaciones del Partido Moderado.
En la noche del día en que enterraron al Doctor Saldaña, hubo una junta tormentosa en el Salón de Actos. Nadie se acordó de lamentar al difunto, y todos, de recriminar a los tres diputados la mala idea que tuvieron, de salirse de la Cámara para ir al entierro, dejando el campo libre a los progresistas.
—Suerte tuvimos con que no les diera tiempo para aprobar la Ley de Expropiación —comento don Carlitos, y fue lo mas benévolo que se dijo en la reunión.
La Ley de Expropiación, que ha estado detenida en la Cámara durante quince años gracias a la oposición de los moderados, y dispone que todas las propiedades de españoles y de hijos de españoles, es decir, todas las propiedades de Arepa, pasen a poder del Estado.
—Ha llegado el momento de cerrar la tienda e irse con la música a otra parte —dijo don Ignacio Redondo, por enésima vez en quince años.
Pero la meta de los denuestos, mas que los diputados, fue un ausente, el Mariscal, que fue acusado de marrullero para abajo.
— ¡Y yo, que lo califique de Héroe Niño en uno de mis mejores poemas! —exclamo don Casimiro Paletón, poniéndose una mano en la frente.
—Fue un pecado de juventud —dijo Barrientos, para consolarlo. Andaba con muletas, por el accidente que le había ocurrido en casa de doña Faustina, dos noches atrás.
Se acordó reunirse otra vez, con los ánimos mas calmados y el objeto de determinar quien iba a ser el candidato presidencial del Partido, que sustituyera a Saldaña y se enfrentara, si no con esperanzas, cuando menos con dignidad, al Gordo Belaunzarán.
La segunda junta empieza mal, abriendo heridas ya cerradas. Bonilla, que ya antes había sido postergado, al elegir todos a Saldaña, y que se sentía uno de los candidatos mas viables, por ser “el hombre mas honrado de Arepa”, se ofende cuando Coco Regalado, un joven parrandero, comenta que la honradez no es virtud cívica.
—Llevamos veinte años gobernados por bandoleros y nadie les ha puesto un pero —dice, para apoyar su tesis.
Bonilla, que esta en el estrado, suelta la quijada, alargando la cara y, sin abrir la boca, pasea la mirada por los presentes, como diciéndoles:
—Miren a lo que hemos llegado. ¡Lo que piensan las nuevas generaciones!
A la mayoría le parece que la frase es cínica, pero que en el fondo tiene mucho de cierto.
—A los negros les gustan los listones —dice don Bartolomé González, el mas realista del grupo—. Y son los negros los que ganan las elecciones.
Todos ponen cara de “es triste reconocerlo. pero es cierto”. Paco Ridruejo, un joven serio y de casa buena, pide la palabra y dice: —Yo propongo a Cussirat.
La reunión se anima. Empiezan las discusiones. Pepe Cussirat, el “primer arepano civilizado”, según frase memorable de Armando Duchamps, el reportero de El Mundo, tiene quince años en el extranjero, estudiando en las mejores universidades.
—Tiene algo que nadie ha visto en Arepa, que es cultura —dice Ridruejo.
—¡Un momento! —pide Bonilla, que se ofende en lo personal, y por poder—. Aquí tenemos a don Casimiro Paletón, que es un pozo de ciencia.
Don Casimiro, que esta en el estrado, junto a Bonilla, baja los ojos modestamente, y dice, con sonrisa tolerante:
—Si, pero Cussirat es mas joven. Barrientos, apoyándose en las muletas y la pierna sana, se pone de pie para decir:
—Yo apruebo la idea. Necesitamos que el candidato no sea uno de nosotros, que estamos muy vistos. Necesitamos caras nuevas, y la de Cussirat es una de ellas.
—Además de no ser uno de nosotros —dice don Bartolomé González, como argumento irrefutable—, Cussirat es de los nuestros.
Don Bartolomé es de los González del Rolls, a quienes se llama así, para diferenciarlos de otros González, que no tienen Rolls.
—Cussirat monta a caballo, tiene un avión, juega golf, mata venados y habla tres idiomas. ¿Que mas queremos? —enumera Paco Ridruejo.
—¡Y tiene treinta y cinco años! —exclama don Remigio Iglesias, uno de los moderados mas viejos—. Si este Partido ha de salvarse, es con juventud.
—¡Y nadie se acuerda de el! —dice alguien.
—¡No tiene cola que le pisen! —dice otro.
—La falta de arraigo puede ser un defecto —advierte el señor de la Cadena, que nunca ha salido de Arepa.
—Es de los que huyeron por no poder sacar al buey de la barranca —comenta don Ignacio Redondo, olvidándose del millón que tiene en el Banco de Bilbao—. No se quedaron como nosotros a hacerle frente a la situación.
Cuando Belaunzarán invento la Ley de Expropiación, la familia Cussirat, que estaba podrida en pesos, vendió propiedades, invirtió en Nueva York, y se fue a vivir en el extranjero con intenciones de no regresar.
Paco Ridruejo jura que en las tres semanas que paso en White Plains con Cussirat, no hubo día en que este no se acordara de Arepa.
—Siente una gran nostalgia por su tierra —termina diciendo.
—Los Cussirat son, y han sido siempre, grandes amigos de mi familia —dice don Carlitos—, pero, ¿si llegara Pepe al poder, cuidaría de nuestros intereses?
— ¡Como si fueran suyos! —promete Ridruejo.