De pronto, toda la clase se volvió para ver a la persona que entraba en ese momento. Era Mac. A Kelly casi se le paró el pulso al verlo y no pudo evitar emocionarse. Se dio cuenta de que todas las mujeres miraban su elegante forma de vestir y quizá no sólo eso.
También se sorprendió de que ella comenzaba a verlo como a un hombre y no como al señor Fortune que todo el mundo veía. Podía ver sus ojos cansados y preocuparse de si habría comido y dormido lo suficiente. Además, algo en su forma de andar le confirmaba que efectivamente era un hombre que se sentía solo. Todo el mundo lo admiraba, pero él se sentía solo.
– Lo siento, llego tarde -le susurró al oído.
– Pero no pensé que tú realmente…
– Te dije que vendría.
– Ya, pero como tuviste que ir a Nueva York a resolver ese asunto que parecía tan importante…
– Sí, pero ese asunto puede esperar. Por cierto, ¿qué tal va nuestro bebé?
– Nuestro bebé está bien, pero no sé si puedo decir lo mismo de su madre. No consigo enterarme de cómo se maneja el sistema de seguridad de la casa. Martha y Benz me lo han explicado repetidamente, pero yo ya he hecho saltar la alarma un par de veces…
– No te preocupes. Luego te acompañaré a casa y me aseguraré de que lo entiendes.
Kelly pensó que ella no podría entender nada si él seguía mirándola de esa forma, como si se preocupara realmente de ella, como si ella significara algo para él…
De pronto, la estridente voz de la señora Riley interrumpió sus pensamientos.
– ¿Señorita Sinclair? No me gustaría que se perdiera la clase de hoy…
– Ya no es la señorita Sinclair -dijo Mac, antes de que ella pudiera contestar-. Ahora es la señora Fortune.
– ¿La señora Fortune? -repitió la señora Riley. Y por el gesto que hizo, debió de reconocer el apellido-. Entonces usted es…
– Su marido. Y le pido disculpas por interrumpir la clase.
La señora Riley asintió y comenzó a repartir unos muñecos de tamaño natural para que pudieran practicar con ellos. Les enseñó cómo agarrar a los bebés, cómo sacarles el aire y cómo cambiarles los pañales.
Mac le puso el pañal al muñeco con aparente facilidad, pero cuando lo levantó, el pañal cayó al suelo, con lo que Kelly se echó a reír. El se concentró y repitió la operación como si se tratara de un asunto de negocios. Cuatro intentos después sonrió satisfecho al ver que lo había conseguido. Pero cuando miraron a su alrededor pudieron ver que ya todo el mundo había acabado las prácticas.
Kelly sintió que se estaba enamorando de ese hombre cuando le vio escuchar atentamente lo que decía la señora Riley. Incluso tomó algunas notas. Aparentemente, iba a ser un padre estupendo.
La señora Riley dio la clase por terminada después de que hicieran los ejercicios de respiración y de anunciar que en la próxima clase les pasaría una película con un parto en vivo, así que era conveniente que acudieran todos, tanto las futuras madres, como sus ayudantes.
– No tienes por qué venir si no quieres -le dijo Kelly, mientras se ponían el abrigo y se dirigían a la salida.
– Ya sé que no quieres tener un ayudante durante el parto, pero si no te importa, preferiría venir a las clases que quedan. Como ya te dije, no sé nada acerca de los bebés. Es cierto que tengo varios sobrinos, pero ya conoces a las mujeres de mi familia. No dejan que los hombres se acerquen a los niños.
Salieron a la calle y él, al ver el suelo resbaladizo, le pasó el brazo por detrás de los hombros.
Ella sintió el aire frío contra su rostro, pero se sentía protegida yendo al lado de Mac.
– Ya veo que allí está tu coche, así que imagino que contactaste con Benz.
– Sí, lo llamé al teléfono del coche y le dije que yo vendría a buscarte.
– ¿Has cenado?
– Comeré algo cuando lleguemos a casa.
– Podemos ir a un sitio estupendo que hay aquí cerca -propuso Kelly, pensando que él debía de estar desfallecido después del viaje y la clase. Era probable que incluso tampoco hubiera comido.
– No te preocupes, Kel, estoy bien. Y sé que tú estarás cansada.
Era cierto, lo que era normal debido a su estado, pero quería hacer algo por Mac, aunque sólo fuera Conseguir que cenase cuanto antes.
– Pero, Mac, es que yo también estoy hambrienta.
– Bueno, pues haberlo dicho antes -dijo él, acelerando el paso.
Algo menos de veinte minutos después, estaban sentados frente a un enorme plato de lasaña. Estaban solos en el pequeño restaurante especializado en comida casera. Cenaron tranquilamente mientras oían cantar al cocinero.
Cuando llegó el postre de Kelly, Mac se quedó asombrado mirándolo. Se trataba de un pastel de merengue y limón con pepinillos.
– Me parece que vas a tener pesadillas esta noche.
– Al niño le encantan los pepinillos -replicó ella.
– ¿Y le da igual que te los comas acompañados de un pastel de merengue y limón?
– Bueno, yo preferiría comerlos con un buen helado, pero es que no tenían. ¿Seguro que no quieres probarlo?
– Quizá después, por ahora prefiero disfrutar viendo lo bien que estás comiendo. Creo que ese postre es uno de esos típicos antojos de las embarazadas.
– Yo creía que lo de los antojos era un cuento, pero desde que me apetecieron pepinillos una noche a las dos de la mañana, sé que es cierto. Ya sé que suena a tópico, pero es que yo odiaba los pepinillos antes de estar embarazada.
– Pues nadie lo diría…
– La verdad es que me tomo muy en serio la alimentación. Como mi madre decía, si a una mujer embarazada se le antoja algún alimento, seguramente es porque el niño lo necesita.
– Creo que estás tratando de justificar el haberte hecho adicta a los pepinillos.
– Podría ser peor -replicó ella, con una sonrisa-. A una de las mujeres de la clase le ha dado por los caracoles.
– ¡Oh, Dios! Esperemos que no te dé a ti por nada parecido.
No tardaron en marcharse una vez acabaron de comer. Mientras volvían al coche, él iba riéndose y ella estaba encantada. Nunca le había oído reírse de ese modo. El parecía estar siempre tan preocupado con sus responsabilidades que no se permitía bromear. Así que ella estaba orgullosa de haber conseguido que se relajara.
Ya en el coche, él se puso serio. Pero ya no existía la tirantez de antes en su relación.
– Durante la clase escuché a varias mujeres hablando de que debían de tener cuidado con la tensión y con el nivel de azúcar mientras estuvieran embarazadas…
– No te preocupes, yo no tengo ese tipo de problemas. Con lo único que tengo que controlarme es con la comida, ya que tengo un apetito insaciable. Además, según parece los problemas en el embarazo suelen ser hereditarios y mi madre tuvo un parto muy fácil. Así que es probable que yo también lo tenga.
– No quiero ser indiscreto, pero ¿tenía tu madre también las caderas estrechas?
– No sé si las caderas serían estrechas, pero sí que era una mujer delgada, pero ya te he dicho que no tienes que preocuparte por mis caderas…
Iban con la calefacción puesta y ya habían salido a la carretera, por lo que los rodeaba la oscuridad. Ella se sentía bien y comenzó a hablarle de su infancia. El barrio donde ella había crecido era como un mundo diferente para Mac.
– Nunca hice un secreto del hecho de ser hija ilegitima. Nunca conocí a mi padre. El abandonó a mi madre en el momento que ella le dijo que estaba embarazada. El se lo perdió. Porque por lo que puedo recordar, mi madre era una persona increíble. A pesar de las dificultades económicas, recuerdo que ella me quería muchísimo.
– La echas de menos…